Piadosas









LA MATRIARCA

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Octubre, 2006.































DRAMATIS PERSONAE



Rosario (La matriarca, viuda)

Juan (El hijo de Rosario)

Bruno (Pariente impostor)

Nicasio (Segundo de Bruno)

Manuela (Criada de Rosario)

Margarita (Novia de Juan)

Darío (Esposo de la matriarca)

Aniceto (Salteador y timador)

Cerbonio (El bobo a cargo de Aniceto)

Huérfana

Músicos de Velorios

Dolientes

Usurero

Mensajero

Actores

Espectadores


A C T O I


Escena 1


(En escena)

ACTOR 1 (declamando gravemente)

Se levanta el sol en Pitia, y al amanecer de su letargo las criaturas se desperezan. El orbe anima su verbo aún retocado por el sueño. Sol de una sola efigie, que encara el curso vegetal con el perfil de su arenga. Mirad los girasoles de toda Tesalia, súbditos de vuestros vuelcos, que, al eclipse del rocío, rigen la esencia sabiamente levantada desde sus raíces. Sol, que en lo alto os prosternáis en tributo de nuestros Dioses. Sol, que Zeus… Adónde el sol, a qué solar se fue. Mirad, Darío, otra vez esta bestia me deja a oscura, a mi suerte por ir a la puesta de quién sabe qué tahúr.

DARÍO

Vosotros, ¿adónde lleváis el sol? Quedaos quieto antes que mi garrote os centre un verdadero punto en el cielo.

ACTOR 2

Es que el sol me encandila, Darío.

DARÍO

¿Y por eso huís con su retrato hasta una encumbrada sombra?

ACTOR 3

Justo es que ensayemos sin que el envidioso crítico hinque con rabia sus colmillos en nuestros lomos. ¿No veis como un llanto reverbera en mi frente?

DARÍO

Ya los haré reverbera en vuestros ojos, si no acunáis el alba hasta el ocaso de este escena. Estaos ahí, desplegad la lona, y no os mováis mientras se declame el prólogo. ¿Quién pintó ese sol tan redondo como la ceguera?

ACTOR 1

Éste; y con tanto detalle que casi queda ciego.

DARÍO

Y vos, ¿no erais casi ciego por un mal de ojo? Sí que tuvo que ser bizca quien atino en vuestra desgracia.

ACTOR 4

Una vieja, con su garrote, me indicó a tientas mi cojera.

DARÍO

Entonces, apuraos con el diluvio, pintadlo turbulento como esa catarata vuestra que salta a la vista, no vaya ser que para colmo de vuestros ojos yo destile tal paisaje del mismo mal vuestro.

ACTOR 2

Nadie puede orar bajo este cielo tan caliente, ni por milagro de que no ardan en el infierno sus esperanzas. Ay, este sol es espinoso, señor; mientras discutís, lo eclipsaré con su arquetipo.

ACTOR 3

Qué bien se está al cobijo de un eclipse.


DARÍO

Ya colmáis mi paciencia.

ACTOR 2

Brindemos a la sombra entonces, señor.

DARÍO

No os gusta llevar el sol de esta escena, ¿verdad? ¿Ni porque el sol salga todos los días?

ACTOR 2

A fe que de día es mucho, y de noche los tiranos sueñan.

DARÍO

Y si la escena no nos arma una escenita de bribón malcriado, ¿bien podemos guardarnos a la luz de cuanto tape una sombra?

ACTOR 3

Tal es otra ocasión, ya que no de noche, pues no soy muy parcial a los desvelos.

DARÍO

¿Y me lo discutiréis aquí a la intemperie, hasta que el sol se ponga? Si no ponéis ese sol en su sitio, bien podéis mudar sitio. Iros, pues, de labriego, a socavar la pedregosa tierra de sol a sol; a ver si una cálida y comprensiva escenita de éstas os refresca, haraganes.

ACTOR 2

Tenéis razón, Darío, pero decidle a este actor que apure sus versos tal si saciara la sed como los animales abrevan.

ACTOR 3

Que los apure hasta el fondo, al menos para que no se derrame el diluvio que del sudor nuestro ya repica su cencerro. Mirad que ahogaremos el pintor antes que de modelo nos pinte una arruga siquiera.

DARÍO

Insensatos, con vuestros discursos rebasáis las copas de las que tanto teméis un brindis. Ese sol, que os negáis a redondear ya hubiera completado su giro, os agobia cuanto más os demoráis, y ya las tres jornadas hubieran terminado si vosotros os avispáis. Pero seguís aquí, bronceando vuestra porfía.

(Se enjuga la frente)

Sí que esta caliente el condenado, ha de ser de rabia.

ACTOR 2

Maestro, mas sensato es loarle sólo cuando lo versos más luminosos no se le parezcan mucho.

ACTOR 3

En la tardecita, maestro, o apenas a la lumbre de éste que en la trama despunta.

DARIO

Una mejor idea concilio; la de que se declame al punto, con estos remedos de hombres. Vosotros, iros de aquí. Y guardad la pintura para la función; como descubra que habéis eclipsado tan sólo uno de sus rayos, ya veréis que el labrantío regirá vuestras profesiones siempre.

(Salen de prisa mientras enrollan la pintura)

ACTOR 1

Ahora es el verdadero sol el que inspirará su canto, y mi sudor debe ser el estribillo.

DARIO

¿Os quejáis vos también?

ACTOR 1

Antes no tenía que hacerlo, pues los cobardes insistían más que mi cobardía. Pero mirad, Darío, como el calor exprime mis sienes, tal el luto exprime los ojos de los enlutados. ¿Qué pensamiento, salido a la sazón de esa sal, amarga sin traer el sabor de la filosofía?

DARIO

Todos vosotros son una partida de haraganes, tanto que aun por serla no parten a ningún sitio en donde no compartan entre vosotros la fruta de la pereza. Declamad, sois prólogo, y así el rigor de cuanto os oprime ha de convencer a los concurrentes. Un actor es un limón de cuya cáscara se advierte el misterio, pero cual limón sólo agriará si la crueldad del mundo le exprime el jugo. Si sus palabras van desnudas, sin siquiera un mínimo zafiro, ¿cómo ha de poderse describir la desnudez de Venus?

ACTOR 1

Que os parece si sembramos una parra en su monte, para que el sol no nos queme por indecorosos.

(Sale)

DARIO

Ay, todos buscan la sombra, son hombres de luto, y que esto no sea un adverso albur, pues en la función perderé toda mi hacienda si no hay nada más que ganar. Pero si sigo aquí, bajo esta luz que apremia, ¿acaso no me broncearé hasta el luto? Paradoja es la vida cuando un mortal nace de otro. ¿Quién viene, uno que a un cojo lleva de báculo?

(Entra Aniceto y Cerboncio)

ANICETO

Buen hombre, este sol es de soldado, sólo a ellos se les debe pegar a sus belicosas costillas, un sol así de fiero es lo que le está dado por fuerza de su suerte. Ah, qué brisa fresca, y tan repentina... creo que el bueno de Noé nos mandó esa nube desde el antiguo testamento.

CERBONCIO

Ujum.

DARIO

¿Quién sois?

ANICETO

Me bautizaron Aniceto, pero igual podéis llamarme si no sois cristiano. A éste le puse Cerboncio para adelantarme a la clemencia de un apodo; es un crío laborioso, cuyos torcidos ojos ciertamente no le hacen un sabio, pero, sin saber si la luna mengua, lo hallaréis crecido en su servidumbre. Nunca me dio problemas, o el mismo había de resolverlos con un mandado. Como echáis de ver en mis arrugas, soy ya muy viejo como para soportar la carga de un sirviente.

DARÍO

¿Y qué queréis, que no os deje insepulto?

ANICETO

A fe que esto os diría si ya estuviera muerto, porque no creo que calle si el silencio de ultratumba tiene el mismo acento de donde he venido. Pero aún queda vigor para favorecer a mi prójimo. Este muchacho hubiera sido el único figurante de un prójimo que yo merecía de verdad, y si no os hubiera visto, para servicio de vuesa merced, moriría con el pesar de dejar a un hijo desamparado.

DARÍO

No me vengáis que por caridad cristiana debo martirizarme para aliviar cargas ajenas. Tengo una familia que ya querría llamarla prójimo por dejarla a cargo de nadie.

ANICETO

No os hablo de religión, sino de negocio, señor, y Dios es testigo de la fe con que os hablo. Os vi de lejos, lidiando con ese tumulto de haraganes, y entonces me dije que vos necesitabais de un recadero, esto es el principio, señor, de la eficiencia.

DARIO

Y que pedís en cambio.

ANICETO

Mucho, pues mucho os doy.

DARIO (reparando al torcido)

Ciertamente exageráis el negocio. Este muchacho sólo es simétrico porque los defectos de su lado peor remedan a los de su lado menos malo.

ANICETO

Pero tal simetría es tanto más correcta cuanto cumple al pronto lo que se le haya de encomendar.

DARIO

Luego, qué pedís.

ANICETO

Un saco de grano.

DARIO

A eso llamáis mucho, ciertamente.

ANICETO

Mucho por ser el sustento de un moribundo que obró bien, tal vez la muerte tase mis días con esa cuenta, y quiero partir satisfecho…

DARIO

Siendo así, dejadlo a mi arbitrio. Luego, iréis a buscar la porción de vuestro desnaturalizado negocio, espero, por bien vuestro, que esa cuenta no sea un rosario de pecados. Sabéis que vivo en…

ANICETO

Sé donde vivís, porque estáis tan vivo como cuando os vi por primera vez. Ahora, si me permitís, voy a despedirme de Cerbonio, se me figura que he de extrañar lo extraño que es su torcida estrella.

(Aparte)

Por que ha de ser menos quien se eche de casa.

DARIO

Adelante, es vuestro último derecho, pero daros prisa para que no encariñéis al monstruo.

ANICETO (al oído de Cerbonio)

Ya sabéis, tonto, cuando calculéis que se ha acabado el costal, huís a casa.

(A Darío)

Tanto me aflige no verle llorar como el tener que dejarle a merced de su destino. Pero fue cosa de la impía naturaleza el no darle el don del llanto.

DARIO

Y fue cosa de vos ser desnaturalizado. Id, pues, a merced de vuestra cuenta.

ANICETO

Ay, sólo la esperanza de saberlo con bien, no cortará mi apetito. Otra vez el sol, mas vale huir antes que nos enrole el llanto.

(Sale)

DARIO

Un criado, al que no tendré que criar. Veamos si no tiene más defectos. Mirad, muchacho, traed esas cuerdas y seguidme.

(Cerbonio las recoge al punto y sigue a su señor)

Ciertamente la obediencia es la única virtud que tiene y de la que los demás presumirán siempre.

CERBONIO (aparte)

Ninguno de estos nudos ata al tonto.

(Salen. Oscurece)


Escena 2


(Al margen del tinglado)

DARIO (A Cerbonio)

Decidle a Rosario que me sazone un pollo, no el más flaco por cierto, que después de esta jornada apenas un milagro de su avaricia saciará mi hambre.

(Sale el bobo y Darío entra en el tablado, al fondo del cual se despliega una pintura del diluvio. Espectadores en derredor. El Actor 2 comparte escena como Pirra)

Ha nueve días en que el agua que calmo la sed de nuestra raza se vierte sin cesar, quienes abrevaron en su murmullo ahora perecen en el rugido de sus corrientes. Mirad, mi querida Pirra, como encumbradas lomas fueron rebasadas tal el llanto de muchos ahogados rebasó los rubores de los insensibles. A fuerza de sus vicios muchos siguieron brindando todos los días, y tales depravaciones la castigó el tonante Zeus.

ACTOR 2

Deucalión, y henos juntos en esta isla, abstinentes aún. ¿Qué proceloso divagar hace que en el ángulo de la popa sospechemos una estirpe nueva?

DARIO

No sé, Pirra. Pero Mirad, al fin se calma la tormenta.

ACTOR 2

Y aún así ocupa todo el cielo, pero echa una meadita para ver si arrecia otra vez, si sigue amainando la lluvia, es porque de ese modo señaláis el camino de la virtud.

DARIO

Callad, mujer lujuriosa, no tentéis la ira del regente. Sois mi prima, hija de Epimeteo, dilapidador de dones, que pocos dejó para quien se hizo un homicida. Bien sabéis que, en socorro de vuestro padre, mi padre Prometeo alumbró a quien ardía a tientas de los hombres, luego el rigor de Zeus fue condenarle a él a no dormir sin que una desvelada águila desgarrara también de su sueño un trozo de su resaca. Que el incesto, consentido por las leyes del Olimpo, nos enseñe con el ejemplo de nuestros mayores. Y como vuestra imprudente madre, no os cerréis a la esperanza.

ACTOR 2

La esperanza no está en mí, sino en el Parnaso, Deucalión. Mirad que en su cima encallaremos.

DARIO

Entonces si vamos a echar un polvito, para traer algo de lo seco, mejor echarlo sin vernos mucho. Somos los únicos salvos, que si del polvo somos al polvo llegaremos. Por lo que pintan las señales, una prole de nosotros se propagará como el fuego.

ACTOR 2

Escuchad, el Oráculo de Delfos nos casa.

(Se cubre la escena y, tras la cortina, se desmonta. Luego diligentemente todo queda escueto en circular santuario. Aparece el Actor 1 como el Oráculo de Delfos)

ACTOR 1

Tomad el osario cuyas vacías cuencas os hubo servido de instrumentos. Echad a tierra esas desnudas sonrisas, y que así, sin taparrabos, redondeen la felicidad de una nueva raza.

DARÍO

Mejor sería que nosotros aspiremos el modo antiguo. No creo que sea pernicioso lo que con nuestra prudencia se salvó.

ACTOR 1

En la carne volvéis a confiar, cómo he de convenceros, cómo… pues dejadme que os llegue al hueso.

(Apuñala a Darío)

DARIO

Pedregoso linaje, insensible a mi dolor, muero. Señores muero, y el hijo que había de tener, por nombre Heleno, raptado fue por una parisina du rien.

MANUELA (que estaba entre el publico, salta de repente)

Lo han matado.

(Fuera de sí)

Han matado el esposo de mi señora.

(Sale despavorida. La audiencia entra en pánico, murmullos, los actores se interrogan con la mirada. Oscurece)


Escena 3


(Una estancia en casa del matrimonio. Rosario está sentada mientras remienda una calza)

MANUELA (Entra)

Ay, señora, la calamidad se cierne en vuestra casa. Qué boca la mía, a la que satisficisteis cual nadie quiso en mi hora aciaga, ahora tan desagradecida en transmitir la noticia; ya es mucho que además tenga que compensar vuestra piedad con los besos salidos de los mismos oprobiosos labios.

ROSARIO

Calmaos, criatura, y que el sobresalto no os canse en demasía, aún tenéis oficio que hacer allí dentro, y os adelanto que de los platos no podéis pretender ración para vuestra enérgica imprudencia. Os digo porque es mas piadoso aconsejar sin mucho gasto, que socorrer a un desnutrido. Por hacerle engullir todo el despilfarro que apenas le salvaría, costaría matarlo del mismo modo; la gula ha de ser la capital de todos los pecados, y, si no, al menos el pábulo para llevarles a cabo. Además, no lloréis tanto, que si es malo lo que me habéis de decir, me dará pena tener que rebasar a tu imprudencia, tanto porque ya hayáis brindado sin decoro. Vamos, no lloréis más. Ahorrad palabra. Vamos, decidme, niña…

MANUELA

No puedo, señora.

ROSARIO

Entonces, al menos contestadme algo, ¿por qué lloráis más por este ojo? ¿Tenéis una cojitranca alergia? Ahora sí, el equilibrio le sienta mejor a un rostro tan bellamente afligido. ¿Qué pasó esta vez? ¿Qué pillo os apremia con piropos?

MANUELA

Ay, señora, que vuestros chistes no distraigan mi dolor, ya es mucho.

ROSARIO

Ha de serlo, entonces, porque no he sacado ninguna renta.

MANUELA

Vuestro esposo fue acometido en pleno acto de homicidio… allí, en el tablado de su última escena, yace insepulto. Ay, un vil enmascarado le apuñaló con una astilla de cementerio, con el mondadientes de la insaciable muerte.

ROSARIO

¿Decís que han matado a Darío? Y, ¿justo en la última escena?

MANUELA

Tal es cierto. Le vi, señora, mientras hacía de Deucalión, y antes que el patriarca, con tales atavíos, fundara su propia herencia, ay, el Oráculo de Delfos truncó su misma profecía, trocando la comedia en tragedia, así se anega vuestro hogar, así el luto remienda las gastadas fachas del diario, y muera yo por usurpar el verbo Délfico.

ROSARIO

Entonces, le tocaba morir de último.

MANUELA

No era parte de la trama, a fe que no. Aunque no la conozco bien, podía devanarla en un ovillo que nunca para sus puntadas el luto desenrolla; pues sabéis que era una comedia.

ROSARIO

Ay, muchacha ingenua, aun las máscaras se os figuran en la forma de cómo han sido talladas.

(Entre risas)

Pero si ha muerto, conforme me lo decís entre sollozos, no enmohezcáis mi llanto con tanta lágrima.

MANUELA

Murió, de pies a cabeza, y ambos extremos sobresalían del tablado, cual es creíble la muerte en escena.

ROSARIO

Yo no creo en muertos, hasta que en cuerpo y alma vengan para que se les vele a luz de sus miserias. Si tal no pasa, es desvelo de borracho. Qué mona os veis llorando más por este otro ojo, ya veis, este desnivel no os arruina el equilibrio.

MANUELA

Sé que os demudáis de dolor, y que esta pausa tan graciosa es vuestro escape. Perdonadme por ser heraldo funesto. Ay, no sabéis el pánico de la audiencia, señora Rosario… a todos se nos alcanzó su herida, que nos sonreía hasta la dentadura de un loco, ay, qué cariados eran aquellos dientes, y si tales eran, en vez de claros de una oscuridad, muera yo si no castañeaban de frío. Mirad, señora, como también traigo la piel de gallina.

ROSARIO

Ese es luto de cobarde, muchacha. Hay que buscar tela negra… y tan precario es el estío en propiciar tal encono. La gente de los telares es tan chismosa que por meses tienen tela que cortar cuando se les compra jirones. ¿Decís que fue muerto por un actor? Ah, por uno de sus actores.

MANUELA

Sí…

ROSARIO

Bien, creí haberos escuchado que por un espectador. Bueno, ya no importa… Porque siendo el homicida conocido de la casa, no se ha de derrochar mucho en luto. ¿Mi hijo ya lo sabe?

MANUELA

No sabe aún que es huérfano de padre.

ROSARIO

Dejad que también lo sea de esta noticia, no le digáis nada, y como lo hagáis yo haré recordar a la intemperie que también sois huérfana.

(Levantándole la cara a Manuela)

Manuelita.

MANUELA (haciendo puchero)

Diga, señora.

ROSARIO

Ya que me habéis admirado como esposa, os viene a cuento el admirarme como viuda, y a fe que en esta condición seré un buen ejemplo si alguna vez os casáis. Ahora iros a vuestra alcoba y no salgáis hasta que el sol de otro amanecer aclare las razones de este luto. Aguardad, no tan de prisa, se me olvidaba que aún os queda oficio que hacer. Ver correr el agua mientras trabajáis, os hará economizar vuestras lágrimas. Mirad que mañana es el duelo.

(Sale Manuela)

Muchacha tonta, una muerte ridícula remata bien… Cómo se reirá Darío cuando le cuente…

(Oscurece)


Escena 4


(En el sepelio, el féretro se vela en el centro de la estancia)

ACTOR 3

El asunto empezó a pintar mal, señora, y ya sabéis como a Darío el vino le pinta para estas ocasiones. No sé ni como empezó todo, pero en un parpadeo nos habían cerrado los ojos a puñetazos. Otro borracho del tumulto de pronto lo cortó. Al verse así; cada cual en el pellejo propio buscaba el daño ajeno que tanto maldecían. Ay, y ahí estaba nuestro Darío, brotaba de su sangre falsa toda la sangre verdadera. Muerto no ya con el arte de la imitación, sino por inspiración de alguna licenciosa musa, pues sépase que no había hombre más malicioso para hacer un chiste obsceno.

ROSARIO

El pendenciero hace pender su propio honor de su propia insensatez, y, a merced de las deudas, sus deudos deben trasquilarse para el luto. Mala sal la de Darío, ahora que hay que pensar a la sazón de una inminente guerra. Ya reclutan la flor de la juventud. Mirad, partid pronto de aquí, iros donde solíais representar Antígona. Juan aún desconoce el crimen que amordazó a su padre, y si eterno es el silencio que se le impone, pues que también dure el secreto que salve a mi hijo.

ACTOR 3

Si viene con nosotros, mujer, aun por malo el trance del camino, le esconderemos del infortunio. Es hijo del maestro, y los gajes de las lecciones aprendidas es el agradecimiento.

