jueves, 25 de octubre de 2007

Dramaturgia



HEBÉN (Tragedia de Cinco Actos)
DRAMATIS PERSONAE

Godofredo (Vasallo insurrecto)
Violeta (Cautiva)
Alfredo (Heredero del vasallo)
Flora (criada principal)
Guillermo (el señor del feudo)
Cleofás (el vasallo traidor)
Quirima (la bruja)
Bonifacio
Efrén (criados)
Eliseo
Vasallos
Comensales
Criados
Heraldos



Prólogo
Promedia en la tierra el derecho de usurpar a un tirano, justo cuando ya el rigor de sus prevenciones le atosiga como la sed. Precisamente el segundo en esa disputa dilucida los preliminares de la conjura en el devenir de otros desvelos. Pero ese desafío tiene reos principales que transigen o transcurren, ya no sólo por el influjo terrible de una purga sangrienta, sino más bien por el verdadero pulso de la sangre que se derrama en muchos recodos. El principal, aún en su solio, segado por la profecía de una bruja, sin saberlo se impacienta en las vueltas de la confabulación; así demora su esgrima una y otra vez, que si se apura malamente puede embotarse antes incluso de desenvainar. Ya siéndole parcial lo futuro en sus jornadas venturosas, declina el juramento ante la prisa de sus estorbos. Los dos monstruos del paisaje palaciego se acechan; el principal, auxiliado por un adverso espía, se arrellana conforme a su ley y en la excepción procura salvarse; el que anhela cornarse según sus febriles sienes, ya destrona en secreto las esperanzas del rey. Así la casa del vasallo se torna en un crepuscular luto, como la bellota del trance, y las intemperies íntimas las tutelan peores socios. Allí, una joven, raptada por el vasallo, se abre sitio entre las flores marchitas de su cautiverio. Su enconada renuencia es castigada por el tirano. La celadora, a la sazón ya no sólo del deber impuesto sino de un ilusorio derecho de servidumbre, la salvaguarda, y aun por complicidad de su enojoso deber no la descuida. Madura está la tierra, y no los granos del socorro(1), para que el rebelde, con el advenimiento de su sucesor, al fin mude la corona en otro linaje. El heredero, venido de barbarie extranjera, ya parece llevar consigo las medallas del porvenir. Se allega al padre; desanda las huellas infantiles que el desarraigo hundiese hasta el fondo de una primaveral reminiscencia. Antes de volver a ceñir el sello de la intriga y la espada de la guerra, descubre, en el permitido recreo de la vid, a la joven cautiva. Alucinada ella lo condena; y alucinada se deja disuadir del subitáneo amor del extranjero. Mas, guardándose de ojos de vinagre, lo despacha mientras tiernamente le apoda el prestigio de su tal anonimato. Lo cita a un día en que lo vea más allá de prorrogar esa vidente virtud que la esperanza. La cuidadora advierte en el incesto la ocasión de eliminar a su señor con un ardid parricida, y con entusiasmada ignorancia la criatura la secunda en ello. Se pacta una cena en que los más de quienes tributan al rey concurran en afiliación de sus honores. El usurpador allí preside la vela que todo lo vela. Los platos se distribuyen en el tablón de suertes numeradas en sus estampas, y el vino pernicioso se escancia en las copas de todos los comensales. Mas el veneno lo apura el mismo insospechado parricida, pues en vano espera ver caer al raptor, y sus rodillas doblan para otra fe que ya es perjura de su antiguo afecto. Sale y desfallece sin mostrarle al padre la mortal efigie de su arenga. La celadora lo descubre en el espinoso lecho de quien timado maldice su burlador entre fiebres. Lo socorre en vano. Con el ardor de su remordimiento va por la amante, cuya pena eleva las lamentaciones. Entonces la criada, desvastada por los reproches de su criatura, resuelve ir en pos de la malicia y el truco. Busca la bruja que el rey ya busca. Pacta con ella la cura que ya el rey se persuade de conseguir para sus fiebres, y en la horrible coincidencia de esa luna, la bruja resuelve su venganza, la de conjurar la estirpe de un rey. Así, como la revuelta de un padre desasistido por el hijo, se precipita todo lo funesto; el rey se extravía antes que corroborar las ruinas de su reino, y hasta la complicidad de un parricida es sentenciada adversamente. La viuda enfrenta al tirano, encinta busca atarle, pero es cortada al sesgo de la urgencia. En sangre recae el cielo, y entre los esplendores de ese mundo reciente el nuevo monarca, apenas por el tumulto coronado, cata su uva hebén en la desilusión de un criminal incesto que tanto le deshereda.



A   C   T   O        I

Escena 1

(Estancia de Guillermo)
CLEOFÁS
Mi señor, qué tanto no lo fuere bastante poco si por decirse algo de vuestro súbdito algo se dijera. En la última vendimia, fue entonces la última uva la que redondeó cabalmente lo que por pródigo era apenas lo exacto. Si yo, al crepúsculo de la savia detenida, taso el vino que en mi boca discurriera, nada vería doble que no sea la nada de dos caras: dos efigies de un círculo que nada a la sazón de su brindis calcula, aunque con igual doblez tintinea. Pero como sabéis, se compra y se vende con mejor trato ahorrándose uno, eso sí en una opulenta alcancía, la arenga de encarar esos perfiles. En tiempos tal vez austeros, no hay que gastar de tan precavida hacienda. Pero si lo doble duplica su amenaza mientras al espejo se atavía, pues contra lo hipócrita de su arco, ya que aún no por duplicidad del antídoto, entonces debéis preveniros, pues sospechado es que si nada muestra su flagrancia en contra de vos, es porque tampoco está del lado vuestro, y así de nada la ubicuidad con que transige.
GUILLERMO
Luego en otro lado conspira mi vasallo, y a favor de una suerte impar.
CLEOFÁS (saca una moneda)
Señor, si queréis con apenas echar una volada. Este redondel es antiguo, y su centro, como el de todos los de su especie, es el corazón de una extinta autoridad. Ah, con él ahora nadie compraría un cascarón huero. Mirad como sus dos rases, ya el doble y veraz retrato de ninguna figura, aun por la historia de sus días se le puede mellar. Dejemos, pues, que nos confirme su oratoria de remoto César.
GUILLERMO
Callaos, insensato. ¡Qué esas plumas escriban su propio testamento! Cual Ícaro no os empluméis con el luto de otra estación, pues un enlutado astro os derretirá hasta la blanda cera en donde ya acuñáis el sello de vuestra incuria. Y como insistáis con la rapacidad de un mal albur, os hundiréis en el fondo de esa corrupta dieta, y una indigestión muy dentro de vuestro piadoso ayuno será el único recreo del infierno.
(Volviéndose otra vez animosamente, desenvaina la espada.)
Tanto más verídica se convierte en carne mi amenaza, que el metal de hoy os truncaría en el mismo sito donde mañana caigáis por tentación, y ni que vuestra cojera en su trajín se esfuerce mucho hallaréis otro reposo que no sea la misma resurrección de la misma muerte. He aquí la vara con que mido lo que amputo, según un simbólico tajo que completa mi destajo. (1)
CLEOFÁS (guardando la moneda)
Calmaos, majestad.
GUILLERMO (ciñe espada)
Entonces no me perturbéis, pues aun enceguecido por el furor de una estocada tanteo el blanco que me irrita.
CLEOFÁS
Mi respetuoso consejo es que no os apoyéis mucho en ella, que también para la mayoría de quienes las blanden por pudor ha sido su enclenque báculo. ¿Cuántos cojos rezagados alcanzarían vuestras prisas triunfales para advertiros que la adversidad de las ventajas no abre ni las puertas que  se cierren?
GUILLERMO
¿Qué decís, bellaco?
CLEOFÁS 
Que a veces es propicio un paño de lágrimas como la vaina de un filo belicoso, e incluso lo primero siempre es mejor si la variedad es la paciencia. Porque sucediendo que con desenvainar una espada un trecho hace el compás, otro alcance se consigue con desenvainar, ante la vista de muchos, el rocío de un mal de ojo. ¿Cuánto no se puede por grados infinitos de ardides conquistar a razón de esas dos rentas?
GUILLERMO
¿Qué queréis decir, hombre, que os mate con mi espada, y luego la entinte en vuestro llanto, acaso para sentenciar lo que dejáis a vuestra viuda?
CLEOFÁS
Obligadme a no reñir con vos, pero si mi servidumbre aún os combate yo cambio partido hasta complacer vuestros excesos. Revisad lo que os digo: él os combate debajo de su piel expuesta, pero aún no podéis acusar un desacato a traza de su porte; ni uno al que tengáis que castigar con el rigor de vuestras dudas. Exigidle, más bien, que sus tributos justifiquen la legitimidad de vuestro sueño…
GUILLERMO (aparte)
O la salvación de mis pesadillas.
CLEOFÁS
Exigidle que cosechas fuera del fruto colmen el estío. Ganaos el voto general de que sus retrasos y reticencias ya os mueven a imponer vuestro derecho, tan parcial como indiscutible. Irritadlo con comparecencias y desplantes tan minuciosos como la maduración del trigo. Con las espigas de su mismo trigal, intrigad entre sus pares. Sé que está por venir su heredero: me cuentan que sus ignominiosas aventuras de andariego jinete bien lo pueden hacer apear un poco más adelante, donde le suba de una encina. Dejad, pues, que la servidumbre demore en la maledicencia de esas andanzas. Que en danzas la chusma se divierta con ese tema; la envidia de su prójimo serán, y éste, por despecho, en rubor de su otra mejilla ofrecerá el cebo de un chisme más aumentado.
GUILLERMO
Se me figura que con esa retahíla promediáis vuestro consejo. Con mucho habéis dicho bien; lo que es de una gran utilidad para alguien cuyas únicas virtudes provienen de su servidumbre.
CLEOFÁS
Mis vicios no tienen que importunar sino mi sueño, señor.
GUILLERMO
Aunque también podrían avenirse. Así que despertaos, para que comparezcáis con sus tesoros a tributar mis desvelos.
CLEOFÁS
Sin importunaros, naturalmente.
GUILLERMO
Tanto por importunar a otro madrugador. Ya he de advertiros que os conviene que la procedencia de vuestro consejo instruya su ley allá bajo; y qué mejor disciplina debéis a vuestras cualidades que la bajeza vuestra, así ningún punto os difamará por cederlo a otros. Sí, que los vigores subalternos compitan en virtud de sus audacias. Además, desigual será la lucha, si según mi derecho me inclino a encarnar de vuestra servidumbre mi rol, ¿no lo creéis, mi fiel Cleofás?
CLEOFÁS
Y mi fe me mueve a cumpliros en peregrinación…
GUILLERMO
Partid, pues.
CLEOFÁS
Ya sabrá Godofredo lo que ha de saber de su hijo.
(Sale Cleofás)
GUILLERMO
Que las joyas, a mi frente ceñidas, ya van al frente, y si no me apuro se rezagan mis ansias y la fiebre anticipa sitio en mi glorioso ornato.
(Se sienta en el solio, mira en derredor, abrumado)
Pero mirad entorno a vos, ¿no estáis sentado donde se os figura que os sentaría? Sí, ya he llegado al punto, tal lo predijera la mujer. Veo que los muros me asedian; se estrechan mis dudas, tal en trance la bruja…
(Se levanta, desafiante)
Este punto no será mi fin, sino apenas la puntual alba de un longevo devenir, y aun crepusculares son las mieles que endulcen mi naciente dicha…
(Oscurece)

Escena 2

(En una estancia de Godofredo)
GODOFREDO
Con el cerco que preciso ya os cerco, y tan cerca de vos llevo la cerca que cuando despertéis sólo saltaréis a vuestra pesadilla. Qué sobresalto, entonces, de un salto como ése. Porque lo que no sabéis es que mientras siembre de más, según así me lo imponen vuestros términos y acritudes, los arraigos seguirán ahogando vuestra muerte. Guillermo, Guillermo, apenas un súbdito con corona sois. Mi rigor no destronará vuestro porvenir, pero mis serviles os trocarán las alhajas por sus escupitajos; con tal pedrería, opaca y blanda, regiréis, constipado, entre las pestilencias de los otros ausentes.
(Entra Flora)
FLORA
Señor, perdonadme que irrumpa así. Pero mirad en mí la urgencia de una criatura que os suplica misericordia.
GODOFREDO
¿Y vos habláis por su condición? ¿Tan mal está que con maldad o malicia adelanta una embajada distinta, puesto que subalterna?
FLORA
Porque calla es que su silencio en vano me ha disuadido de no interceder. Soy locuaz, como mucho sabéis señor, y no pocos pecados ajenos espío por mis profusos mensajes. Castigos a cuya misma virtud se me impone enaltecer con mis prédicas; pues acaso detrás de una servidumbre, que nunca os lleva la contraria, os acato siempre. Castigadme, entonces, si incluso mis dolores han proferido palabras de más, y en cambio no callan como la apretada cicatriz que salve a mi niña.
GODOFREDO
Entonces, ¿algo la hiere? ¿Las flores de las que ella es devota? Mirad que sus pétalos son fragantes, pero los espinosos serpentines son los que encumbran la fragancia destilada.
FLORA
No son las flores cuanto la hiere, señor. Más bien el perfume, entre las espinas, es un rito al que ella ha dado un nombre providencial. Todas las mañanas se ciñe una guirnalda de flores silvestres, que con dulzura cedieron a mis atajos; las corto en manojos que en distintas cuentas llevo a su alcoba. Si bien ya no son tan laboriosas sus manecitas, pálidas en una urdimbre de malestares, se me figura que con discreción orna su sepulcro. Su frugal ayuno, su desnudez sumergida en las aguas más desnudas… Ay, todo, señor, vacía mis ojos para rebasar mi llanto. Como una flor se llama, como una flor se nos marchita nuestra adorable y pálida Violeta. Os suplico que conmutéis el cautiverio, oscuro y húmedo, por los apacibles días de la vid. Os suplico que le dejéis cuidar las flores del viñedo que ya en doquier se descarrían.
GODOFREDO
La rapté de una estancia inmunda, la sustraje de padres crueles que le instigaban con las espinas que ahora ella, contraria a mi favor, tributa. La traje aquí. Le concedí de antemano una gracia en mi hogar, rodeándola de vuestros cuidados. La quise para mí lecho, y por ello me apeé de la rudeza con que la fuerza de mi brazo la trajo en volandas, acaso para ganarme el favor de su femenil reproche. Pacientemente visteis que le di sitio a mi mesa. Sus huraños hábitos, y la ingratitud de otros modales fingidos por añadidura, colmaron la espera de mi brindis. Muchas gotas aumentaban el sudor de mi ira, y por no rebosar un puño tampoco contuve mis lágrimas. Aunque le mejoré su estrella y le obligué a un porvenir feliz, ay, procedió contrariamente; por eso le castigo.
FLORA
Ella ha venido de un lugar duro, no le confinéis en la dureza de esa alcoba. Sus tiernas mejillas no se hicieron tiernas para el pedernal. Tampoco es el odio lo que las abrasa así, es ese invierno de que no venga la primavera el que lo hace, dejándole a la sombra de su sombra, mientras sólo teje capullos que afuera quizá despuntan. Vegetar bajo una fuerza que no es la vuestra, con los rayos del avaro sol tasados en crepúsculos, le hace cavar al ras de malas raíces. De ese modo, qué diera su dulzor si no es la promesa de un fruto adverso. Al confinarla así, os cerráis vos mismo al entendimiento, y la obligáis a ella que coma del carnoso mal, de cierto con la misma fruición con que Eva mordió la manzana de su amante.
GODOFREDO
¿Osáis blasfemar en mis jardines, mujer? Bien heredera sois de vuestro ejemplo… ¿o sois la serpiente que instiga a Violeta?
FLORA
No, mi señor. En cambio soy una penitente que os ruega compasión. Dejad que la niña adecue sus larguezas. Entre los recodos del viñedo, hallará las horas por cuyo paso se mejore prontamente.
GODOFREDO
Justo es advertiros de su ingratitud, pues dejadla al sol parece ser otra condena que le broncearía a la luz de su desdén. La muchacha es terca, como quizá habéis alentado vos misma. Sin embargo, tenéis razón en que el recreo de unas horas de intemperie le demuestre que un cielo es el atajo para un techo venturoso. Su fe, que aun por no cumplirse la desespera, necesitará ensayar en cada escala lo que mi generosidad abrigue. Tendrá cuanto le engalane, si sonríe al lado de mis títulos.
FLORA
¿Entonces le dejáis que salga al viñedo, señor? Allí, una barraca ha de guarecer su reposo al ras de mi vigilante orilla. Ya veréis que mejor le sentará el semblante. El follaje sombrío de su mente se atenuará y sus cuidados trocarán tales tallos por las flores de su nuevo arraigo.
GODOFREDO (a distancia)
Así que está enloqueciendo, ¿verdad?
FLORA
No, señor. Sólo que no es de cuerdo acorralar su cordura.
GODOFREDO
Qué cuerda afináis cuando vuestra servidumbre desentona, anciana. Iros, pues. Cuidadla mientras ella cuide de las flores. Mirad que se llama Violeta.
FLORA (hace una reverencia)
Señor.
(Sale)
GODOFREDO
Qué tormentoso tesoro puedo salvar de mis botines.
(Entra Bonifacio)

