viernes, 25 de septiembre de 2015

Sapiens

Vale, 2005.

1

Me despierto y llevo cierta veladura que no me deja ver. Es una telaraña que me atosiga como el sueño. Tuve que haberme enredado en ella, porque se me figura imposible que la hilaran, punto por punto, mientras dormía en este catre. La verdad no recuerdo haber dormido, tampoco una vigilia anterior, pero ya he despertado, eso sí. Poner los pies sobre la tierra; desperezarme con el más terrenal ahínco que a tientas se pudiese sostener; andar como cuando tuve que seguir a mis primeros pasos; esperar el desayuno de cualquier hambruna por venir. ¿Ciertamente puedo levantarme? Parecen tan ajenos, como las patas de una cosa invisible, pero son sólo mis pies, muy distintos de mis manos; con cinco dedos en cada pie, como cinco dedos hay en cada mano. Es así, son mis pies que arraigan dentro de ellos mismos. Mira las manos, tan frondosas cuando se abren; tal vez sí recogen frutos propios que no darían jamás, aunque sus puños sean tan pródigos en la usura o en los ases descubiertos. ¿Ya lo descubriste? Pues sí; cada pulgar cierra de través, acaso para tentar a un destino que de otro modo sería inasible. ¿Voy dando tumbos o abro los ojos? Decídete y deja de recobrar las primicias de otras auroras, que además no conoces, como tampoco conoces el rubor de otras primaveras. Mejor aparta las brumas del amanecer y échate al suelo, de prisa. ¿Qué tan rápido podría hacerlo una criatura diferente, tal vez una tan pequeña como yo? No lo sé.

El suelo es duro, a veces blando como la arena. ¿Cuánto habrá transcurrido desde entonces? ¿Desde cuándo? Sé que mañana podría despertar de nuevo. ¿Y si miro por la ventana? ¿Por cuál ventana? Allá hay una. No parece ser una ventana. Acércate, de cualquier modo ya caminas. Sigue, por qué no sigues. Del mismo encierro puede procurarse una grieta mucho más prodigiosa que la corona de estos tapiales. No es una ventana. Es un espejo. Allí se rehace lo que de veras hago y aun lo que dejo de hacer; es peor que la intemperie. Tengo dos ojos, dos orejas, dos agujeros en la nariz y una boca insondable como toda sensación del tacto. ¿Quién soy?

Quebraré ese espejo y me multiplicaré en la hazaña. De cada pedazo tomaré un espejo distinto y si otro impulso no me mueve en adelante, sucederá entonces que para cada día elegiré la parte que así elija. Cuando todo termine y los soles prevalezcan, pues sí, cuando ya no pueda verme en una astilla diminuta, ni a mi sombra le vislumbre ningún otro relámpago, al menos habré muerto entre mis pesquisas de siempre. Sólo quedará esperar, como deben esperar los muertos. Sólo morir, como ya no pueden morir los muertos.


2

Es una ventana después de todo. Ya no me importan los pedazos, que devuelvan al cielo todos sus rigores o todas sus estrellas, otra cosa harán de bruces que ningún miedo me infunda en adelante. Mejor cruzar el vano, salir antes de que el cautiverio me devore. No es una ventana muy grande, es más bien casi tan pequeña como mi cabeza, y tan oculta como pudo estarlo bajo ese espejo. Saldré así tenga que dejar mis esperanzas atoradas allí.

No fue tan difícil pasar al otro lado. Algunas magulladuras, algunos rasguños, es verdad, pero ahora tengo la certeza de que cualquier cauce de la sangre tiene un delta cenagoso, y no tuve que exceder ningún rocío para descubrirlo a tiempo. Camina. Al parecer nadie me vigilaba; nadie me atrapó lo suficiente. ¿Acaso fantasmagóricos vapores son imposibles ahora? ¿Era una tumba mi laberinto? ¿Quién puede resucitar de su propia tumba y además franquearle por el ángulo más peligroso, cuando ni siquiera se puede rehuir de sus muros? Estás afuera, eso te convida a otros escollos que linden con un horizonte inaplazable. Camina. Camina, ya sabes que de frente, hacia donde ven los ojos. ¿Habrá abrigo más adelante? ¿Habrá qué comer? ¿Habrá de dónde beber? Si vives verdaderamente; si tienes frío; si tienes hambre; si te abrasa la sed; entonces sí, ocurrirá el milagro. Y he allí el milagro. Son luces encendidas por criaturas extranjeras. No debe preocuparme que mi idioma les parezca insólito y por lo mismo intransigente, pues el silencio traducirá las voces que ni a gritos se hagan entender, o apenas callo, que el silencio hable por mí, de tal modo que yo también pueda aprovechar sus propósitos.