ROSARIO

Y con vosotros habrá de estar. Pero sabed que no saldrá de casa hasta que sus ojos purguen el sudor de la impotencia. Luego hay que sazonarle las lágrimas del duelo con una pizca de venganza. Iros vosotros; cual más rápido os haga prescindir lo que os demore. Iros, y no divulguéis los colores del tugurio. Luego os escribo.

ACTOR 3

Aquí os dejo una porción de la comedia.

(Sale)

ROSARIO (tasando las monedas)

Más que una porción, es menos todavía. Este pícaro cree que soy viuda de un mendigo.

(Entra Manuela)

MANUELA (demudada)

Señora, hice este vestido conforme al patrón vuestro, pero pensé en colgar el rebozo hasta los hombros.

ROSARIO

Ay, niña, a vuestro despilfarro nunca le guardaréis duelo así, eterno será mientras viváis vestida con tanto lujo. No veis cuantos lunares lleváis en el rostro, parece que en cada hoyo de vuestra nariz estuviera un hormiguero, aún así os empeñáis en gastar tela para encubrir vuestro despilfarro. Muchos son los lunares de tu rostro, basta entonces un velo vaporoso.

MANUELA

Debo llevar guante en esta mano. Mirad, señora, que apenas un solitario lunar no puede pregonar el duelo de mi mano.

ROSARIO (reparando el lunar de la muchacha)

No lo creo. Viéndole de cerca, tan diminuto y negro, es el punto final de tanto luto. Que no os vea otra vez recortando de lo que quedó, porque ni con esos jirones os guardo luto a vuestra orfandad.

MANUELA

Perdonadme la imprudencia.

(Señalando el féretro)

¿Y cómo está el señor?

ROSARIO

No sé si cómodo, porque ya veis que lo muertos nunca se quejan… pues cómo ha de estar, muchacha ingenua, tieso.

MANUELA (aparte)

Y tan blando que era antes de envararse.

ROSARIO

¿Qué decís?

MANUELA

Que con la misma vara se ha de medir al criminal, señora.

ROSARIO

Traed al punto a mi hijo.

MANUELA

Ahora vuelvo.

(Sale)

ROSARIO (reparando el interior del féretro)

Ay, esposo insensato. Estos cuartones, cortados y devastados en menguante, ahora contienen vuestra furia. Tan angosto os veis aquí, que cabéis en el último surco de vuestro sueño. Ay, cuántas noches me desvelé para convenceros vanamente de que os deshicierais de él, pero ahora, viendo su madera serrada y clavada a la sazón de vuestro último aposento, reconozco que tu porfía era premonitoria. Mirad, qué madera, ni que hubiéramos sembrado un árbol de siglos, y yo hubiera vivido el tiempo para cortarle maduro, sería capaz de gastar un cuartón así para un entierro, de cierto que sus profundas raíces aconsejarían un servicio superficial, o más bien leve; suerte tenéis de ser obstinado a despecho mío; pues, cómo los faraones del antiguo Egipto, seréis sepultado en una tierra más noble que las que os echaron en vuestros ojos tantos refractarios; ungido bajaréis por el llanto de una viuda debidamente acicalada. Ay, esposo mío, temo que, por amor a vos, echaré de menos el mamotreto: sus cajones eran espaciosos, y si antes se podía esconder un amante, ahora restringen al cornudo. Insensato, cómo pudisteis morir así. Cómo me pudisteis dejar sola, y tan acompañada de vuestras deudas. Mala cabeza tuvisteis hasta para llevar cuernos.

(Entra una tropelía de músicos, dos con instrumentos y el tercero solo con un par de alas)

Vosotros qué hacéis aquí, quién os ha convidado a la privacidad de mi dolor. Largaos, no sacaréis perlas de mis lágrimas, están demasiado profundas para vuestros pulmones.

MÚSICO 1

Somos músicos de velorio, señora.

LOS MÚSICOS

Músicos que traen consigo la melodía del dolor. Y no sabéis cuánto nos dolería no poder cantar.

ROSARIO

Id a encantar serpientes con vuestros estertores.

MÚSICO 1

Sois muy esquiva como para insistir con vos hasta la muerte.

MUSICO 2

¿Cortejaros? Pero si seguís con ese aliento tan viperino, a fe que una mordedura vuestra nos mataría antes que tal permitierais.

ROSARIO

Os atrevéis partida de haraganes. Largaos.

MÚSICO 3

Pero venimos a cantarle al angelito, mujer.

ROSARIO

Qué desalmado del demonio os dijo que aquí ha muerto una criatura.

MÚSICO 3

Entonces es raro que veléis a ninguna.

MÚSICO 2 (al oído de su compañero)

Esta mujer es infernal. ¿Cómo puede ser la madre del angelito?

MÚSICO 1 (respondiendo al oído)

A fe que así se ponen cuando el vástago emprende vuelo, ya os acostumbraréis a los rigores de estos menesteres, pues la recompensa para un borracho siempre le lleva a emborracharse.

MÚSICO 3

Es una redondilla tan sólo; es la costumbre del cristiano, pero si tenéis vino, señora, se os redondeará un sacramental romance que dure hasta el amanecer.

ROSARIO

¿No veis el tamaño del féretro?

MÚSICO 1 (aguzando la vista)

A fe que ya veo doble. Sí, seréis una buena anfitriona, y tan doble como sea la comprobación de esta profecía, os pagaremos con música…

ROSARIO (aparte)

Cuanto por mofaros de una viuda, os acusaré con mi marido.

MÚSICO 2

Ay, señora, dos angelitos de un solo vuelo, permitidme mis condolencias. Uno tras otros en una misma vaina, truncados como dos prometedores guisantes.

ROSARIO (aparte)

Puesto que no me teméis, y trasgredís hasta los predios del espectro, ya pagaréis por vuestra borrachera.

(A los músicos, amablemente)

Pasad, señores. Dos niños han muertos, sí… Como gemelos nacieron, salidos de una misma vaina, la muerte, siempre enamorada de lo par, los vino a envainar de un solo golpe. No les cantéis aún, id antes a ver sus rostros de cera, las mejillas aún arreboladas por el último pulso de una compartida infancia.

(Los músicos van al féretro)

MÚSICO 1

Por Dios, mujer, y se terminaron de criar adentro, no quiero imaginarme si el otro sentó cabeza.

ROSARIO

Hace más de veinte años estuvieron tan enfermos, que crecían allí mientras yo hallaba como enterrarles.

MÚSICOS

¡Que Dios os castigue, bruja!

MÚSICO 1

No quiero ver más angelitos añejados.

MÚSICO 2

A fe que no bebo más.

MÚSICO 3

Al diablo con estas alas.

(Salen despavoridos)

ROSARIO (entre risas)

Siempre fuisteis tan celoso, Darío. No debisteis asustarles así, era gente alegre que bien os pudo alegrar el trance. Mirad que la muerte tapa toda risa con algo más que tierra…

(Entra su hijo Juan con Manuela)


Escena 5


ROSARIO

Venid, hijo. Ay, que estas velas, compradas con más dinero de lo que la sensatez hubiera admitido, no vayan a reanimar nunca el fuego que tanto nos abrasa. Pero no os derritáis tal esas cuatro se consumen. Sed luminoso en esta oscura hora, pero jamás en gasto de vuestra cera, y que el fulgor sólo a los culpables queme.

JUAN

Ay, madre, ya el dolor no cabe en mí, y sé que sólo pensamientos homicidas me hacen más espacio. Miradlo en esa caja, tan quieto como si se hubiera movido lo suficiente en escena, pero prematuramente fue muerto por otro actor. Miserable…

ROSARIO

Ya os contó Manuela.

(La muchacha asiente)

JUAN

Sí, madre.

ROSARIO

Podéis iros entonces, muchacha, aún os queda cosas que hacer…

(Aparte)

Sólo a este finado no se le puede pedir más.

MANUELA (con ingenuidad)

A fe que sí; como llorar, por cierto.

ROSARIO

Largaos, grosera, y traed al bobo.

(Sale Manuela)

Juradme que iréis contra ellos.

JUAN

Os juro a vos, su decorosa viuda, que el crimen perpetrado en la ficción, será castigado de veras. Juro por el Dios de mi padre…

ROSARIO

Por quien no existe no juréis, que a Darío ni la muerte le quitó lo ateo.

(Solloza el muchacho sobre el féretro)

Sé adonde pudieron ir.

(El muchacho se vuelve)

JUAN

¿Adónde?

ROSARIO

Sólo les quedaba representar Antígona, y el único paraje de esa puesta está a la puesta del sol. Dejadme sola con los trámites del finado, hijo, y partid antes de que amanezca. Antes que vuestros parientes os demoren con sus hipocresías. El bobo Cerbonio os escoltará. Marchaos en sigilo, cual debe hacerse con resolución vengativa. Pero sabed, Juan, que sólo a término de una semana lo encontraréis en el tablado de su hora, antes es preciso perseguirlo lejos de aquí, pero poco importa las incógnitas si se sabe que vos seréis letal; luego tendréis camino por donde volver. Matadlo en escena, un papel tendréis en ella si rasgáis el de vuestro enemigo.

JUAN

Ay, madre, haré justicia a vuestra templanza…

(Otra vez al féretro)

Porque si ya no existís, padre, tal imagen y semejanza de cuanto no creísteis, mi fe premiará mi venganza.

(Entra Cerbonio)

CERBONIO

Ordenad, señora Rosario.

ROSARIO

Id con Juan, y conforme a su juicio escoltadle. No os riáis así, bobo, que tan desordenados defectos me hace sospechar en la locura una esperanza más oscura que este luto.

(Al hijo)

Id con bien y regresad tal os fuisteis. Una bienvenida es vuestra herencia.

JUAN (besa a la viuda)

Beso vuestra espera, a la que más adelante ornaré con la sangre del hostil. Venid, Cerbonio…

(Salen)

ROSARIO

Os salvo de sangrar, ¿y os empeñáis en traer sangre derramada? No es con un mal albur que ornaréis mi espera, sino con vuestros arreboles de reproche. Hijo amado, no seréis pasto de la guerra. Éste, vuestro pendenciero padre, ya acató la paz de vuestra salvación, y francamente no creo que en ese mamotreto les dé mucha guerra a los gusanos. No se la dio a tantos otros cuando éste era el cornudo que afuera envestía…



TELÓN








A C T O I I


Escena 1


(En la misma estancia donde se velaba el cadáver)

ROSARIO

Niña, como que ya tenéis que ser mujer, tan crecida para ser de un hombre rico que no haga de vos una ingrata. Como veis, a la luz de esta pobreza, es justo para mí tener que desembarazarme de vos, porque con tal preñez largos serán los meses en que un parto doloroso al fin prolongue otra vez la crianza, y a fe que ya no estáis de criar, ni yo de mantener críos.

MANUELA

Entonces como criada, hecha y derecha, dejadme que os sirva.

ROSARIO

Y me serviréis, tanto porque seáis ajena. Mirad, muchacha, que no os aflija el matrimonio. Es una industria artesanal amarse vida fuera del matrimonio, y aun si no amáis nunca faltarán seres queridos que te acompañen. No lloréis, muchacha. Escuchad, todavía me queréis, así que el derecho de no querer a vuestro marido os dejará libre para mí.

MANUELA

Pero, señora Rosario…

ROSARIO

Ya me haré cargo de que vuestra carga os lleve en volandas al altar.

MANUELA

¿Cambio las flores, señora?

ROSARIO

No hasta que os desflore un marido.

MANUELA

Pero mirad que ya se marchita como vuestro antiguo esposo.

ROSARIO

Ah, os referíais a estas.

MANUELA

A cuáles, si no…

ROSARIO (aparte)

Razón tenéis, perdida, que de virgen sólo os queda el culo abierto como un halo.

MANUELA

¿Qué decís, madre?

ROSARIO

Que es de mal albur cambiar las flores antes que los rezos al fin digan amén para despedirse.

MANUELA

Tenéis razón. Adiós, señora, rezaré en pleno llanto, tal es propio de una doncella.

(Sale)

ROSARIO

Doncella si os hago que el alumbre, de un guiño, prenda a un tuerto. Uno que lo que no vea lo tenga.

(Se vuelve)

Y, pensándolo mejor, no será más bien de mal agüero dejar las flores insepultas, precisamente cuando ya se sembró al finado. Ponerlas al sol debe darle forma a un buen propósito, aunque si se queman… mas bien a la sombra, entre telarañas, se ha de olvidar lo malo que deja un muerto, pero sé de arañas venenosas que matarían. Pongámosla aquí; cuando el viento las tumbe, me desharé de ella, pero si se esparce un pernicioso polen en toda la estancia y aun en el hogar. No, calmaos… más bien vamos a deshojarlas, así llevaré la cuenta hasta su ruina; divide y triunfaréis… ¿no es así? Ay, Darío sí que era preclaro en esta ciencia, mala suerte que esté muerto, y aún peor que estas pobrecillas hayan crecido para él.

(Deshojando las flores)

Qué complicado es el amor cuando la tierra nos corteja con este tono.

(Entran tres parientes de Darío, entre afectados sollozos)

Otra función cual la de anoche. Qué póstuma impostura la de Darío. Vosotros, ¿acaso sois parientes de mi esposo?

DOLIENTE 1

Cuando no erais viuda, señora.

DOLIENTE 2

Ahora sólo lo negro que lleváis nos liga a vos.

ROSARIO

No recuerdo haberlos visto en la boda, y los que recuerdo ni a mi memoria acudieron para dar el pésame.

DOLIENTE 3 (una mujer rolliza)

Ay, cómo decís eso Rosarito. Darío, sí… era descuidado con sus parientes, y razonablemente es que vos no recordéis lo que vuestro marido ocultaba por vergüenza…

ROSARIO

Luego sois unos desvergonzados, de quienes es mejor no haberles conocido forma. Pero por qué volvéis, si quien os ocultaba ya lo eclipsó la tierra.

(Va y acomodada el haz de flores, insatisfecha)

DOLIENTE 2 (al doliente)

¿No fue una pequeña daga la del eclipse?

DOLIENTE 1 (Al oído del otro)

En cuyo espejado filo el homicida se acicaló.

DOLIENTE 3

Comprendo que el dolor en vuestra lengua se retuerce, Rosarito, y no os culpo, porque a fe que la mía está tan lúcida como para consolaros. ¿No es verdad, señores?

DOLIENTES

A fe que sí.

ROSARIO

Sí venís a buscar herencia, bien os podéis llevar una parte, se me figura que poco he de pagar según la ambición de vosotros.

(Se miran extrañados)

DOLIENTE 3

Cómo creéis, mujer. Mirad, si hasta traemos un rosario, para que veáis a la luz de vuestro nombre que sólo para esta cuenta venimos. Así de sincera es la pena que nos embarga.

ROSARIO (con aires de triunfo)

Si queréis rezar, pues aún os queda ocho noches. Una retahíla de desvelos… de cierto no los alumbraríais con las velas que pensáis sacar de aquí.

DOLIENTE 3 (a sus compañeros)

Esta bruja bien esconde lo que no dice tener, ya le mandaremos a Bruno.

DOLIENTE 1

Se la raspará, aunque no tenga un pelo de tonta.

DOLIENTE 3

Le decía a los muchachos, Rosarito, que aún por la afrenta hemos de ofrecer un hombro; tan mal se os ve que tememos, por ira de Dios, ser ciegos si seguimos viéndoos así.

ROSARIO

Así que vosotros sois los que saldaréis las deudas, a fe que eso es más cristiano que desvelarse ocho días.

DOLIENTE 3

Seremos aún más cristianos de cuanto creéis, pues os mandaremos un piadoso apóstol, Rosarito. No sabéis, mujer, qué abnegado es nuestro primo cuando ha de velar por un pariente suyo.

ROSARIO

Ayer no lo vi en el velorio.

DOLIENTE 3

No, si apenas esta mañana lo supo, y no ha pegado un ojo ni para una siesta. Nos enteramos, Rosarito, de que vuestro hijo partió para vengar la muerte de su padre, tal es derecho de un hijo que tan joven quiere atinar su puntería… supe Rosarito, que en el solaz de la caza pasa sus horas de ocio, que han de ser mucha porque le queda tiempo para matar el depredador de su padre. Ay, con tal no lo casen por los cuernos… En fin, Rosarito, necesitáis que un hombre de la familia os oriente, mientras la viudez te abrume con sus cosas.

ROSARIO

Tiempo ha que murió vuestro marido, ¿no es cierto, mujer?

DOLIENTE 3

Cómo lo sabéis… Ah, ya veis que si nos conocíais.

ROSARIO

A fe que no, lo digo porque ya despunta vuestro bigote.

(Se miran los varones entre risa. La mujer apenas se recupera)

DOLIENTE 3 (reprimiendo a sus compañeros)

Es un lunar de nacimiento, como el ombligo.

ROSARIO

Ya veo. En lo tocante a vuestro primo… no me dijisteis cómo se llamaba.

DOLIENTE 2

Se llamaba Bruno cuando lo bautizaron, y tan piadoso es que aún se sigue llamando igual; todo un caballero, señora.

DOLIENTE 1

Y ya veréis qué decoroso. Una vez me tuvieron que sangrar tres veces en una sola jornada, y porque el lleva mi sangre, siendo primo mío en segundo grado, se ruborizó con la misma medida cuando me desmayé en una fiesta.

DOLIENTE 3

No sabéis, Rosarito, como sabe lidiar con usureros, no escatima de la misma deuda para ponerlos en su lugar. Es diligente en castigar a los criados, y tan cristiano como piadoso. Bien puede ver por vos hasta que regrese vuestro vástago.

DOLIENTE 2 (al otro)

O hasta que os desplume.

ROSARIO (aparte)

No vinisteis a rezarle a mi marido, sino a traer un santo a quien rezarle.

(Tomándola de las manos)

Si decís que es versado en el dinero, que venga. Ya necesitaré que alguien instruido me explique cuanto no tengo.

DOLIENTE 3

Ya cayó la tacaña, id por Bruno.

(Salen los dolientes)

Rosarito, ya los muchachos vendrán con él. No tardó en allegarse cuando lo puse al corriente, porque el corazón de misionero siempre le espera donde ha de llegar. Y, en tiempo de guerra, mujer, un hombre, aunque escondido en vuestras faldas, es un tesoro precioso. Mirad que en doquier los clarines ya retumban. Tranquilizaos, que ya para mañana estará aquí.

(Oscurece)

Escena 2


(En otra estancia)

ROSARIO

Está remolona con el matrimonio, y a fe que pocos querrán echarle el lazo, pues ahora veo que todos ven en mi ardid un nudo sospechoso. Muchacha hideputa, ay, ya tan bien criada, engulliría mis ayunos si se queda velando el pan de cada día; y como pinta el asunto, me saldrá más costosa tenerla de esclava que dejarla libre. Aunque… sí, es desenlace natural seguir con la oferta de una regalada. Si no se ha de casar con un pez gordo, la usaré de carnada. Ese pillo de Bruno vendrá con anzuelo, ajá, y trinchado en él se ahogará si querrá salir a flote. Las primeras barbas de la viudez me han hecho olvidar que di a luz, es que tantos claros en la piedad del prójimo, y tantos gusanos del luto, bien pueden enceguecer a una madre, pero no a su garrote si ha de castigar conforme tienta el camino. Juan ya habrá cruzado hasta la otra ribera. Una semana en este calendario habrá de espaciar las lunas que me perpetúen. Hijo, en vos corre la sangre de esta vieja.

(Entra Margarita)

MARGARITA

¿Dónde está Juan?

ROSARIO

¿Quién pretendéis ser vos de Juan, que sin mediar parentesco me interrogáis así? A mí, la madre de Juan.

MARGARITA

Claro, la madre de Juan; quién más podría llevar las faldas donde la cobardía de vuestro hijo apenas aplaca el frío.

ROSARIO

De las cuales aún me sobra un retazo para haceros un babero.

MARGARITA

Todos los hombres marchan al frente, y sólo este cobarde lleva sobre su frente la corona de laureles. Ocurrírsele vengar la muerte de un padre haragán, cuando la guerra se avecina. Siento que soy menos que las de mi especie, al tener un hombre que con tan afeminados atributos me complementa. Con mayor virilidad os veo decidida a vos, antes que ser la madre parecéis un general mal encarado. Ay, la vergüenza de las mujeres soy.

ROSARIO

Y también la vergüenza de mi hijo.

MARGARITA

¿De vuestro hijo? No, señora, de vuestro hijo no sale ni una costilla, según bocas de otras mujeres, que tanta razón tienen ahora.

ROSARIO

Y vos, de cuántas costillas salisteis, que habláis como un promiscuo pez.