Escena 3

BONIFACIO
Señor, comparezco al punto. Inmóvil frente a vos ya anticipo la noticia que me guiara durante todo el camino.
GODOFREDO (secamente)
Hablad. Hablad pronto.
BONIFACIO (atropellando las palabras)
El rey Guillermo os obliga a que suméis a lo que ya despuntó; y ni siquiera otra demanda compensa sus excesos de exigiros un trigal inexistente para el tiempo ordinario; y nada más a vos exige una desproporción así.
GODOFREDO
Le daremos su medida, Bonifacio, pues ya me figuro la conveniente forma. Si os preguntaréis cómo puede sumarse más, si el último grano que cae brota en pos de su sola cuenta… pues os digo que ya apuré en el surco aquel cauce germinal conforme tanto se me obliga.
BONIFACIO
Señor, es raro que el estío dé una mejor espiga de cuantas ahora doran los campos.
GODOFREDO
Fue a mediodía tiempo de labranza, antes la aurora me agobió, mas el crepúsculo es para regocijo de quien lucha en el retumbo de su paz.
(Aparte)
Si, ya veré despuntar las espigas de mis huestes.
BONIFACIO
¿Qué hacemos por de pronto, señor, llevar lo del día mientras preparáis los reclamos de la próxima asamblea?
GODOFREDO
Quedaos aquí. En un rato llegarán vuestros pares, que vuestra impaciencia no sume una cuenta impar.
BONIFACIO
¿Y qué hacer con ellos, puesto que son mis pares que a nones juegan?
GODOFREDO
Por de pronto, completar cierta servidumbre, eso os nivela a vuestra pregunta. Entonces, en razón del conjunto, obrar sin que nada os retrase, sin distraeros en nada. Llevaréis la porción a la que tenemos derecho.
BONIFACIO
¿La que se debe, señor?
GODOFREDO
A la que tenemos derecho, bellaco.
BONIFACIO
Bien, señor, pero un derecho, así de derechito como se nos impone, sí que nos torcería el lomo.
GODOFREDO
Si no os alivia el ir erguido en pos de un derecho venidero, qué tanto os puede alentar la joroba del deber.
BONIFACIO
Ciertamente que no os entiendo. Pero se me figura que las razones incomprensibles me hacen clarividente. No sé, es verdad,  si así se puede perder los ojos; ya veis, señor, que no faltan púas cuando los ojos son tan perspicaces.
GODOFREDO
Dejad de deliberar cuestiones que no le incumben a la raza de la que procedéis. Quedaos acá, es vuestro deber no llevar la contraria a los derechos que en una recta imperturbable os apremian siempre. Si gustáis que el deber os hostigue, pues ciertamente mi orden os irá espoleando de continuo.
BONIFACIO
Entonces, señor, ¿apenas confío el tributo?
GODOFREDO
Ni más; si la fatiga os conmoviese tanto que tuvierais que poner alguna cara, no pongáis la que lleváis puesta. Escuchad lo que se os diga, sed corteses, ya que no aún cortesanos. La sumisión vuestra es el tributo que anticipo para el rey.
(Aparte)
El primer eclipse de su sombra.
(Se acerca a Bonifacio)
Si os pregunta de mi semblante, contestad parca y sosegadamente. Si insiste en que ampliéis vuestra respuesta, obligándoos con la misma desmesura con que exigió al trigal, entonces contestad con los contados granos que no lleváis. Decidle, pues, que cuanto ha pedido, a razón de su impaciencia, en la tierra apura su prosperidad. Decidle que en la próxima cosecha doble serán las espigas que despunten y triple las hoces que las sieguen. Si desea que lo indemnice antes con algún tributo intermedio, decidle que muchos varones ya han madurado como el dorado trigo, y que sus arreboles ya tintinean como el oro. Muchos fueron criados para redondear cualquier falta. Si acepta la recluta, no discutáis con él un cómputo que os lleve a la imprudencia. Sólo escucháis lo que tendréis que repetir acá. Que vuestros compañeros os escolten calladamente, pero si veis que sus bocas, aun en el desborde de una plegaria, profetizan ya una vívida herida en vuestro lomo, entonces cicatrizadles el tajo a ellos con las raras raíces del camino; mejor sería conjurar sus alientos con la promiscuidad de vuestro azar.
BONIFACIO
Mejor sería, señor; me la juego a que sí. Yo, como buen supersticioso, siempre guardo combinaciones en la cruz donde desmaya mi bolsa; hojas que antaño fueron talladas en la piedra ruda, cogollos que adormecen los monstruos de los malos sueños, pétalos que enserian virginidades distraídas y polen que hace estornudar otra vez al empolvado enano, que algo crece como se estire a estornudar…
GODOFREDO
Callaos, antes que os constipéis con tanta vulgaridad. Haced tal he dicho, y lo que no se os figure de mi voz, tened por cierto que ya remacha vuestras cadenas.
(Sale)
BONIFACIO
Qué señor Godofredo más señorial, cualquiera diría que no debe observancia a un superior. Señor real hubiera querido nacer, pero según su plumaje pomposo no es más que un pavo real sin corona, y tan real como fantásticamente se le ve en sus muchos lujos… tal vez se lo coman antes de una atragantada epifanía. Ay, que no completen la cena con mis muslitos…
(Mirándose las piernas)
Viéndolos bien, al lustro de estas calzas, no están ni tan mal formados, y a fe que tampoco me va mal el ir en calzas y sobre estas zapatillas… veo que si no me sirvo de mis muslos, tendré que correr para otra suerte en que mis muslos sean también un lastre… Aunque si las plumas del tirano resaltan, yo seré, al punto que cómplice servil, el comensal más próximo a su partido siniestro, que es donde se come según el hartazgo celebra también su brindis…
(Entran Efrén y Eliseo.)


Escena 4

EFRÉN
Qué hay, Bonifacio. ¿Se nos dice que os escoltemos?
BONIFACIO
La servidumbre es la que debéis escoltar, por lo que dependiente sois de lo que yo, en guía del grupo, soy encomendado.
ELISEO
Duro es que tengamos que sudar sobre la misma tierra que nos sala.
BONIFACIO
Más duro es que con llagadas súplicas ablandéis a quien restaña el látigo. A través de sangrientos jirones sólo se espía un alma sensible; porque imaginaos cuánto tenéis que gemir para tal curiosidad, y cuánto que rogar, cuán doloroso para vos la comunión de esos extremos; tan distante el más allá para que acá mismo donde mueres halagues al verdugo.
EFRÉN
Al menos en un feudo ulterior, en el que señores seremos de nuestro propio tormento, nos aguarda, al fin, la extensión que nos sucede.
ELISEO (amenazante)
Terratenientes, cuando nos tape la tierra… Y ya verán esos siervos el rigor de nuestro báculo.
BONIFACIO
Pero cómo podéis pretender una ley propia, si se os enterrará en donde el señor arruma las cruces de su puntería. ¿A quién regiréis? A quién mengue vuestra hacienda. Luego reinaréis sólo según dure vuestra ruina, justo hasta que os destronen los gusanos.
(Retomando la plática.)
Ahora os contaré hasta otro cero una historia muy especial: según me dijo una tía, un viejecito, a quienes sus parientes le creyeron difunto, se le sepultó bajo una lápida ajena, apenas por debajo de la apresurada ceremonia, que era su único y conmovido y decrépito epitafio. Cuando el hombre despertó de un sueño más intranquilo que lo eterno, escarbó hasta el fondo de su resurrección, que era justo la medida con la que unos haraganes le cubrieron. Cuando al fin se tuvo en pie, a pie cojeó por el atajo que a tientas del bastón harto conocía. Ya en casa, todos los concurrentes al velorio le dieron por aparecido; unos se desmayaron en el corro; la viuda se le figuró que ya lo acompañaba en el otro reino. Antes que insistir en su terrenal marido, con blasfema y codiciosa prisa la pobre viuda reparó en los rostros de los parientes la corona de quien preside el paraíso…
ELISEO
¿Creyó hallarla en alguna ebria coronilla?
BONIFACIO
No, cómo creéis. Tras tanto velar, la pobre mujer más bien se le figuró que aquel apagado velorio era el refulgente infierno, si vierais que hasta le brillaban unos ojos de loca…
(Todos ríen)
ELISEO
Bonifacio, ¿habéis visto alguna vez como vuelve los más olvidados?
BONIFACIO
¿Los más olvidados? De cierto que no los recuerdos. ¿Quiénes son, que los recordáis en memoria vuestra?
ELISEO
Al punto me vencéis, pero os juro que si olvido a mi suegra, mi mujer no se acordará de su parte.
EFRÉN
Accedere naturae partes. (2)
ELISEO
Ella no entendería esa parte que decís; yo tampoco, a fe que no, pero aun con lo poco que sé casi siempre la cojo in fraganti.
EFRÉN
Sine illum priores partes hosce aliquos dies apud me habere. (3)
ELISEO (a Bonifacio)
Hombre, decidle a este pillo que me hable en cristiano, si no quiere que le pille de veras; pues habéis de saber que hasta por yo no saber ni la “o” por lo redondo, con la “x”, y no con un cero, firmo mi amenaza…
(Bonifacio ríe)
EFRÉN
No os ofusquéis, señor. Nada digo contra vos. Dejad a vuestra mujer que sea según su partido: ne expepers partis esset de notris bonis. (4) No os ofendería nunca, ¿acaso no entendéis mi silencio?
ELISEO
Si calláis en latín, pues no. A partes iguales, partes privadas no publican su justicia…
EFRÉN (aparte)
No la cojáis más in fraganti, pues un día la escojo a despecho de tus otras mujeres.
BONIFACIO (quien los había escuchado con atención, riéndose)
Callaos los dos, pues de silencio os vengo a hablar.
(Aparte)
Actoris partes defendere... (5)
ELISEO
Ya que calláis, Efrén, que las veletas de vuestra boca giren sin atinar según vuestros pedos.
BONIFACIO (ya con severidad)
Callaos os dije. Siendo el más gracioso de los tres, ¿tengo que reprimiros?
EFRÉN
Adelante, Bonifacio, que ya de silencio poco que discutir habrá; mejor calladamente escuchemos vuestra orden.
BONIFACIO
Declamado sea el adagio, pues partir nos impone el socorro, y a fe que mejor sería que clamar auxilio por doquier nadie nos escuche. Así que debéis cuidaros de no hablar delante de otro que no os obligue como yo, luego sólo por mi voz tendréis voz… ¿Entendisteis, Eliseo?
EFRÉN
Si me intimáis así un acatamiento, pues sí. Bruto ciertamente no soy, cuando al fin sé que a lo bruto no voy a entender mejor.
ELISEO
¿Cómo presumís de docto cuando sólo de vuestra ciencia sabéis, que harto aplicada es en no saber más? Y no vengáis a defenderos en latín, que sólo post-mortem sobraréis la perdida.
BONIFACIO
Si tan apremiante para preguntar meditáis, más conviene que os paréis a preguntaros por qué así os respondo.
(Lo abofetea.)
Con vos también va, Eliseo; así que únicamente mi voz os ordena voz. Si un desorden cambia la pinta de vuestro silencio, ay, consumados filósofos, sabréis que sin desorden ordeno que calléis para siempre, a ver si así de callados os dura la elipsis un poco. Nuestros serviles hábitos han de llevarse sin afeites, han de ser directos e impostergable en sus figuraciones. Así que no vengáis a joder con acertijos ni pullas ni coplas. El ingenio es un lujo retrogrado que el progreso de nuestras votos debe despreciar sin reparos. Ahora a marchar, porque qué seremos como no seamos en la sermonada convenida; no vaya ser que por profetas de nuestra muerte seamos tan clarividentes como mortales somos.
(Sale.)
ELISEO (sobándose el carrillo)
Para ser el más gracioso sí que le enseria su jactancia.
EFRÉN
¿Y qué merced la del menos gracioso para advertir ínfulas ajenas?
ELISEO
Luego me lo dice el segundo, que en su orden de segundón nos sigue a todos lados.
EFRÉN
Mal tercio haces en guiar torcidamente mis mejores chistes.
ELISEO
No me hagas reír de mala gana, que en ello sí que ciño la corona universal del malo.
EFRÉN
Tanto más universal como cosquillas
Ya me convenga hacer a tus costillas.
ELISEO
Dejémonos de la charada y sigamos al tipo.
EFRÉN
Nam genus est, quod plures partes amplectitur, ut animal; pars est quoe subest generi, ut equus. (6)
ELISEO (enojado y amenazante)
¿De qué especie sois vos que con latín intriga? Decidme, ¿me ofendéis en latín? Pues yo con una lengua más vulgar os respondo. Según intriga a mi parte, ya veréis, hideputa…
(Salen. Oscurece)

Escena 5

(En otra estancia)
GODOFREDO
La claridad con que avanza el día encandila el alba, y el ocaso espesa desde ya los jarabes que siempre prefiere la noche. Hoy llega mi hijo, el único, el heredero que lejos llevó la honra de mi estirpe. Mujer, ya veréis la condecoraciones que le ungen, y veréis, por ventura de tal esplendor, que los efectos marciales que ciñe le adornan para un trono.  
FLORA
Viene de lejos, mi señor. Tan lejos ha dejado sus monedas, que la suerte de haberla trocado por otras lo traen con bien a la casa de su padre. Muy conocido es entre el vulgo que una fama de andariego le hizo volver de tan lejanas tierras, porque también se dice que si sigue yendo y viniendo así, ay señor, le pararán en el mismo sitio donde yazca insepulto.
GODOFREDO
¿Qué decís, mujer del demonio? ¿Cómo os atrevéis, deslenguada, hablar así? Si de cierto proliferan los infundios que vuestra misma servidumbre dice, ya os pesará haberlas repetido donde servís. Por mi rigor conoceréis que mi hijo me aventaja.
FLORA
Perdonadme, señor. No os alteréis. Lo que se dice apenas incumbe al ignorante que lo afirma. Ignorancia. Ignorancia por doquier se le estudie noche y día. En esa tierra tan disputada, el sirviente sólo empuña el cetro que sus adversos tesoros ignora.
(Entra Alfredo)
Mirad, señor, aquí viene vuestro amado heredero.
  GODOFREDO
Largaos de aquí, mujer. Iros a ver como retoña la jardinera. Y con discreción encubridle como por las mismas razones tengáis que callar.
FLORA (a Alfredo)
Señor, bienvenido.
ALFREDO
Padre, dejad que me vea un poco. Flora, si dura fue la venida, entre agobios y tormentos, ahora vuestra bienvenida dulcifica.
FLORA (con una reverencia)
Señores, permitidme partir lejos, para que os encaréis, padre e hijo, sin la media de mi cara. En este punto, yéndome lejos, os serviré con más largueza.
(Sale Flora)
ALFREDO
Padre, esta Flora si ha de apurar su savia, brotará para confirmar un pródigo arraigo.
GODOFREDO
Es natural bajo este techo los artificios de esta anciana, en los recodos de su lengua a veces halláis el doblez de una buena reprimenda. Pero allegaos. Qué me decís, amado hijo.
ALFREDO
Que la vuelta tuvo tantos estorbos como la partida. Tengo tanto que contaros que quizá me interrumpa un número igual de anécdotas.
GODOFREDO
Hablad, hombre, pues ya otro tanto aguza mi apetito.
ALFREDO
Pues os digo, padre, que a quienes Guillermo rige están embotados como el arado que en su arte conducen. La gente desapegada se ciñe al apero con sopor, e igual abre la tierra para la semilla como para al finado. Pero, qué puedo contar que no hayáis sabido por empeño propio. Mas si puedo contaros la mar de zozobras, y hasta fábulas que se urden para dormir tales náufragos. No sabéis, padre, como indistintas fronteras por doquier se yerguen, cual serpiente tientan el tiento del viajero; y ora os ofrece el fruto de la perdición, ora os acomete con una mordedura fiel a su raza, sin retrasarse con alegorías en su inoculación mortal. Mientras estuve de mercader, pinté tan marcial como había de convenir en mis provechos; tan atroz en la defensa como fuese atacado en mi doble fondo. Creedme que los usureros son en el canje tal los estrategas más briosos lo son por adversarios. Se gana bien si estáis mejor armado, luego podéis hacer que todo rinda mejor si os aprovecháis de esos enemigos. Hay lugares en donde la moneda, cuya efigie es sólo su peso en oro, rueda más que los siervos que se revelan vanamente. Lugares, padre, en donde el vértice cierto es el sepulcro, pero ni así alguien se puede arrepentir a solas; sabido es que todos los muertos de una sola peste o un solo hierro, hermanos de muchos, van a taparse en un solo sacramento. Hay agujeros tan grandes que sólo los rebasan las extintas proles para las cuales fueron cavados. El desorden y la voracidad son los señores que mejor han repartido sus feudos entre la gente bárbara y distante. Ciertamente la regencia de Guillermo, con todo y sus efusiones, es la mejor organizada de cuantas tuve ocasión de comparar.
GODOFREDO
Venid, Alfredo. Estáis de vuelta, ingentes peligros os demostraron que sois el único heredero, cuya excepción corresponde también a mis planes, pues qué otra naturaleza dicta ley con vuestra llegada.
ALFREDO
Qué decís, Padre.
GODOFREDO
Os digo que sois vástago de vuestra estirpe. Así, como vuestros ojos se entornaron en el sopor de crepúsculos sangrientos, habéis aprendido a aguzar la vista entre cicatrices, promesas y juramentos. Virtuoso arte, cuando a través de un hilo de luz se destrama lo que urde toda violencia.
ALFREDO
Y os digo, padre, que el lío de los homicidas cambia las monedas del orbe.
GODOFREDO
Pero también por un ojal de metal se debe ver la costura del misterio.
ALFREDO
Sólo una sabia tiranía podrá acuñar un signo que administre esos trámites.
GODOFREDO
¡Con qué brillo tintinea vuestra inspiración!
ALFREDO
A ver, ¿me compráis una antorcha a la lumbre de una velada hoguera? ¿Turbáis mis ojos, don maravilloso que me reserva un porvenir, con las velas de un sepelio? Pues, sin llevar luto, estoy a oscuras, y así no atino a comprender a la luz de tales cálculos, padre.
GODOFREDO
No, hijo. Para revelaros el luto de quien se esconde, enlodo sus oscuras velas, que henchidas lo llevan al rutilante abismo. De este lado, mientras os miréis al espejo, debéis ver que soy fiel a vuestra herencia, y así la templanza de reflejaros doblemente, nos ha de bendecir a los dos.
ALFREDO
Excusadme, pues aun por verme así como me pintáis, no me veo todavía arruga alguna que sobresalga de vuestra docta vejez.
GODOFREDO
Ya veréis. ¿Acaso no veis vuestros mismos ojos? Entonces, ¿cómo podéis llamaros ciego si llegasteis por perseverancia vuestra al espejo que os pulí? No os extrañéis, amado hijo, de lo que os rodea, pero aquí la savia cambia con cada luna. El comercio, insepulto, sólo transige con los buitres que le hostigan, pero con otros efectos he cambiado lo que aún espera consumar su cambio. Subterráneamente premedito el sepelio de Guillermo, acaso insepulto ya y al arbitrio de los mismos buitres. Ya os cuento, hijo, la cuenta de esas velas.  Ya os cuento, en detalles que al caso hagan muy verosímil.
(Oscurece)

TELÓN

  

A C T O I I


Escena 1


(Entre los viñedos)

VIOLETA

¿Qué apacible rocío llega apenas? Mirad que la lluvia antes de caerse del cielo es así de trémula. Ah, las flores afuera crecen mansas, lo sabía, en cuclillas de sus raíces anticipan un salto lento y laborioso, acaso hasta la cruel mano que de un pellizco las siega para siempre. Nada reverdece de aquellas flores sobre cuyo mal yo lloraba un mal propio. Sí, otras lágrimas caen de mis proféticas lágrimas, a la sombra de mi llanto ya no me alegra el sol. ¿No lloro ahora, cruelmente librada en estos predios en que la vid destila su porción terrena? ¿Adónde voy si este campo no tiene los límites de mis pies? ¿Quién puede arrancarse de sus huellas para dar un paso diferente? ¿No son los brindis de un raptor, que ahora en derredor veo en sus frutos, las cuencas rebosantes que tanto me vigilan? Mirad, racimos de ojos por doquier… ¿No veo, donde el dolor apenas destila un breve desahogo, que también se ahoga mi porción de sal en esta porción terrena? ¿Con qué cuidado he de preservar estas flores, sino con el luto de mi porvenir?

(Enderezando los tallos)

No me guardéis reverencia, porque, tan deshecha estoy, que no puedo imponeros una regencia de dolor. Soy yo, queridas, quien aguarda por vosotras. Creced, la savia os apremia. Creced, que la miel tiene su tiempo y en el alambique de una ponzoña guarda la pócima que me aguarda.

(Murmurándole a una de las flores)

Tú has adelantado a tus hermanas. Dime si una altura superior puede guiarte a espalda de tus huellas. Mira el campo, ¿qué breve pausa en mi pesar me hace rehuir para siempre de un pertinaz raptor? No mires arriba… Dime, pues. No eleves oraciones a un cielo tan distante, pues no tantearás tan alto, sino un amén diminuto que se aleja mientras más te hundes. Ni por crecer de tus raíces, aventajas en suerte la fe que desflora el cielo. Mira en derredor, entonces. ¿Qué breve tregua? Contéstame… Contéstame…

(Entra Alfredo)

ALFREDO

¿Qué queréis que os conteste?

