viernes, 4 de julio de 2014

EL MOLINO



Un hombre lo largan en el desierto. Sólo la sed, arenosa en su garganta, discurre eternamente bajo el sol de mediodía. Pasan las horas y el rencor que avivó en su pecho, y la fiebre de morir tostado, merman hasta los monstruos del delirio. Viene la noche fría. Acurrucado entre ateridas formas, duerme y se rezaga de la muerte que bien pudiera salvarlo de morir demasiado tarde. Entonces sueña que está por entrar a un molino, cuyo constructor bajo el dintel se planta en espera del intruso.
Ve en redondo, como si al cabo procurara sostenerse desde sus pies, pero de repente tropieza la amarillenta sonrisa del viejo.
—Venid, buen hombre. Seguro tenéis sed, pues he aquí que os ofrezco agua, de esta bota rebosante. La que quisiereis si la buscáis muy lejos de aquí.
El viejo lo convida a entrar dándoles de palmadas. Maravillado ve como en el interior giran lentas ruedas de madera según sus mordiscos invariables. No atiende la deferencia del viejo, sino que la despacha sin advertirla. Sólo ve que el conjunto obra con minuciosa lentitud en todo.
—Sé que no me habéis pedido agua, pero ¿acaso el río no anticipa al mar? —insiste el viejo— Es agua fresca; de la misma creciente que hace girar la piedra del molino.
— ¿Cuánto habéis quebrado aquí?— al fin habló, sin apartar la vista del conjunto.
—No mucho —contesta con senil parsimonia el otro—. Poco antes de que llegarais es que puse en obra lo que os asombra por dentro.
— ¿Cuánto puede durar una piedra igual?
—Igual a ésta, no lo sé —replica el viejo—, pero en verdad ésta misma habrá molido tantos granos como granos de arena hay en las playas de donde le trajeron. ¿De dónde venís vos? —agrega, después coge un buche de la bota, hace gárgaras y escupe en un rincón del tapial.
—No sé —responde al fin, sorprendido de que su respuesta se diera en rigor de la pregunta.
—Entonces, de donde venís, aún no habéis llegado a ninguna parte.
—Luego estoy muy lejos. Os compro vuestras bestias —se precipita a negociar.
—No tenéis cómo pagar una.
Entonces hace una deliberada pausa, mientras el otro revisa su alforja sin hallar más que migas.
—Sucede que todas las bestias, señor, moverán el molino cuando la corriente adelgace —agrega, terciándose la bota.
— ¿Harina? —inquirió, como rogando consuelo, piedad o misericordia.
—Llevad cuanta se ha molido, o quedaos a esperar por más —dijo el viejo, mientras salía por el ancho dintel hacia el fulgor del mediodía.
Esperó un día y parte de la noche, pero el cansancio lo rindió, y cuando se tendió a dormir, despertó con los puños crispados en dos puños de arena. Rayó el sol como nunca. Ya no sudaba, y sólo el recuerdo de aquella milagrosa agua perló su frente.


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