MARGARITA

Salí de mi padre, mujer, al que no tuve que vengar para fugarme con vuestro impúber hijo, pues esperé a que el mancebo madurara, pero los clarines de la guerra le enfrío la sangre, y así no sirve ni para calentarme un poco. Decidle que me enamoré de vos, al ver que en vuestra sustancia de suegra estaba el vigoroso semblante que hubiera deseado con aquellos besos.

ROSARIO (aparte)

Y eso que no me trasquilé para el luto.

(Pausadamente)

Ay, muchachita, ya os pasará la rabia, y a Darío llamaréis padre cuando echéis de ver que Juan regresa sano y salvo. Antes que el tumulto reclutara vuestro insensato orgullo de verle en el frente, Juan partió resuelto a vengar con valentía la muerte que signó su casa. ¿No veis en ello el pulso de un varón, cuya herencia le lleva a un triunfo? Natural es que vuestra lozanía suspire con nostalgia de una muerte venidera; pero sabed que Juan ha ido a matar sólo para volver invicto. Vuestros besos alguna vez merecerán a ese héroe.

NIÑOS (cantando en la ventana)

Juan no dispara arcabuz,

Pues así el miedo le empuña,

Y Juan de miedo rasguña.

La sal tiene de avestruz.

¡Buh!

(Se van)

MARGARITA

No veis que aun en vuestra ventanas también los bribones dan tales serenatas, ya mi rabia se enamora de sus ruinas.

ROSARIO

Habéis sido insolente, pero tenéis la licencia de la juventud. ¿Visteis a esos mocosos que a la saga de vuestra edad crecen? Bien, ellos tendrán hijos que con una cantinela parecida reprocharán el poco valor de ser engendrados poetas. Así es el mundo, muchacha, redondo como el vicio de quienes envidian la virtud. Si no os despaché de casa, es porque no erais vos la envidiosa, sino la que otras envidiaban. Esperé que vuestro ardor se apaciguase, y en este sosiego veréis que una lágrima tan sólo perturba el llanto.

MARGARITA

Perdonadme, mujer. Tenéis razón punto por punto, y yo, en lugar de estar cosiendo en casa, despunto con una lengua tan terrible. Que mis palabras insensatas no interrumpan vuestras esperanzas, son mías también. Qué Juan vuelva invicto del duelo. Ciertamente guardaré luto a nuestro padre. Rosario, perdonadme, mañana os cumpliré con mi propia dote.

ROSARIO

Iros, en paz; pero es justo que combatáis a quienes os han puesto tan belicosa.

MARGARITA

Seguro.

(Sale)

ROSARIO

Fue más grosera de lo que antes hubiera permitido mi orgullo, pero en tiempo de guerra hay que hacer las pases con quienes darán el pan nuestro de cada día, amén.

(Gritando)

Manuela, Manuela, Manuela…

(Entra Manuela)


Escena 3


MANUELA

Decidme, señora. Qué os apremia así. Señaladme la prisa y de prisa la sigo hasta el final.

ROSARIO

Por de pronto, venid.

MANUELA

Heme, entonces.

ROSARIO

Ya sé que el matrimonio os horroriza como procrear fuera de su ley.

(Aparte)

Sí que os he visto fregándote el ángulo cada tanto.

(Lentamente)

Esta contradicción os deja yerma, y así, Manuelita, moriréis sin dejar servidor para nuestra fe. Tengo por cierto que sois muy devota, que vais a la iglesia mientras me escoltáis, pero tened vos por seguro que apenas la devoción alcanza para quedarnos sin hijos.

MANUELA

Pero, señora… Mirad que al volver de la iglesia, en vuestra casa remedo a quienes con virtud envidié sus halos de oropel. Pero si insistís en el matrimonio, me caso con vuestra idea, ella será mejor marido que encontrar uno a despecho de esta certidumbre, luego no os llevaría la contraria.

ROSARIO (aparte)

Y qué luna de miel más llena de sinsabores para mí.

MANUELA

No quiero dejaros, comeré poco; menos que la mitad de cuanto no me deis. Amaneceré tan temprano que velaré toda la noche vuestro sueño. Rezaré el rosario en vuestro nombre, el resto del novenario. Trenzaré de nuevo el fuete después de cada azotaína. Me sepultaré antes de morir, y no llevaré al cielo un alma perdida si no la encontráis en vuestros tesoros. Pero no me echéis a la calle que el mundo es cruel afuera.

ROSARIO

No si entráis en él, de la mano de un piadoso.

MANUELA

¿Un piadoso, señora?

ROSARIO

Un santo.

MANUELA

¿Un santo que ya no quiere ser célibe?

ROSARIO

Sí, señorita, un santo que tiene por seguro que la fe siempre ha de trascendernos.


MANUELA

Luego quiere procrear al desposarse conmigo. ¿Le conozco?

ROSARIO

No, y él, a vos, tampoco.

MANUELA

Luego, ¿cómo querrá desposarme?

ROSARIO

Veis por qué digo que es piadoso, he allí el primer milagro.

MANUELA

¿De dónde le conocéis, señora?

ROSARIO

Yo tampoco le conozco.

MANUELA

Luego otro milagro. ¡Qué milagroso, señora! Cuando le vea le pediré que me cure la… una ronchas que me brotaron por ahí.

(Aparte)

Ya se me figuran que antes del lecho quiero estar limpia.

ROSARIO

Entonces ya os queréis casar.

MANUELA

Como casarme, aún no. Pero un santo varón, merece que siervas le hayan de atender… claro, que sin descuidar vuestra casa, señora.

ROSARIO

Vuestras atenciones serán necesarias, claro está. Si sois esquiva tal sois, el creerá, y esta será su mayor fe, que aún él no ha salido del cielo.

MANUELA

¿Pero cómo sabéis, señora, que él viene?

ROSARIO

Como os dije aún no le conozco. Unos de quienes llegaron tarde al velorio, trajeron sus alas antes que él volara hasta acá. Dijeron que primo, o algo más cercano, era él de mi esposo.

MANUELA

¿Primo?

ROSARIO (acercándose ostensiblemente a la muchacha)

O alguien más cercano. Me contaron la mar de sus virtudes, que con el pan de cada día pescaba a los hombres hambrientos. Sí, lo recuerdo bien: pescador de hombres me dijeron que era. Me dijeron que si se mantenía rozagante, ya no con las pálidas y enfermizas mejillas del yeso, era porque encarnaba el vigor de sus rezos, menos estatuario según se me alcanzó, y eso que aún yo no había despertado del desvelo. Aquí, en la misma tierra de la que él se harta como cualquier mortal, puede caminar con pasos leves. Es recatado, prudente y enemigo de usureros. Viene a velar por los intereses de una viuda…

(A lontananza. Aparte)

Pero, antes que me birle, con esa lumbre le mostraré su nicho.

(Vuelve a la intimidad del diálogo)

Una viuda que lejos mandó a su hijo, y que grande ha de ser el consuelo de tal ausencia. Por eso, muchacha a la que también he querido cual propia…

MANUELA

Vuestra soy, señora, y muera ahora mismo si no lo soy hasta la muerte…

ROSARIO

Sosegad vuestra servidumbre, si queréis morir por natural paciencia, sin marcas... Dejadme que termine.

MANUELA

Perdonadme, señora… ay, temo que llegue a odiar a un santo.

ROSARIO

Os decía que, puesto que él viene por caridad, son buenas sus intenciones de cortejaros.

(Aparte)

A fe que después llevará su cortejo.

(Hilando el discurso)

Conforme a las ventajas os quiero emparejar, porque gracias a Dios que vuestro amor por mí tiene ya un marido muy recomendable.

MANUELA

También la santa sois vos, señora, que convertís a esta descarriada criatura en una oveja consciente de su sacrificio. Pero sabed que si he de robar a un santo para salvar mi alma, vos seréis beneficiada. Madre, madre es vuestro verdadero bautizo.

(Sale)

ROSARIO

Bruno me servirá para cebar a mis acreedores, y ésta, para cebar a Bruno. A fe que también soy pescadora de hombres.

(Oscurece)


Escena 4


(Cerca de un cementerio)

JUAN

Ay, tener que rematar la jornada por donde cada ruina nos advierte el fin de todo viandante.

CERBONIO

Es un cementerio… A pesar de lo oscuro, con tantas cruces no se puede errar, ¿verdad, amo?

JUAN

Sí, Cerbonio, es un cementerio; las cruces no marcan a un tesoro, sino a quienes han perdido cuanto creyeron suyo.

CERBONIO

Menos mal nos acompañamos, amo. Pero el bobo Cerbonio dice que es mejor apurarse, y a fe que no es de bobo ir de prisa, si es sabia la impaciencia de salir de entre los muertos.

JUAN

No, Cerbonio, correr, salir de prisa, sin mirar a atrás, sin honrar a los caídos… es caerles como piedra. Nos ganaríamos su ojeriza que ellos ni con las cadenas que arrastran se privan de castigar profanos. No por ponerles una piedrita del camino, desde lejos, menos pesados no juzgan, y con un mal de ojo de sus cuencas nos hundirían con nuestro propio peso. Puesto que por la ignorancia no evitamos el camino, no vayamos a tentar un atajo que nos deje mudo al enseñarnos el silencio. Henos entre vosotros, venerables mayores, en nosotros aún en pie los huesos se arrodillan para rezaros. Ven Cerbonio, arrodillaos junto a mí…

(Ambos se arrodillan)

Este par, que a vuestro Partenón llega, no discute lo impar de vuestra parte; pues para honraros es que se hincan entre vosotros.

CERBONIO

No nos matéis del susto, que ya tenemos mucho miedo.

JUAN

Callaos, bobo. Juntad vuestras manos.

(Otra vez en trance)

Si nuestras dudas, temerosas flores que prosperan en un ingenio vivo, no tributan merecidamente vuestra fe, vuestra filosofía, vuestras sonrisas de un regocijo eterno… En fin, hacedlas juguetes de vuestro amor.

CERBONIO (aparte)

Pero no os enamoréis de mí, mirad que soy más torcido que la suerte que me trajo.

JUAN

Sí, sé que ya vosotros sabéis adonde voy, qué esperanzas homicidas concilio en la fiebre de un enrojecido luto. Sabéis que voy a matar a un hombre, sí, a uno por medida de su crimen, a uno que antes me desheredó al extremo de dejar sólo los motivos de mi venganza.

CERBONIO (aparte)

Aquí no tengo parte, no vaya ser que me coja in fraganti.

JUAN

Sé que vuestra venia bendice mis votos, porque aunque en el seno de estos sótanos haya parricidas, angelitos que nacieron huérfanos, e hijas cazadas forzosamente por sus tiranos, vuestro silencio me aconseja seguir con mi propósito.

CERBONIO

Yo también callo, para que no escuchemos ningún extraño ruido…

JUAN

Mataré a un hombre, os juro que sólo eso será. Con su sangre derramada acrecentaré la sed que pudo haber tenido en vida. Con el mismo duelo que me impulsa, convidaré mi rival a un duelo… y quizá mi venganza me trunque en flor. Ay…

(Hunde su cara entre las manos)

CERBONIO (aparte)

U os desflore, porque se os ve tan virgen en este polvo, al lado de un torcido que reza por su salvación.

JUAN (Se levanta)

Levantaos, que postrado ahí parecéis la estatua de vuestros defectos.

(Se levanta Cerbonio)

CERBONIO

Ya podemos correr…

JUAN

Menos mal no tenéis medios de alcanzar tal idea.

CERBONIO

A fe que estoy agarrotado.

JUAN

Escuchad.

CERBONIO

Un bobo escucha mejor las burlas, que contra mí son verdaderas. No me digáis que escuche ruidos fantásticos, burlaos de mí para contestaros que no estoy sordo…

JUAN

Para ser bobo, me amargáis los pensamientos con tan poca sal… ¿Escucháis, de nuevo?

CERBONIO (le castañean los dientes)

Tantito, pero nomás tantito, a fe que no mucho, amo… no, no mucho como para que algo exista más que el viento.

JUAN

Ni es el viento, que, como vos, aquí querrá ser más invisible, ni es el redivivo que con nuestras plegarias hemos tributado. Tampoco son pájaros nocturnales que ya ululan a la luz del plenilunio. Y aunque castañeáis así, el eco no vuelve después de haber escapado de este sepulcral dominio.

CERBONIO

Pero de donde vienen esos pasos.

JUAN

Sí, son unos pasos, Cerbonio, tan terrenales como los nuestros, tan terrenales por venir sobre la misma tierra en donde les escuchamos, terrenales porque dejan huellas en nuestros oído, luego una marca en el polvo del que viene les advierte el fondo a donde van; como nosotros están vivo, errando con el báculo de sus dudas. Viandantes que quizá una calavera tomaron para esconder las preguntas escritas en el revés de un espejo. Veis que bajan tentando el camino con la medida de sus cojeras, ¿o sabéis de muertos que temen caer de bruces en un barranco?

CERBONIO

A fe que de ninguno que así se mueva, por eso temo que nos alcancen cuando seamos nosotros los caídos en desgracia.

JUAN

El más bajo le conozco, es mercader, eso os calma…

CERBONIO

No, a fe que no… porque conocí el gemelo al que sobreviví, y que mataron de un garrotazo cuando imitaba mis mañas…

JUAN

Venid conmigo, no temáis, son viandantes, Cerbonio, y si vinisteis con vuestros pasos, entonces ¿cómo temer de la certeza que, encarnándola, os tranquiliza?

CERBONIO

No os entendí nada, de suerte que aún la carne me tiembla.

JUAN

Bien que nacisteis bobo, hacéis juego con vuestro entendimiento, y con él entretenéis vuestra infancia permanente. Callaos, que yo les hablo, no rompáis el silencio, antes bien castañea hasta romper vuestros cariados dientes, que poco os han de servir, a no ser para confirmar vuestra cara de loco. Aquí vienen.

CERBONIO (aparte)

Como quisiere estar comiendo del saco, pero mejor me guardo de escapar, no vaya ser que me pierda…

(Entran dos viandantes)


Escena 5


JUAN

Señores, os doy la bienvenida, porque ciertamente los cuatros debemos convenir el bien, y compañeros somos en esta paraje.

VIANDANTE 1 (el más alto)

Me regocijo de que con vitalidad me saludéis.

JUAN

¿Cómo no os espantasteis de ver a un hombre conversando con lo que parecía su culpable conciencia? Porque a fe que a lontananza eso pintábamos éste y yo.

CERBONIO (aparte)

A juzgar por mi fealdad, no tenéis ninguna bonita esperanza de salvaros.

(Cerbonio se acomoda y se reacomoda entre ellos para no dar la espalda al vacío)

VIANDANTE 1 (entre risas)

No creáis que es raro este atajo en el camino; noches hay en que prefiero esta vereda que desandar tan solo la parte andada.

JUAN

Luego con frecuencia vuestra travesía es nocturna.

VIANDANTE 2

Somos mercaderes, y visto que vosotros sois de paz (pues entre la paz de los difuntos resucitáis las buenas costumbres en estos tiempos ya caducas), os confieso que este paseo, a estas horas, nos guarda de salteadores.

VIANDANTE 1

Y cada quien cela sus tesoros; así el ardid esté en hacerse matar por un ladrón.

JUAN

¿Adónde vais?

VIANDANTE 2

Ya no tenemos adónde ir, si nos compráis al menos una baratija.

CERBONIO

Cuidado, amo, que por menos se pierde el alma que el tacaño esconde.

JUAN

Perdonadme, pero no se me figura que sea lugar para hacer comercio, aquí sólo se transige si el pacto precisa el testimonio de este sepulcral reino. Si os pregunté que adónde ibais, es porque, yendo en igual sentido, podemos conversar sobre el sentido de la vida, así amaneceremos calientes por las anécdotas. No enemistados, por cierto.

VIANDANTE 1

Ni qué decir de ganar un rival, cuando nunca nos tuvimos miedo.

VIANDANTE 2 (a Cerbonio)

¿Adónde vais vosotros?

CERBONIO

Adónde la gente vive al vilo de la espera.

JUAN

No le hagáis caso a este espectro, que de cierto al morir será su vivido retrato. Es escudero mío, un criado que le compramos a su padre.

VIANDANTE 1

Amanecería muerto de hambre, si pagasteis lo justo.

VIANDANTE 2

A fe que ni pegaría un ojo antes de morir.

CERBONIO (aparte)

Ay, hablan de mi padre, que de tanto venderme me despide como una agradecida puta.

VIANDANTE 1

Os veo con intención de partir hacia allá.

JUAN

Tal es el camino que me persuade.

VIANDANTE 2

Entonces vamos en dirección contraria.

JUAN

Luego os adentraréis más en el cementerio, hasta salir al alba de su cerca.

VIANDANTE 2

Tal es el camino que nos persuade.

VIANDANTE 1

Señor, al rechazar mis efectos, sin regatear siquiera, me persuadí de que no erais propio en el comercio; luego, ¿qué negocio os ocupa, si vale que lo sepamos antes de despedirnos? Como sospecháis, es curiosidad de mercader.

JUAN

Un duelo a muerte.

VIANDANTE 1

¡Oh, un duelo! Si que habéis resucitado las buenas costumbres de antaño, otrora hubiéramos sido vuestros padrinos. De cualquier manera, os deseo que saque el mejor interés del negocio, señor. Ya ve qué buenos augurios también vaticinan los mercaderes.

CERBONIO

Parecen profetas.

JUAN

Deje este crucifijo como gajes de mi agradecimiento, es de oro tal pesa.

VIANDANTE 2

De cierto que sus tintineo nos guiará hasta volver de donde venimos.

JUAN

Son muchas las tumbas que debéis cruzar, y aunque vuestro coraje es distintivo en vosotros, un destello de oro no sobra en el pecho de los héroes. Ciertamente sois valiente, y puesto que entre valientes hablamos, os digo cuánto me costó lidiar con este monstruo, de cada lápida tenía que explicar una vida entera; pero lo más del tiempo enseñar a un bobo es ignorar lo inútil que es. Que si era un cuervo sobre una quebradiza rama, el veía el fantasma de un quemado, temiendo por colmo el ir al infierno. Que si era un búho, el creía que un hechizo lo dejaba ciego. En fin… ejemplos como nosotros, señores (y ahora sí con esto me despido), son tan raros como los fantasmas que no se pueden explicar.

CERBONIO

¿Vosotros nunca habéis temido a los muertos?

VIANDANTE

No se preocupe, bobo, es asunto de acostumbrarse.

VIANDANTE 1

Mirad ahora, hasta con precavidos bastones andamos, y cuando estábamos vivos, no había cosa que nos asustara.

(Entran al cementerio)

JUAN Y CERBONIO

Ave María Purísima…

(Salen despavorido)

JUAN

No, no… no me agarréis, bobo, que no soy muleta, ni vos milagro.

TELÓN


A C T O I I I


Escena 1


(En una estancia de Rosario)

BRUNO

En mi vida, y mirad que he vivido lo suficiente para temer al cielo, he afanado una prenda como la que ahora tintinea en mi pobreza. Con que siendo un crucifijo, es señal de que la providencia intercede por nosotros, luego no ha de ser difícil encaminarse según el mapa de un blasfemo.

(Con afectada hipocresía)

Ah, mi querido Nicasio, como sabéis he cambiado tesoros de oropel por relicarios del oriente; promesas de un polvoriento amor por un buen polvo; mortajas remendadas por damascos; y suertes por apuestas, pero Dios sabe cuán propicio resultó sólo el límite de mi ingenio para que yo os recite tal inventario. Fui un niño pobre que contagiaba a todos a quienes se me alcanzaban sus bolsillos, pero la pobreza, cuando nace al tiempo que la misma hambre, no la sacia un pobre, y hay que recurrir al pobre prójimo. Como he llevado sobre mi lomo más leña de la que el infierno aplicaría en mi escarmiento, traté de corregirme, sin dejar tareas a un encolerizado cura que desde siempre me tuvo ojeriza. Sí, traté de corregirme, pero porque fui más tolerante que mis acusadores, los castigos, en lugar de lacerar mi carne réproba, me espoleaban en pos del crimen. Entonces, rendido ya al vicio… ay, traéis la pipa, bueno, en fin, os contaba que a mis dones perfeccioné como a una ciencia, y, no quedando más que lo evidente, os traje conmigo, y tengo la impresión de que seréis un buen discípulo. Pero no creáis que alguna vez no haya sido todo lo piadoso como para engañar a una beata ni como para recogeros de la indigencia.

(Otra vez saca el crucifijo)

Es de oro macizo, hay que mantenerlo a cubierto, no vaya ser que las súplicas de quien lo perdió lo consigan en nos.

NICASIO

Pobres infelices, pero, viéndolo bien, maestro, a quién le rezarán si han cedido el destino de sus oraciones.

BRUNO

Ellos, como sus colegas, ya estarán hecho a imagen y semejanza de un amén.

(Entre risa)

Si quedaron insepultos, es por que no alcanzaron a esconderse.