VIOLETA (en un sobresalto)

¿Quién sois vos?

ALFREDO

¿Es eso lo que me preguntabais antes de que me conocierais? Pues os digo que mi nombre importa lo bastante si sabéis que soy yo.

VIOLETA

¿Vos?

ALFREDO

Es una pregunta verdadera a la que no puedo ser infiel. Más ha de halagaros el que hayáis de preguntar mejor de lo que os respondiera.

VIOLETA

¿Qué buscáis aquí, las uvas que me vigilan? Mirad que si coméis unos de esos ojos, menos tendréis que advertir a vuestro señor. ¿Es él que os envía? Pero os pregunto esto otro: ¿Cómo puedo fugarme si la complicidad de estas flores no me quieren escoltar? De cierto veis que están quietas…

(Lentamente y con pena)

Y, sin convencerlas, yo las secundo…

ALFREDO

Sois generosa al cuestionarme sin medida. Yo no os hablo como creyerais; no quiero que vuestro pródigo hábito cifre en unas pocas letras lo sustancial de vuestra duda. No sé, sin embargo, por qué me contáis según otras cuentas. Si el juramento de un extranjero os calma, tened como fiel el mío, que por venir de tan lejos no halla su verdad en el desarraigo, sino en la virtud del retorno. He venido a ver estos nuevos viñedos, y encuentro que el jardín de mis recuerdos infantiles reverdece según la fragancia de otrora, mas un nuevo y maravilloso perfume incita con dulzura el vigente éxtasis. Sin que os conociera, no os olvidé, pues cómo olvidar una venturosa profecía que ya por presente así lo fuera. Mi memoria ya se da a vuestro recuerdo, y que sólo la tradición que no os honre con justicia se consuma en el olvido. Pero, decidme, mi bella niña, jardinera al parecer de sus virtudes, ¿qué os perturba así, qué monstruosa tiranía se adorna con vuestras saladas perlas? De cierto que ornada así puede figurar como un galán de cualquier encumbrada corte. Mas, aun purgando la flor de una noble juventud, sancionaré con mi espada a quien os oprime así; me volveré contra quien me aventaje en título de ser mi blanco tan claro a mi enconado luto. Decidme, niña, ¿sois de este fronterizo viñedo que para nadie parece trazar un límite? ¿De qué fortaleza venís? ¿Qué padre os veja malogrando su precioso legado? Decidme, ¿es mi arrebato el que os arrebola las mejillas? ¿Teméis? No merméis mis esperanzas al rescoldo de vuestros rubores, dejad que la lumbre de vuestras mejillas guíe mi tiento… y que vuestros besos, bella, dicten su ley en mis labios.

VIOLETA

No temo por vos. En las mejores palabras habéis probado ser hombre de una palabra, y se me figura que no sólo con ellas, y si en virtud de ellas, cumpliréis lo dicho con el rigor de vuestro brazo. Si veis que mis mejillas enrojecen es porque al fin el tono de mis esperanzas se impone, nunca para burlar a un aliado gallardo. Agostada bajo la sombra de un cautiverio, deliré como los profetas a quienes en mis horas de sobriedad les pedía misericordia y acaso un tributo afortunado de sus vaticinios… Ay, mas pobre de mí, pues no importa ya describiros mis tormentos, si de cierto ahora veis que la penosa sucesión de ellos os inspira lástima.

ALFREDO

No es lástima la que me inspiráis. Mas si habré de sentir una lástima que me haya de combatir resueltamente, será por mí mismo al no poderos convencer de lo contrario. No el revés, sino el anverso os tributa un verdadero homenaje, querida. A vuestra belleza, a vuestro delicado talle, a vuestro cutis dulcemente arrebolado con el fulgor de una energía secreta, a vuestros dedos entrecruzados con la alterna belleza de una fe tenue, a vuestra fragante cabellera, profusa e inextricable para salvación de mis laberintos. Honro estos frutos que antaño os espiaban. Si un adverso vino juzgasteis de sus promesas, yo con un brindis futuro torno lo caduco. Pero decidme, ¿qué protector cruel os ha relegado en su hacienda?

VIOLETA

No sabéis cuánto me conmueven vuestras atenciones. Ya no veo consuelos en vuestros cumplidos, pues otra medida cumplen que me placen verdaderamente. ¿Preguntáis que qué celador con ruindad me confina? Muchos, señor, puedo decir. Tanto que, sólo al padecer el mismo delirio de mis fiebres, podéis contarles entre relampagueantes tormentos. Uno aquí, otro allá; si duermo, si velo…

ALFREDO (aparte)

Ah, pobre. ¡Qué belleza así perturbada guarda su equilibrio en un punto apenas!

VIOLETA

Vivo allá, en aquella barraca… antes los muros me perseguían hasta el lugar que mis pesadillas llamaban lecho. El terciopelo de un hongo entre el canto de las piedras es lo único que se ha suavizado en mi lujo. Sólo un fantasma, que maternalmente se gana la enemistad de su amo, cuida que a mí no llegue la impaciencia de un loco.

(Mirando con suspicacia alrededor, y en sigilo)

Puesto que me cortejáis mientras prometéis vengarme, y así tanta fe me conmueve como nunca, os doy mi amor, porque os amo antes de ser libre siquiera. El cielo que desde su altura me ha rebajado tanto, ahora indulgente me dice tan cerca al oído que conviene que no sepáis más. Marchaos, mas con devoción os digo que os espero en mi cautiverio.

(Empujándolo)

Marchaos, Marchaos, Marchaos…

ALFREDO

Aquí será vuestro altar.

(Aparte)

Clandestina si os encumbráis en el delirio; ya os aperéis de vuestra fiebre en pos de una lucidez que os abra los caminos…

(Sale)

VIOLETA (volviéndose a las flores)

Veis que sobre la tierra otros pasos vienen. Aunque de tierra extranjera, mi amado, del primer golpe, deshizo la yunta que labraba mi pernicioso camino al paraíso. Su ternura, venida de un recóndito destierro, me enternece. Todo cambia, señoritas, libertada seré de este predio en que floreció la desolación de un tirano… sí, pero debo cuidarle de que no le descubran, de que mi carcelero crea incluso lo que no sabe… mañana, dijo; sí… tardará tanto en llegar que se me figura un inconcluso ayer el hoy que se demora… seré libre en sus ceñidos brazos. Libre, libre; y nada a ras de la locura ha de retoñar siquiera. Llanto decís, no, no, no. No son lágrimas los frutos que veis en mis ojos; translúcidos, salados, húmedos, sí, pero fructifican felizmente…

(Girando)

Mirad como sobre mis pies yo giro según una nueva música. Si tuvierais la fe de que no os he de abandonar, os arrancaréis de allí para seguirme. Venid conmigo, girad, girad… él mañana, tras el giro de un sol brillante, vendrá…

(Entra Flora)


Escena 2


FLORA

Violeta, mi niña. ¿Tan contenta estáis de girar en el centro de una turbada alegría?

VIOLETA

No, mujer, ahora los acordes corrigen mi baile; alegremente aprendo de un paso a otro, de una vuelta a otra y si sobreviene el mareo será para arrullar a mi sueño. Aunque algo me entristece que las flores a mi cuidado sólo crezcan de sus cadenas…

FLORA (tocándoles los cabellos)

Criatura, si con mis cuidados os pudiera guardar de la tiranía. Os cuido cual más os creo necesario a vuestra fe, mas cuido que oraciones tristes traspongan el cielo en vano. Sí, os atiendo porque os estimo, mas por pena de mi amor también se me ordena que os cuide. Cómo desearía que mis cuidados no contravinieran el origen de su virtud, pues, ay, con igual fórmula mi observancia me divide. Siendo la misma, me alejo de vos cuanto más cerca sentís que os sigo.

(Con los labios casi rozando los de Violeta)

Si escucháis que mis labios os rozan es porque muy lejano de vos beso vuestro retrato. Así también os protejo y doblemente sufro por vos, en este vínculo sólo un tercio nos salva, ya que invisible él, que invisible no sea su milagro… Veo en vuestros ojos, apacibles ahora, la sombra de un venturoso brillo. Venid, mi frutal ave.

VIOLETA (ganando otra vez el fulgor)

No es una sombra la que veis cual máscara, es la vivacidad de mis ojos cerrados las que alumbran el nuevo sendero de mi llanto, mujer. Vos, ¿no visteis quien partió de aquí, con el halo de una promesa que mañana lo divinizará?

FLORA (con premura)

¿Alguien os importunó, Violeta?

VIOLETA

No, mujer, alguien, a quien ya llamo mi amado, halló la ocasión de ser oportuno tal es propicia mi devoción a él.

FLORA (casi sin respiro)

¿Vuestro amado? ¿Adónde el vino reúne la ebriedad de los más memoriosos?

VIOLETA

Aquí, mujer. Ciertamente no era una aparición hostil, ningún rasgo febril de mis delirios marchitaba su rostro. La pureza de su voz gorgoteaba como un límpido hontanar, sus ojos claros aclaraban cuanto su voz decía. La viril templanza de sus promesas, ora rugientes cual las olas del pedregal, ora crepitante cual la espuma de una orilla salvadora, enaltecía su lumbre de viajante.

FLORA (aparte)

Se me figura que describís a vuestro hijastro.

(En voz alta.)

¿Os dijo su nombre?

VIOLETA

Se llamará como lo llame mañana.

FLORA (aparte)

Ah, mi niña. El cruel monstruo también engendró la perdición de vuestras esperanzas.

VIOLETA

¿Qué decís, mujer?

FLORA

No os conviene, Violeta, que nos alejemos más de lo que la distancia nos separe. Si sois apartada de mí, más lejos que la constancia de esta paradoja, cualquier otra tiranía aventajará el cautiverio de hoy.

VIOLETA

Decís mal, mujer… mañana veré a quien libremente llamaré mi libertador.

FLORA (aparte)

Ahora veo que aun las pretensiones de un incesto os librarán del lazo. Luego fiel he de ser con mi derecho, y si el parricida os sigue amando, seréis bien cuidada en adelante…

(Interpelando cuidadosamente)

Si decís que en el confiáis, puesto que improvisó su anonimato sin los apuros de ningún delirio, confío entonces en que puede vencer a quien os raptó, al trocar el despecho del verdugo con su propia muerte. Mas aún no debéis anunciar a quien furtivamente espera que lo maten, tampoco debéis confesar a vuestro salvador los pormenores que os liguen directamente. Por último, que el nombre de vuestro salvador siga siendo el que no te ha dicho. Así sabrás llamarle siempre.

VIOLETA (escrutadora)

¿Qué completa vuestro discurso, mujer? ¿Qué alevosía os ilumina así los ojos, rigiendo luego la conjunción de mis estrellas? ¿Cómo podéis pretender ventaja en un atentado cuya víctima os oprime de antemano? Decid…

FLORA

¿Quizá con un cómplice cuya intrepidez sólo conoce vuestro amor? Pues basta, mi niña, que sea así, y que vos creáis aún más por la fe que le tengáis. Habrá un banquete en casa de Godofredo, asistirán muchos de sus vecinos y otros principales en los que no descuento a quien conocisteis hoy. Según vuestras descripciones, es de porte eminente, así que de cierto asistirá. Sí, ya veréis; con su propia muerte acusaréis a vuestro carcelero…

VIOLETA (adelantándose con atención)

¿Cómo es lo que me decís?

FLORA

Muchas savias apuran un inocuo dulzor para sus flores; por separado no completan un tributo mortal, mas si nuestro ingenio las reúne en una sola pócima, aderezada con los legítimos deseos de la venganza, su destino enerva una veta en la extensión de la ponzoña. De cierto que esto haremos: con una seña se marca el plato.

VIOLETA (ya con creciente malicia)

Y tras una clave insospechada delataremos el comensal ahíto…

FLORA (con pesadumbre)

Sí, mi niña, y si en adelante vuestra libertad no conviene mi servidumbre, entonces yo, bajo el yugo de mi signo, os he de libertar de quien os acerque a la distancia de lo desconocido… Si por él sois defraudada, yo de su inconstancia os rescataré.

VIOLETA (girando con vivacidad)

La música se prolonga en mi baile, y la escucho y bailo. Flores, ya no temáis… venid conmigo. De cierto que vuestros rubores me advierte timidez, y no miedo…

(Oscurece)


Escena 3


GUILLERMO

Trino fue el séquito que envió el protervo hombre, y así terció su propia parte, pero sin que la cifra profetizara un grano más en el presente exacto. Un trío remitió hasta mi corte… un trío que frente a mí recitó tres veces cuanto se les impartió sin demora alguna. Uno encabezó el coro y los otros le secundaron calladamente. Cleofás, mis demandas tal vez le hostigan, mas la calma es depositaria de un interés secreto. Ningún esquivo juramento se subleva sin cuidados, y, sin embargo, ya notáis que sospecho un secreto móvil por el cual aún me reverencia. El haberlos despachado afrentosamente de mi corte, no castiga la insolencia de quien los envió…

(Entra un heraldo.)

HERALDO (hace una reverencia)

Señor, permitidme paso hasta vuestro solio…

GUILLERMO

Pasad, heraldo. ¿Qué buenas noticias inviste el porte?

HERALDO

Pues no soy yo quien juzgue propicia la talla que me salve de la intemperie. Decid vos si merezco salvarme de una deshonrosa desnudez al menos. Si el castigo es ir en pelotas, de antemano boto a favor de vuestro voto.

GUILLERMO (severamente)

De cierto os digo que habléis antes de que mande a redondearos la vida en un rizo al menos.

HERALDO

Perdonadme, señor. Bien, lo que he venido a decir por mi puede ser mal dicho, pero al menos me aventaja mi natural medida a la reverencia…

CLEOFÁS

Entonces, ¿queréis que os doblen más que a vuestras rodillas, bellaco?

GUILLERMO (desenvaina la espada con rabia)

Iréis en bola, pero antes os desinflo en el centro.

CLEOFÁS (interviene)

Señor, calmaos. Es poco conveniente matar un heraldo antes de su prédica, pues, incluso siendo buenas lo que trae, mala será la venganza de sus noticias.

GUILLERMO (conteniéndose)

Ahora hablad, tunante.

HERALDO (acobardado)

Señor, que el hijo de vuestro vasallo Godofredo llegó para regocijo del padre…

GUILLERMO

¿Qué decís ahora, Cleofás; conviene matarlo, puesto que ya la nueva de nuevo sobre esas mismas plantas me hostiga?

CLEOFÁS

Ahora bien pueden allegarse los deudos.

HERALDO (se prosterna)

No, señor. Os suplico piedad. ¡Piedad!

GUILLERMO

Pues marchaos en pelota a darle una vuelta a vuestro cuello.

HERALDO

No os entiendo, mi señor.

CLEOFÁS

Que por pudor de vuestro brazo os colguéis de uno con más viril sabia, antes que no os alcance ni una parra.

HERALDO

Señor, tengo hijos tiernos…

CLEOFÁS (a Guillermo)

Como lechón de vuestra mesa.

HERALDO (insistiendo como para atenuar el otro comentario)

Señor, tengo hijos tiernos…

GUILLERMO

Y con el plazo de vuestras demoras mi rabia tuvo nietos.

HERALDO

Señor…

GUILLERMO

Bien, marchaos… y no tentéis más el destino cuando la estrella es la del cobarde.

(Se marcha.)

CLEOFÁS

Como os dije, señor, el heredero estaba por venir. No habéis agotado mi consejo aún. Si pretendéis de su calma una rudeza, seguid difamando al hijo. No sabéis, señor, cómo puede la cólera embotar a un hombre. Dice el sabio que no es de sabio dejarse llevar por su puntería.

(Se recompone Guillermo.)

Seguid apremiándole como el temor de perder una gran cosecha lo apremia ya. En la próxima sesión de vasallos, vuestra condena será el partido de la mayoría. Expulsaréis a un refractario y nosotros a un enojoso vecino. Ahora disculpadme, pues una parte par también debo cumplir con mis pares. Os dejo en vuestro impar recogimiento. Señor.

(Hace una reverencia y sale)

GUILLERMO

Impar habéis dicho, mas con dos ojos veo lo que con singular clarividencia me turba… o con dos ojos soy doblemente ciego. Ay, siendo la ceguera el único pomo de que auxiliarme, no es indulgente las prisas de estos rigores. Ya es hora que remonte nuevas profecías… no queda otro plazo, puesto que nada allana su cuesta, a cuesta cargo con lo que se acuesta con mal sueño…

(Oscurece)

Escena 4


(Otra vez el viñedo)

VIOLETA

El retraso, que no se perdona sus acomodos, le espolea; yo os perdono siempre. Mirad aquí viene. Nombre tenéis que puntual a esta hora me llama. Vuestra promesa vuelve para jurar la fidelidad que, envuelta en la premura de ayer, marchó a cumplir sin falta la tardanza de hoy. Venid, amado, yo os perdono siempre, que es “siempre” el tiempo que me basta siempre…

(Entra Alfredo)

ALFREDO

Mi bella, aún el cautiverio, llano y expansivo, os abruma. Decidme, pues, si el blanco con el cual mi espada soñó tornar rojo de un solo estoque se aclara en vuestra mente. ¿Ya simplificáis los monstruos de vuestros delirios? Decidme uno y yo le haré único de una vez. O si para hallarlo habré de embriagarme con esta cosecha que os apremia, contad con que contaré al infame entre los dobles que vea. Decidme, entonces, si os regocija que, una vez vengada por la fuerza de mi brazo, os lleve del brazo vuestro, tiernamente vestida con el mismo cuidado de las caricias vuestras. Dadme los folios que vuestros pálidos dedos estrangulan, y en ellos sentenciaré las estrellas que auspician al monstruo.

VIOLETA

Ah, mi señor, a vuestra voz me ciño. No conviene exponer la vida cuando la vida es todo, mas os revelaré mi verdugo con vuestro mismo acierto. Será lo que de vos: la valentía y la lealtad la que así proscriban la entereza del muerto. Veréis quién es, como empeora hasta morir; y de un salto conoceréis el nombre y los dolientes con los cuales guarda la afinidad de un luto miserable. De esa noche, saldremos a un amanecer reciente; las huellas que nos lleven conservarán para sí el testimonio de acompañarnos. Marcharemos lejos, acaso a las tierras de las cuales has venido. Reconoceréis, por mis ojos, lo que en tiempos tal vez crueles visteis en ajenas tierras. Venid, amado. No me digáis vuestro nombre antiguo, pues ya os bautizo en la pila de mis aguas, y según mi revelación todo principio coincide con vuestro origen. Pero ahora debemos convenir en que la libertad urde vengar mi oprobio.

ALFREDO

Con cuánto ardor, mujer, me trazáis el camino de una venganza, que aún con el brillo de vuestros ojos sollozantes no alcanzo a distinguir muy bien. ¿Cómo, sin conocer a mi enemigo, puedo entonces aventajarlo en vuestros planes, si os deja maquinar así?

VIOLETA

Una clave os daré. Una que él no conoce. Sí, sí, sí, señor, una clave os daré; un dístico, llave y cerrojo engastado, y vos abriréis el sepulcro.

ALFREDO (aparte)

¿Es su turbada mente la que acentúa su equilibrio?

(Interpelándola.)

¿Cómo ha de ser, querida?