No les voy a contar de verdugos, que ya no sabría reconocer en ninguna arruga. Les pediré perdón, porque empezar con ese ímpetu exige una suerte recíproca, no sé si conveniente, pero en cualquier caso recíproca. Así que ve con esas criaturas. Tampoco le cuentes de enemigos ilusorios. No le amenaces. No le riñas. Comparte el fuego de sus teas y la noche sin luna. Camina y camina, como ellas también deben caminar al encuentro cotidiano y fijo.

Tuve que haber caminado demasiado. Tengo hambre, tengo frío, la sed anega lo que me aparta de cualquier orilla. Tales criaturas no estaban tan cerca como las vi. Entonces era tan sólo una profecía que ya recobra sus orígenes de nuevo. Ahora sí pueden verse al detalle, casi puedo tocarlas. Las huelo sin duda; las oigo también. Sin embargo, no parecen verme todavía, ningún atributo mío les conmueve aún. Acércate. Mézclate con ellas. Tienen una cara como la tuya, y se acicalan al espejo, y todo lo que hacen lo hacen en la duplicidad de sus facciones. ¿Te acuerdas de aquel espejo? Olvida todo lo que no recuerdas. Si fue malo o si pudo mejorar tus heridas. Otro es el principio, y está presente y delante de tus pasos.


3

Al menos sus sobras me nutren más que sus ayunos. No tengo que mendigar lo que así escojo en cada mantel. Como y bebo según esos rigores, sin importunar ninguna falta. Seguiré visitando cada estancia, cuando la calle me abrume con sus faroles apagados. No pretendo detener a las criaturas que se traben en cualquier esquina. No exijo explicaciones de ocasiones previas, que tampoco sabría cómo ofrecer a nadie.

Recién advierto que la desnudez nunca me azoró con la comezón de sus escotes. Tal vez alguna vez no llevé nada, pero ahora confirmo lo que antes carecía de toda urgencia. Estas ropas me fueron precisas desde el comienzo, tenía que llevarlas puestas en mi cautiverio. Ya veo que sin ellas mi invisibilidad sería, además, impresentable. Por cierto, todas estas criaturas se visten, incluso para actos que las descubren. ¿Cómo podía yo llegar sin siquiera una parra temblorosa?

¿Y si entro a una tienda? Nadie me reconocerá. Tampoco creo que nadie me persiga a estas horas y después de tantas horas. Antes que pedir un sombrero, le doy de trompadas a quién me lo hubiera vendido con mucha cortesía, a ver si me es menester de otro salvoconducto que no sea el anonimato. Pero cuál sombrero. Hay sólo dos clases para tanta diversidad. Lo mismo ocurre con las otras prendas. De inmediato noté que los rostros, que los volúmenes de aquellas criaturas diferían según los dos modos posibles en que las costillas son idénticas. Nada que conmigo le encuentre semejanza, puesto que aún no tengo los medios de una certidumbre propia. Sin embargo, sé que hay una cifra de la que ahora confirmo dos umbrales. Un sombrero para una hembra, un sombrero para un varón. Es esto, ¿verdad?

Cómo saber quién soy. Ah, quisiera saber al menos por cuál sombrero forzaría el trámite de una moda que no me interesa y de un dinero que no guardo bajo ley alguna. Saber si soy hembra o si soy varón, incluso por no demostrar más, va iluminarme en esta vida. Así que al fin pudiera abrirme un camino entre las demás criaturas. Cuánto me entusiasma tanta curiosidad, pero cómo averiguarlo, y según qué régimen. Los pies no me dicen nada, y ya están ateridos y ensangrentados. Las manos sólo podrían ir a oscuras del secreto. ¿La cara?

¿Qué hacen en esa tienda? ¿Son frutos los que completan en su medida? ¿Acaso los toman de un conjunto innumerable para después reunir una porción apenas? ¿Ese número se marca allí, con esas agujas giratorias? Parece un reloj que defiende lo que circunscribe. Por supuesto, el número hace la especie. Cada racimo tiene ciertos espesores como ciertas superficies. No es sólo lo que sobrevive en su exterior, es lo que se descubre adentro, ya dormido o caduco. Cuando se den la espalda paso en sigilo, como apenas puedo pretender de mis escándalos. Allí sabré que sexo me define y cuál es la complementaria ausencia que pervive en mí. Pondré mi cabeza sobre ese horizonte, y que las agujas proclamen, como profetas, lo que siempre ha sido mi verdad. Con mi propia cabeza debo comprender. Aquietaré mi cuerpo, como aquel sueño que ahogó mi memoria. Así, sin mover nada en absoluto. Sólo la cabeza sobre el plano, pero cómo veo las agujas si este mismo examen no me alcanza. No desesperes. No te muevas. He allí un espejo, como el de aquella ventana. Ahí se ven las agujas. Sí. Al revés, pero se ven. Los números al revés, pero se ven.