NICASIO

El torcido, sí quedó tieso, bien pudo hacérsele el milagro de que al fin levantara cabeza.

BRUNO

Lástima que para encarar su destino de bobo.

(Se echan a reír)

NICASIO

Y el muchacho…

BRUNO

El muchacho, si le faltaba crecer, ya al estirar la pata halló su porte definitivo.

NICASIO

Según iban, venían de acá.

BRUNO

Tanto trecho para no salir de un cerco.

NICASIO

Luego alguien de acá le conoce.

BRUNO

Como al crucifijo.

NICASIO

¿Creéis que sea difícil ablandar a la mayor? Es viuda, y la cáscara del luto tiene su corteza.

BRUNO

Que de un corte deja desnuda a ésa.

NICASIO

Si os recibe a vos, a la sazón de ser el único pariente que admite, ¿cómo aceptaría que yo os acompañe?

BRUNO

Tanto porque seré singular para la viuda.

NICASIO

Antes plurales sospechas les inspiraremos.

BRUNO

Luego plural es el tesoro que esconde.

NICASIO

Se me figura que es un hueso duro de roer.

BRUNO

Olvidáis que nos han llamado desde rateros hasta ratas.

NICASIO

Pero, aun si se nos hace sencillo, del hueso qué carne.

BRUNO

No olvidéis que íntimos son los tesoros. Y ya dejad de echar la sal, no vaya ser que sazonéis un infortunio.

NICASIO

Es que soy precavido, mejor que echarle sal a mis lágrimas.

BRUNO

Tunante, el llanto vuestro, como el del plañidero, siempre os salva la cena. Y ya se me figura que vuestra cobardía es muy ambiciosa como para convencerme con sus consejos. Los dolientes a fe que así me impacientaban.

NICASIO

Y qué hay de ese trío.

BRUNO (se ríe)

Los mandé hacer un dúo.

NICASIO

¿Cómo?

BRUNO

Necesario era que anunciara mi advenimiento con la viuda, pero ya estaban pidiendo mucho. Así que despaché a la gorda y me las arregle para incriminar a sus acompañantes. Deben estar cantando que son inocentes. Desgarradora serenata para este tiempo de guerra en que la verdad ya no enamora doncellas.

NICASIO

Feo que tuvieron que pedir tanto. Por cierto, ¿qué tanto pidieron?

BRUNO

Qué no olvidáramos que fueron útiles.

NICASIO

Y por eso os deshicisteis de ellos.

BRUNO

Imaginaos que en el porvenir nos echen en cara que son inútiles, otros tuvieran que hacer el dúo que ellos hacen ahora, y a quien hubiéramos estrangulado sino a nuestra reputación.

NICASIO

Maestro, vuestras lecciones son de sabio.

(Aparte)

Y qué mal arte tenéis para enseñar.

BRUNO

Debe estar por llegar la viuda, esos no alcanzaron a describírmela en nada; pero al menos ya es bastante como para presumir que esconde mucho.

NICASIO

Que no sea sólo la pena tras el luto. Sé de viudas que de sus maridos no pueden vender ni los cuernos.

BRUNO

Yo conocí a la familia de su esposo, y a fe que el haragán de la prosapia era precisamente el finado. Pero sabed que los vagabundos sólo llevan una casa como ésta, si están a cubierto de sus máscaras.

NICASIO (aparte)

Y vos sois tan descarado que tenéis que afanarle su renta.

(Acercándose aún más)

Maestro, preciso es empezar por una ración, que me truenan las tripas.

BRUNO

Callaos, aquí viene… qué insensatos fuimos al hablar tanto.

(Entra la viuda)





Escena 2


ROSARIO (extrañada de ver a dos)

¿Caballeros, quién de vosotros es Bruno?

BRUNO

A fe que yo, señora, pues con ese nombre he podido ser piadoso desde la pila.

NICASIO (aparte)

Qué pila de mentiras.

ROSARIO

Seáis bienvenido entonces, ya podéis despachar al paje.

NICASIO (aparte)

Ramplona la mujer.

BRUNO

Es hombre de fiar, señora Rosario, y rudo contra usureros. Vino conmigo según precisara mi piedad, que no tiene piedad contra las miserias. Como sé que el luto de las viudas es el blanco de tan enconado empeño, tenía que traer esbirro para este ámbito terrenal. Cierto que estos insensibles al cielo sólo temen cuando uno lleva esbirros, pues sabido es que del infierno no puede salir a cobrarles.

ROSARIO

Luego él es la razón de vuestras oraciones.

BRUNO (notando las suspicacias de la viuda)

No, a fe que es un recadero, cuando aún mis oraciones no han levantado vuelo.

ROSARIO

Más las pensáis al vuelo; de modo que oráis más de lo que mandáis.

BRUNO

Pero si os inoportuna, podemos echarle a la calle, y que allí encalle su naufragio.

NICASIO

Qué fácil es echar a una callejera persona.

ROSARIO (aparte)

Este dúo puede visitar al usurero.

(Entusiasmada)

No, no, no, caballero. Tenéis razón en lo tocante a esos parásitos, y si así como la tenéis, es preciso un pendenciero, no es precisamente mi necesidad de ser protegida la que se os oponga. Además, sois pariente de mi finado esposo. Ay, su muerte anticipó la guerra, y tan desangrado como para marcar a su homicida por siempre.

(Blandiendo negativamente su cabeza tras una pausa)

Mala cabeza tuvo, y está bien que yo lo diga, siendo la que peor quedó por su imprudencia. Pero era un esposo ejemplar y con que hombría me enseñó a castigar a nuestro hijo…

(Paseándose por la estancia)

Anoche lo velamos, y allí estaba, entre las velas, desvelándose antes de saberse muerto. Vos no le conocíais mucho, ¿verdad?

BRUNO

No, Rosario… ¿puedo llamaros así?

ROSARIO

Puesto que no llegasteis a rezar el primero, que al menos mi nombre os perdone.

BRUNO

Ay, mujer, y cómo me culpo de no haber anticipado la desgracia, no me gusta rezagarme en un rosario.

ROSARIO (aparte)

Y ya os dejo atrás.

BRUNO

Como os decía, no le conocí mucho, pues en poco partió de casa. Aunque una que otra noticia se acordaba de sus parientes, ya que no su memoria. Talentoso fue para divagar con las máscaras que solía portar en su arte, de niño le gustaba ser un dios señero o un hipócrita súbdito, hacer de sol y calentarle la oreja a quien hacía de muro con una buena meada…

(Con cierta sonrisa melancólica)

Ay, qué díscolo era.

ROSARIO

Sí, era actor, y, con una partida de ellos, acometió ficticios enemigos por años, hasta que uno de sus cómplices lo apuñaló de verdad.

BRUNO

Sí, señora, son los designios del cielo que aun con ilusiones nos encaminan.

ROSARIO

Las amenazas de la guerra ya os habrá sugerido qué otra más feroz libran mis acreedores contra mí, no con las misma esperanza que la primera supone para la paz. Mi hijo, trastocado por la muerte, no halló consuelo en ninguna de las dos y así marchó para el duelo.

BRUNO

¿Cómo está vuestra hacienda, y en qué punto quieren usurpar estos desalmados?

ROSARIO

Podéis ver que los únicos lujos que cuelgan de las paredes es el aseo de conservarlas con la misma pintura respetable, aunque de todos modos la humedad hace estragos, y a fe que hace ya un tiempo que no se les retoca. Las plagas ya no frecuentan estos rincones ni para guardarse de las tempestades. El aceite de las lámparas sólo alcanza para engrasar sombras. Apenas unos costales de granos, son las contadas esperanzas de que prosperemos como labradores. Los muebles… ay, si os contara sobre los muebles. Bueno, mirad cuanto os rodean, tan cansados están por el uso, que se echarían sobre vos si los ocupáis por instante, ya veréis qué de sueños cuando os tumbéis en el catre. Os cuento que de uno de ellos, el más preciado de mi esposo, lo dispuse para su urna.

BRUNO

Esta vieja si que es dura, y alguna treta endurece.

ROSARIO

Como veis mi hacienda es exigua, y aunque quizá cubra las deudas que legítimamente se me reclaman, los más de quienes me asedian dicen tener derecho a ciertos intereses que ellos mismos prescribieron.

NICASIO

Señora, cuando vean que alguien, y no muy tonto como para ser soldado, apalearía a todos los haraganes que buscan combatiros a la sombra de una guerra… en fin, ya veréis que sólo habéis de pagar lo justo, y si habrá exceso en el tramite, creedme que ése le pongo yo.

BRUNO

Nicasio, bajad los puños, aún no hace falta empuñar la rabia. Ya veremos al amanecer.

ROSARIO

Debéis venir cansados.

NICASIO (aparte)

Y hambrientos como para comernos el primer usurero.

BRUNO

Sí, la travesía fue tan larga, que tuvimos que romper el ayuno para seguir.

ROSARIO

Me alegro tener que ofrecerle reposo, para que principiéis otro ayuno que si sea prolongado, según vuestra demudada costumbre así lo invoque.

(Les da la espalda)

NICASIO (a Bruno)

Me cago en esta bruja.

BRUNO (medio en serio, medio en broma)

Pero con la dieta que nos dé, no la ensuciaremos mucho.

ROSARIO (gritando)

Manuela, Manuela.

(A sus huéspedes)

Es una moza hacendosa y muy mona, no es pariente nuestra, pero se terminó de criar en casa. Y a fe que es el único tesoro que deslumbra aquí.

BRUNO (aparte)

Esta matrona quiere que le deje en cinta un regalo.

(Entra Manuela)


Escena 3


MANUELA

Señora Rosario, como supe que llegó a quien esperabais, me adelanté a preparar este postre de bienvenida.

NICASIO (aparte)

Si que es un tesoro la moza, pero más valioso es el postre que trae.

ROSARIO (a Bruno)

No obstante, la desmedida costumbre del despilfarro objeta, aunque apenas una porción, su valía.

BRUNO (interpretando con sagacidad la avaricia de su anfitriona)

Muchacha, aún no os conozco y ya sé que sois una de esas criadas manirrota con la hacienda ajena.

NICASIO (aparte)

Me deja perplejo esta lección, más que el hambre que traigo.

BRUNO (acercándose inquisitivamente)

Es a discreción de la señora de casa, y según su prudencia, que nosotros podemos ser agasajado, y de cierto que no venimos a un banquete en que una orgía nos engorde el luto. ¿Veis en nuestro rostro, compungido por la perdida de un pariente, la voracidad de arrugas que nos envejezcan para aplacar el hambre? De cierto que no habéis de ver sino a dos hombre maduros por la virtud y la observancia. Ay, es que os veo sosteniendo esos manjares, y se me revuelven las vísceras.

NICASIO (aparte)

A fe que a mí también.

BRUNO

Cómo os atrevéis a dilapidar comida entre comidas. Ay, cuando vuelva ayunar, aprovecharé mi ayuno para pedir por vuestra alma, suerte tenéis de que se precise un ayunador obstinado para salvaros del infierno. No, no lloréis; no es con lágrimas de vergüenza que lavaréis la mácula que también deja vuestro rubor.

MANUELA (entre sollozo)

Señor, yo sólo quise agradaros…

ROSARIO (a Bruno)

Es un defecto que la paciencia de un cristiano puede convertir en virtud.

NICASIO

Sosegaos, muchacha, estáis aprendiendo; el maestro siempre enseña…

(Aparte)

Sin enseñar los dientes.

BRUNO

Si he sido duro es para ablandaros los dientes que ya debéis mudar.

ROSARIO

En lo tocante al despilfarro, bien tenéis juicio de ser severo, y os doy la razón como el garrote. Me regocijo de que compartáis este criterio, tanto porque ella se nos une en pos de combatir la usura de gente despiadada. En socorro de una viuda, la buena gente es útil. Así que mientras aparezca el hijo de mi esposo, hijo mío, pariente vuestro, estaréis servido. Ella, que es la criada, sólo el interés de complaceros le anima más allá de su costumbre, así que ya conociendo vuestra austeridad no os será difícil instruirles las lecciones. La veis. Manuela es una muchachita que bien vale dedicarle el evangelio, es un premio del cielo que con generosidad se ofrece. Es más devota que inteligente, señor, así que aprenderá de prisa vuestras máximas.

MANUELA

Tened paciencia con una joven desaconsejada.

BRUNO (aparte)

Más bien la tendré que tener con la que os aconseja.

ROSARIO (alelada)

La guerra es ruinosa, porque no escatima sus efectos, y la paz, economizando las ruinas precedentes, lleva una hacienda más sosegada. Bien sois hombre de paz, al menos para la paz de un muerto vinisteis, y, según vuestra filosofía, escapasteis de una guerra que a tantos insensatos sedujo. Pues a fe que encontrasteis un cielo bajo el cual dirigir vuestras oraciones, al menos un techo para la intemperie.

(Va a la ventana)

NICASIO (a Bruno)

Bueno, ya ganasteis un punto con la bruja.

BRUNO (a Nicasio)

Por lo menos un mal de ojo no pescamos.

ROSARIO

Manuela, cerrad las ventanas cuando el viento suene.

BRUNO

Y guardad ese postre, indigestión para quien no respete el cielo entre comidas. Guardadlo.

NICASIO (aparte)

Antes que mis pedos hablen.

(Tocan la puerta)

ROSARIO

Muchacha id a ver quién es.

MANUELA

¿Y si es el viento?

NICASIO (aparte)

Me cago.

(Va Manuela, al punto de abrir la puerta irrumpe un usurero)

USURERO (aparte)

¿Dónde está la señora Rosario? A fe que si se esconde, la encontraré detrás de sus deudas.

ROSARIO

No hubo que visitar al visitante.

(Indignada)

¿Adónde, vil? Porque donde me veis os cobraré el agravio.

BRUNO

¿Cómo os atrevéis a irrumpir así?

USURERO (desconcertado)

Y vos quién sois.

(Cayendo en cuenta de los demás)

Sois un doliente. Creedme que estoy con vos, pues no soy tan insensible.

ROSARIO (triunfal)

De cierto que no, porque os duele verme acompañada.

(Salta Nicasio y airadamente se pone por delante)

NICASIO

Si no sois tan insensible, mejor os gustará salir de aquí con todo vuestros huesos sanos.

MANUELA (atribuyéndose cierta importancia)

Iros, antes que os haga comer de esta pecaminosa ostia.

USURERO

No lo toméis a mal, Rosario… yo andaba por aquí… y a estas horas hay muchos homicidas por doquier, tal se pueden presumir en nuestras pesadillas… ay, parecen minuteros que a cada segundo acechan los recodos. Entré, y digamos que por costumbre…

ROSARIO

Por mala costumbre.

USURERO

Sí, creo que es un vicio esto de ver deudores pacientes para luego impacientarse uno.

(Acerca el oído a la puerta, y con una sonrisa nerviosa)

¿Ya pasaría el toque de queda?

NICASIO

Si os quedáis, impío, el toque no se escuchará tan quedamente.

BRUNO

Aún con todo lo que teméis afuera, mas os valdría salir.

USURERO

Al punto.

NICASIO (amenazante)

Sea puntual, porque no me lleva un minuto pasar del acecho al trecho.

USURERO (con nostalgia)

Adiós, Rosario, que el oro mío os alumbre el entendimiento.

(Se marcha y Manuela lo acompaña)

ROSARIO

Era asunto de ser parco con él.

BRUNO

Sí, con amenazas se ahorra una tunda enérgica.

NICASIO (aparte)

El hambre no nos da para otras economías.

(Entra otra vez Manuela seguida de Margarita)


Escena 4


MANUELA

Señora, aquí viene conmigo la señorita Margarita.

NICASIO (aparte)

Una flor en tiempo de estío.

BRUNO (a Nicasio)

Me ama, no me ama, me ama… ay, yo me enamoraría por nomás desflorarle.

MARGARITA

Rosario…

(Cayendo en cuenta de la visita)

Caballeros.

ROSARIO

Venid mujer. Estos caballeros, que tan demudado veis, parientes son de mi difunto esposo, entre los rigores de la guerra trajeron sus lágrimas invictas.

BRUNO (aparte)

Y como diría Nicasio, invicta es el hambre a la que no le ganamos una.

ROSARIO

Bienvenida. Pero, aunque llegarais con bien según promesa de mi recibimiento, ¿cómo se os ocurrió venir así? Un tumulto sucede a otro hasta un cementerio impreciso en la bruma, y sólo la calma de los muertos espacia una variación en el paisaje. Mujeres han sido pasto de la lujuria marcial y niños han sido azotados con su misma sangre.

MARGARITA

Vine justo para deciros la nueva, que ya en los más ansiosos envejece con plácido goce.

ROSARIO

¿La nueva?

BRUNO (aparte)

La nueva sois vos, y qué idea nueva se me viene.

MARGARITA

La guerra mudó frontera, y los belicosos que reclutó aquí se apaciguaron, si no los apaciguó la muerte. Sólo exaltados, que en el errar hallan patria, persiguen un confín que igual se extingue.

ROSARIO

Pero nada más ayer una procesión de antorchas brillaba como el oro que sus militantes saquearon.

MARGARITA

Ningún tesoro de estos días colmará riquezas.

NICASIO (a Bruno)

Maestro, como que debimos enrolarnos.

BRUNO

Callaos.

ROSARIO

Ah, el cielo, escuchó mis oraciones.

MARGARITA

Dentro de poco la paz, no la de quienes murieron llevándola dentro de un pellejo hostil, ha de consolar a los dolientes.

ROSARIO (con alivio)

Bien, al menos suerte tengo de enviudar en una estación propicia a mi salud.

MARGARITA

¿No sabéis nada de vuestro hijo?

ROSARIO

Ha mucho que no tengo noticias de él, ni sé si la empresa que en rigor se impuso tiene el carácter de sus intenciones. Otro es el encargo que pido al cielo. Vuestra boda, tanto porque sus votos son cristianos, se celebrará bajo ese mismo venturoso cielo. No os preocupéis de Juan, que si la paz prevaleció es porque ángeles le favorecen.

BRUNO (a Nicasio)

A fe que despachó a su hijo para salvarlo de la guerra.

NICASIO (respondiendo)

Es tenaz la viuda.

BRUNO

Luego por lo menos esconde el oro con que piensa cebar a ésta.

ROSARIO

Moveos, muchacha, que se os ve inanimada.

(Tocan la puerta. Manuela va a abrir)

NICASIO (a Bruno, escéptico)

No sé, maestro, creo que la viuda sigue pesando lo que tasa en otra.

(Entra un mensajero)

MENSAJERO

Buenas a todos, que yo, siendo uno, tenga que decir todos sin figurar entre vosotros, a esta carta se debe; luego mi deber, señores, es entregar cuanto nada sabré leer.

ROSARIO (impaciente)

Si habéis llegado a filosofar en mi casa, dame lo que vinisteis a entregar y vete a pensar en otra parte.

MENSAJERO

A vos os la entrego, pues de cierto que ninguna lección me enseñaría a leer.

(Le entrega la carta)

Adiós.

(Sale)

NICASIO (aparte)

No se me figura tanto trajín desde mi última cena.

ROSARIO

Es carta de Juan, Margarita. Según tal caligrafía, habrá de ir a mitad de camino. Cuenta la mar de cosa, tanto que en ellas casi es naufrago. Sí, tenéis razón. Aquí dice que extrañas antorchas coronaban cimas, esto ya anticipaba la verdad de vuestra nueva. Escuchad.

(Lee pausadamente)

Anoche libramos un duelo con un par de salteadores, y a un tris casi le hacemos los fantasmas que ellos presumían en nuestra violencia. Aunque el tesoro que salvamos por fuerza de nuestro arrojo lo tuve que empeñar para armarme con la determinación de mi juramento (ay, insensato), no me falta el pábulo que enerve mi sangre (ni a mí, dilapidador). Unas cinco jornadas me separan de mi enemigo, poco más de la mitad que su novenario precisa. Tranquilizaos, madre, y que esta calma justifique la de mi amada Margarita. Con bien regresaré, no sin antes dejar bien muerto en el tablado al asesino de mi padre. Un abrazo a ambas.

MARGARITA

¡Qué valiente!

ROSARIO

A un valiente así con sus insignias os corteja.

BRUNO (aparte)

Ya masco el agua.

MARGARITA

A fe que me arrepiento de condenarlo así. Ay, con tanta impiedad maldije, Rosario, que ahora rezaría para que el cielo no escuche lo que dije.

ROSARIO

Calmaos, mujer. Recordad la carta de Juan, y rezad, sí, pero para que él os enamoré al oído con sus hazañas.

MARGARITA

Ay, muero de impaciencia.

BRUNO

Señorita, el amor es así; nos hace creer que moriremos de lo que no somos mortal.

MARGARITA (volviéndose con rabia)

Luego no creéis en el amor.

BRUNO (salvándose)

Cuando esperamos todo se nos figura eterno.