VIOLETA

Habrá un banquete al que de cierto asistiréis, pues vuestro porte es de principal. Uno de los comensales, que concurra hambriento, sólo verá pagado su apetito cuando su mismo sorbo lo atragante para siempre.

ALFREDO

A fe que no decís mal, pues hay un banquete al que yo concurriré.

(Aparte)

¿Así que el miserable anticipa la conjura?

(De pronto.)

¿A derecha o a izquierda de quien preside?

VIOLETA

Por principal es siniestro, dadle, señor, el lado huero que convengáis. El monstruo, que central ocupó su hora infame, es parcial a mi odio. Dejadlo a un lado, entonces; de un lado espera, que ya lo veo de reojo. A su sitio llegará la sentencia de soslayo. ¿Acaso mi odio no se trocará en un guiño que así aguce la vista de nuestro venturoso porvenir?

ALFREDO

Os rescataré luego. Mas dadme un beso que endulce el amén de mis labios, la fe de nuestras preces necesita de sus ungidos celadores.

(La besa.)

Mirad que los prodigios de esta luna ya rigen otros astros. Venid, amada… Dadme la clave de esa clave.

VIOLETA (besándole)

De cierto os doy cuanto os niego a todos; y tomo como mejor pago el precio de vuestro animosa boca. Desde allá, cuando el notable usurpador caiga entre el consuelo de sus parientes, hemos de partir, hacia el mundo que conocisteis con orgullo. Amos de nuestras alegrías, esclavizaremos tristezas, tristezas que pese a ser tan pocas también con devoción ornarán nuestro dichoso lecho…

ALFREDO (besándola fogosamente)

Querida, la misma muerte será el alma de quien tenga cuerpo para emparentar con su brindis…

VIOLETA (mientras lo desviste)

Dejadme que os desnude. Las manos que yo misma oprimí con el infructuoso rezo de aquellos aciagos días, ahora quieren tentaros, palpar suavemente la vitalidad de la cual parten vuestras caricias. Dejadme que os pueda conocer cual sois. ¡Qué Dios no profane nuestra enlace con incestuosas bendiciones!

(Oscurece)


Escena 5


(Aclara la escena, aparece Violeta terminándose de vestir)

VIOLETA

Aquí estáis, mujer…

(Entra Flora.)

FLORA (aparte)

Y hasta por estar en este mismo paraje que os relaja, casi no soy la misma que miráis…

VIOLETA

Ya he concertado con él el futuro. Como me habéis dicho el asistirá al banquete. Pero, ¿Por qué os entristece lo que por naturaleza de lo predicho debe alegraros?

FLORA

Yacisteis anticipadamente, mi niña. Un niño tendréis como fruto de vuestra impaciencia. Sí, bien lo sé. Yo, que con guiños de alumbre he burlado muchas veces los deleites del tirano. Ay, sé que esta excepción no mide con reglas lo que al cabo tendrá su medida. Ah, sí, en tales ocasiones adentro se concibe lo que quizá el exterior de una promesa falsa abandona, mas la exactitud de tales suertes, que ya son de vos, crece con otra edad y a término bueno abrevia su plazo en el vientre.

(Tocándole el vientre)

Meses que igual celaré, puesto que tampoco me acercan…

VIOLETA

Vuestras dudas me intiman un falso miedo, Flora… No habléis así, mujer. Con cuántas candidez dejamos que las dudas usurpen sitio a nuestras certezas, y así demora el pensamiento que responde por tales lujos usurpados.

FLORA

Escuchadme, si os viene a la memoria el haberme escuchado. Os recomendé administrar las palabras, pues en tal economía no os hubierais revelado desnuda, sin la mesura de vuestro verbo. ¿Recordáis que os dije que ningún límite os sobraría para perjuicio, si aventajabais la prisa insensata de ir delante por nervio de una ceguera insensible? Pero no temáis, también lo inverso prueba la cordura, ¿acaso no os grito de tan allá el consejo que os susurra al oído? No temáis, pues ya conozco a quien en nombre de vuestra mano reclama mis confidencias. Seguro ya estáis encinta. Sólo yo sé cuánto os bendigo, pues llegaréis a su lecho en cintas primorosamente atadas a él. Venid, no temáis. Alguien verdadero va nacer siquiera tan fiel a la mitad de quien tentasteis en vuestra piel.

VIOLETA (apremiante)

Si tan cierto es que vuestra bienaventuranzas corresponden a un lazo futuro, si a término de tales atenciones ya conocéis el hombre, para cuyo nombre una mitad concibo, pues ya habéis predicho también la resolución de quien me salva. Le revelaré el rival que sólo a los ojos de una venganza consumada habrá de reconocer.

FLORA (aparte)

Revelaréis precisamente aquello contra lo cual él, sin saberlo, se rebela.

VIOLETA

Juramento es el que profiero…

(Tocándose el vientre.)

Y tan cierto de ir a la luz de quien dentro aún calla vuestras bendiciones.

FLORA (abrazándola)

Venid, mi niña…

VIOLETA (separándose súbitamente)

¿Ya tenéis la pócima?

FLORA

Sólo espera que la ponzoña de vuestros versos, de un piquete, delate el blanco.

VIOLETA

En ellos pondré mi ciencia…

(Oscurece.)

TELÓN
























A C T O I I I

Escena 1


(En la estancia principal de Godofredo)

GODOFREDO

Cuando a la vista de vuestros ángulos le distingáis, a mis puños enfrentaréis con un puñado de hombres, pero, Guillermo, ¿qué puñado os reservo en mi puño? ¿No fue bajo mi rigor que los más de vuestros hombres crueles fueron criados? ¿No les adiestré bajo las sombra de árboles plantados por los siervos de mi tierra? Soy el padrastro de su crueldad, y ellos ya se guardan del incesto, porque cuántos fratricidas le esperan en los campos que osen envilecer: tribus que venida de afuera se adentrarán en su misma raza hasta sacar de sí los corazones hostiles. Estoy cerca, Guillermo, y no lo sabéis. En vuestra precaria corte demoráis con los subterfugios de intrigas; tarde veréis mi puño, y de cierto adentro ya se decide vuestra temprana suerte. Para destronaros, os coronaré con un tajo, pues a fe que os confirmo una corona a vuestra medida, y eterno será el reinado que os mortifique, y lo de nunca también será para vos eterno, y larga la regencia que hinque su cetro para una fe más rapaz. Vasallo me habéis llamado con soberbia; pero hecho polvo del que venís seréis el otro, y el orgullo de un muerto acepta humildemente su destino, así vuestro porvenir condesciende con su corta espera; y luego, como os dije, ab aeterno: seréis el único súbdito en la fosa de muchos reyes.

(Tocan a la puerta.)

ELISEO (sin abrir la puerta)

Señor, aunque la amenaza a veces colma a mi prisa, al pronto os aviso que el señor Cleofás aguarda por vos.

GODOFREDO

Hacedlo pasar, hombre, y marchaos más rápido, no os detengáis, no vaya ser que el ultimátum os pare al punto de demostraros la ventaja.

(Sale Eliseo)

CLEOFÁS (Abre la puerta)

Mi querido Godofredo, cuánto tiempo de diligencias puede demorar un venturoso horario, en que se venga a visitar a los amigos.

GODOFEDRO

Pasad, hombre. Sin embargo os advierto que no hay reposo cuando se conviene que la paz de los sepulcros no perturbe la paz de los vivos.

CLEOFÁS

Entonces, permitidme que lo más de ese afán lo lleve yo.

GODOFEDRO

Hombre, contadme del infame Guillermo. ¿Aún contiene su cólera en los brindis de sus intrigas?

CLEOFÁS (riéndose)

No sabéis, señor, el odio insensato que os tiene. No sólo arremetería contra vos, sino que, muy contrario a su carácter, escucha mis consejos con paciencia, acaso para que su aversión supla ensayos rudos por medios más verosímiles de venganza.

GODOFEDRO

¿Así que se distrae el hombre?

CLEOFÁS

Sí, tal hemos acordado. Mientras él cree que os removerá a los ojos de vuestros vecinos, nosotros ya mellamos la fe de sus últimos días. ¿Los hombres de la ribera están dispuestos ya? ¿Una tropa insospechada como decís, a espaldas de quienes no son adictos, ya aguzan sus púas? Mucho me figuro las greñas de esos bárbaros, pintarrajeados como las quemaduras del infierno; tal le reclutasteis de su misma juventud.

GODOFEDRO

Sí, el primer ataque omitirá mi ira. Preciso es que ante el asombro de Guillermo, el tumulto parezca ajeno a mi insurrección, aun ajeno a nuestra comunidad.

CLEOFÁS

Mas contra vuestra indiferencia se volverán sus otros vasallos. Tan rápido vuestra espada debe irrumpir, que el desorden puede tomaros ventaja.

GODOFEDRO

Son unos cobardes, Cleofás. Anticipando sus cobardías, convoqué un banquete en donde ellos presidirán su indigestión; el día de mañana serán sólo súbditos que en sigilo caguen el hartazgo. Quienes figuren en el banquete se allegarán con la doblez de sus virtudes, es verdad, pero con el defecto irreversible de aplacar sus apetitos, codo a codo.

CLEOFÁS

Soy de vuestro dictamen.

GODOFEDRO

Y tal día escucharéis un poco más.

(Acercándose)

Mi hijo llegó, Cleofás, las prácticas de días brutales, y los crepúsculos lejanos en donde la tierra fiera eclipsa a los hombres bajo el sol, le adiestraron cual yo no podía hacer jamás. Mas ahora ofrezco un terreno fecundo a sus estratagemas, cual ningún estéril rival le hubiera cedido en gajes de extranjeras ruinas. Él guiará la rebelión cuando las huestes de Guillermo se vean azoradas por los “bárbaros.” Con apenas dos cargas su juicio ha de embotar el ardor de quien su cerebro le turbe. He allí, entonces, cuando mi sospechosa indiferencia se volverá feroz.

CLEOFÁS

Ya habéis adelantado los ribetes de vuestra investidura.

GODOFEDRO

Tanto porque al convocarlos antes de la sesión que ya Guillermo amaña, reuniré, en principio, a quienes me adversan menos. Y en testimonio de sus recelos, propondré indemnizar la vejez común de nuestras vecindades. Agasajaré a los concurrentes en nombre de la corte; los convidaré a una mesa oblonga de cuartones devastados en menguante, y sobre un mantel urdido en el telar de la corte, dispensaré la dieta y el brindis de esa dieta. Regaré sus esperanzas, por mojar una trama que haga rendir mejor nuestros cultivos. Les hablaré de aumentar la recluta en la proporción fronteriza de unos distantes bárbaros, cuya primera embajada es la arenga. Y quienes hayan de convenir mi fingida sumisión, serán los más diligentes sumisos que medien en la conjura.

CLEOFÁS

Habéis dicho bien. Espero hasta la cena de esa cita, entonces. Me cuido de no emparentar con la glotonería de los ignorantes, luego, con mi frugal ayuno que ya a mi espíritu nutre, me guardo más bien para el brindis del día siguiente…

GODOFREDO

Brindo por ello ahora mismo.

CLEOFÁS

Por cierto, ¿dónde pernoctan las huestes?

GODOFREDO

Aún en mi imaginación, señor… No os apuréis, que ya os imagino mi cercano par, que impar será su suerte.

CLEOFÁS

Bien, yo también espero el mismo día. Ya verán las cuencas desheredadas, como nosotros dos nos repartiremos la heredad.

(Sale)

GODOFEDRO

Habláis por vuestro guiño, tuerto, y ya se aguzó un dardo impaciente para cuando despabiléis.

(Entra Flora)


Escena 2


FLORA

Señor, tan pronto como soy, heme aquí, os traigo noticias de Violeta, que mi retiro protege…

(Aparte)

Ya que no sus oraciones.

GODOFEDRO

¿Cómo le ha sentado su retiro?

FLORA

No sabéis, señor, como en tan corto plazo ha cambiado, es que contado así sólo puede creérsele en verdad, pues apenas en un sinfín de impaciencias le fui notando ese progreso que tanto me conmueven. Sus mejillas han enrojecido con la tibieza del sol, sí, y el tono que antaño la ruborizaba ahora le es el grado distintivo de una mejoría. Un tierno bronceado aviva la otrora palidez. El cabello suelto, ya no atado con los nudos de flores marchitas, prodiga un bálsamo a la resolana. Sus pies se plantan con ligereza y no se arraigan a ninguna huella que antaño le fuera un lastre. Toda su gracia sigue el curso de un baile que crece con gradual tino y se acerca a vos, a vuestra ceremonial espera. Si vierais que hasta engorda un poco.

GODOFREDO (con vehemencia)

¿Qué decís?

FLORA

De una tregua huraña, pasó al laborioso anhelo. Así sus trémulas manos redondeaban las faltas de su vista, en la hora siguiente de sus tentaciones, pero piadosas son las esperanzas del descarriado, que halla según su espera el pomo de la virtud. Vistió los hábitos en tanto los ceñía en sus rezagados pliegues, y según la estación, que era también al mismo tiempo su adusto tiempo, sus dedos contaron las flores que entre esa cuenta florecían otra vez. Pronto aprendió a hablar sin el acento de aquel cautiverio, y como si un silencio le infundiera tal observancia, calló como no calla el cautivo ruiseñor. Mas una vez le sorprendí recitando un ingenioso dístico, y con igual rima, ya con menos estribillos, miraba vuestros muros. La misma devota resignación, con que sus acordes iban alegrando sus guiños, les hacía tornar su mirada hasta aquí. Ya veréis que el cambio consagrará a la salud vuestra un primoroso premio. Sin que yo la guíe hasta vos, ella, frente a vos, os dirá el lugar al cual me he referido hasta ahora. Sí, al punto tendréis sus dulces tardanzas en vuestro catre.

GODOFEDRO

¿Alfredo no la ha descubierto aún?

FLORA

De cierto que no, señor; mientras la celo sólo de flores me habla. Y la he celado como me lo impones.

GODOFEDRO

Como presumís, nada le he dicho a mi hijo, y al margen de los viñedos le he servido en su copa. En tiempos inciertos se vive hoy, y es bueno que ya lo sepáis mujer, en que las nubes ya asoman lutos amenazantes. Tengo un techo y mil filo que se erizan en tormenta. En este descampado, desenvaino el arado que hará parir a la tierra. Cuando escampe ya sobrevendrá el sosiego de una ceremonia. Aunque no entendáis las señales que el cielo de mis ojos os insta, manteneos en el viñedo con ella, será el único prado virgen después del banquete. Así como las cosechas de esas vides intactas esperan por el vino de mis campos, tal aguarda mi mujer.

FLORA

Decidme, señor, ¿a partir de cuándo debo moderar esto que mandáis?

GODOFEDRO

Después del banquete os diré lo que al punto conviene.

FLORA

Y a vuestro hijo… ¿su escaño en el banquete, lo promueve?

GODOFEDRO

¿Qué pretendéis de esa pregunta, mujer, sino segar con sus garfios tanta curiosidad? De cierto que si no os dais por satisfecha, es porque descuidáis mucho la vigilancia que os he ordenado.

FLORA

Ay, señor, si tanto la vigilo que mi amoratado despecho remeda su nombre para consolarle en el mismo tono.

GODOFEDRO

Pues no desatéis más la lengua, porque libre os ceñirá un nudo al cuello. No tentéis más la dulce ignorancia, más bien manteneos apegada al pregón que os reserva una solución fija. En cuanto a Violeta, no le digáis nada de estos esbozos. Retratadla según su semblante, mostradle el espejo de su apacible retiro, en el agua en calma un cielo se calma. Celebrad un banquete allá si queréis figuraros la escena de aquí, mas una vez que os advierta templanza, cumplid sin las trasgresiones de vuestra lengua. Ahora, marchaos.

FLORA

Señor, lo que fuere que os aguarde, segura estoy de que vuestro heredero irá en pos de secundar vuestra suerte.

GODOFEDRO (a gritos)

Marchaos, marchaos a vuestras obras de servidumbre. No importunéis más.

FLORA

Os sirvo, señor.

(Aparte)

Al fin para vuestra dieta os sirvo, y según hasta ahora he sido vuestro mejor sirviente.

(Sale)

GODOFREDO (en un grito)

Bonifacio, Efrén, Eliseo, venid al punto. Estos monigotes distraerán mis ansias.

(Entran los siervos)

ELISEO

Señor, henos aquí, juntos, gemelos de tres cabezas.

EFRÉN

En trío os podemos repetir el dúo.

BONIFACIO

Yo doy fe de ellos, señor.

GODOFREDO

Os condujisteis con prudencia; la embajada que os encomendé bien la llevasteis a término. Tanta tierra caminasteis que con los mismos pasos habéis medido un sepulcro más oportuno para otros, os felicito por ello.

BONIFACIO

Señor, es doloroso tasar la espera con la tierra que me dais, pero de cierto que me duele más, que, siendo del polvo y al polvo yendo, no haya echado un polvo el día de difunto.

EFRÉN

Tenéis razón, Bonifacio, mi mujer me dice que la honra para un día de entierro es no enterrar en el límite de un lecho disoluto. Aunque contrario os parezca que el no tener que enterrar me lastime, me sentí tan desgraciado como si el mismo día, por el límite que me dais en obsequio señor, y válgame que en tales momentos nadie es incestuoso, hubiera enterrado a toda mi familia.

GODOFREDO

Siendo criados, ¿os empeñáis en proliferar vuestra prole cuando el día de difunto os intima abstinencia?

BONIFACIO

Este bruto quiere, a lo bruto, hacinar una bastardía en el redondel de vuestra generosidad. Yo me quejo, pero éste hace de su queja una fe de muchos y cuanto por ello subversiva. Señor, no sabéis cuanto me costó hacerlos callar en el camino, que tuve que amordazarles mientras reverenciaban al rey.

ELISEO

Por qué tenéis que hablar por nosotros de nuestro silencio; no fue bastante ya con callar. Permitidme, señor, insistir con la parte propia. No en latín, por cierto…

(Se tapa la boca, balbuceando)

¿Estamos de acuerdo, Efrén?

EFRÉN (se tapa los oídos)

Repetid de nuevo.

GODOFREDO

Callaos. Callaos.

(Efrén asiente. Eliseo le destapa los oídos al advertir la rudeza del vasallo)

Ahora os convoco para que salgáis de aquí. Vos, Eliseo, id en pos de quienes os escucharán en confirmación de su destino, y, como os he mandado, no digáis mucho, que así ellos entenderán que son los principales a mi mesa. Apurarse, hombre, y que vuestro cansancio no omita ningún adverso dintel de los ya marcados en mi glorioso pórtico.

(Sale Eliseo)

Efrén, llamad a mi hijo.

(Sale Efrén)

BONIFACIO

Señor, mis muslitos son enjutos, no me mandéis a los predios de la bruja, que como ancas de rana los desgajará para un hervido, mejor corro a diligenciar la cena de Epifanía.

GODOFREDO

¿Qué decís, infame? ¿Qué os hace pensar que yo acuda a un espantajo? Si vuestro despojos os sugiere fantasmas de cocción, id, pues, y muy de prisa, a que ella os preparé un bebedizo que ablande los célibes votos de vuestra mujer; si ningún efecto sucede, la muy puta vieja os habrá engañado, tal que por su misma condición bien podría entretener vuestros excesos. Ahora, largaos de aquí…

(Sale Bonifacio)

¿Qué visión enrarecida le anima a este insensato a suponer supersticiones en mi porvenir? Ya nada distrae mi gloria, lo que se me antoja mejor tiene en mí su voluntad.