4

Ahí se ven las agujas; los números al revés. Sí. Ahora entiendo por qué sé de modas, por qué sé de calles y por qué de aposentos, y por qué me resulta un mundo posible en el lenguaje, e incluso por qué las agujas giratorias convienen una escala como ciertos relojes que defienden lo que circunscriben. Sin embargo, toda marca está de revés, tal es ésa su virtud, y ni porque la punta aguce su función se pudiese averiguar una verdad detrás de todo ello. Si leo la cifra, será la cifra que puedo leer así. Mi cabeza tendrá un arraigo más leve en ese punto y mis pies pueden levitar dentro de sí mismo. Cómo saber, por ejemplo, si una hembra lo sabe cómo no lo sabe un varón, o viceversa. Ahora no sé nada, o sé aún menos de lo que me es lícito sospechar de cualquier atributo. La soledad es la única certeza de una condición que me es ignota. Dejemos los aparatos, extensiones vanas de un mundo que jamás comprenderemos. Cometamos un crimen más bien. Debe haber leyes también inexorables, tal vez vuelva al mismo cautiverio con redoblados cargos y ya no tenga que demorar en estas angustias ni preocuparme de fianzas que atenúen nada.

Hay criaturas decrépitas que apenas se mueven como si fingieran su decrepitud. Sinceramente cuesta creer que se llegue a tanto para seguir a más. Me parece que ya puedo aprovecharme aun de achaques ilusorios. Son tan precarias las huellas de estas hipocresías, que cualquier audacia puede congestionarles de verdad; entonces un empujón y viene el descalabro. Cometamos crímenes desde hoy. Eso sí, cuando me devuelvan al mismo ombligo, no volveré a quebrar espejos. Lo juro. Y escribiré de revés lo que tenga que escribir. Cometamos varios crímenes entonces. Son tan vulnerables estas criaturas, ya lo dije, que antes de nacer pueden tropezar con su misma muerte, y caer por tal estorbo como que nos le sienta de maravilla. Morir abrevia toda duplicidad, y mueren precisamente quienes estuvieron divididos.

Qué pasa ahora. Qué me pasa ahora. Todo me punza desde adentro. El hartazgo, y no el ayuno, obliga sus alfileres. Los brindis destilan lo que ya no admite más sorbos. Tal vez sean las agujas de otra báscula. Adónde ir. Ya ni los crímenes pueden distraerme con sus promesas. Debo darme prisa. Pero, hacia dónde. Debe ser esa gruta de dos puertas, ay, otra vez el dilema cruel cuando el eclipse nos domina. No puedo más. Cómo sudo. No es sólo el universo, es que no sé de qué manera se amplía una mitad. ¿Y si en lugar de matar a alguien le pregunto qué debo hacer, cómo debo hacerlo? ¿Y si atraigo a cualquier criatura, y si la seduzco para que ella según su forma resuelva en mí el vínculo que me une a mis necesidades? Aguanta hasta más no poder. Al llegar a ese punto en que todo viene, lo sabrás. No quiero morir, pues ya se me figura doloroso emprender ese camino sin siquiera ser el otro o ser la otra.

¿Y si me vuelvo? ¿Y si recorro el camino inverso hasta la celda? Sé cuántos pasos di. Podría reposar la cabeza con el mismo aplomo. Probarme indistintamente los sombreros que no pude comprar; que no quise robar. Comer y beber de los mismos manteles y, finalmente, ya adentro, como adentro mis pies, reconstruir el espejo que me preservaba de estos apuros. Ya no puedo moverme. No aguanto más. El dique se agrietará y el desborde arrasará con todo. ¿Y si te agachas? ¿Y si pujas de pie? ¿Y si dejas que las circulaciones resuelvan su acomodo en los grados de todos los cólicos posibles? Tal si a punto de morir te dejaras caer, pero acaso para no morir; sólo como una piedra o como un roble. No puedo doblar las rodillas; no puedo estirarme más… Me retiene lo que me acicatea en cada sobra. Tal vez nunca salí del catre… tal vez sí me adentro en mi única salida, en mis únicos pies, con mis puños insobornables… Tal vez nunca pueda hacer lo que todavía no hago… Tal vez me orine en un sueño sin saber cómo me oriné en la infancia… Tal vez sí despierte… Tal vez un poco más, como quien no conoce sino lo que ya sabía… Tal vez la misma criatura que ahora se deshace en lo que ya no hace ni puede hacer jamásTal vez… y otra vez tal vez…






Vale, 2015.


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