NICASIO (aparte)

Como el amor.

BRUNO (con piadoso semblante)

Pero lo eterno da ocasión de que os probéis siempre; pues el eterno os prueba.

ROSARIO

Es un piadoso y un sabio. Venid.

(La toma del brazo)

Iros con tiento, Margarita, y saludadme a los varones de vuestro casa, a los que mañana no tendréis que llorar. Decidles a vuestra madre que agradezco el pésame. Ay, que el luto tiña nuestra primavera, es para convertirnos en supersticiosos. Ya veis que no sé que hacer con esas flores del sepelio.

MARGARITA

Lleváosla de vuestra casa. Mejor dádmelas a mí para que me remuerdan. Adiós, señores.

ROSARIO

Entonces, yo os acompaño. Venid, Manuela.

(A los varones)

Quedáis en vuestra casa. No quiero lamentar a más varones, tanto porque se precisa un viril agasajo para nuestro héroe.

(Aparte, refiriéndose a Manuela)

Más bien un cortejo para esta moza.

BRUNO

Tranquilizaos, mujer, que este santo varón, no se sacrificará en vano. Aquí os espero. Iros con tiento.

ROSARIO (aparte)

Y ya veré si con tiento caéis en tentación.

(A los varones)

No tardaré más de lo que esta prometida tardó en venir.

NICASIO (aparte)

Manos a las obras.

(Salen las tres mujeres, entre murmullos)


Escena 5


NICASIO (inquieto)

Maestro, a revelar cuanto oculta la bruja, antes que un mal de ojo nos vea en una mala movida.

BRUNO

¿Qué decís, demente?

NICASIO

Que echemos un ojo a este inventario; pues, aunque el afán nos deje tuerto, ya se me figura que algo salte a la vista. Maestro, revisemos los muebles, si nos sienta mal el verlos tan baratos tal vez al final nos muestre que esconde.

BRUNO

Y vos, ¿sabéis, por cierto, cuándo vuelven? No veis, que la avara nos quiere medir con la misma vara de su hospitalidad.

NICASIO

¿Cómo es ello?

BRUNO

Ay, mi querido discípulo, aún os falta aprender a desconfiar. Una bruja como ésta no deja nada a la vista que no sea una carnada, y aunque para voz tal hallazgo sería un banquete, de cierto que no engordaréis ni para saciar a su enjuta criada. Nos tienta, caballero, pero si somos tan piadosos como simulamos ser, más nos convendría rezar para no caer en tentación. Sí, ya descubristeis el postre, pero ni se os ocurra transgredir el ayuno que tanto nos asola. Nos tienta, caballero, nos tienta y mas nos convendría aquietarnos, que tener que errar a la intemperie. El demonio nos tienta, pero no sólo de pan vive el hombre…

NICASIO

Pero si robamos la casa y salimos de aquí a despecho de la viuda, bien puede el pobre finado enviudar también.

BRUNO

Inconstante sois, esta mujer esconde más de cuanto le sacaríamos a la fuerza.

NICASIO

Eso sospecho, pero necesitamos ser más fuertes para resistir este régimen.

BRUNO

Paciencia es otra lección que os desespera verla comprobada.

NICASIO

Pero decidme, maestro, qué echáis de ver por no ver el inventario.

BRUNO

¿Escuchasteis la carta del hijo?

NICASIO

Todo un valiente.

BRUNO

De qué vale el maestro, si el discípulo se distrae en recordar su ignorancia. ¿Os escuchasteis recién?

NICASIO

Muera si no escuché la carta.

BRUNO

Luego seguís siendo el mismo.

NICASIO

¿Por qué?

BRUNO

Ni porque me preguntáis, la respuesta os diferencia. Ese muchacho fanfarrón es el mismo que casi matamos de un susto, podéis jurar que muy lejos de aquellas lápidas escribió esa carta. Nosotros somos los salteadores de su heroísmo; los efectos que salvó de nosotros, y que él empeñó en pos de armarse caballero, es el crucifijo que le afanamos sin ser descorteces.

(Cavilando)

Noté entre las líneas que describen su hazaña, que tesoros hay.

(Entre risas)

Se me figura que el torcido si no sobrevivió.

NICASIO

Tenéis razón. A fe que esto tiene su gracia, lástima que ningún público no las dé.

(Se inclina al público)

BRUNO

Sí, pero ya ha de venir quien nos reconocería, pues se ausentó para evitar la guerra. Hay que darse prisa con la viuda, un mínimo desliz y perderemos la dote de su luto. Aunque, Nicasio, qué nos puede hacer perder un cobarde.

NICASIO

Además, maestro, ninguno de los dos nos podría reconocer, menos el torcido que ahora otro defecto tiene. Era oscuro, maestro, y la lánguida luna apenas acentuaba los rasgos irreconocibles. Yo no podría reconocerles, ni porque tantas señas tuviera el torcido. Al muchacho, por ejemplo, sólo por su cobardía lo reconoceré.

BRUNO

Luego ha de ser mutua la ignorancia.

NICASIO

Es lo que debo purgar por no aprender la lección, ¿verdad?

BRUNO

No dramaticéis la culpa, que os hace más culpable. Ya ganamos mucho, Nicasio.

NICASIO

Pero tenemos nada.

BRUNO

Con gente tan avara como esta mujer, ya es buen principio comenzar por nada, y está de nosotros que el mejor fin será dejarla en nada. Gané su favor por la avaricia, ¿y creéis que no voy a tasar tal renta?

NICASIO

Pero dijisteis que poco tiempo había.

BRUNO

Poco dice tener esta mujer y tras ese poquito esconde mucho: una nuera, por ejemplo. Nicasio, tengo dos propósitos, y en los dos debo ser galante.

NICASIO

Ya se me alcanzaba que le echaréis el lazo a la viuda.

BRUNO

El otro nudo no lo correré en la criada que la viuda desata.

NICASIO

A fe que quiere que Manuela…

BRUNO

Callaos que aquí vuelve.

(Vienen las dos mujeres)

BRUNO

Este trajín si nos cansó, Rosario, para la cena hay que…

ROSARIO

Como creéis; no perturbaré vuestro ayuno con otro espectáculo, tal no lo hizo ese postre, por cierto.

NICASIO (a Bruno)

Maestro, de nuevo os ganó el impulso.

BRUNO (entre diente)

Sí, mujer.

ROSARIO

Manuela os llevará a vuestra común alcoba, porque sabed que es la única que estaba dispuesta, como sólo os esperaba a vos. Manuela duerme entre rincones vecinos.

BRUNO (aparte)

Y no caeré en la red de vuestra telaraña.

MANUELA

Venid, caballeros.

(A Bruno)

Ya veréis cuánto mortifican las pulgas a un penitente como vos.

BRUNO (aparte)

Ya es mucho que se le chupe la sangre al famélico.

(Salen seguidos de Manuela)

ROSARIO (con ironía)

Parece ser buenas personas, que su bondad dure mientras recobre mi dureza.

(Oscurece)



TELÓN
















A C T O I V


Escena 1


(En una estancia)

ROSARIO

¿Qué os pareció vuestro futuro consorte?

MANUELA

Un santo con más ceño fruncido que alas con que abanicar su coraje.

ROSARIO

Un verdadero maestro para vos, o el maestro que merece vuestro desparpajo.

MANUELA

La verdad es esa, señora, si vos os juntáis a él y así, juntamente, me domináis.

ROSARIO (enojada)

¿Qué decís, mujer?

MANUELA (justificándose)

Que así no tendría que dejaros.

ROSARIO

De cierto que os conviene dejarme así.

MANUELA

¿Sola?

ROSARIO

Pues el acompañarme en mi impaciencia os costará perder vuestra aureola.

MANUELA

Está bien, luego sois vos que así lo quiere, cómo contrariar a quien he seguido hasta esta separación.

ROSARIO

Lo hago por vuestro bien, qué privaciones no pasaríais de tener que compartir el mendrugo con una arruinada viuda.

MANUELA (con inocencia)

Pero, ¿Cuántas pasé al compartirlo con el resto de mi familia, señora?

ROSARIO (contrariada)

Sí, pero al menos este señor os engordará para sus deleites; he oído decir que los piadosos en la intimidad son opulentos.

MANUELA (sin advertir ninguna malicia)

Ay, señora, si lo supierais, que de esa cuenta ya tengo un rosario.

(Se asoma Nicasio en el fondo)

ROSARIO

Insolente, mordéis la mano que os da de comer.

NICASIO (ocultándose)

Con lo que le dais, es mejor comer la causa, que comer ansias.

ROSARIO (advirtiendo el ruido)

¿Qué fue eso?

MANUELA

Han de ser ratas.

ROSARIO

¿Que como vos roen?

MANUELA (nostálgica)

¿No, señora, como creéis? ¿No habéis escuchado que cuando un barco se hunde las primeras en abandonarlo son esas impuras? Luego yo…

ROSARIO (interrumpiéndole)

Le debéis tomar consejo a vuestra raza.

MANUELA

Ay, como me aflijo.

ROSARIO

Veis que la ruina endurece el alma; marchaos ante que yo, con mi alma endurecida, os descalabre por perderla en cualquier moño.

MANUELA

¿Sabe que estoy prometida a él?

ROSARIO

Aún no, pero os prometo que lo sabrá antes de cumplir su promesa. Sí insistís en la caridad mía, sabed que entroncaréis conmigo, pues pariente es vuestro futuro consorte de mi difunto esposo, y si enviudaréis antes de que sus rigores religiosos os domeñen, ya se me figura que seréis gemela mía. Es ley de la vida esta de repartir dones según quiera exceptuar sus pares, por eso siempre se consiguen los que se buscan por fuerza del acto.

MANUELA

Ay, me quitáis un peso de encima.

ROSARIO (aparte)

Y alijaréis mi hacienda si os vais de aquí con él.

MANUELA (con subitáneo gozo)

¿Y nos veremos, señora?

ROSARIO (aparte)

Si el pillo no os vende vuestros ojos, quizá sí, en el cielo.

(Consolándola)

Aun si no nos vemos, entroncaréis con el linaje de mi hijo, para al cual sólo tengo ojos.

MANUELA

Madre, dejadme que os llame por vuestro verdadero nombre, y así ser parte de la familia.

ROSARIO

Ahora iros por el mandado. Id con tiento; pues aunque sólo las ruinas son el monumento vivo de los belicosos, podéis tropezaros con un dardo que no sea de cupido.

MANUELA

Sí, señora.

(Sale)

ROSARIO

Este buen hombre ha de llevarse su mujer, antes que ésta, de tanto llorar, no lo vea ya con buenos ojos. Qué difícil es hacer de casamenteros, cuando os conviene que los esponsales se consuman en nada; lo difícil, sin embargo, prodiga un premio, y para nada me serían perniciosos si muy lejos de mí son tales; pero luego se os figura que ha de quedaros un vacío tan hondo donde toparlos de nuevo. Ay, cruel es el mundo cuando os redondea un prójimo así de mal rematado.

(Corriendo las cortinas)

A fe que el dúo ya dio su serenata, y ese pertinaz usurero, del que ni yo me deshice, no se enamoró como sí Manuela. Ay, cuánto puede envejecer una viuda que retoma la carga de un esposo tan haragán.

(Pensativa)

Aún no llega ninguna carta de esa partida de haraganes, sólo el que escribe alcanzaría a responder mi carta; esto puede terminar en tragedia si no se resuelven los comediantes. No, aún faltan unas jornadas, esperemos el crepúsculo.

(Irrumpe una muchacha desarreglada y enjuta)

HUÉRFANA

Señora, vuestra moza…

ROSARIO

Cómo os atrevéis a irrumpir así; si sagrada es vuestra hambre, ya la habéis profanado. No tendréis bocado de mí, pues por caridad a vuestra hambre no puedo premiar a quien la ultraja así.

HUÉRFANA

No vine a buscar comida, aunque se me ocurrió tal idea al encontraros… mas lo que vine a deciros es que un jinete raptó a vuestra moza.

ROSARIO

¡Qué han raptado a Manuela!

HUÉRFANA

No sé como se llamaba, pero ni necesité su nombre para saber que era vuestra ni la necesito él para levársela en pelo y rasparla mas tarde, según me dijo un hombre que parecía barbero.

ROSARIO (aparte)

Sin duda era prometida de mi promesa; qué feliz estoy de que no se precise mis dardos.

HUÉRFANA

¿Decíais, señora?

ROSARIO

¿Qué hacéis aún aquí?

HUÉRFANA

Soy huérfana.

ROSARIO

¿Y qué queréis que haga, que os aplauda la proeza?

HUÉRFANA

Vos habéis perdido a una.

ROSARIO

Que por cierto no quisiera encontrar en mi destino.

HUÉRFANA (simulando que no oyó)

Y heme para saldar la falta. Soy menudita; como sólo para mantener mi ser, que será para cuanto vos dispongáis. Perdonadme que haya sido un mal heraldo, mas os prometo que os compensaré la insolencia.

ROSARIO

¿Tenéis esperanza de tener una?

HUÉRFANA

La mereceré, en verdad.

ROSARIO (ignorándola)

Ay, pobre Manuela, y pobre quien se lleve tal pobreza. Era diligente, no había en ello atributo que refutar, pero teníais más enfermedades entre las piernas de cuantas caben en los labios de quienes la propaguen. Pero, ¿qué le saco a Bruno antes de que se saque de aquí?

(Oscurece)


Escena 2


(En la estancia principal)

BRUNO

Me aflige el que os hayan raptado a vuestra criada. Tan laboriosa, tan virgen en lo tocante a ser devastada por el rigor de la religión… Ay, tanta ruindad hay en el mundo, que un mundano puede coronarse a una tan bien criada y llevársela sobre el lomo de su rocín, así de impunemente.

ROSARIO

Habéis visto mucho en tan poco tiempo, señor, y vuestra embajada, sin embargo, me satisfizo en medio de tantas distracciones. No os pienso demorar, sé que vinisteis en mi salvaguarda, pero ya veis como de pronto la guerra terminó sin tanto escándalo, y así la herencia de mi viudez al menos ahora me da el aliento de enlutarme sin llorar. Mi hijo está por venir, como supisteis, de una venganza, y así ha de empujar la púa de Ceres; es espinoso el camino que nos espera, y ya vuestra redención está colmada de espinas como para que yo os pique el ojo.

BRUNO

No importa cuanto me lacere; la carne tapa la virtud del alma, luego merece el castigo del mismo eclipse.

ROSARIO

Debéis quereros más a vos mismo.

BRUNO

No os creáis, sí me quiero… tanto que me he roto el corazón y aun por ello sigo fiel a este divino afecto.

ROSARIO

Cómo es tal.

BRUNO

Fue un dolor de despecho, señora, porque me abría el costillar de un solo tajo, ay, y qué joroba tenía que lo hacía renquear en la sangre como un monstruo. Casi me muero, señora, mis ojos quedaron en claro y, aun en ese trance, nada aclaraban a quienes me veían tan pálido. Sudé, señora, casi tan copiosamente como lloraba, pero, poco a poco, mi corazón fue hallando su centro entre los tumbos de esta vida. Alguien me untó emplastos para no morir, pues sabed, señora, que cómo da miedo morir cuando la muerte está tan cerca… Os figuráis, iba tan claro sin decir nada aún, que antes hubiera sido preclaro y la aureola que cargaba entonces era de profeta. ¿Cómo no debía corregirme por amor propio? Luego el ayuno, mi piadosa observancia, y así volví santo de ese desierto. En auxilio de menesterosos, repartí la heredad de mi padre entre ellos. Tanto me quise de donde vine, que todos querían mi querencia.

ROSARIO

Santo varón, aquí os prenderían velas aun quienes os hagan mártir. Nunca falta lumbre para guiar las cuencas de un velorio, mientras los concurrentes tengan otras cuencas rebosantes con que brindar toda la oscura noche.

BRUNO (aparte)

Vieja puta.

(En el mismo vuelo)

Ay, no me recordéis el velorio de vuestro marido. Aún no le perdono que os haya sido infiel con la muerte; nunca tuvo ánimos de combatir la senda del pecado.

ROSARIO

Y me lo dice su pariente mortal.

BRUNO

Que cuando muera no será un sodomita y si el último santo de Sodoma.

ROSARIO (aparte)

Ultimo porque aun os demoráis en vuestro recreo.

(Al punto.)

Qué gracia os inviste, pero si queréis que os dé la gracia según vuestra naturaleza…

(Aparte)

No sodomicéis la paciencia de un cristiano.

(Retomando la el ovillo)

Os decía que ya estoy impaciente de agradeceros vuestra estancia.

BRUNO (al punto)

Ay, señora, vuestra perfección tiene sólo dos defectos: el primero es que sois mortal, y éste es cual más me aflige; el segundo es que yo, vuestro más devoto testigo, también lo soy, y os juro por mi vida que si éste último fuera el único de tal par pudiera vivir en un impar recogimiento.

ROSARIO

Como llegasteis tarde al cortejo de mi marido, queréis cortejar a la viuda. Sólo el luto de un muerto nos emparentará en un año.

BRUNO

Ha pasado un día y una noche y otro día y otra noche, y ya es tarde. Ay, por qué ceñís luto aún, si ya vuestra mente se aclara, señora. Ay, esperar un año será una eternidad para mí.

ROSARIO

Pues regocijaos de que vos, siendo desde siempre mortal, seréis eterno en esa esperanza.

BRUNO

Sí, ya se echa de ver… Es justo sospechar de un afecto que deshoja los pétalos del funeral: me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere… Ay, incertidumbre, señora, la de honraros con el tono que os aflige, pero no fui yo quien cultivó esas flores, no fui yo quien las arrancó de la misma tierra en cuyo seno ahora descansa vuestro inconstante marido. Y si soy yo quien las tomé de vuestra casa, es porque soy el mismo que con ellas quiere favorecer vuestro semblante, así se me vaya la suerte en ello. Que mi boca se aplique a algo más verdadero que pregonar las virtudes del amor. Venid, señora, dejad que bese vuestros labios. Dejad que los míos se apliquen a la tarea más sublime, y que de verdad sigan así su pregón.

(Rosario huye del beso)

Luego permitid que mi boca se prosterne en vuestras rodillas, en ellas los besos hallarán el altar conforme su fe eleva mis plegarias a vos.

(Se arrodilla y le besa sus faldas)

ROSARIO (reticente)

Me hacéis cosquillas, señor.

BRUNO

Tenéis cosquillas ahí.

ROSARIO (severa)

Muy vestidas para vos.

BRUNO

Perdonadme, señora, fui un insensato.

ROSARIO

No os preocupéis, ya se me quitarán cuando me arrodille.

BRUNO

Me arrodillaré con vos, se me cae la cara de vergüenza.

ROSARIO (aparte)

Pero aun os veo la misma que os tapa siempre.

BRUNO (se levanta)

En qué os queréis que os sirva. Decidme quién más os asedia con maña, y al punto quedaréis en paz cuando otro descanse entre los abrojos.

ROSARIO

No quiero demoraros más, señor. Y dónde está vuestro criado.

BRUNO

¿Queréis deshaceros de un enemigo?

ROSARIO

De dos.

BRUNO (dispuesto a salir)

Ya os lo busco…

(Tocan la puerta)

ROSARIO

Ahora tener que abrir…

(Va a la puerta)

BRUNO

Que fueran vuestras piernas, y allí hallaría lo que afuera escondéis.

(Viene leyendo una carta)

ROSARIO

Quedaos, tengo unos negocios pendientes. Fuera del pecadillo de cortejarme a mi despecho, habéis demostrado ser hombre de valía.

BRUNO (aparte)

Esa macula la lavaré con semen.

ROSARIO

Si asustastéis a un usurero, a la sazón debéis ser mejor en los negocios.

BRUNO (Teorizando su sapiencia, con otro giro entusiasmado)

Un negocio, señora, es como un costal de trigo. Los granos que en él están son como diminutas promesa de un todo, pero este todo no está en la suma de los granos, porque, como os he dicho, son diminutas promesas de un todo. Luego, ¿dónde está el todo? ¿En nada aún mientras el costal reprima el contenido innumerable? El todo, sin embargo, seguirá existiendo según es prometido, pero no según se haya de cumplir para darle una cantidad apreciable. Unas promesas se malogran, las carcome el gorgojo, otras fueron segadas prematuramente y de antemano eran estériles. Las más religiosas fueron el pábulo de quien resolvió guardarla para su apetecido ayuno. La cosecha pudo ser mala o buena, pero las espiga tienen todas un origen.

ROSARIO (interesada)

Y si no se cosechó nada, adónde la cuestión.

BRUNO (magnánimo)

En la ruina de quien compró el costal.

ROSARIO (dándole una baratija)

Tomad esta pieza, es el adelanto de un costal. Comprad ropa a vuestro convenir, que el vulgo dice que ya con esas fachas obras milagros en un desierto.