(Entra Alfredo)

ALFREDO

Padre, ya que me llamáis, os llamo por el título que os aguarda…

GODOFREDO

Y que, en herencia legitima, os aguarda a vos.

ALFREDO

Sea el bautizo de nuestra estirpe.

GODOFREDO

Es preciso que convengamos las greñas del tumulto. Después del banquete, otros serán los colores de mi tinta.

ALFREDO

Según he visto en mi destierro, señor, las leyes se sellan en copiosa sangre, y por más que se junten excepciones y se líen las promesas de los entusiastas, otros advenedizos incurren de soslayo y aun de frente. Se precisa, entonces, que vuestra tinta, que en el desorden ordena conjurar lutos parciales, también organice perdidas y despechos, según un contrato universal.

GODOFREDO

Sea vuestra espada la que os abra camino a tal magistratura… Venid, amado hijo, ya veis que desde que vuestra madre murió no pensé en otra nodriza para vos que no sea la misma ambición vuestra. Haced familia tal bajo este designio eres mi hijo. Permitidme que ya en la antevíspera os aconseje más. Bien temprano cogisteis el camino de las armas, llevado por su puntería atinasteis en tierra extranjera, pero, puesto que vos ya hacéis mención, os recomiendo que no soltéis la empuñadura secreta que reservéis en vuestro tálamo. Os recomiendo que andéis con recelo siempre. Os recomiendo, hijo, que el desorden de espadas ajenas no os retrase cuando os encaminéis con el rigor del cetro.

ALFREDO

Y también por vuestra “magistratura” habré de heredar tales dones…

(Oscurece)


Escena 3


(En otra estancia)

ALFREDO

¿Así que la conocéis, mujer?

FLORA

La he visto guarecerse cuando sospecha ser espiada.

ALFREDO

¿Quién ordena tal suerte? ¿A quién ponen de custodia?

FLORA

En principio, pensé que una huraña manía le instigaba a lejanos derroteros. Nunca antes le vi tan cerca, y, viéndole allí en su ahogo, juzgué que la locura, señorial también en su servidumbre, le custodiaba. Con el tiempo transigí con ella, le llevé las raciones diarias de un horario que ella espaciaba displicente; mas después hasta me habló. Mientras charlábamos, descubrí que la urgencia de sus preguntas respondía por el honor de una mente clara.

ALFREDO

Con grados más bruscos se me alcanzó lo mismo, mujer. Alguien la obliga a vegetar para adecuarla al tono de una ceremonia estéril. El vejestorio, cual jardinero, y aun desaconsejado por las raíces de su linaje, larga la criatura sin nudos que compitan con talones fijos. Hela sola, por fuerza de un miedo que tiene cadenas muy pesadas, pues ¿qué salida está al frente cuando la frente, abrasada por el delirio, lleva por doquier una cruz tan propicia a quien le apunte? Una profecía de ceniza se cierne como el luto, y a cubierto de días oscuros creyó ver el sol en sus flores. Ah, sólo la sumisión de un bastardo sacrifica su único néctar para salvar el tronco común de su desventurada costra.

(Confidencial.)

Como presumís, mujer, nada le he dicho a mi padre, sus asuntos están tan cerca de sus vecinos, que una sospecha puede cundir entre esos límites. Quienquiera que imponga tal ultraje, pagará incluso por no haber pagado antes de nacer.

FLORA

Por eso vengo a vos.

ALFREDO

¿Qué decís, Flora?

FLORA (saca un papel de su vestido)

Al contarle que os conozco, me dijo que mi piedad podía abreviar su espera, y esta nota me encomendó que os entregara, a cuya fórmula también coincide mi oficio.

(Le extiende el papel)

Tenedla, fielmente os pongo en vuestras manos lo que ya precisa tanto mi lealtad.

ALFREDO (escrutando la caligrafía)

Un dístico.

FLORA

Una clave, según mi servidumbre implica.

ALFREDO

Una clave que no consigue su medio, apenas en el papel la veo perpleja y pálida. Algo añadido os hubo de encomendar antes con sus dulces labios.

FLORA

Que no sean la acritud de los míos los que adulteren los suyos, luego esto dijo: ‘decidle que aquí está escrito el fin del mal bebedor; ni su peor borrachera podrá juntarle tanto en el retrato. Así que cualquier Ganimedes del banquete sabrá arrimar la copa entre el orbe de una borrachera.’

ALFREDO (sopesando el papel)

Luego he aquí el vórtice de su mortal resaca. ¿Quién decantará la ponzoña en la precisa copa?

FLORA

El cocinero más viejo, a la sazón también cocinero del rey según le dije, tiene por costumbre sazonar con licor los platos y las copas. Es una receta inmemorial ésta de procurarse la ponzoña, según la rima del vino predilecto. Me ofrecí, pluguiera el cielo que con infinita bondad, a encomendar entonces el colmo de un brindis que el poético copero advirtiera. Con qué entusiasmo la muchacha acudió a mí, y esto agregó sabiamente: ‘Id, que como mensajera sois vieja y los viejos se allegan sabiamente. Id, que sólo a la sazón de la vejez se complace a un banquete en que el tirano muera. Id, que pinta el vino el semblante fatal del tirano y no más su cólera’.

ALFREDO

Ahora el asunto se aclara, y cuanto no entiendo en la rima se arrima a la sentencia; luego la última cláusula remata el soneto. Dejemos, pues, que el nudo corra en la garganta.

(Distante)

Mas hay algo que intriga, ¿cómo un cómplice cató de antemano el vino del banquete?



FLORA (disculpándose)

Fui yo quien le dijo lo que ella sabe; lo supe desde que vuestro padre deliraba en secreto, y, quizá por imprudencia como presumís, ay… (mas se me figura que mi transgresión se anima para bien) le dije que tras una ocasión festiva yo iba guardarme de un peligro, bajo el mismo techo conforme al bien de ambas. Tantas preguntas me combatían al tiempo, que hube de rendirme en desventaja de mis respuestas. Entonces, me dijo que su violado nombre aún no deshacía los morados que el ultraje tatuó. Me dijo que el infame de seguro concurriría al banquete, puesto que a la mesa tendría la distinción de su mismas ambiciones. Después me habló de vos, de cómo le habíais conocido, y de vuestra amorosa complicidad. Entre el ir intercalando un punto y otro, al fin me confió la urdimbre escrita de su puño. Yo misma, Alfredo… ay, Dios sabe que aun por hacerlo de espaldas a vuestro padre no quiero tronchar en su fiesta más que una rama podrida…

ALFREDO

Sosegaos, mujer. Tenéis la licencia de su hijo.

FLORA (aparte)

Perdonadme del incestuoso crimen, mi Dios…

ALFREDO

Vos misma preparasteis la pócima, según erais la embajadora de instruirla adentro, ¿no es verdad?

(Aparte)

Ay, ya el eclipse desfavorece el perfil que retrata.

FLORA

Sí, yo misma junté los cogollos y tensé estas rimas.

ALFREDO (como para sí)

¿Banquete cuya copa está marcada con las señas del dístico? Consagro la ocasión en que venganza, amor y herencia dan la felicidad de un sólo trago. Ya veremos esa noche quien es el cobarde que, en lugar de ceñir espada, porta la corona de una intimidad abominable. Destronado por el mismo brillo caerá. Y si otros, a quienes nada de esto incumbe, mezclan en su imaginación un atisbo de conjura, entonces serán purgados a la misma mesa, y tras el sobresalto apuraré el brindis. Sé que el consejo de mi padre favorecerá las razones de mi anticipación.

FLORA

Ya las favorece…

ALFREDO

Antes de partir, debo santificar mi empresa en el santuario.

FLORA

No la visitéis. Una despedida puede prevenir al monstruo.

ALFREDO (tras la duda)

Sea, entonces, con el acto que nos glorifiquemos.

(Sale)

FLORA (con pesar)

Ay, ya veremos, también en los rincones de la misma noche, si vos heredáis a vuestro padre, pues sin despedirnos huiremos y las arañas devanarán el sudario de vuestro encono…

(Oscurece)


Escena 4


(En la corte)

GUILLERMO

¿Qué se hizo Cleofás?

SIERVO

No se hizo en vuestra corte, mi señor, pues ya hace que se fue; en cambio lejos se hizo el enfermo y por mucho tuvo que deshacer la hacienda de lindar con la muerte.

GUILERMO

¿Qué decís?

SIERVO

Que por simular una tos, mientras yo lo espiaba en los matorrales, casi se ahoga el vasallo. Su paje, que fue naufrago en dos travesías, lo rescató casi en la otra ribera. ¿Lo mando a buscar, señor?

GUILLERMO

No; no, no… Antes que un consejero melifluo, una desgreñada criatura de los montes es quien mejor se allega a mis esperanzas. Una paciente y tosca cocinera de recetas sombrías. Una que, de caldo en caldo, nutre profecías adversas con cucharadas de estiércol. Una que con mal de ojos bizcos le guiña un ojo a muertes repentinas. Una que de las savias punzantes aguza ponzoña, y que de vísceras incompletas o impares, fermenta la cantinela de un redivivo. Una mujer que, entre la enmarañada intemperie, dormita mientras las arañas le rellenan sus turbias pupilas. Una que con estornudos de azufre aviva el fuego. Una mujer, de cuyos corrosivos orines destila miel de enamorados. Una mujer, cuyas longevas uñas se hincan de maldición en maldición, trepando hasta el virgo de una desventurada viuda. Una mujer que con torcidos auspicios hace germinar escamas de monstruos en un caldero hirviendo. Una mujer con espuelas en sus mordiscos y piojos calvos entre sus canas. Al punto llego de anticiparos sus señas. Ya es hora, pues, de que ella reanime el reloj con otros de sus giros… sí, en su lance va mi puntería. Sí, ella, que en el bosque oculta sus canciones y pullas… Sí, vos, traed un recadero.

SIERVO (tartamudeando)

Al pronto os lo envío, mi señor.

(Sale.)

GUILLERMO

Si retrasé la espada, al topar con el punto que antes la bruja marcó con su báculo (si consumada la porción que hubo profetizado la vieja, apareció el consejero a partir del cual ni los consejos siguen a tientas), ya es hora de que otro venturoso vaticinio adelante un trecho largo sin alcanzar a mi arisca muerte.

(Entra el heraldo)

HERALDO (hace una reverencia)

Mi señor, heme con vos.

GUILLERMO

Marchaos al arrollo, y seguidlo contrariamente. Cuando lleguéis al punto donde abrupto se estrecha el cauce, veréis en el fondo cristalino el mapa de un deshojado trébol, allí os detendréis a escuchar el gorgoteo que tanto lo dimana la corriente. En el murmullo escucharéis el canto de un pájaro que nunca antes le habíais escuchado. Volved, entonces, vuestra vista al cielo, y adonde el pájaro con su canción vuele seguidle hasta que cese en un árbol. Reanudad vuestra expedición hasta el tronco convenido. Del otro lado de las raíces, hallaréis a una vieja en cuclillas, harapienta, nervuda y encorvada. No le habléis, ni desconfiéis de su silencio, tampoco de sus pullas aunque os sacan los ojos ver que os aventaja con esa esgrima; sólo tendeos ahí toda la noche, pernoctad lo más del día siguiente bajo la sombra de ese follaje. No cortéis nada del árbol, no matéis deliberadamente ningún insecto que os perturbe. Llevad una ración si presumís que el hambre os turbará la espera. Si la vieja desaparece de vuestro lado, no desesperéis; pues a término de vuestra estancia os recordará la vuelta y ése será su primer prodigio. Seguidla, entonces, no le advirtáis la ruta, más bien id a su arbitrio, secundad su lenta cojera sin azuzarle jamás, y, si el silencio de antes os fue ventajoso, no despreciéis la renta de callaros. Mas os conviene que no objetéis mis advertencias, pues de cierto os digo, por bien vuestro, que si después de haberme escuchado malográis vuestra obligación, aun por morir de miedo, renquearás todos los días sin hallar una sepultura donde guardar vuestra perpetua fuga. Pues mi orden, tal os he recitado, es un conjuro que os obliga a cumplir u os castiga por contrario rigor del cumplimiento.

HERALDO (resuelto)

Mi señor, pronto estaré en el bosque, lo que marcasteis corregirá mis impericias en el arte de escrutar tales prodigios. Ya me veréis de vuelta, en esta misma estancia, tal ahora me veis, pero al lado de la bruja que esperáis.

(Sale)

GUILLERMO

Otra profecía que me anime. Mando a castigar el desacato y ya toda dilación burla con ventaja la prisa de mis dones… La bruja, la bruja de mi padre, que de mi abuelo fue doncella. Que venga la repulsiva bruja a advertir su ombligo a la otra mitad del cuerpo vigoroso, hasta la cabeza que todo lo calcula. Si antes la espada me describió el orbe, mientras al galope iba cabalgando, ya pienso que es mejor que en adelante la cabeza ciña la corona.

(Oscurece)


Escena 5


(En el bosque)

QUIRIMA (cantando)

¡Adonde una verdad fácil engorda

La mentira ojival tallas nos borda!

Así, pues, diligente costurero,

En el sitio vestisteis la traición.

Mas los ojales, mis sepultureros;

Mas alzada aquí, invicta la porción.

(Tronando las manos)

De talla entera y desnuda. Sí, señor… Ay, con una canción de doncella, y cuatro dientes de ajo cariado, se hace reír a una jorobada. Con una canción de doncella y unas plumas de cuervo se puede volar hasta el balcón de una fogosa viuda. Con una canción de doncella y una doncella se adivina la edad de una doncellueca. Ay, pero nada para mis huesos de vieja, que arden al calor de una extinta juventud, se puede hacer con una canción de doncella. Con una canción de doncella pruebo el acre sabor de mis desdentadas ponzoñas… y el resinoso estribillo repite la acritud de mi saliva.

(Ríe)

A muchos he malogrado, bien al dejarles cojitrancos, bien al apagarles la sed en un candelero; mal por consagrarlos a un himeneo pernicioso, mal por reservarles un hijo díscolo y torcido… Sí, si yo fuera ciega el mal de ojo vería por mí, y tan bien hallaría mi camino, que ya verían quienes a tientas yo le guiñe un ojo. Tantas recetas para tantos males, tantas conjunciones para tantas curas… Pero, Quirima, conciliad la fórmula que os desate los nudos de vuestros dedos. Mirad que a un dolor me ligan, como el pastor ata su oveja descarriada.

(Examinando las especies en derredor)

Es muy temprano para untar rocío en mis rendijas. Esta parra bien puede eclipsar al paraíso y así regir un horóscopo verdadero, mas en este paraje sólo taparía mi vértice marchito. Ay, qué vieja estoy…

(Cantando)

Plenilunio de la fama,

Tienes punto que menguar;

La vieja por buena dama

Ya no quiere por ti espiar

(Reparando el pimpollo)

Este cogollo es acre y os frunce la boca como un culo apercibido, y sólo al sesgo alivia los dolores en el solsticio de una intemperie.

(Con un ritmo íntimo)

Ay, si al agua clara y quieta tuviera que ver mi rostro… pero si dejo caer una lágrima, tan pesadas como suelen ser las mías, corono mi llanto con sus ondas, púrpura que no le sienta al ahogo de lo que se asienta en el fondo de mis sales.

(Pausa, aguza el oído)

Callaos, alguien se acerca.

(Guareciéndose tras el árbol)

¿El rey, que manda tal heraldo, con vivir su profecía no se conforma? Pues mejorarle el porvenir quizá le costará comprobarlo hasta su muerte…

(Aparece el heraldo en escena)

HERALDO (acercándose con reserva)

Bien, aquel ha de ser el tronco, escalofriantes desde acá, el ulular de su silencio. Mirad que rugosa corteza, tal si inmóviles escarabajos se rezagan en el ascenso. Estoy en calma. Respiro con regular sucesión, y a la calma de este bosque glorifico mi vaho. No digáis nada que os perturbe, no recordéis supersticiones ni nada que por nada algo se le parezca. Qué bonitos insectos son aquello que no veo, si os mato es porque no os veo, mas la ceguera os rinde un merecido tributo… creedme que no soy malo, mi maldad no es la que os encuentra para vuestra desgracia, es la ignorancia mía la que yerra en vosotros. Pero no, ni siquiera es ella, pues con qué abnegación me acunó para bien de cuanto debía saber. Ya que no el bien en cada desafortunado paso, pues con bien sólo puedo convenir una mejor suerte, luego es la fiebre que en vuestra tumba hinca su báculo; sí, insectos, es que soy mortal como vosotros y el enemigo común ya nos espolea hasta la muerte… Callaos, ¿acaso no aceptasteis misión sin quejaros? Pues id según lo dicho. De cierto no he llegado tarde, pues no se agita mi respiración y con sosiego soy impuntual a cualquier retraso que me instigue. Calmaos, estoy bien, es sólo la hojarasca la que cruje, no mis huellas. ¿Qué serán esas hojas que cuelgan de sus ramas, acaso conjuros que anuncian una floración? Callad, hombre…

(Castañeando)

Hache, hache, hache, hache, hache… Callad, hombre, pero si la hache es muda, mudo os dejaré de un hachazo, y luego mudo semblante… ay, si con la misma hacha pudiera truncar ese terrible árbol. ¿Qué digo? No dije eso; el eco me remeda mal. Callad, no digáis más, mas es justo que hable conmigo y me aconseje un poco, antes de emprender un silencio arduo.

(Camina en sigilo. Al descubrirla el Heraldo se tiende temeroso y cierra los ojos)

QUIRIMA (quedamente)

Mas los ojales, mis sepultureros;

Mas alzada aquí, invicta la porción.

(Tronando los dedos)

Antes que los acordes de una doncella, o un consejero melifluo, necesito un par de huevos hueros que a mano izquierda se agríen.

(El heraldo abre los ojos apremiantes)

También una garganta atragantada hasta los ojos, luego vapor al espejo de quien muere en una noche de fiebre y, en remate de un despecho, zapatillas de un diligente heraldo.

(Bostezando)

Con esa cocción mañana reviviré a quien mutile…

(Cantando mientras dormita)

Para qué en ola te hincas,

Que en tus pies no calza huellas,

Mientras en calma resuellas,

Pues otra por romper brinca…

(Oscurece.)


TELÓN



A C T O I V


Escena 1


(En el banquete. Comensales y criados)

GODOFREDO (presidiendo la mesa)

Señores, bienvenidos. Ocupad el lugar en que se ocupe vuestra partido. Allegaos, pues, a mi mesa, que en ella presidiréis vuestra parte sin que os importune mi hospitalidad. Este techo, que se cierne como el cielo, os guarda de otros para cuya intemperie patéticos augurios convocan las estrellas. Os digo porque quienes no comen con vosotros tampoco atestiguan vuestra heredad, ni la franqueza con que os dedicáis a vuestros límites. Mirad los manjares que os aguardan en una vigorosa orilla, ¿no son acaso frutos de vuestros labrantíos? Cada vianda, fiambre, pan y licor, ¿no han derivado de la jerarquía de vuestras casas? ¿No habéis tributado al rey con lo que aquí cesa en conmemoración de súbditos devotos? De cierto os digo que quienes con su desapego se aferran a la duda de su ayuno, se perderán en el naufragio, y en el afán pretenderán vanamente la espuma que vuestros apetitos ya presiden. Pues harto acreditada ha de pareceros la incertidumbre en la facultad absoluta de su tiranía, porque sus reglas no sorprenden a nadie cuanto que es la ausencia de excepciones a la que de seguro no se le consigue acomodo. De lo que os agasajo, bien sopesaréis vuestras virtudes. ¿Qué ocasión superior no bendice la afinidad de nuestros votos divinos? Mirad el cielo ahora, que afuera y al través de esos vanos os muestra las sutilezas ricamente bordadas con tanta industria. Apenas los ángeles son vestidos de la misma suerte. No os constipéis cuando la luz refresque vuestros ojos, ni toméis de pañuelos los escudos que se bordan en esos vértices. Si os encandila discernir sus milagros, si os enceguece con su revelación y sus auspicios, entonces a tientas buscad lo que al paso os conviene ver en su esplendor. Señores, a regir habéis venido, por eso os hablo de asuntos comunes y os oigo al pronto de vuestras preguntas. Heme aquí, cierto es que entre vuestros codos hinco los míos en oración. Como vosotros, la fe me une a mis amigos.

UN COMENSAL

A vuestra mesa comparece también vuestro mejor juicio, señor; contento estoy de completar, junto a vosotros, el pueblo cuya diligencia discuta y salve nuestros límites.

GODOFREDO

Me alegro por vos.

ALFREDO

Quienes eligieron el atajo de un rumor, acaso ahora se rezagan para contar a nadie su baldío testimonio. La premura cedió sitio a la inmovilidad, y sólo esa ventaja los acomoda en nada. No obstante, señores, poco conviene que omitamos el partido de sus ausencias, porque incluso ellas incumben a esta mayoría. Nuestros apáticos vecinos les cuadra, eso desde luego, ser adictos al lado que los haya de salvar de su propia obstinación. Es una consagrada ley entre los hombres leales precisar un código universal. La minoría también nos completa, pero nunca debemos permitir que nos socave.

(Con cómplice mirada se entiende con su padre. Aparte)

Ya cumplí con el banquete. Ahora el banquete ha de cumplirme. De cierto que no falta quien, mirando con el rabillo de su ojo ciego, se ha de sentar para siempre, y aunque no le siente mucho su ataúd envarado.

OTRO COMENSAL

Mi opinión no me inclina a ninguna discusión antes que la asamblea de ordinario nos acalore. Aquellas sesiones administran legajos que contraemos y la desavenencia con las cuales rara veces colindamos. Dejemos, pues, que allí se censuren las demás mociones.

GODOFREDO (condescendiente)

El rey presidiría una opinión similar.

(Aparte)

Cuando vosotros seáis vuestros iguales.

OTRO COMENSAL (A Godofredo)

Permitidme, señor, que al cabo de lo que vuestro hijo dijera, eche de menos a quienes vuestra hospitalidad extraña; pues, según la ley de asuntos comunes, también suscribo mi parte.

GODOFREDO

Acertáis, pues igual son de todos nosotros los asuntos que nos unen; sólo que mayoritariamente es de nuestra opinión el que ese todo comprende su propósito, ya sea porque lo haga sin que de ordinario nos acalore para despecho del rey.

(Le devuelve la mirada a su hijo. Aparte)

Ya sabré apretar el nudo, según un código universal.

(A la concurrencia)

¿Qué no nos comunicaría más estrechamente que el agua, señores? ¿Acaso no habéis visto que los ríos se suceden sin parar un punto? La sed, en cambio, ¿no se detiene a abrevar en los arroyos?

ALFREDO (aparte)

También en copas envenenadas.

GODOFREDO

Pues que las espigas de nuestras cosechas concluyan lo mismo unánimemente. Reguemos los brotes con la misma agua del vecino; luego las espigas dorarán nuestro reino con el mismo oro.

OTRO COMENSAL

Os he de secundar sin parar un punto.

(La concurrencia asiente en murmullo)

GODOFREDO

Antes que el ánimo del contrapunto se incline a abrevar precipitadamente, os digo también que debemos contribuir a una recluta más animosa. Aún de la corte no se ha recibido lo que se precise, ni los efectos con los cuales a los hombres se les ordene según sus vestiduras. Mas, es verdad, ya la perspicacia del rey tasa esas cuentas, así conviene que nos adelantemos, ya que no con mesura, con generosidad.

UN COMENSAL

¿Caballería?

GODOFREDO

Sí.

UN COMENSAL

¿Aún más?

GODOFREDO

¿No alcanzáis a ver que, tras los ventanales de vuestras pesadillas, un dorso se vuelve con fiereza, y su joroba que cabalga aún es desconocida para nosotros? ¿Qué sabemos de ellos, que no sea lo que los muertos extranjeros no nos alcanzan a decir? ¿Es preciso, entonces, que nos demoremos entre quienes no suman ni para resucitar?

CLEOFÁS

Ciertamente es una preocupación que en rigor estima el rey; dentro de unas semanas ya su juicio contará los votos.

OTRO COMENSAL (entre el murmullo de aprobación general)

Y su sequito le escolta…

(Un criado se adelanta a escanciar el vino)

UN CRIADO

Señores.

(Alternativamente rebasa una a una las copas)

ALFREDO (aparte)

Poned la pócima en su copa, y que en ella florezca lo que se cultivó en tierra… y que la muerte coseche los estériles higos.

(El criado escancia en la copa de Alfredo)

Brindo por eso.

(Bebe.)

GODOFREDO (levantando la copa)

Brindo con vosotros. Si antes os dije que mis codos, entre los vuestros, se hincaban en oración, ahora elevo el brindis de mi copa hasta la fe que nos incumbe a todos.

TODOS

Brindemos, pues.

(Beben)

UN COMENSAL (catando afectadamente)

El alma de nuestra vid, qué bien nos hará ver doble el paraíso.

CLEOFÁS

Ya os dijo Godofredo, faltaba que con probarlo hubierais de probar también lo que tanto se os dijo a vuestra salud.

ALFREDO (aparte)

Nadie cae, ay, soy yo quien ha sorbido… lento es el veneno que me mata; con tardanza llegaré a odiar a mi Violeta. Mejor ir por ella, cruel, traidora… ay, violeta es la vid en que confié, y no ésta…

(A Godofredo, conteniendo su malestar)

Padre, el buen vino ruboriza la resolución de mi cansancio. Permitid que salga a tomar un respiro…

(Aparte)

Hondo estertor, dadme el aliento de morir del otro lado.

GODOFREDO

Que esta noche sublunar refresque vuestros desvelos, mas volved cuando ya nada os retengan. Mirad que al amanecer es la alborada…

ALFREDO (aparte)

Y también mi ocaso… ah, padre, vedme partir a la luz de mi menguado entendimiento…

(Sale)

UN COMENSAL

Bebo hasta al fondo por la abundancia.

GODOFREDO

Señores, con las cuencas de esta ceguera brindamos, con nuestras cuencas doble veremos el brindis. Y doble ha de ser, según ya salta a la vista, si vaciamos los ojos que no nos ven…

(Todos ríen y beben. Oscurece)


Escena 2


(Cerca del viñedo, en la oscuridad)

ALFREDO (dando tumbo)

¿Adónde me lleva el tiento de este tósigo que en tierra aún no echa raíces y afuera ya despunta entre fulgores? ¿Adónde voy si el atajo de una copa me embriaga dolorosamente? Sí, marchad, Alfredo… al frente daréis con la joroba del monstruo que en blanco os hace mohines. Si una fuerza, terca en su disminución, pugna con su pobre esgrima los rincones que ya gana la ponzoña, que sea para inocularos vuestro germen de venganza con esta púa, mujer.

(Esgrime una daga, la deja caer.)

Ay, Violetas serán las flores de mi sepelio; más que honrado con el luto de mi enemiga, seré burlado con su rubor. Ay, si mi pulso siquiera alcanzara a desflorar su impune sonrisa. ¿No pasé noches tumultuosas en lechos en los que la retama de mujeres ajenas endulzó mis labios? A ingentes peligro escapé, y un peligro enmascarado con la inocencia del ultraje vengó mis otras evasiones. ¿No fui quien con los velos de sus ardides eclipsó la luna en pos de regir un falso horóscopo que me salvara de las turbas? Ahora heme aquí; bajo esta brillante luna cojeo, repto o me arrastro en la figura cambiante de un signo adverso que siempre me comprende. Nueve meses me trajeron a tierra, y el calendario, que sobre este mismo ras mis huellas acompasa, rematará sus nueve meses en una edad que me amortaja. ¿Qué es un cautivo? Contestadme, que por el anonimato se os birló, y así os aludieron sin falta. Con cuánta soberbia mellé las dudas de mi orgullo, así he de memorizar las rimas de un epitafio urdido en contra de mi propio cautiverio… ay, no sabemos qué fronteras comunes miden la talla del sudario. Violeta… sí, en un tiempo le dejé libre, y no cupo en presagios míos… entonces en sus abrazos sacrifiqué mis besos, y mis fogosos brazos abrasaron ocultas sus abominaciones. Todo en ella era simple como su vengativa fe, pero yo conseguí solazar mis párpados, acaso ya plenos de vicios vigorosos; así, a mis deleites, con brusco y nocivos acordes excitaba. Así me sustraía a un horario trémulo y ambiguo. Ay, tras su fraude, la crudeza del espacio irresoluto… y mis vicios y mis costumbres de bruces me embotaron; todas las oraciones en vano señalaron, alzadas al cielo como lápida anónimas, la traición… Mas no es ella la culpable de la costumbre, de la inquina desenvuelta en la rudeza. Fue mi carne que sonrío hasta la dentadura de un loco. Mi mano, que hubo eclipsado a muchos enemigos, no puede amordazar la herida intolerable. No hay justicia cuyas escaleras prolonguen oficios fuera de mí; pues mis culpas con mis daños las engalano (pues mis culpas con mis daños son engalanadas) y mi nueva estancia —moda terrible que corresponde a mi semblante— con la partida de ella, y no con mi marcha inaudita que es castigo, la he de santificar…

(Aguzando la vista. Entra Flora.)

¿Qué veo, otra silueta venda mis ojos? ¿Es la sombra de la muerte que se agranda tal mi pequeñez se acerca al fin? ¿Flora? Flora, infame, vuestro nombre igual es hostil al bautizo vuestro. Con el acto más servil, traicionasteis vuestra servidumbre. Vuestro nombre, de un rapto, deshonró la reputación que os ungía. Infame.

(Cae)

FLORA (acudiendo presurosa)

Señor. ¿Qué decís, qué os pasa?

ALFREDO

Un dístico, vieja infame… ay, mas mi muerte no rima con mi venganza… lejos estáis de que os ahorque…

FLORA

Ay, Dios, el veneno fue trocado, lentamente cambio sitio, y aun apegado al parentesco; aunque son mis súplicas las que salven un incestuoso criminal… tened misericordia de mí… sois la luz de Violeta, ella, para salvaros, os hallaría a oscuras. Con ella escaparéis mañana… Miradme, no me evitéis, que vuestros abrasadores ojos no aparten su lumbre de mis argumentos. Escuchadme, no fue ella la que amputa vuestros lazos… En el vientre un lazo más fuerte, os vengará de la infamia…

(Atrayéndolo a sí)

Escuchad… os traeré la devoción de vuestra amante; otra dosis del antídoto vendrá con las artes del desvelo… Calmad vuestro ardor, si el veneno ha demorado en el punto en que la prisa de encontraros tan tarde me trajo a vos, es porque de cierto os salvaréis muy pronto. En dulces brazos, cuya ausencia me amargarían para siempre, despertaréis…

(Sale Flora. Oscurece)


Escena 3


ALFREDO (delirando)

Violeta, lanzas despuntan en flor… Un reino de mañana… un reino que… Una daga os predigo para vuestro seno… La empuño por última vez, con fiereza tiembla en mi mano, póstumamente le empuño como hubiera empuñado el cetro… decidme… No, no, no supe si era su beso aquel roce que engañaba mis labios, o si era una cifra impar que prolongaba el ruinoso testamento de mi boca. No supe si dormía sobre mis labios que antes por nada habían de blasfemar, o si era su pesadilla que besaba ésta, mi piadosa boca con la cual le rendí juramento… Hombres pintarrajeados los veo venir… en mi profecía deliran… y se pintan con los colores de mi fiebre… quién sois, quién anda tan temprano, ¿la que tarde llega? O más bien venís a confirmar mi fin, justo en este instante perdurable… Veníos, que tiemblo con la daga… y llegáis por fin…

(Entran Violeta y Flora)

VIOLETA (se echa al regazo de su amante, le hace empuñar la daga)

Tomaos, pues, de ese fiero báculo y tantea en mí la verdad, pues verdaderamente os amo y el báculo de vuestra ceguera aquí, en mi seno, es el cetro que el puño mío no ha de reñir. Venid, que no soy vuestra enemiga. Jamás he de malograros… jamás, que es cuanto he de profetizar a vuestros enemigos. Ay, las palabras, aun en defensa vuestra, me traicionan…

(Estalla en sollozo)

Señor, por él fuimos timados. Mi veneno era veloz, mas aun sus malas artes lo adulteraron. No sé si maldecir a las huellas que de ese modo a vuestra inocencia dieran alcance o si bendecir la tardanza que, ay, también escolte la cura. Ah, hora aciaga que pende de su enlutado sol…

(Pausa. Sollozando.)

Mirad, mujer, como la ponzoña se ha vuelto en contra…

(Severamente)

¿No fuisteis vos, quien extraviada como una abeja palaciega, inoculasteis el veneno de mi miel? ¿No instruisteis vos, según recomendasteis vuestro oficio, la rima con la que muriera el monstruo? Mirad qué equivoco refuta vuestros dones; mirad cómo me afligís con vuestras artes y promesas. ¿Acaso dejasteis que un desprevenido cocinero improvisara, a la sazón del tirano, la sazón de otra dosis y otro puesto?

FLORA

Tales dudas, niña, también me afligen, mas, estando contenidas en vuestras preguntas, os respondo con el amor que jamás os ha sido infiel. De cierto que no se me ocurre cómo pudo trocarse las rimas. No sé qué lira aguzo los dardos en otra dirección. Pero de cierto os digo, y aun me guardo de sus móviles, que Godofredo no pudo entrever tal cifra adversa.

VIOLETA (ensimismada)

Callaos, mujer… que vuestra garganta de corneja no proclame vuestro pecado más. Qué maldición podrá en verdad censuraros al fin.

(Atusando los cabellos de su amante)

Ay, si al menos su silencio os arrancara la voz unida con la maldad que la produce.

FLORA (sollozando)

Niña, me laceráis; pero pisadme que mis heridas besan vuestros santos pies. A fe que él no morirá. Si en la cocina se aderezó por yerro a vuestras lágrimas, de cierto que yo misma, ya sin demorarme en lo demás, os he de indemnizar por todo lo que os haya afligido, así tenga que guisar el llanto de un Dios insensible para sostener el vigor de mi juramento. Niña, conozco una bruja que doncella fue de un rey… muchas fueron las mañas que unas vecinas aprendieron de ella, y todas las argucias que aventajan a sus pupilas os servirán para libraros de este trance. Ahora mismo salgo a buscarle… ya os traeré vuestra salvadora, así no salve mi alma en el encargo.

(Sale)

VIOLETA (apremiante)

Sí, sí, sí… Anciana diligente, que Dios os acompañe en el camino de vuestra perdición. Marchaos, vieja… ganad la bendiciones que os tributen un guiño a vuestra alma perdida.

(Volviéndose al regazo de su amante)

Como el fugaz vuelo de un pájaro, labrasteis un río con vuestra vida. A mi vida como labriego distéis razón. Ahora una mala vid rebasa impunemente el brindis que quisimos. ¡Qué importa los cálculos, más allá de los signos! ¡Qué importa las rimas, si allá está el crepúsculo como braza, mirad que arde en la ciénaga, es alba de cenizas ulteriores! ¡Oh, ciénaga de recuerdos, de verdades y caras! ¿Qué tan cara cotiza la efigie su arenga, y cuánto la nariz que respira flores babosas? Vos estáis tendido en la sombra de una luna clara, y sobre vuestra sombra… una luna mas rutilante me turba. La memoria huye al veros tan pálido, señor. Yo, sin embargo, os recuerdo vuestro juramento. No dejéis que la muerte clave vuestra “eternidad” a los bordes de una mortaja ajena. Dejad que los dolores, huyan por donde sus vellos erizados indiquen, no le retengáis por fuerza de vuestro coraje. Que huyan de horror, de miedo… quedaos, mi valiente. Cuidad que mi coraje os sea cómplice. Ah, con qué ceguera nuestro propio veneno haya el atajo que nos mata…

(Oscurece)


Escena 4


(Alrededor de Alfredo)

VIOLETA (interpelando)

Contestadme con vuestro nombre.

(Entra Flora y Quirima)

FLORA

Criatura, entre las enredaderas de esta noche, os encontré a quien cambiará la pena vuestra por la mía. Esta anciana, docta en mezclar un mundo cuyos bosques son hostiles, también conjura los rescoldos de enfermedades venideras y aviva de lo extinto la lumbre de un buen entendimiento. Confiad en que su arte aventaja al mío.

QUIRIMA

Buscaba una vid, en cuyas raíces plantar unos espinos fuera el propósto de esta noche; suerte tenéis de encontrarme en la flor de mis viejas plantas.

(Aparte.)

Como no había de conocer la profecía, si tengo tino para las coincidencias.

VIOLETA

Venid, venerable mujer, socorred a mi amado. Mirad que la muerte compite contra vuestras virtudes, y con ardid os ha tomado ventaja. Venid, poned sobre su pecho un corazón de ruiseñor enamorado, ungid su frente con los óleos de una encina, hacedlo despertar con el tenue pestañeo de un águila, sacrificad el fruto primogénito de una piadosa castidad. Decidme cuántas noches de oscura luna lo debo amantar cuando a su vástago alumbre; ay, mujer, juntad a vuestro recetas las lágrimas que vierto en esta hora infausta…

QUIRIMA (con senil parsimonia)

Hasta este sitio bien puede cogerlo la muerte, en una puesta tan rezagada no puede yacer; cerca está de la alborada que un fin principia para perderlo. Sí, la muerte le persigue, ya tatúa el revés de un ombligo. Mas de cierto que si lo lleváis lejos, sólo mis ensalmos allanarían una rozagante piel. Calmaos, señoras. No temáis, no morirá.

FLORA

¿Adónde ha de llevársele?

VIOLETA

Donde haya de ser, ya en el sitio mis esperanzas me esperan. Démonos prisa…

(En confidente aparte.)

Ay, aunque el mal entre vuestros bienes me extraviare, el sendero del retorno vuestro encontraría.

QUIRIMA

Debemos llevarle a mi cubil. Es un altar lejano adonde la muerte sólo llega para rogar misericordia.

VIOLETA

Misericordoa no tendrá.

QUIRIMA

Estará bien, el bálsamo del camino le aliviará el tortuoso trecho. Allá lo dejaréis, que antes de que el sol consiga el centro, os buscará con sus propios pasos. Tomadlo, entonces…

FLORA (aparte)

Es la cruz de mi desdicha, mi niña…

VIOLETA

Dulce peso, endulzadme con vuestra cura…

QUIRIMA (aparte)

Como pesa la amarga venganza.