BRUNO (sopesando la baratija)

Recuerda que estamos en la edad de bronce, señora; en estos días cualquier mito es posible.

ROSARIO (abriendo las ventanas)

¿Cómo sabéis que es la edad de bronce?

(Bruno ve la baratija detenidamente, mientras su secuaz, a hurtadilla, sopesa el trámite.)

NICASIO (aparte)

Con esa baratija que hacéis pasar por oro, mi señor no prorroga una edad muy avanzada para sopesar en ellas…

BRUNO

Porque ha de ser; no veis qué rimbombantes son las arengas de nuestros guerreros.

(Oscurece)

Escena 3


BRUNO

Es más dura y magra que los huesos que nos sirvió ahora. Luego sabe que sólo por interés la procuro.

NICASIO

Paciencia no es la lección que debía aprender de vos.

BRUNO

Callaos, tunante. El asunto pinta mal, y a lontananza se nos figurará mejor.

NICASIO

¿Decís que desistamos? A fe que estoy con vos, pues sospecho que esta bruja aquí tiene su aquelarre.

BRUNO

Cómo creéis. Lo que os quiero decir es que no es con ella lo del cortejo. Le interesan los negocios y en ellos yo soy un tahúr sin tocar las cartas.

(Aparte)

Y sin leer la que leyó, ya descifro el timo.

NICASIO

¿Os convidó a partir ganancia? Ya se me figura que partiríamos con las dos partes.

BRUNO

No, cómo creéis, pero algo ya se me alcanza. Por otro lado, está la nuera.

NICASIO

¿Margarita? Tiene nombre de flor.

BRUNO

Y ya por ella aflora mi amor.

NICASIO

No será riesgoso cortejar la nuera, es suegra perspicaz la viuda.

BRUNO

Pero la muchachita no tiene la licencia de ser licenciosa.

NICASIO

Luego qué.

BRUNO

Ay, bruto. Luego qué, luego qué… sólo se os ocurre preguntar, ni una idea; sólo preguntar; la verdad que sólo sois harto ingenioso en esa ciencia. Vais a morir mientras preguntáis: ¿qué pregunta olvidé? Tonto, está de anteojo la adivinanza, cuanto porque salta a la vista de quien la ve, los ojos, caballero, pero vos sois ciego, no por cierto como el vidente Tiresias.

(Pausadamente)

Si la muchacha quiere parecer casta, no divulgará que un piadoso le corteje, pues a fe que no sería inmisericorde con la tentación de caer en la cama de un santo varón.

NICASIO

Ah, ya caigo.

BRUNO

Si sois marica.

NICASIO

Quiero decir que ya os comprendo.

BRUNO

¿Y me decís piropo?

NICASIO

Ya me ruborizáis.

BRUNO

No os replico más, de cierto que no es gracioso hacer chistes con dolor de cabeza.

NICASIO

Y, ¿cuál es el dolor?

BRUNO

La ansiedad. Hoy viene la muchacha, y la convidé al jardín para hablarle del recogimiento. Pero ya la veo movida a tranzar conmigo.

NICASIO

Sois grande.

BRUNO

Sí, soy tan grande que me asombra a mí mismo el que haya tenido la ocasión de conocerme en un nacimiento tan mezquino. Mirad, Nicasio, aquí viene, es mejor que no nos vea juntos. Escondeos en el matorral. De prisa.

(Nicasio se esconde. Entra Margarita)


Escena 4


BRUNO

Estaos cual las ramas que os ocultan.

NICASIO

Pero…

BRUNO

Callaos, u os troncharé en flor.

MARGARITA

Señor, se os ve que una aureola os cerca vuestros pensamiento. ¿Qué os aflige así?

BRUNO

Es el mundo, mujer. Pero vos sois un remanso.

MARGARITA

Me sonroja vuestra mejoría.

BRUNO

Luego aún una fiebre marchita mi semblante.

MARGARITA

Si os acepté vuestra cita, señor, es por curiosidad de veros a la luz de un crepúsculo; sois un santo varón. Sé que fui grosera anoche, pero la partida de Juan dejó viuda a mi entendimiento. Aconsejad mi solitaria congoja…

BRUNO

Soy vuestro consejero, antes que el de la congoja. Y mi primer consejo es que no os dejéis aconsejar de cuanto os marchita vuestra lozanía.

MARGARITA

Cuando os escuché anoche, no medité vuestras palabras, mas conmigo disputaron mi memoria, y así os entendí luego. La paciencia ciertamente está en calcular lo eterno. Juan puede morir adonde fue a matar, y no puedo quedar para vestir santos.

NICASIO (aparte)

Pero si para desvestir a un santo varón, putilla.

BRUNO

Ay, habláis de paciencia, mujer, una doctrina que otrora cultivé. Pero ardo de impaciencia ahora.

MARGARITA

¿De impaciencia?

BRUNO

Me abraza un amor por vos, luego es la embajada de vuestro afecto. Ay, criatura delicada, vuestras manos, juntas en plegaria, se me figuran un panecito, blando, dulce y tenuemente horneado con perfección; pan nuestro de cada día.

NICASIO (escondido entre los arbustos, inadvertido)

Y yo, de un mordisco, os diría amén. Empezamos donde termina una oración. No es por ser blasfemo, pero debe ser fácil el milagro si no se necesita de una virgen, sino de apenas una muy…

BRUNO

Vuestros ojos de miel escrutan el mundo según las leyes de su misterio.

NICASIO

Y no es secreto para mí que la miel es más dulce en un bocado.

BRUNO

Labios que cual trémulos peces imponen su color en el profundo mar.

NICASIO

Pero yo lo veo a flor de piel y allí yo pesco. Color engañoso, mi hambre sólo resfriados pesca.

(Contiene un estornudo)

MARGARITA (en éxtasis)

Esos labios ya se sofocan fuera de sí.

BRUNO

Vuestra piel es blanca como la harina que regla un credo.

NICASIO

Y siempre que no la macule la regla, amaso un excepcional sustento.

BRUNO

La sangre palpita en vos como el vino.

NICASIO

Ah, qué coño… también sorbería esa salsa que regla vuestro mes, apetitosa muchachita.

BRUNO (poniéndole un dedo en los labios)

Silencio, que aun así me nutrís.

NICASIO

Gritadme en la boca para que algo mejor yo devore.

MARGARITA (ruborizándose)

Es vuestra boca la que me sazona.

NICASIO

Luego os volveríais rancia si no tuviera yo tanta hambre.

BRUNO

Es vuestra boca la que me justificaría.

MARGARITA (le extiende un pañuelo perfumado)

Tomad, caballero, tiene mi perfume que muchos recuerdos tiene. Tomadlo a seguro de que olvidaré al Juan que no regresa ni en la urdimbre de un griego.

(Sale Margarita. Bruno revisando el pañuelo)

NICASIO

A fe que es de poner a pastar besos en su tierna piel, y, cuando engorden como perezosos terneros, comerlos antes que otra boca, por sorberles de mi impaciente saliva, los robe de mis labios, dejándome con un acre sabor de despecho. Pero, qué digo, si quien vive de galanteos come de su misma dieta, y hasta una parca presa despresa su razón. Y traigo un hambre cuyo vigor de saciarla sólo halla resistencia a su tiranía; traigo un hambre, señores, como para comer el filósofo que me lleve la contraria y de sus huesos hacer cucharillas para una más civilizada ración. Señor…

(Saliendo de su escondite)

BRUNO

Afloráis en tiempo de estío.

NICASIO

¿Nada con ella?

BRUNO

Vos sois lo único seco, y ya tenéis edad para morir joven.

NICASIO

No seáis rudo conmigo, maestro.

BRUNO

Es que tengo que serlo con alguien como vos, antes que con esta promiscua criatura. Si falla la movida con la viuda, me afanaré la dote de Juan.

(Esgrimiendo el crucifijo)

Os juro por este crucifijo.

NICASIO

Qué cristiano sois.

BRUNO

La muchacha es débil de carne y tan enjuto estoy de pasar hambre, que me la pasaré por la misma piedra que convierta en pan.

(Sale Bruno)

NICASIO

Éste, mi maestro, para sus torcidos planes, siempre se sirve de lo malo, y en esa pasión está la virtud de su servicio. De cierto porque yo soy malo en intrigar, y nada a la sazón condimento de prisa, menos mal puedo ser segundo de un malvado, migajas más blandas llegan después que el primero sierre el mendrugo, aunque por ser quien soy dure más que el peligro, ay, y qué tiempo se amontona en el giro de un ardid, y en esa espera llevo a veces una zurra, pero así, y todo, al menos una ración gano al día. Escudero soy, entonces, si hay una buena suma que afanar, y esto, caballeros que llevan a cuesta una joroba de jinete, es el único halo de un buen pícaro que a todos dejan mal parado. Si mal dice de su prójimo, os convencería de que el odio le atragante, sino porque, a despecho adelantado, os ama a todos con la parte de su amor que nunca sabe confesar lo que profesa. Y yo, ¿confieso que, a quien hasta el extremo de su espada sigo, es un hipócrita? Pues, sí, por cierto. Es una confesión, ¿no? Una confesión de un cristiano que lo es desde la ostia hasta… hasta… pues hasta el otro círculo que no tan buenamente redondea lo que del pábulo sagrado, y muera yo si de cabo a rabo no mantengo mi fe, pues a seguro de ésta, sería tan hipócrita si he de encubrir al pícaro con su misma condición. Ay, tanto hablo de mi pobre maestro que es justo que me juzguéis un intrigante, y a fe que, aun por malo en la intriga, hubiera de serlo si intrigar fuera engullir trigo con la misma frecuencia de mi hambre. Pero, escuchad, pues si mal hablo tengo mi razón que con ese tono la defiendo. Hay que difamar al hombre, mientras más ruin he de pintarle, tal de cierto llevan estos trazos la verdad, más bodegones, como ése que veis allí pintado, de su arquetipo pasarían a la lumbre, y luego con sustancia saciarían mi hambre. Sed malvado, caballero, que yo seré vuestro profeta… pero, ¿no es el rigor de la hambruna la que aguza las fauces de esta fiebre?

(Hunde su cabeza entre las manos con afectado pesar)

Ay, también perdí el bocado del retruécano; luego trueco el ano en nada, porque, qué cagar si me cagué en el chiste. Hombre de poca fe.

(Expele un ruidoso pedo mientras trata de salir en dirección contraria a la que debe salir. Luego con gravedad)

¡Que estos vacíos clarines no anuncien el Apocalipsis!

(Sale, abanicándose la nariz con sus dos impacientes manos. Oscurece)


Escena 5


(En un descampado nocturno, al claro de luna)

JUAN

Mirad la luna, bobo, no veis qué resplandeciente rige los móviles oscuros que en mí arden. Ay, toda circulación me colma, soy un brindis al borde de su fondo, y no sólo el tiempo me apura hasta el fondo de mi naturaleza. Ya mi itinerario toca su punto, y en tal esgrima debo esgrimir la señal de mi propósito. Si traéis reloj, defendedlo con las espinas de su orbe; este consejo os lo diría la tardanza que lealmente escolte toda vuestra prisa.

CERBONCIO (aparte)

Ya se les enfriaron los güevos, ahora que ya empezaban a calentar los míos.

JUAN

Cerboncio, a vos, que sois el cobarde de este dúo, que calléis propone. Sagrado silencio, contrario a vuestra locuacidad, os pido para acudir a su sabiduría. Qué digo, cómo arengo a un cuasimodo a preferir un modo cuasi perfecto.

CERBONCIO

Antes de callar, debo deciros, señor, que tengo ganas de echar una meadita.

JUAN

¿Aún la sed que os dejó la carrera tiene un fondo?

CERBONCIO

Como para mearme en la memoria de esos putos fantasmas.

JUAN

Id, pues, vaciad un defectuoso licor a la basta tierra.

(Se da la vuelta para mear)

Tal vez aligerar la carga os jorobe menos.

CERBONCIO (sediento)

A fe que me bebería lo que escancio con tanto gozo… ¡Ah!

(Se vuelve)

¿Decíais, señor? Ah, sí, que debía callar, lo que no me costará tanto, por cierto; pues sabed, vuesa merced, que no ha mucho que al fin pude hablar. Antes de bobo, me llamaron mudo.

JUAN

Luego ya se me alcanza porque os llaman bobo.

(Entre suplicante y severo)

Callaos, por favor.

CERBONCIO

Os prometo mi silencio, es lo única promesa que un bobo, antes mudo de verdad, le está dado cumplir.

JUAN

No es menester que lo recordéis con vuestras interrupciones. Sólo callaos.

(El bobo se tapa la boca con las dos manos)

Se acerca la hora y el lugar. El metal que ceñí aguza ya el extremo para el cual fue forjado, pero mi puño, antes endurecido por el luto, se ablanda al dar con la empuñadura. El candil ya no alumbra bajo la luna; las ardientes esperanzas, con que avive el fuego de la venganza hasta el encono, ahora consumidas en cenizas tiznan mi frente con un mal albur. Mis huellas, prometidas en dos ocasiones solemnes, dejan rezagados a mis pies, puesto que ya vacilo al pisar el suelo que me invita. Apartad de mí este inventario, que no medre el miedo en mi ira, mas que el tono de la rabia cuelgue mis sonrisas de dos puntos ciertos. Podré enrolarme en el mismo batallón que he de sufrir en el lance. Este parlamento combina con lo que tengo que emprender. Sí, os juro que las dudas preguntan lo que las respuestas esperan por consuelo. Pero ya no me quedan ruinas estrelladas desde cuyo promontorios elevar mi juramento, luego el ombligo de un torcido es el blanco en que derechamente se juntan mis rodillas. Ay, lo venidero me degrada.

CERBONCIO

Ya puedo hablar, señor, porque a fe que no me curé para amordazar mi cura.

JUAN (amenazante)

Como os vuelva escuchar, torcido, os enderezaré para que sufráis así lo que os quede por vida…

CERBONCIO

Yo apenas digo…

JUAN (pensativo)

No os escuché, no os escuché; pues la tarea es ardua para cualquier verdugo.

CERBONCIO

¿Decís que estamos cerca, señor?

JUAN (aparte)

Tan cerca, que me cerca el miedo.

CERBONCIO

Pues allá se ve que un pueblo existe; ha de ser el destino de nuestro viaje.

JUAN

Existe si para colmo llegamos.

CERBONCIO

Luego podemos dejar de existir en ese límite, ¿verdad? ¿No tenéis hambre, señor?

JUAN (aparte)

A fe que ni de venganza, pero el remordimiento me carcome…

CERBONCIO

Porque yo sí, señor.

JUAN

Tomad vuestras migajas de mi bolsa.

(Cerboncio se da vuelta y busca un mendrugo roído hasta una migaja)

CERBONCIO

Válgame, Dios, el trigo ha menguado; la nada nos nutrirá mejor que este régimen.

JUAN (sin volverse a su interlocutor)

Comed cuanto en la bolsa me queda. Un bobo satisfecho, cuando menos no hace el tonto con un desmayo.

CERBONCIO (aparte)

Y a fe que lo haría si no huyo… mi padre celará la misma miga que de un bocado cuento. Pero por cuál camino, si ni siquiera la cobardía se desandar… Hazte el valiente entonces que más sal tendrá mi mollera si sigo a este infortunado.

(Se echa a la boca el bocado y escapa sin ser advertido)

JUAN

Cerboncio, de cierto que salisteis bueno a pesar de lo barato, y no os digo porque os haya de hacer pagar caro lo que os queda de servicio, sino porque mataré al desnaturalizado que os vendió como lo que sois, un monstruo cuya alma no la sospecha un desalmado como él. He jurado con vos, mi último juramento antes de tan ardua venganza, y tal paciencia debe atenuaros un grado vuestra imperfección. Casi podría llamaros pariente, pero no creo que hayáis salido de un vientre humano, ese sodomita que os remató os hubo de haber engendrado en un lóbrego capricho. Igual la naturaleza os dotó de cierta afinidad que se aviene a un carácter melancólico como el mío… Ay, ahora se viene a mi memoria la esquiva Margarita, dulce criatura, Cerboncio, a la que ni siquiera he probado entre sus mieles. Margarita, ay, si la vierais os enderezaría cuando menos algún apéndice dormido.

(Se vuelve)

Marchemos, pues… Por dios, ¿dónde estáis? Os buscaría en donde el gusano vegeta, de juzgaros más flexible… ay, ya me asustáis. Mirad que del susto os mataría.

(Oscurece)

TELÓN







A C T O V


Escena 1


ROSARIO (con afectación)

Ay, Margarita, tantas calamidades se citaron en mi casa, y puntuales trajeron con ellas también sus sombras. Primero mi esposo, vigía de quien había de venir en sucesión, luego mi hijo… ambos fenecieron antes que la semana de la cual un nudo vengativo se urdió para ser resuelto en la sangre de mi estirpe.

MARGARITA

¿Juan murió, Rosario? No me digáis lo que me juntaría con él a despecho de no ser su esposa.

ROSARIO

Una carta, de la que aborrezco la mano que la escribió, decía que fue muerto en duelo. Ay, en duelo aún de su padre. El mismo a quien se propuso matar, lo ligó otra vez al padre del mismo modo que lo separó antes.

MARGARITA

Y yo que, en un trance de flaqueza, lo juzgué cobarde. Ahora mi destino me reprocha. Reprocha mi desliz con una falta que jamás me completará ni cuando la muerte redondeé mi nada.

ROSARIO (aparte)

Antes quedaréis en nada.

(En consuelo)

Cómo yo, habéis enviudado, luego os consuelo por ser mi hermana, ya que no mi nuera. Que en mi llanto abreven vuestras lágrimas si habéis de aplacar como animales la sed que os precipita.

MARGARITA

Ay, mujer, qué temple tenéis.

ROSARIO (aparte)

A ver si lo conservo invicto en vuestra ingenuidad.

MARGARITA

¿Qué vais hacer, puesto que la vida quiso privaros de varón?

ROSARIO

Primeramente, comerme unos huevos en caldo; dicen que son de sustento.

(Con afectada abnegación)

Luego, ya resuelta, voy a irme de donde viriles afectos no disuade mi matriarcal rigor.

MARGARITA

¿Y qué hay de los parientes del finado? Ay, confinado está mi verbo como mi prometido; promesas que cruelmente se justifican.

ROSARIO

Calmaos, mujer; es la estrella el llanto de vuestra precoz viudez, pero ella os da un consuelo.

MARGARITA (apremiante)

¿Y esos hombres, Rosario, que en pos de vuestro honor vistieron luto?

ROSARIO

Descubrí que eran unos pillos, venidos a menos por justicia de sus víctimas.

MARGARITA (en un sobresalto)

¿Tal son?

ROSARIO

Ni menos; ya veis el ciclo: las ruinas del piadoso son para al impío, lo que estos son para los pecados.

MARGARITA

Pero si se veían tan de piadoso porte.

ROSARIO

La hipocresía es la industria de todas las tallas.

MARGARITA

Pero…

ROSARIO

Me deshice de ellos con rigor.

(Interpelándola)

No temáis.

MARGARITA (ya resignada)

Yo sí sospeché de Bruno un derecho ya torcido.

ROSARIO

Es que tanto te les arrodillaste… bueno que creísteis en milagro. Milagro que a Bruno no le creyeras, si desde la posición que vuestro despecho os relegó sólo podíais esperar que tanto bien no acabase así nada más.

MARGARITA (como para salir del embarazo)

¿Adónde partiréis ahora?

ROSARIO

El lugar, donde aún no sé si llegaré, poco me preocupa.

MARGARITA

Luego os vais a la sazón de cuanto os atormenta.

ROSARIO

Sí, Margarita. Como presumís, necesito vender esta casa antes de partir. Es espaciosa, y cuánto lo fue para albergar la fatalidad que impuso la intemperie, pero tan alta y ancha, y bien construida, tiene el precio de una felicidad que, por todas las leyes del cielo, debe traer mejores tiempos. Yo, sin embargo, entre sus paredes no seré sino un reo de aciagas remembranzas.

MARGARITA

Me partís el alma, suegra.

ROSARIO (aparte)

Si es como Bruno os partió el culo, nuerita, ya se me figura que os la gané para mi redención.

MARGARITA

Si puedo ayudaros a vender vuestra casa, os la compro. Decidme cuánto queréis.

ROSARIO (aparte)

Poco más de la hipoteca, pero…

(Lentamente)

Me conformo con que vuestra generosidad no protesten; dadme lo que creéis que vale, y en ella viviréis según vuestro valor. Valor tenéis para reponeros de este luto.

MARGARITA

Al punto tenéis su justo valor, pues justo es el vuestro que contra la mar de dificultades hicisteis frente, hasta unos de sus náufragos le perdisteis. Que sea además la dote de un marido que nunca tuve.