(Salen. Oscurece)


Escena 5


(En el bosque, allí el cadáver de Alfredo)

QUIRIMA (echando repollos en el caldero)

¿Es un hombre belicoso el que quiere ser salvado? ¿Quién toca la puerta de mi cubil con sus huesos? ¿Ya muere quien quiere que una mujer le quiera tan vital como ella está? ¿Es simpático el señor? ¿Ceñís ceño como un culo senil? Pues no me guiñéis así, que me caga veros tan serio. ¿Qué le decís al espejo que empañáis? Si pudierais ver el hervor de este cacharro, responderíais cuando poco una pregunta a la cocinera que divertida os está interpelando. ¿Sabéis que mermo aquí una cucharada vuestra? No sé si también tengo que recordaros vuestra memoria con el mismo oloroso veneno que os serví. Sí, caballero, así de servicial figuro mi papel.

(Ríe)

De tan allá se llega sin recordar el acá, acaso acaecido antes de volver a caer en suerte. Y antes de vuestra hora os hubimos traído a rastras, hombre. Un trío de mujeres os trajo, un trío que a dúo os lloraba, pues yo en silencio completaba otro dúo. ¿Vuestra duda no lo recuerda? Pues os cuento, señor, que las espinas, la hierba rasante de flores violáceas, la maleza perfumada por el rocío, la dureza de los escarabajos, en fin, toda esa combinación de vuestro trayecto os puso un ensalmo anticipadamente. Viviréis, es justo que un antiguo amigo lo crea antes que parta a regir su fuga. Ay, pobre hombre, éste que ya se topa con sus huesos. No hay magia, verdaderamente no la hay, en los lujos del palacio, tampoco es tan difícil de creer que ahora mismos estos muros cerquen al pobre rey. Es su cabeza la que le abruma por doquier, piense o no piense mucho.

(Otra vez con el convaleciente.)

Reviviréis en un espectro, si no vivís por este caldo. Mirad el vapor, así os levantaréis si toda vuestra sustancia se consume en el fondo.

(Mezcla, toma una cucharada que hace verter)

Mirad. Soy tan encorvada que la luz acorta más mi sombra. No os disgustéis de mi charada, hombre. Alguien os tenía que amenizar el trance. Ah, os digo que como prenda de un sacrificio vinisteis, por una venganza filial seréis prenda para mi enemigo. No temáis, ya no incumbe vuestro miedo en la receta, pues estáis perdido en la tabla donde os encuentro perdidamente enamorado.

(Prueba el caldo de la cuchara)

Si aún no os ha llegado la pestilencia de este vapor, es porque, desfallecido en esa yacija, os enfrentáis a vos mismo; con vuestros estertores empeñáis la imagen vuestra. Mirad, ya llega quien había de venir… No vuestra amante, por cierto…

(Entra Guillermo, escoltado por el heraldo)

GUILLERMO (a tientas, el heraldo lo escolta con igual suspicacia)

Quirima, veo el humo pestilente de esa caldera, y si no supiese que vuestras deformidades se calcarían en un vívido espectro, os hubiera de creer muerta. ¿Donde estáis?

QUIRIMA

Al fin vinisteis, muchacho, tal os dije en vuestro techo…

GUILLERMO

Aquí estáis, tal prometisteis en mi techo…

HERALDO (aparte)

Ya prefiero la intemperie o la deserción… mas es pre-fiero quien de antemano me recluta, luego las amenazas me obligan en pos de él.

GUILLERMO

Así que teníais que vaticinar en vuestro dominio. Basta que vuestros augurios sean contrarios a estas mezclas. Mirad que un cielo constelado de ajos y cebollas eclipsan la estrella del fragante amanecer. Cuidaos de que según esa extravagancia tengáis que mejorar mucho el cuadro. Vieja, traigo conmigo a un cobarde, más decidme, ¿qué opuesto séquito escoltará mi regencia de hoy en más?

QUIRIMA

No desesperéis, ya os conseguí la prenda de vuestro sacrificio.

(Les devela el cuerpo tendido en la yacija)

HERALDO (aparte)

Qué sacrificados son…

GUILLERMO

Un muerto también precisabais, ¿no os bastó con los que mi espada hubo sumado a vuestro albur?

(Reparando al cuerpo)

¿Desnaturalizada sois que quitáis las prendas de un noble extranjero? Luego más allá de toda naturaleza mi trono regirá… Eso me hace justicia, pues con mucho ahínco he encumbrado mis rodillas a un altar propio.

QUIRIMA (aparte)

Vedlo bien, que no se os olvide el rostro de un desmemoriado. Ningún escrúpulos tengáis, que él no ha muerto; mas por salvarle, reinaréis lejos del tumulto…

GUILLERMO

Me decís, vieja, que sólo un milagro vuestro me puede favorecer; luego he de resucitar un mundo si esto demora.

HERALDO (aparte)

Dios quiera que un milagro nuestro nos reúna con Dios…

QUIRIMA

Es vuestra prenda de sacrificio, muchacho. Fue un milagro que le hallara tan cerca de vuestra frontera. Las prendas que quité de él, hasta por su doliente se me encomendaron, os podéis imaginar la suerte con que tintineaban esos escudos, cuyos perfiles le han dado la espalda a este infeliz y sólo han encarado el fondo del caldero. Luego todo es contrario a como lo distingáis; si que lo sabréis a la sazón de vuestro juicio… acaso ahora no veis un cielo constelado de ajos y cebollas. ¡Que no se os olvide el rostro de un desmemoriado!

GUILLERMO

De cierto que mi memoria recordará vuestros dones.

QUIRIMA (aparte)

Ese será vuestro don.

(Acercándosele)

No temáis; no tenéis por qué temer. Sólo de milagro vuestro rival salvará su prestigio.

(Mirando el moribundo)

Ahora falta que le dé a beber un remanente nauseabundo. Un vomitivo que le haga volverse con la misma virilidad con que habéis de regir. Id en calma, y llevaos a este testigo…

(Aparte)

Mas vuestra prenda es mi rehén…

GUILLERMO

Vieja, vivid para que veáis en mi sucesor mi propia voluntad. Quirima, que el espectro de mi abuelo os desflore otra vez; nuevos pétalos necesitáis para vuestra ciencia.

(Salen)

QUIRIMA (deshoja una flor sobre Alfredo)

Muchacho, yo también deshojo una flor por vos…

(Volviéndose al rehén.)

Marchaos al arrollo, y seguidlo contrariamente. Cuando lleguéis al punto donde abrupto se estrecha el cauce, veréis en el fondo cristalino el mapa de un deshojado trébol, allí os detendréis…

(Ríe a carcajada.)

Qué os instruyo, si vos no tenéis memoria sino para vuestro sueño.

(Oscurece.)

TELÓN
















A C T O V


Escena 1


(De camino a la corte)

HERALDO

Mi señor, estas soledades bien son para el solaz de mis fantasmas, pues se me figura que la imaginación tiene afinidad entre las sombras que distingo. Mirad en los montes grotescas caras al acecho, y, en los fragantes pimpollos, colmillos de bestias insaciables. Esa piedra fue descorazonada por la bruja... Qué demacrada se ve, ah, cuánto ha de dolerle perder la porción sensible. Las siluetas que tiemblan más allá de aquellos montes, ¿las veis? De cierto sacuden el pelaje de una bestia que reposa de bruces. No sé si tiemblo, mi señor, o es que me conmueve un hálito venido de muy adentro.

GUILLERMO

Callaos, insensato. Mirad que mi espada os puede dejar a solas. Si preferís hacer de místico, yo, de un solo tajo, os hago dos para completaros en algo . Ya habéis atestiguado vuestra parte, poco os queda por ver que no sea el sitio en que caigáis.

HERALDO

Perdonad, más el silencio no interrumpe mi retahíla.

GUILLERMO

Pues callaos por miedo, insensato.

HERALDO

Sabed, mi señor, que el sitio en que mis ojos sueñan caer es donde vos despertéis para señorear otro día de los muchos que vendrán.

GUILLERMO

Mas la misma lengua que os defiende, os puede vendar los ojos. Así que cuidaos de no hablar hasta el punto en que un sueño ciego vaticine a tientas un sitio más cercano para vos.

(Tienta con la espada)

Digamos que aquí.

HERALDO

Mi rey, aquí viene un soldado de vuestra corte. Miradle, viene herido…

(Aparece Cleofás, acosado por su vertiginosa imaginación)

GUILLERMO

¿Cleofás, con aparejos de guerra?

CLEOFÁS (se postra ante el Guillermo)

Mi señor, que Dios os salve. Por bendición, el haberos encontrado me da razones. Oh, señor, no sabéis…

GUILLERMO (en un solo grito)

Contad.

CLEOFÁS

Una calamidad pintarrajeada por doquier abruma la corte. Una máscara guiña un ojo detrás de los coloretes.

(Recita el parte ininterrumpidamente.)

Bajo este mismo sol una horda de bárbaros nos mata. Apenas cubierta de jirones, son más salvajes que los animales de donde sacaron tales pieles. Vinieron quienes al amanecer cayeron. Con la fiereza de la espada, entre los pastizales. La caballería no pudo contra tantos dardos. Sí, os dije que una máscara había guiñado un ojo detrás de los colores… Ah, me ruboriza más confesaros... La noche anterior convocó a sus pares a un banquete; en él brindó por la obediencia, embotando los rubores de quienes habían concurrido al Partenón de partes pares. Se dispersaron todos a purgar con pesadillas los rigores del vino. Al amanecer, cien caballos de Troya relinchaban en nuestros enrojecidos ojos. Ceñí espada como muchos, mas el tránsfuga, según su plan, se contuvo hasta volverse contra nos… Ay, cada vasallo se le dio caza en su casa. Yo, apenas con este trunco filo que veis en mi mano, combatí el doble filo de Godofredo. Puesto que no pude vengar la traición, escapé por el marco… Ay, el mismo marco a través del cual el perverso defenestró mi linaje… Majestad, sólo las ruinas llevan la lumbre en procesión, y ninguna abrigador luto ha de cubrirme ahora… y el fuego por doquier…

GUILLERMO (aparte)

Ah, bruja infame…

CLEOFÁS

Señor, mas el hijo desertó a los designios de su casa, y bien puede serviros si lo encontráis. El encolerizado padre lo maldice, lo cree del lado vuestro. De no haberos visto sin él, yo no hubiera contradicho al padre, mas el hijo ha de cuidar que su celo parricida sea tan verdadero como quien lo engendró. Alfredo viene de lejanos predios donde se viste sólo con fachas guerreras, y se lucha hasta con los alfileres de los sastres. Ha sobrevivido a la ponzoña de innumerables duelos, y aun una mentada bastardía le ha dado fama y nombre entre los bárbaros. Bien puede sofocar la vejez de un belicoso.

GUILLERMO

Ah, ¿qué insignias llevaba el hombre? ¿Qué distintivas señas?

CLEOFÁS

Según testigos, ya muertos todos, salió del banquete con unas calzas de volutas cobrizas. Animales de estepas le ceñían la cintura, señor. Ah, no me digáis que le habéis visto huir entre los matorrales, como los animales que llevaba al cinto.

GUILLERMO (fuera de sí)

Vieja infame… Monstruo de cornamenta; súcubo que se rebaja en cuclillas, que repta y se arrastra mientras lame la pútrida miel de su degradación. Dos generaciones esperasteis para volveros traicioneramente. Las maldiciones acunan vuestra ilegítima ley, mas la legitimidad de mi abuelo os irrumpe el sueño de un tajo, aquel que no podéis olvidar ni con las castas flores que cortáis a orillas del Leteo, y para el cual estaréis eternamente esclavizada a mi perdición, como lo tuvisteis a mi pasada estirpe. Que sea el rapto de mi abuelo quien vengue este oprobio… Si os rebeláis, ya os revelo que pagaréis la causa. Ah, de cierto que no olvidaré el rostro de un desmemoriado, pero os trocaré la memoria con la suerte de mi efigie. Naturaleza, me sois hostil…

(Desenvaina espada, con ojos desorbitado)

Y vosotros qué veis... sois del séquito previsto… cobardes todos

(En vano se evaden y caen por los tajos de Guillermo)

Os rebano, os corto… mi espada tiene sed, mas en vuestra vil sangre abreva. Ah, dadme un cazador de sacrificio, dejadme degollarlo…

CLEOFÁS (muriéndose)

Señor, una maldición te acompañe en mi lugar

GUILLERMO (en un grito rebosante)

Ah…

(Oscurece.)


Escena 2


(En la estancia principal de Guillermo)

GODOFREDO (con fachas de guerra, sudoroso)

Ah, hijo, en tal hora me habéis abandonado. Os di la promesa de mi porvenir, y de vos sólo la servidumbre de acompañar mi despecho. Os fuisteis, cruel, amado, primogénito, pero que vuestra perfidia no contamine los méritos de mi nueva prosapia. No, no, no; nada insano encontrará cuanto vos perdisteis. Id y consumad vuestro germen en fronteras espinosas, coronad vuestra traición con el oropel de la fuga. Ah, hijo, antes, con la calma de mis besos, hubiera sofocado los rubores de vuestras fiebres. Contestadme: ¿acaso las raíces os seduce con el vano perfume de las flores? Decidme que es la gravidez de una fragante virgen la que os retiene fuera de mi corte, la que os lleva de mi trono para justificar tal prodigio. Que vuestra ausencia revele su mentís. No os privéis de una defensa tenaz; que por estar lejos de mí, no estéis cerca de una inminente cobardía. ¿Qué digo, Godofredo? ¿Con qué ardor he de justificar el sigilo del mal fruto? Mientras más ardo en su defensa, más se aviva su traición. Mientras más grande el espejo con que trato de duplicar mi esperanza, más lejos de mí él se atavía para un empañado rito. Miraos en pie, hombre, lleváis las preseas de vuestro tiempo, ninguna esterilidad os embota ahora, y si la tristeza de este duelo no os da un retoño, es porque jamás se os traicionará de nuevo. Olvidaos de él, ya tendréis familia, cuya persistencia en la eterna tierra os perpetúe…

(Entra Eliseo.)

ELISEO

Señor, permitidme que os tribute anticipadamente, mas os imploro que perdonéis el que os haya de mezclar noticias inciertas. Os cuento que aún se desconoce donde el cobarde rey pudo hallar su tumba. Muerto está, sin duda, primero lo estuvo de miedo, cuando tantas antorchas encandilaban a su espada, seguro ya resucitó en una pesadilla que lamenta. En el monte, a la intemperie, se encontrará el epitafio que las escorias le tributen. Dignaos en vuestro título, mi señor.

GODOFREDO

Habláis de tumba, pues si una estocada no ha dado con el blanco, a la luz de qué habéis de oscurecerlo más que la tierra que lo tape. Si otra acometida no señala la deshonra, qué señaláis vos con ese tembloroso dedo.

ELISEO

Si no ha muerto, señor, ha huido, lo cual le va ser más largo que lo eterno.

GODOFREDO

Teméis, se os ve en la cara. Ciertamente nunca habéis visto una matanza igual. Ningún chiste distrae vuestra prisa, nada que mane una sangre tan roja, como la que atesoráis dentro, os parece gracioso; eso es política, seréis un buen ministro, tanto mejor si mi espada os hace guardar los votos. En cuanto del antiguo rey, no soy sucesor. Fundo un linaje…

(Aparte)

Cuyo primogénito ya es proscrito. No, cuyo primogénito está por venir…

ELISEO

¿Habrá que conseguir a Guillermo?

GODOFREDO

De un solo tajo.

(Entra Efrén)

EFRÉN

Señor, delante de vos oigo la orden que fuera de estos muros cumpliré.

(Aparte)

Mas del otro lado me cago…

GODOFREDO

Venís conforme a lo que tenéis por decir. Hablad, hablad pronto, no os quedéis a ras de lo que pisáis.

EFRÉN

Aquí acato vuestro oído, señor. Os he de decir que por mucho que se hubo buscado en el incendio, nada aprendimos que nos confesara un calor reciente. Sólo nuestras antorchas dan forma a las cenizas.

GODOFREDO

Para fortuna del miserable habrá frecuentado su otro lecho.

EFRÉN

No, señor. Pues también sus bastardos fueron arrasados. Un erizo de salvajes no dejó piedra en la simiente. Como veis, mi señor, Guillermo todo lo sacrificó; de cierto se vio perdido y nos distrajo con su desgracia entera.

ELISEO

Entonces, ¿alguien le avisó del golpe, y entonces se escondió?

EFRÉN

Acaso un espía… Cleofás, mi señor.

GODOFREDO (pálido)

Ay, no… no fue Cleofás. Iros acostumbrando a la violencia de mis órdenes. Marchaos… id y buscadme a Bonifacio. ¡Que venga pronto!

EFRÉN

Tal decís, señor…

(Hacen una reverencia y salen)

GODOFREDO

Traidor, antes hubiera sofocado los rubores de vuestras fiebres con mis labios. Pero vuestro parricida abandono me desgarra, me desnuda, me deja a la intemperie; me priva de agua, me relega a la despoblada sierra. Mirad que mi ira os rebajará de la tumba que merecéis. Heme en el pedernal que sobresale de la bruma. Apenas cubierto con una piel de cabrito, ahora os he de profetizar: no mis besos paternales, sino el encarnizado pico de los buitres. En un vientre más propicio engendraré mi verdadero linaje, y en el vuestro mi más enconada maldición que os apremie un malogrado parto…

(Entra Violeta, ceremonial y erguida.)


Escena 3


VIOLETA (desencajada)

Aquí me tenéis, aun delante de mí le lleváis ventaja a mi venganza.

GODOFREDO

Violeta, venís a refrescar los esplendores que me abrasan, en ellos tornaréis lo fatuo en fragantes árboles; y, sin mudar de cielo, alegrararéis mi gloria. Pero tanta violencia aún turba los predios, ¿cómo es que la insensata Flora os descuidó? Bien supo la anciana que hoy iba anochecer muy de noche. No se me ocurre, sin embargo, sino que un móvil leal le hizo obrar con diligente amor. Sí, a fe que del viñedo a acá ella os hubo de instruir un venturoso atajo, florido y sereno, que bien os bendijera. Pero ¿Qué os movió a salir sin mi aprobación, acaso la sensatez de haberos corregido? No os interpelo más, ciertamente queréis regocijaros a resguardo de mis placeres. Venid, mujer, bien calzáis las huellas que traen vuestra gracia en volandas. Tan grácil os acercáis a mí, que compareceréis para completar mis bendiciones. Con qué resolución se os ve venir. Lleváis en vuestra elevada frente la talla de una reina, pronto entroncaréis con mi linaje. Mi reina, vuestra venida anula todas las traiciones. Venid.

(Reparándole con cuidado)

El sol os dio un tono de miel; mas crepusculares ojeras os amargan el bronceado. Vuestros ojos son de una profunda belleza, mas se os ve a flor que las raíces de un disgusto reverdecen. ¿Flora ya os inoportuna? ¿Qué insomnio os perturbó así?

VIOLETA

No sé si es al rescoldo de vuestra frialdad que se merman mis vigores, o si es al hervor de una infiel bruja que se agostan mis reclamos…

GODOFREDO

¿Qué decís, criatura? ¿Con qué secreto me interpeláis?