ROSARIO

En cuanto a esos pillos, cuidaros. Si son tan temerarios de venir a esta casa, no le ahorréis su merecido. Nunca os faltarán exaltados que por una pieza de pan los trinchen y se los coman.

MARGARITA

¿Tan peligrosos son?

ROSARIO

Sobre todo el más galante. Mirad que haciéndome la corte el muy bellaco maquinó acabar con mis deudas con todo esto adentro.

MARGARITA

Son de espanto.

ROSARIO

Imagino que en el arenal, donde se acuchillan mensajeros, no retoña lo que estos allí sablean.

MARGARITA (inadvertidamente)

Yo si imaginé que Bruno algo ocultaba, pero por más que se exponía no develaba el misterio.

ROSARIO (aparte)

Y eso que pudisteis verlo desnudo.

MARGARITA (despabilándose en el apuro)

Bien, Rosario, luego vengo con lo convenido. No demoraré.

(Sale)

ROSARIO

Si aún no ha llegado una carta de aquellos haraganes, bien pudieron no haberla escrito, como le hubiera de costar algo hacer algo. Una semana, sí, siete días según el Génesis, parece más larga que cinco actos. Qué nuera esta Margarita, había de serlo sólo en este luto, y a fe que no seré supersticiosa para deshojar el ramillete.

(Toma un espejo, donde se mira)

El santoral dice que es día de Franca, conviene la sinceridad con cuanto se dice, y, aunque el santo ya me lleva ventaja desde su bautizo, os lisonjea vuestra tocaya Rosario.

(Gritando)

Manuela, Manuela, Manuela… Ay, si Manuela también la estarán cabalgando en el infierno. Huerfanita, venid.

(Entra la huérfana, timorata)



Escena 2


HUÉRFANA

Señora, heme aquí. No oso sustituir vuestra perdida, y pierda el alma, señora Rosario, si alguna vez procuro esa ambición. Soy hacendosa, y aunque está mal que yo lo diga, no me queda sino comprobar el único testimonio de mi parte; si es este el premio que me reserva mi destino, os lo ofrezco como tributo. No comeré más de lo que me toque servir en mi plato, y beberé de mi saliva si la sed abrasa la felicidad de tener un techo. Cagaré sólo si he de temeros como los impíos temen a su Dios. Dormiré lo mínimo para despertar más temprano; y tarde me cansaré, cuando ya no me necesitéis.

ROSARIO

Os habéis describiros a traza entera, pero en el mundo del que venís los afeites no rapan el pellejo que tanto engorda.

HUÉRFANA

Dadme una orden, señora, y veréis que al cumplirla soy de vos.

ROSARIO

¿Y antes no lo sois?

(La huérfana calla contrariada por el lance)

Podéis iros por donde vinisteis; ninguna criada es insustituible.

HUÉRFANA (recuperándose con cierta dignidad)

Mas me alegra vivir lo bastante para saber vuestro dictamen.

ROSARIO

¡Qué considerada!

(Aparte)

Lástima que tendréis que aventajar vuestra sabiduría en la indigencia.

HUÉRFANA

Si es vuestra la orden de que me vaya, no me perdono que aún dude. Pero dadme un mendrugo para el camino.

ROSARIO

Cómo creéis que os despache así; probaba vuestra honestidad, pues vivimos en un mundo inmundo si se exageran vicios.

HUÉRFANA

Soy flaca como veis, pero…

ROSARIO

Flaquita, diría yo. Casi en la nada, tanto que sólo por fea os reconocerán. Pero eso os dará una bonita esperanza.

HUÉRFANA

¿De vivir con vos?

ROSARIO

De servirme, tan escasamente como lo amerito.

HUÉRFANA

Ahorrad comida conmigo, pero sumad tal peso en mi lomo, que sólo lo bajaré para vuestros bocados.

ROSARIO

Callad, que tanto orgullo pincha por todos lados, o traéis pulgas. Basta con que llevéis esta carta al sitio aquí descrito.

HUÉRFANA

No sé leer, señora.

ROSARIO

Igual escribiréis vuestro destino. Tomad, llevadla a la alameda, cuando veáis el par de dolientes, tan afligidos como habrán de estar, entregad en sus manos esta carta, y volveros con ellos, no vaya ser que os extraviéis del camino de la virtud.

HUÉRFANA

Se ven tan santos, señora…

ROSARIO

Estoy segura que les pediréis un milagro.

HUÉRFANA

Qué paz se respira en esta casa.

ROSARIO

Que en paz descanséis.

HUÉRFANA

¿También me daréis día de reposo? ¡Qué semana venturosa!

ROSARIO

Pero al menos llevad a cabo cuanto se os impone.

HUÉRFANA (Con desnutrido entusiasmo)

Válgame, señora.

ROSARIO

Ahora iros, daros prisa. Sois menudita, pero en menudo lío os meteréis si no cumplís vuestra promesa.

HUÉRFANA

Ya os vengo.

(Sale de prisa)

ROSARIO (cínica)

Espero a esta yerna,

Que de tan alta cuna,

Ah, se apea su linterna

Y a mi esperanza acuna.

(Oscurece)



Escena 3


(En la alameda)

NICASIO (bajando el costal del lomo, se enjuga la frente)

Negocio difícil, del que apenas afanamos ración, tanta hambre que pasamos nos hizo errar en delirio hasta dar con esta pausa.

BRUNO

Cuanto os quejáis, haragán, y acabáis de bajar un buen costal de granos.

NICASIO

Que casi me desgrana el lomo.

BRUNO

Ay, hombre de poca fe.

NICASIO

No es por amargaros el sudor, pero a fe que hemos sudado como para dar de beber al llanto.

BRUNO

¿Y tenéis sed de llorar?

NICASIO

De ver llorar a la bruja, con estos mismos ojos, maestro, que bien se secan bajo el sol.

BRUNO

La vieja nos mandó a llevar esos costales, y sin que sospeche le afanamos uno que no figura en su cuenta. Poco a poco, caballero, grano a grano, se nos aviene la suerte de trocar la suya en ruina. Ya veis que, aun por muy avezada en la avaricia, con su misma vara le marcaremos las nalgas.

NICASIO

Puesto que no se las abristeis con vuestra vara.

BRUNO

No me lo recordéis, que he visto viejas duras, cuyos corazones se ablandarían de ver a esta insufrible.

NICASIO

Es una puta, pero no os convidó porque sospecha.

BRUNO

Es una prueba de amor, nomás. Ya veis como nos dio la licencia de llevar lo que llevamos. Si ya nos estamos instruyendo en su ciencia.

NICASIO

Y qué sacamos, sino este costal, que por cierto desde que lo robamos ha sido mi exclusiva cruz.

BRUNO

Primero, un saco; luego un granero. Y no os quejéis que siendo vos un discípulo mentecato tengo que aumentar el rosario por vos. Si lleváis lo que lleváis es porque todo tiene su peso en una cosecha. Ya lo veréis, filósofo.

NICASIO

A fe que es más negocio la nuera.

BRUNO

Calmaos; todo despunta según su estación. En el granero volveré a desgranar Margaritas.

NICASIO

No hemos desenterrado ningún tesoro desde el cementerio.

(Aparte, algo desilusionado)

Y allí están mis esperanzas insepultas.

BRUNO

A todo le atribuís un raro origen, mas fácil sería que no os complicara con imposturas.

NICASIO

Es que en tantos lances os he visto regio, y aquí, sin que yo lleve las zurras de otrora, os escolto gris.

BRUNO

Ay, qué melancólico está el discípulo. Pobre infeliz que la ignorancia lo abruma. Levantad el rostro con orgullo, para que el maestro atine en esa frente.

(Le amenaza)

Si antes de que llegue Juan no cosechamos nada, segaremos en flor a esta viuda, y del luto forzaremos el pábulo de nuestra rabia. Vos, ¿creéis que impunemente ella nos aventajará? Pues de cierto os digo que sólo va delante de nuestra puntería. Hasta los clavos de esos muebles justificarán esta ley de ir en puntas. ¿Acaso no os pesa ese costal? Ya verá la muy puta…

(Echa de ver a la Huérfana)

¿Ese alfiler, cuya fealdad destella, no es la nueva moza?

NICASIO

Sí, maestro. Ya la viuda habrá remendado sus fachas.

BRUNO

Si el hambre hubiera de ser omnipresente, esa estampa llevaría en todas partes.

NICASIO

Y como Dios, sería invisible.

BRUNO

A fe que la engendrarían en una pajilla.

NICASIO

Viene alegre.

BRUNO

¿Puede una sonrisa desplegarse en lo angosto?

NICASIO

Si cambia su sentido, quizá.

BRUNO

Entonces otra es la boca. Veamos qué dice.

(Entra la huérfana)

NICASIO (sudoroso bajo el costal)

¿Os manda la señora, criatura?

BRUNO

¿Qué nueva en vos viene de puntilla?

HUÉRFANA

Vine a traeros esta carta, santos varones, que ella puso en mis manos.

NICASIO (apeando el costal)

¿Y sabía acortar su ministerio a la sombra de estas ramas?

BRUNO

Dádmela. ¿Qué esperáis de mi semblante?

HUÉRFANA

Una bendición, maestro.

NICASIO

Levanta con orgullo vuestro rostro.

(La muchacha levanta el rostro y entorna los ojos)

BRUNO (amenaza con arríale la mano, luego le hace la señal de la cruz)

Que Dios os bendiga. Qué frente tan despejada tenéis, criatura.

NICASIO

Como para marcar la palma de un iracundo cero.

BRUNO

¿Y ahora qué esperáis?

HUÉRFANA

Que leáis la carta, maestro. Ella dijo: id con ellos y conforme entreguéis la carta veníos en su compañía para que no os descarriéis.

NICASIO

Ha de tener su símbolo.

BRUNO

Luego leamos. A ver… sí.

(Despliega la carta y la lee)

He recibido la nueva, señores, que ya me echa en cara el rigor de envejecer por las prisas del infortunio. En el arriendo de una semana, he perdido esposo e hijo. Así son las calamidades cuando el linaje de un ombligo es el final y no el principio. Recibí la carta de que Juan fue batido en duelo.

(Mientras ve maliciosamente a Nicasio)

En el mismo duelo de su duelo. Ay, sabe Dios, que, ya hecha trizas, otra vez sufrí su parto, pero éste no habría de vaciar de mí ningún feliz retoño, sino albergar en mi unos meses de luto, que serán doce y no nueve.

NICASIO (aparte)

He vuelto a nacer…

BRUNO (solemne)

También de la casa fui echada, al vencer el plazo hipotecario que la impía nuera, ya no siéndolo sino en la muerte…

NICASIO (aparte)

Nacer, nacer, para ser mortal, pobre del pobre.

BRUNO

Se nos cayó el negocio, Nicasio.

NICASIO (animado con infantil ingenuidad)

¿Y qué hay de la nuera?

BRUNO (reparando otra vez la carta)

Aquí dice que nos molerá a palos, si osamos poner un pie en la última huella que hundamos allí.

NICASIO (pálido)

Por Dios, que hay gente mala.

HUÉRFANA

¿Ya puedo iros con vos?

BRUNO

¿No habéis escuchado que no tenéis adonde ir? O, ¿queréis que os halle un sitio fijo en donde al fin puedas dormir?

HUÉRFANA

Ah, ya comprendo… Os pido un milagro, llevadme con ella; llevadme con mi señora.

BRUNO

Si pudiera mataros a las dos, os cumpliría el milagro.

(Dándole coscorronzazos)

Largaos de aquí. Largaos, que el colmo de mi hambre es un mondadientes.

(Sale la criatura entre sollozos)

NICASIO

¿Creéis que nos tendió esta trampa?

BRUNO

Escuchad esta lección que si es de un maestro:

(Leyendo otra vez)

Como me habéis dicho Bruno, un negocio es como un costal de granos. Y, ¿dónde está el todo? ¿En nada aún mientras el costal reprima la sustancia innumerable? El todo, sin embargo, seguirá existiendo según es prometido, pero no según se haya de cumplir para darle una cantidad. Así, con vuestra consejo, iré en pos de una mejor renta… etc., etc. Os agradezco… etc., etc. Lamento que no me haya despedido de vosotros, pero… etc., etc., etc.

(Arruga la carta con despecho)

NICASIO

No entiendo.

BRUNO

La muy puta sabía que nos íbamos a afanar este saco, y así nos dejó al menos el símbolo de nuestro oprobio.

(Haciendo un ademán de ira)

Han de hervir en él los tantos gorgojos que nos quemó la joroba de mentecatos.

NICASIO (desconsolado)

Y yo que no quise leer, porque la vida enseña más… Ah, he sobrevivido a la vida y no entiendo sino el hambre que me ha animado tanto.

BRUNO

Callad, bruto. No siempre estaremos más derecho que mojón de viuda.

(Entra Aniceto, seguido de Cerboncio)

ANICETO

Buen hombre, este sol es de soldado, sólo a ellos se les debe pegar a sus belicosas costillas, un sol así de fiero es lo que le está dado por fuerza de su suerte. Ah, qué brisa fresca, y tan repentina... creo que el bueno de Noé nos mandó esa nube desde el antiguo testamento.

NICASIO

Pero si estamos a la sombra, y tan sombrío ahora lo sabemos.

ANICETO

Es saludo piadoso.

CERBONCIO

Ujum.

BRUNO (a quemarropa)

¿Quién sois?

ANICETO

Me bautizaron Aniceto, pero igual podéis llamarme si no sois cristiano. A éste le puse Nepomuceno para adelantarme a la clemencia de un apodo; es un crío laborioso, cuyos torcidos ojos ciertamente no le hacen un sabio, pero, sin saber si la luna mengua, lo hallaréis crecido en su servidumbre. Nunca me dio problemas, o el mismo había de resolverlos con un mandado. Como echáis de ver en mis arrugas, soy ya muy viejo como para soportar la carga de un sirviente.

BRUNO (con malicia)

Queréis vendérmelo, ¿verdad?

ANICETO (primero perplejo)

Por algo de comer, me fio de quien se apiade de estos infelices.

BRUNO

Sois un pillo, pero os doy vuestro merecido, según tenéis las costillas pegadas al espinazo. Traedle el costal, Nicasio.

NICASIO (a Bruno)

Pero, maestro, no tendremos ni para…

BRUNO

¿Cosechar gorgojos a despecho de nuestro orgullo?

(A Aniceto)

Tomadlo o dejadlo.

ANICETO

El trueque es justo, ni qué decir. Mirad que me allegué a vosotros, juzgando que sois forasteros.

BRUNO (con malicia)

¿Para timarnos?

ANICETO

Cómo creéis. Es que sólo a extranjeros se les puede vender bobos, aquí cada quien tiene el suyo del mismo linaje.

NICASIO

En extremo se nota por doquier.

ANICETO (se echa el costal al lomo)

Hubo eclipses bajo cuyos designios se cosecharon estos monstruos, que ahora cada principal de cada familia lleva uno de paje.

(Le hace una seña al hijo)

Que os aproveche mi sustento.

(Sale)

CERBONCIO

A fe que no soy mudo.

BRUNO (a Nicasio)

Ya nos desquitaremos de nuestra torcida suerte.

NICASIO (escéptico)

¿Con este torcido?

BRUNO (a Nicasio)

Que nos salió muy barato para un negocio tan derecho. Qué si nos salió barato… ya veréis los costales que éste llevará sobre su lomo.

CERBONCIO (señalando)

Para allá es mejor camino.

NICASIO

No sé, maestro, se me figura que el oro del crucifijo nos marcó un vía crucis.

(Cerboncio se despabila y trata de huir, pero Bruno)

BRUNO

Adónde vais, vos, si no hay salida… Ya te amarraremos si así lo quieres.

(Oscurece)


Escena 4


(Los actores en el fondo, ensayando la esgrima)

JUAN

Ya llega el prólogo, y aun no termina el miedo que palpita en mí.

(Se acerca al corro)

ACTOR 1 (en el recreo de la pausa)

Muchachos, una vez estuve en el lecho de muerte de un primo, al lado de su madre. El pariente se había colgado de una viga por despecho, pues la descocada novia que tenía se fue con el constructor de esa casa. La madre me gritaba, sollozando: Oh, se muere; se debate entre el amor y el odio, y el primo con la lengua afuera no podía comunicar la pena que traía dentro, aunque la lengua ya no le quedaba parte interior. La mujer exclamó de tal modo que aquella figura daba contra el cielo… Oh, se muere; se debate entre el amor y el odio, me volvió a decir. Bueno, le dije conforme me dejaba ocasión, la primera es una certeza innecesaria, la segunda es menos ridícula y quizá le salve la vida. Pero la mujer me miró con una cara terrible, que pensé que en el semblante de ella resucitaría su hijo.

(Se echan todos a reír. Irrumpe Juan en el corro)

JUAN

Señores, disculpad que os interrumpa, por no llegar puntual al chiste.

ACTOR 1

Si os reís de mi estampa, no os habéis rezagado mucho. Decidme, ¿qué os hace transigir con comediantes, queréis enrolaros en nuestra lid?

ACTOR 2

Allegaos, muchacho, si os dejó vuestra descocada novia, muchos son los árboles que en este tiempo están en flor; así podéis troncharos en flor y aun colgar de vuestro florido homenaje.

(Murmuraciones)

ACTOR 1

Callaos, nimios…

(Al actor 2)

O, ¿queréis llevar otro sol bajo un sol que os descoque?

JUAN (siempre al actor 1)

Sí, señor, habéis resuelto la adivinanza. Desde que os vi en vuestros ensayos, quiero ensayar mi esgrima en una belicosa escena.

ACTOR 1

Luego habéis visto que falta un contrincante. ¿Conocéis el parlamento?

JUAN

Poco más o menos, lo cardinal es la estocada.

(Aparte.)

Y ya veréis que en la ficción si que seré valiente.

ACTOR 1

Tenéis razón, pero hay que trabar espada con arte.

JUAN (en un ensayo)

Reñir de cerca y a tierra el rival.

ACTOR 1

Poco más o menos. Pero Polinices y Etéocles no reñirán directamente, cada uno, en el mismo tablado, reñirá con un guerrero del hermano rival. Las dos parejas chocarán los filos hasta que un cruce consiga el contrapunto; primero uno, después el otro en la última exhalación.

JUAN

Luego puedo llevar la parte primera.

(Aparte)

A ver si me queda aliento para huir.

ACTOR 1

Seguro, venid. Tomad el florete.

ACTOR 2 (aparte)

Pero no os cortéis a despecho de los floridos árboles.

ACTOR 1

Empuñad con firmeza. Bien, ensayad un lance. Retroceded, acometed de nuevo. Tienes la talla del fratricida primogénito, luego ese papel tendréis.

JUAN (aparte)

Y en él rasgaré el vuestro.

ACTOR 1

Venid. Apuntadme el pecho.

JUAN (aparte)

El blanco de mi enconado luto.

ACTOR 1

Que el pulso no os tiemble cuando halléis el corazón de vuestro rival. Tranquilizaos.

(Le corrige la empuñadura)

Acometed como quien empuña una venganza, pues, si no, parecéis que lleváis un báculo del que una cojera os lleva. Luego acompasaréis un paso flojo en escena, y no es menester figurar lo contrario del carácter. Otra vez apuntadme el pecho. Un poco más arriba.

JUAN

Aun mi talento no atina, señor, pero errar antes es convenir después. En escena, la puntería me llevará de la mano a tentaros el pecho según el arte que me instruís.

ACTOR 1

Y de corazón confío en vos. Tenéis el porte, y eso son los ojos por donde mira una máscara.

ACTOR 2 (aparte)

Una mala corazonada tengo, que será peor para mi amado amigo.

JUAN

Temo que me miren tantos.

ACTOR 1

No temáis, quienes os miren serán testigos de su propia ceguera, pues, en el tablado, Tiresias no los profetizará. Apretad el culo y sed cual debéis ser.

JUAN

Qué es tal.

ACTOR 2

Que no os caguéis en escena porque la cagaréis, cagándoos también en el honor de todos.

JUAN (aparte)

Aun si amanezco cagado, tendré para cagarlos.

ACTOR 1

Es broma, muchacho, ya ensayaremos los lances que el verbo esgrima. Hay que dividirlo en tantas partes como nos lleve una escena.

JUAN

Y yo corto el medio.

ACTOR 2

Aunque sois medio timorato.

ACTOR 1 (al actor 2)

Ahora llevaréis la estrella que rija vuestra misma desventura.

(Oscurece)


Escena 5


(En escena, espectadores en derredor. Las parejas enmascaradas se disponen a reñir)

ETÉOCLES (Rosario)

Vuestro anfitrión soy, hermano mío, en la guerra; y no del extranjero padre hube de recargar maldiciones.

POLINICES (Juan)

Qué fratricidas rivales dividan del enigma el misterio de su común patriarca. He aquí el séptimo dintel de otra esfinge.