VIOLETA

Medusa fue de vuestro corazón contemplativa y adicta penitente, que ya viéndoos en piedra viva, ay no vio la pobre, cuanto a oscuras viera, que aun la muerte vuestro corazón a sus ojos le infundió. ¿Aún llamáis a quien conspiró contra vuestra casa? Ah, sí, con helada sangre perdonáis mi inocente sangre, y en su propio hervor habéis hervido a la mía. Sois un ruin en vuestra maldad, y yo, armada con la opresión que me constriñe, os hice frente… ay, la clave de tal desorden conocíais vos de antemano. ¿No fui recluida entre oropeles? Hostigada por vuestro asedio, ¿no apuré la medida que en otro punto buscasteis rimar? Ya conocíais que me conozco, y ese reconocimiento había de serme adverso.

GODOFREDO

¿Qué decís, mujer? ¿La tara de la demencia intercala sus larvas en vuestra mente?

VIOLETA

Yo dispuse intercalar la ponzoña en vuestro festín.

GODOFREDO (aparte)

Una mente así de turbada no es de loco. Mucho de lo dicho afina la cuerda de su acorde.

VIOLETA

Con el mismo aguijón que mi amado cómplice a tientas llevaba al convite, le revelaría vuestro sitio a la mesa. Uno de los principales, premiado por mis besos, dio en la cocina la receta de la dosis; mas, ay, el tiempo y el lugar, trocados por vuestra perfidia, dio con el dulce perpetrador. Con cuánta herejía busqué salvar a mi Dios, a qué oficiante tributé todas mis esperanzas; pero a mediodía, cuando había de aparecer por sí mismo, sólo el dolor me profetizaba su silueta tendida para siempre. Ya, proscrita, echada del paraíso, con ardor me rebelo contra la redonda aureola de un perverso. En mi dolor y en mi temeraria ira os desafío. Ay, que  mis sienes os honren, amado… que os honren, pero no por candidez.

(Encarando a Godofredo.)

No me turbaréis con vuestra fingida ignorancia ni con la perplejidad de arrugas que ya os fustigan como yo. Mi venganza será gritaros que os odio, que os odio como nunca podréis amar de tu propia ira un presagio.

GODOFREDO (tomándole de los hombres)

Vuestra falsía responde por vos, y por perjurio del medio apeláis a vuestra injuria, pero seré fiel cuando os imponga la condigna expiación, mujerzuela. Sí. Reveladme el gusano que fue un breve cómplice para vuestra impudicia, pues de cierto que su velado ardid, y no una argucia mía, obró en su contra.

(La suelta y se vuelve)

Ah, cuántos rastreros cercené en su letargo; cuántos de quienes tomaron mi vino los mutilé en su lecho de brebajes, de un solo sesgo, sin siquiera rabia; impunemente murió dividido bajo mi tajo quien fue vuestro doble a mi mesa. A qué anónimo muerto ya llorabais cuando yo le sangraba hasta morir. Nada me indemnizará, pues el daño que hice no lo infligió una venganza, mas vos purgaréis con cautiverio la edad de la cual me privasteis. Ay, será vuestra vida más bien la diadema que os distinguirá para siempre, tanto porque no queréis llevar ornato.

VIOLETA

El dístico, apurado con vuestras rudezas, os hace justicia en falsedad, pero no os aniquiló. La serpiente no se envenena con sus gárgaras...

GODOFREDO (volviéndose, absorto en un punto fijo)

¿Habláis de una rima, rimero de deslices? Sí… El viejo cocinero, parcial de adivinanzas, las emparedaba en galletas. Un retazo de otro papel se me figuró ingenioso…

(Atando cabos vertiginosamente)

Sí, antes del banquete, una falta no callaba su partido, y a la sazón le añadí una “h”, ya veo que de cierto la medida era la misma, pero el medido era otro cuanto que puntual a su medida. Siendo la letra muda, qué había de confesarme, sino a través de vuestro dolor con que enmudecéis ahora. Bien sufrís un préstamo de lo que os sentencio en adelante.

VIOLETA (hundiendo su cabeza en sus manos)

Cobarde… ningunos de vuestros cautiverios me será más hostil que el desconocido sepulcro donde mi amado no birla su eterna pesadilla. En él estoy cautiva, mas en su oscuro seno muero sin encontrarle nunca a él. Ay, si al menos a tientas hallara la púa que nos vengue…

GODOFREDO (en solo grito)

Decidme su nombre, os permito esa postrera ofensa.

VIOLETA

No tenía por nombre uno que así de presuntuoso fuera. Sólo los despreciables como vos se jactan del suyo. Mandad a que me apresen si queréis, yo prisión de un inocente soy…

(Lela)

Ah, debí señalar al tirano con la mortal espada, mas el encono me relegó detrás de tantos medios, que muchos por finales eran. Así dicté una epopeya que sólo tósigo alumbraba. Cómo no me enredé en tus patillas crespas. Cómo no me perdí en vuestros botines para siempre. Cómo no seguí la venganza con el ejemplo mío. Cómo no os aventaje para que me guiaras o por qué, si la estrella funesta desde siempre fuese, no me quemé para vuestra antorcha solitaria. Por qué os dejé, señor, ceñir desarmado esperanzas ciegas. Debí tomar espada y señalar al tirano con mi puntería... No... Con lágrimas de gozo ungí su frente clara y enjuague sus rojas patillas, encrespada con el crecimiento secreto de los héroes.

(Se desploma)

Ay, amado… noble extranjero.

GODOFREDO (con los ojos desorbitados, lentamente)

¡Hijo amado! Hijo, ciegamente os volvisteis contra vuestro padre, y, por ir de luto mi despecho, ciegamente os censuré vuestra ignorancia parricida, y la maldición me sirvió de báculo en tal mal tiento.

(Asediándole con gritos, desenvaina su daga)

Vos, sacerdotisa de monstruos alados… Ay, hijo amado, para cuya ignorancia apurasteis el revés de un brindis. Y vos… y Flora… Ay. Ay…

VIOLETA (enloquecida, aparte)

Ah, cuán desdichada de mí, por emparentar también con vos en el dolor. Ah, el cielo me castiga: acorralada por tentarle, acorralada por rezarle sin respiro. De un cercado incesto no podía escapar mi desgracia… Perdí mi alma con los trances de una bruja, y así, desalmada, igual sufrí en carne viva la vecindad de la muerte, pero este reavivado dolor me hace perder el rumbo hasta topar otra vez con mi alma, que ya no es la mía.

(A lontananza)

Ah, vos, ¿su padre? Siendo vuestro hijo, también he de tasar en mi vientre el término del luto…

(Quedamente, arrasada de dolor se yergue, aparte)

Fuisteis cruel, mi celadora, ya se me alcanza que por fuerza de mis velos me celabais, y así guardabáis un deber según mi desgraciado derecho. Mas si ese mismo cielo me ha de apurar un atenuante, me confieso solitaria, sin más desgraciado cómplice que mi amado…

(A Godofredo, resueltamente)

Cruel, que al menos en ese cerco no figure Flora. A siniestra de mi marido, no fui yo diestra en saberlo nunca. Ay, Flora, su culpa en este presidio no florece… y sí en su insondable pecado.

GODOFREDO (vuelve de su ensimismamiento y le apuñala)

Os doy la única salida… Ah, ni por mataros salgo de mi pena. Es vuestra la salida, en ella no entraré, pues no soy comensal en ese ras. Morid, puesto que cruzáis la rendija de mi llanto…

VIOLETA (muriendo)

Fisgaré vuestra muerte por ella…

(Flora irrumpe violentamente, mientras Godofredo, retirando el último acorde de sus puñaladas, contempla con rabia el cadáver)


Escena 4


FLORA

¡Miserable! Habéis hincado en inocente vientre la lápida de vuestra vergüenza. Sobre la edad de vuestra propia estirpe os empinasteis en tan infame estatura; así dictasteis epitafio, cuando tasabais testamento.

GODOFREDO (en letargo del homicidio.)

¡Callad! Qué no tenéis la vida para morir de mis manos. ¡Largaos! ¡Largaos antes que mis crímenes sean esa cifra impar, esos terceros labios que groseramente caben entre los vuestros!

FLORA (vívidamente.)

Doble ha sido el crimen, doble el salto de vuestras manos, bajo cuya sombra dos criaturas yacen.

GODOFREDO (sorprendido.)

¿Doble ha sido el crimen? ¿Dos criaturas? ¿Dos criaturas?

(Vivamente, tomándola del brazo.)

¡Contestad, no alarguéis vuestra sangre como éste alfiler del silencio!

(Le muestra el cuchillo ensangrentado.)

FLORA (sacándose de Godofredo, hacia el cadáver.)

¡Hela ahí, mi frutal ave! A su lado están los pliegues que azulados ya no son.

GODOFREDO

¡Decidme! si queréis que os prenda al silencio con un grito de esta espina.

(Al margen de su amenaza, tira el cuchillo sobre el diván.)

FLORA (arrodillada contempla el cadáver.)

Aún el rubor retrasa la sal de sus lágrimas.

GODOFREDO (iracundo.)

¡Vieja, contestadme! Contestadme… o la culpa de callaros si os amordazará severamente. ¿De qué criaturas habláis? Sólo veo una tendida sobre las esperanzas de este cadáver. ¡Contestadme! Por dios que si no lo hacéis cortaré las arrugas de la máscara vuestra que hasta hoy os anima. Ya de crímenes me aseguro un cetro…

FLORA (tocándole la mejilla.)

Hela aquí, cual si se arrellanara para un sueño.

GODOFREDO (arrancándola del suelo.)

¡Largaos, vieja! Salvad vuestros despojos… No quiero entintar la misma pluma de mi arrebato en vuestra coagulada sangre…

FLORA (vívidamente se libera, volviéndose.)

Criminal, cuánto habéis forzado con vuestro pulso.

(Contemplándola.)

¡Ah! Y cuánto dolor se ha detenido sin obscurecer sus párpados, pero ella parpadeó, y así el eclipse que rige lágrimas aún no derramadas. ¿Su llanto no destiló un veneno que ya no puede vengarla? Pero aún cae su última lágrima como una vid verde…

(Con los ojos extraviados, se abalanza hacia el regazo de Violeta.)

Para ella la vida siempre palpitó con síntomas finales. Pocas, y muy pobres, fueron las esperanzas que dieron cordura a sus alegrías; mas sus pensamientos se abrasaron en el lento fuego de la espera… Entre los dedos de sus manos temblorosas, entre arrugas que no pueden asirse hasta que la culpa intime su recodo, no pudisteis asir un marido que os desposara aun para prender aquel de quien se desprende.

GODOFREDO (visiblemente turbado por el vertiginoso homicidio.)

¡Qué palabras insensatas! ¡Apetito que devora mis insomnios como si fueran crujientes sueños! Sólo la tiranía ha de pagarme, pues mi débil pulso hace tintinear el tesoro que se oculta…

(Pausa, luego murmurando melancólicamente.)

¡Ah! mi hijo brotó de mí como una voz y cayó en el crimen como un eco; ahora su desconocido epitafio amordaza mi dolor.

(Vívidamente, señalando a Violeta.)

Hela sobre esos pliegues y, seguro que regocijándose en su saña, cobijada con el crimen que su sangre fría precisó… ni mis excesos la dejan tendida a la intemperie.

(Volviéndose violentamente hacia Flora.)

Y vos, ¿padecéis su muerte que en la inmóvil carne no suma dolor alguno por castigo? Pues sabed que es homicida de mi unigénito, la mujer que él desposó para que le tendiera el lecho final. ¿Os duele su quietud? ¿Creéis que su frío semblante merece mi piedad?

(Hace un ademán circular.)

¿Maldecís el regazo de esos pliegues?

(Se vuelve.)

Hasta la lástima que le tenéis os lastima la boca, mujer. Pero, ¿acaso vos no le embotasteis su memoria, aun más de lo que la alegría de su entrepierna le permitió recitar furtivamente?

FLORA (llora, sosteniéndola en su regazo.)

Ay, soy yo la mala que merece su condición; fuera yo el blanco de ese luto… Ahora a vuestro hijo, sin crecer nada, le rebasaron sus pecados, que nunca fueron vigorosos a no ser por la dulzura vuestra. Vuestro vástago transido en el ayunador vientre, apenas en su origen ínfimo, inoculado con el cuchillo blasfemo, cuya fiereza fundó lápidas. Tal vez ya doblaron las campanas sin que tal pendencia resolviera su repique.

(Volviéndose hacia Godofredo.)

¡Bajo vuestro puño incestuoso!

GODOFREDO (turbado rodea a Violeta.)

Ah, con qué parturiente rigor alumbráis, docta vieja… qué no veo ahora cuanto ya me encandila. Horror; y nada más que trunca desgracia. Pluguiera el cielo que mi llanto pueda sacar las lágrimas de mí. Ay, otro heredero de mi luto. Mi castigo es el único brillo de mis deudas. Si, ya no he de burlar mis límites: no me queda lo que antaño me saludaría en mi pellejo, no puedo estar en pie sobre lo que antes me calzaba.

(Las palabras se desmoronaran como escombros de sed.)

Sé que mis gestos se hunden en la sombra por garabatear arrugas, aquellas que si no se cumplen habré vivido cuanto me duele postergar sin dar al fin con el sosiego.

(Se echa sobre Violeta compartiendo el regazo con Flora.)

Violeta, ¿de cúyo es el rubor que rima con vuestro desflorado nombre? Luego, ¿es de este vil homicida que halla su mancha en vuestro claro vientre? ¿Acaso el incesto, dichosamente conjeturado por mi ignorancia, colma la cuna que los cuatros heredamos?

(Señalando en derredor.)

¿Y acaso basta salpicar con preguntas este vacío sórdido que amamanta vuestras heridas?

(Sonriendo sobre el regazo de Violeta.)

Me maldigo, sin instar que tales maldiciones demoren mis póstumas lágrimas. Mujer, todos cupieron en las arrugas de mi crimen. Viejo soy.

(Arrancando a Flora del regazo.)

Largaos… es mi hija, ay, es mi mujer, es mi nuera… es mi crimen, y al tiempo, mi condenado egoísmo; nada que yo deba al favor de una ajena y afligida mirada.

(Se levanta con ojos desorbitados.)

Pero jamás, escuchaos bien si es que demoráis vuestro trance, estaré con vosotros. Os prometo que la suerte de mi puño no será tan certera ni tan viuda, como para que a tientas me reúnan bajo la misma lápida… no, pues los nudos que me atan antes bien los urdí invencibles y lejos del epitafio. Ay, eterno soy en estos espejismos... eterno, por no tener descendencia que revele mi remoto y doliente origen.

(Ríe con cara de loco, se levanta y se desploma. Luego absorto se mantiene en pie.)

Ya vuelven costillas ásperas. Las viejas señoras, delante de la luz, se se velan en sus sombras, y así elevan lamentos torcidos como uñas imperfectas; llantos inmemoriales, lágrimas agudas que desesperadamente roen la arena. Ya vuelve el muerto, después de su lápida; anónimo vuelve. Todo el mundo calla mientras la miel del crepúsculo hinca sus agujas en un coagulo invisible. Él, en la fuga de un enojo, santificó su féretro y luego murió estrangulado por un relámpago. Pero aquí vuelve con su ombligo inadvertido, camina sobre huellas ajenas que en la prisa del cortejo fueron hundidas. Ah, el oro de su vejez sucumbió a la madura espiga del cielo. Aquellas señoras las sepultó la tierra de todos los eclipses, de ellas sólo rincones sombríos santifican sus rotas dentaduras. ¡Entre las cicatrices de piedra, crece la maleza! Tomo un higo vetusto del enredo. Ay, soy yo el solitario de mi linaje… otra centella cae. En el anonimato, mi prole sucedió a mi reino…

(Bonifacio irrumpe; mas se conduce con tiento.)


Escena 5


BONIFACIO

Señor, ya os proclaman. Apartaos de vos la pesadumbre del luto y ceñid el púrpura de vuestra prosperidad. Sois rey. Nadie discute la severidad con que a término vuestra espada llevó el dictamen, ya los tajos, aun temblorosos, os sonríen como gajes de vuestro rudo juramento.

(Echa de ver a Flora y luego se vuelve.)

Si vuestra sierva acuna a una muerta infiel, puesto que es fiel a su regazo, vos acunáis la ley que os da el derecho de regir y de juzgar. El tal Guillermo, ya nadie le conoce. Antes del tumulto calculó su huida, único principio de sus vicios. Según indagué, el infeliz se salvó por buscar la bruja de sus augurios, que habían de serle un espiral de buitres… La racha había llegado al cabo, y, en más, necesitaba más; mas no saldrá de ese mezquino punto, y allí, con el mismo tono de su tinta, se tapará su anónima tumba. Mi señor, me postro ante vuestro trono; inclino mi cerviz en sumisión y observancia.

GUILLERMO

Callaos. Vos acunáis en esa pestilente boca la medida de vuestra suerte, y nada más.

FLORA (abstraída, quedamente.)

Nacisteis reina sin robustos fulgores, bajo cuyo oro se apaguen vuestras hebras. Reina sin un suntuoso vestido. Nacisteis reina sin engorrosas historias, sin la saliva de conspiradores en vuestro apetito. Nacisteis reina sin luto imperial, mas inmolada por un incestuoso tirano. Reina, elevada sobre la espuma, sin ser mecida en cuna de insomnios; mas como el brusco parto de una pesadilla despertasteis. Nacisteis reina con los pies tendidos sobre pétalos verdes. Reina como el rocío sobre la hoja; sin escaleras que de sótanos suban a coronaros. Nacisteis reina, mas el silencio impune os retrata.

(Sigue murmurando entre sollozos.)

BONIFACIO

Majestad, ¿no os importuna que un velorio alumbre vuestro fulgor?

GUILLERMO (sin soltar la daga, aún temblando.)

Recatado no sois para distinguir otros modales, pues al través de un cero veis que se redondea el destino de vuestra pesadez… Así que sólo os queda callaros y hacedla callar, gordinflón, si no queréis que vuestro silencio se desinfle sin trasponer ese vano por que veis. Mirad que en esta hora el único filo de mi espada es su extremo.

(Volviéndose a Flora.)

Su sangre, mareada en el rizo de la muerte, se torna fría sin que más vomitivo que la vuelta le caliente después.

(El criado va y la apuñala.)

FLORA

Me lleváis ventaja, criatura; sólo porque soy vuestra sierva, mas a la saga os escolto siempre…

(Muere.)

BONIFACIO

Mi señor, mirad que la florituras de dentro al fin le engalana…

GUILLERMO (sin volverse)

Florituras la que no que no decís y aun no aguarda en vuestra boca, mentecato. Cuidaos de que tales guardianes por cumplir jamás os dejen. Id, y traedme una bruja; que con cortarla al sesgo, mejores auspicios deben vaticinar mi ley…

BONIFACIO (se va, recitando quedamente.)

Genus est, quod plures partes amplectitur, ut animal; pars est quod subest generi, ut equus…

GUILLERMO (arrasado; toma una uva hebén del racimo, escrutándola.)

Dejadme solo con mi ecuestre origen…

(Oscurece.)


FIN

© Vale, 2006.



(1) Impuesto hereditario que el vasallo debía pagar a su señor.
(2) La eventual tarea de ordenar caballeros.
(3) Virgilio.
(4) Cicerón.
(5) Terencio.
(6) Horacio.



1 comentario:

natalia dijo...

Pasé por aquí,
abrazos