(Riñen)

ACTOR 3 (rival de Rosario)

Ay, lucha feroz entre los hermanos del régimen, que sólo las cuencas, rebosantes de despecho, ven con agradables ojos, mas el invidente, con igual vacío, de par en par abre la puertas a su tiento.

ACTOR 2 (rival de Juan)

Ay, guerreros de dos ingratos tiranos, las vísperas de uno en ciernes amenazan al vecino. Luego del funeral, la ley severa, insepulta sobre el polvo y rociada de sangre en el túmulo.

POLINICES (Juan)

Te disfrazas retazo por retazo

(Inhábil y desnudo entre los setos);

La muerte vestirá lutos completos

De lo que queda por rasgar tus lazos.

Yo tampoco veré sol al ocaso:

Luz, mejillas, serán como secretos;

Ver sombras justas entre caldo quieto;

Sobre las nubes, cumbres en el vaso.

Por ir a tientas pierdes las especias

En la amparada gota del rocío,

O me sazona la corriente recia.

Muy dentro de los peces bajo el río

Aquel humo de lluvia tanto arrecia,

O el consuelo te cubre de un vacío!

(Se cruzan las parejas y se recoje el reto final)

ROSARIO

Hombres somos, mas como dioses moriremos, si cumplimos la promesa de matarnos.

(Juan suelta el filo falso y desenvaina su daga)

JUAN

Luego el milagro es no ser cobarde en la urgente esgrima.

(Rosario desenvaina su rostro)

ROSARIO

A quién apuntáis con tembloroso tino, si no es a vuestro propio miedo.

JUAN (demudado)

¡Madre!

ROSARIO

En vuestra voz nacisteis otra vez, debería abofetearos para que sangréis en el parto. A fe que os parto la boca, si no me besáis, amado hijo.

JUAN

Pero cómo es que vos trocasteis el blanco con vuestro lejano luto. Ay, ya nada me es claro bajo este sol de Creonte, tiranía en ciernes que igual me deja en claro. ¿Ya consumasteis la venganza, madre? ¿Os adelantáis a mis prisas?

ROSARIO

Ninguno de quienes buscasteis, mataron a vuestro padre. Él, que de Edipo sólo tenía sus ojos saltones, vacío todas las cuencas para saciar una borrachera. No murió en el tablado, pues otra madera contiene sus pasos, ridícula como la de aquel mamotreto, que fue su pasión… y también la mía.

(Los otros actores salen de escena)

Sí os hicisteis uno entre los actores, fue porque lo ficticio os deja margen para la desgracia. Tiresias vaticinó una guerra, con un oropel más deslumbrante de cuantos en derredor marcan ahora su término. Yo a través de la ceguera de vuestro padre vi vuestra salvación. Una venganza os insté, un juramento al que cumplierais con solemnidad. Salid, os dije, y os señalé el blanco, distante y breve, dar con la esgrima y sin el canto de clarines. Vuestra puntería es la mía; también vuestra continuidad, hijo.

JUAN

Vive Darío. Ay, cuán feliz me hacéis. Las lágrimas que vertí ahora las escancio para este brindis, y qué añejo, otrora tan vivo en el duelo. ¿Qué había en esa caja, madre? ¿Piedras?

ROSARIO

Con la cabeza dura que tenía vuestro padre, hijo, no podría meterse sino él, hasta el cuello de un ahorcado.

JUAN

¿Qué decís?

ROSARIO

Que ese velorio no podía alumbrar otro rumbo que el de Darío.

JUAN

Ay, muerto está.

ROSARIO

Como Antígona, si lo remeda a despecho de Creonte.

JUAN

Luego, quién lo mató. Decidme, madre, para al menos ser huérfano convencido.

ROSARIO

En la reyerta de un tugurio, fue tronchado por un borracho que nadie conoce.

JUAN

Madrecita, me salvasteis de tanta maldad. A su lado hubiera crecido ebrio.

ROSARIO

Y de catar felizmente tantas lágrimas añejas, os hubierais vuelto en vómitos.

JUAN

Ahora, sobrio como uno que no fermenta en la ira, mantengo un juramento mejor logrado.

ROSARIO

Debería hornearos, por haberos parido tan crudo, pero el infierno que vivisteis ya os ruboriza algo.

JUAN

Menos mal que esto es una farsa. Mirad, madre, aún tiemblo, y en este simulacro casi mato a un hombre, peor aún, a una madre.

ROSARIO

Ya termina, que tenemos un porvenir.

JUAN

¿Y la dulce, tenue y grácil, Margarita?

ROSARIO

No la nombréis, hijo. Cuando enlutamos, a su girasol desfloraban de sol a sol, soldados y jardineros, dolientes y usureros.

JUAN

Mundo impío. Pero si tan intocable fue para mi empeño, que tanto tuve que rogar el milagrito de que no fuera casta.

ROSARIO

De milagro si se salva del milagrito. No había músico ni doliente que no le tocara la castañuela; alegre bailaba con todos, durante ese trance en que sólo mis maldiciones le acompañaron como no habrán de dejarla jamás.

JUAN

Ay, mundo impío.

ROSARIO

Del que os salvasteis, pues en una hipoteca lo malo basta, y la casa que perdimos peor le costará a quien la encuentre. No importa una tragedia, muchacho, si vagabundear cual comediantes nos evita un sepulcro fijo.

JUAN

Ay, estoy feliz, madre, pero no me entiendo. Ha de ser que tantas jornadas de duda aún me desvelan.

ROSARIO

Venid, hijo. Es que una maternal lección se precisa.

(Lo besa en la frente)

JUAN (ya resguardado)

Soy invencible.

ROSARIO

Sois mi hijo.

JUAN

Qué venga Creonte, y verá que mi rabia es lo único insepulto.

ROSARIO

Qué venga, y vera que Tiresias aún vive.

JUAN (se hinca y besa sus rodillas)

Mis besos os perpetúan.

ROSARIO

Que vuestras rodillas en una prole me busquen.

(Sacándose)

Me hacéis cosquillas.

JUAN

Son mis besos que os entretienen.

LA MATRIARCA (con porte bíblico)

No temáis, que así ha de terminar una comedia.

(Todos, desconcertados, aplauden)


FIN

DE “LA MATRIARCA”


























DUNGARA

____________________


Diciembre, 2006.

































DRAMATIS PERSONAE



Justo Krenk (Reverendo de la Misión)

Gallio (Subdelegado del distrito)

Lotta (Esposa del reverendo)

Athon Dazé (Sacerdote de Dungara)

Matui (Madre conversa)

Moto (Esposo de Matui)

Coro (David of Saint Bees)

Nala (doncella de la misión)

Guías

Delegado del distrito

Esposa del delegado

Fantasmas de los tigres

Algunos Buria Kol


Prólogo


See the pale martyr with his shirt on fire.

Rudyard Kipling

hbhvfhgvfhghv





















A C T O I



Escena 1

(A la margen del Berbulda.)

CORO

Dulce río de corrientes recónditas, en vuestros murmullos se destila un himno de la edad en que lo seco cual agua tras el agua corría, huyendo de la sed y el resfriado. Ah, ciempiés trazado desde sus numerarias huellas, que del rocío encumbrado viene a coronar las raíces profundas, que de tenues pimpollos viene a devastar la piedra insensata. Vuestra humedad no se desvía del cauce, y un mar esperanzado, mas en la prisa de su misma sal procelosa, espera ansiosamente el almíbar de tal rumbo; y entretanto el brindis de vuestros recodos no rebasa la virtud de vuestro sueño. Laborioso curso de algas hurañas, vuestras aguas en el Jordán hunden sus sienes en pos del bautizo que moja vuestro nombre. Nombre bendito, Río Berbulda. Ah, el renombre apaga vuestra sed, esa sed que el desierto de otrora avivó con los fulgores de oro macizo. Vuestro renombre apaga todo brillo de efigies remotas, cual apagáis la fiebre de quien lo abrasa el demonio, ahogando su infierno en una gota apenas. Vuestras olas también hacen olvidar al pagano Leteo, en memoria de quienes resucitarán como hayan de recordarse, rememora la promesa de nuestro arriendo en el porvenir. El frío cosecha sus escarchas en la ribera. La espesura de Panth anega la mala hierba, y tenazmente inquiere el paraíso por doquier prospera su savia. Buscad, David Saint of Bees, en la soledad de una abeja en flor de su juventud, la miel del converso. Buscad, en pechos terribles, el sosegado corazón de un cristiano, que en el fondo de toda ignorancia late.

(Súbitamente se lleva una mano crispada al pecho.)

Ay, como que traigo un apremio dentro de mi piadoso corazón; me parte el corazón escuchar ese ritmo y sentir que mi sangre al compás baila como un bárbaro. Calmaos. Qué ganas de mear también, ¿será que soy tributario del Berbulda? Tomaré la impaciencia de mi vejiga como una señal de estas aguas.

(Orina en el río.)

Um, del agua venís chorrito y al agua vais cayendo, aclaráis la garganta y gorgoteáis como un ruiseñor. Brindemos hasta la última gota. Vamos, hasta la última gota, ah, si en ella se me fuera la gota, que a cuenta gota demora mis nudos, no me agotaría verterla de mis calculadores riñones. Que parlanchín soy cuando estoy solo; tanto hablo, acaso por no escuchar a quien pregunto, que no callo ni que me estorbe el último amén de un impío. Yo, como buen piadoso, puedo sortear ese embarazo sin parir un disgusto.

(Palpándose las sienes.)

¿Algo quiere ceñirme como a un rey de vapores malsanos? rechazad los honores del hereje, que es la deshonra de quien en su ministerio no puede convertirle. Más bien id a convertir a los salvajes, muchos comparten con las bestias de los montes la fe de una cacería tenaz, aun en cuya sangre no pueden lavar las afrentas de su apetito… Callad, David. Ay, no me siento bien ni por sentarme en el trono de esta misión, y eso que de chico si que me figuré ser el rey que ahora acato sin jugar. Ahora tiemblo. No vaya ser que, por pasión de Cristo, haya pescado, en lugar del pez de cada día, una malaria tan mala que ría en mis úlceras y libe las heces de mis pescados, dejándome ebrio como un pecador que vuelve de una mala pesca. Calmaos. Es sólo un espejismo; como no hay espejo en que verse, cualquier brillo de la soledad nos revela que el secreto con nuestras dudas se vela.

(Reparando su rostro en el agua.)

Viéndome tal soy, trémulo en la espumosa orilla (menos mal que la corriente corre y el orine igual), no se me figura que sea tan valiente, pero por fuerza de la juventud asumo los rigores de mi fe. Aprendí a leer para leer la Biblia, recuerdo infantil éste de leer con ávida ignorancia, y de un tirón llegué al Apocalipsis, qué rápida es la curiosidad cuando nos lleva al matadero; luego en polvo la virtud divina si no es la resurrección una idea cristiana que nos haga volver en sí; pues bien que sí es caritativo el prometernos un segundo final. Pero para que habláis de vuestras premuras, ¿no fue en el ardor de la adolescencia que el infierno os mostró su llama? Mal para él hizo en calentarme, porque lo enfriaré en el sitio en que predique la nueva cada antiguo día, tornando en carne sensitiva el pedernal de los monstruos. Ese ángel que con las alas de la maldad llegó tan cerca de mi vuelo… ¿Lo recordáis? Qué si lo recuerdo… hasta de memoria recitaría otra vez mi delirio.

(Saca un papel de un bolsillo.)

‘Aunque inverosímil a nuestras costumbres, al punto de ver tu porte ya había deseado amorosamente los hijos de nuestra común estirpe. Casi diría que eres perfecta, pero un terrible defecto me malogra. Ese “no”, tan lejano a ti, que pretendes como un luto. Pero, como es sabido, el no nunca significa lo que se esmera en pintar. Tal vez se aclare cuando dé en el blanco, no lo sé… pero tú eres verdadera, y no nacida para ir de luto ni para sustraerse a hombres ordinarios. Luego, al andar de mis profecías, ninguna imperfección te demorará, y yo, puntual a ti, guardaré lo tuyo, tan afirmativo como indiscutible.’ Otra carta escribí en el invierno de ese año, y su fría indiferencia maculó la nieve. ‘Mujer, el silencio es una trampa que se deja atrás, pero, muy a menudo, un recodo inmediato hace desandar cuanto se calla. Respóndeme. Mira que si muero así, apenas viviendo lo que de la pena viene, mi alma quedaría en pena, y qué pena me dará si te asusto de nuevo y tiemblas como entonces.’ Penal ha de ser el juicio de mi pene para perjuicio de esa puta, pero qué digo si tanto apuntarla para no atinarle. Otros sí que en el mismo lecho en que la acusaron resolvieron la falta, que nada le faltaba a la muy puta.

(Arroja el pliego al río y apela a otro del bolsillo contrario.)

‘Puesto que me has evitado con tu desdén (y hasta grosera fuiste con mi paciencia), he de suponer, entonces, que te es una contrariedad rezar bajo el mismo cielo al que imploro misericordia. En este punto no tengo el derecho de censurar los deberes de los cuales te enorgulleces, y créeme que tampoco lo haría para vengar mi despecho, pero si tengo el deber de advertirte, según ley de tu misma indiferencia, que el único bienestar mutuo es no vernos más; así evitarías una condición embarazosa; y yo evitaría, sin duda, ser el doloroso padre de tal preñez. Adiós, para siempre. Posdata: Mujer, los hijos que imaginé contigo ya no existen.’

(Arroja el papel al río.)

Bendito río, que os lleváis para siempre mis penas, y que convidáis a que abreven las bestias de cuyo sacrificio espiaré mi viaje. Ahora que habéis escuchado mis causas, perdonadme que colme vuestra paciencia, pero ya se me alcanza que no os meé, pues no puede ser orina el llanto de un mártir virgen. Si dudé al divagar así, es porque el dolor no se purga sólo con lágrimas, sino también con la superchería de un médico. Ya estoy aquí, exuberante es el ensayo que impone su misterio de fe, ay, aunque parezco enfermar sólo de ver los elementos del entorno. Allegaos a la Misión, pueblos salvajes, pero, si es indómita vuestra maldad, temed que el principal del distrito os civilice con una corbata muy occidental para vuestro gusto de finados. Sí, no sé como llamaros por vuestros nombres, pero tan pintada de maldad debe ir la seña, que lo primero es disolverla en la pila del bautismo. Allegaos partida de holgazanes, antes que os aparten una vega para que la labréis a la luz del infierno. Allegaos, que vuestras espaldas cargarán la leña que os rehusáis a cargar, pero también cargaréis la cruz en cuyo blanco encontraréis el cielo. Así que haced caso a este blanco, aunque hayáis nacido en luto. No verteréis más lágrimas ociosas, pues el trabajo constante destilará toda reserva en el sudor que os perle como ha de embelleceros para regocijo del señor. En el principio fue el verbo, así que a moverse, porque ya empezamos.

(Oscurece.)


Escena 2

(Entran los tres guías, alternado el báculo de cada quien en el rellano.)

GUÍA 1 (resoplando.)

Caballeros, esta cuesta si que nos cuesta trabajo, y a fe que no cuesta los que nos pagan por su lomo. Joroba que no es magra, pero tanto por empinarse sobre la redondez del mundo es que nos redondea un cansancio gordo como un cero, pero, eso sí, vigoroso como su dieta.

GUÍA 2

Mirad que encarnar nuestra servidumbre hasta quedar en el hueso.

GUÍA 3 (riéndose.)

Te chupas los sesos cuando piensas así.

GUÍA 1

Es que tenemos mente de esclavos, y con esa mente es mejor soñar que pensar.

GUÍA 3

Por eso nos duerme cualquier extranjero. Y cuando despertamos, por supuesto, los nudos que nos atan sólo desatan nuestra imaginación.

GUÍA 2 (con pesar.)

Que eternamente nos consuela.

GUÍA 3

Mente eterna la vuestra, lumbrera para soñar; pero si os dormís en la jornada, ay, ya se me alcanza que os despierten de una zurra, filósofos.

GUÍA 1

El pesimismo de este hombre no tiene remedio.

GUÍA 3

Y el tuyo, qué cura lo salvó.

GUÍA 2

El peor de nosotros nos llama por su nombre. Pues es menester que sepas lo mío: sí, no hay hombre más optimista que éste, que te adversa.

GUÌA 3 (entre risas.)

Es una buena noticia para vuestro señor. Haz el servicio completo y ve de mensajero.

GUÍA 1

No os doy con el garrote, porque hay que estar ciego para tentaros así…

GUÍA 3

O porque el que teme a una lengua es un hablador.

GUÍA 1 (amenazante.)

¿Te atreves a llamarme cobarde?

GUÍA 3

Si me atrevo; es porque tú cobarde eres, más de cuanto yo pueda temer de mi carácter.

GUÌA 2

No riñáis, somos del mismo polvo…

GUÍA 3 (se vuelve, divertido.)

¿Trillizos?

GUÍA 2

Tienes una lengua que te pintará ese mismo infierno que en tierra le pintas hasta al más santo.

GUÍA 3

Mejor terminad de vivir el que os concierne, no vaya ser que muráis para revivir nostalgias.

GUÍA 1

Ay, en el principio fue el verbo, y ya empezó éste con lo que no termina. Calla, hombre; tal vez seas tan virtuoso en el silencio.

GUÍA 3 (le pone la mano en el hombro con suficiencia paterna.)

Si lo soy, te enojaras más.

GUÍA 1

Con éste no se puede.

(Al guía 2.)

¿Decías?

GUÍA 2

Que somos del mismo…

(Mira al guía 3.)

Del mismo…

GUÍA 3

Decidlo antes que os empolvéis.

GUÍA 1

No repares en él.

GUÍA 2 (al punto.)

Para qué reñir si somos hermanos. Si los blancos nos llaman prójimo, es porque no les somos muy parecidos a ellos, y si iguales entre nosotros. Luego entre iguales la carga es menor.

GUÍA 3 (divertido.)

Sí, se comprende lo que dices, pero eso nos deja igual e iguales a nosotros. Por cierto, ¿ya no es hora de que vayas por el pastor?

GUÍA 2 (entre dientes.)

No estoy en las últimas aún.

(Se palpa la frente.)

Tampoco deliro… cuál pastor… para qué lecho…

GUÍA 3

Pero somos los borregos de Gallio. No querrás enfrentarle, porque de cierto digo que al frente de él cualquier frente la azora la peor fiebre.

GUÍA 1 (cayendo en cuenta.)

Tienes razón, hombre.

(Apremiante.)

Y tú, ve a buscar a los misioneros; ya habrán pasado la siesta.

(Mirando en derredor; el guía 3 recula y se cae, luego fija su vista en él.)

El único tigre que merodea ya se apartó.

(El guía 3 se levanta entre risas, hace una onomatopeya.)

GUÍA 3

Pues tengo mi propio idioma.

(Con fingida reflexión.)

A fe que la perpetua siesta si sería una buena noche… Digo, para soñar.

GUÍA 1 (al guía 2.)

Vamos, a darse prisa.

GUÍA 2 (al guía 3.)

Esos blanco si que precisan su propósito a las claras de macular al renegado; así que ya os conviene una mejor compostura, señor, que ser más oscuro que ellos.

(Al guía 1.)

Al punto vuelvo.

GUÍA 3 (remedándolo.)

Al punto vuelvo.

(Retomando su aire frívolo.)

Si es que no se vuelve loco.

GUÍA 1

Si que eres igual a nosotros. Hablas mucho, pero el temor a una azotaina te hace observar lo que no dices.

GUÍA 3 (en confidencia.)

Es mi secreto, no lo digas a nadie.

(Oscurece.)


Escena 3

(En el mismo paraje.)

GUÍA 1

Este hombre si se demora.

GUÍA 3

Aunque es costumbre suya la de ser puntual a la tardanza, creo que ahora lo es más a las prisas de unos perezosos. Esos paliduchos se tornan en rubores si el sol los encandila, y a nosotros no nos avergüenza servirles de sol a sol. Esas dos causas mutuas tienen su tiempo y su llegada. No desesperes.

GUÍA 1

¿Es tu profecía?

GUÍA 3 (con una sonrisa.)

Fuera mía de acercarse el Apocalipsis.

GUÍA 1

A ver si la blasfemia en esa hora es castigada.

GUÍA 3

No le temo a tal rigor, porque fui convertido a la fuerza.

GUÍA 1

¿Y a fuerza de qué te empeñas tanto si te doblegaron?

GUÍA 3

Pues mi espíritu se esfuerza en creerse superior a mi carne demolida.

(Con cierta afectación filosófica.)

¡Qué desigual es el ser cuando se tiene un solo credo!

GUÍA 1

Calla tus máximas, o al menos te sería de mejor servicio ahorrarles para tiempos malos.

(De repente.)

¿Te acuerdas de aquel loco soltero que vino a esta misma misión?

GUÍA 3

¿El que vino por las mieles del despecho y ni el aguijón que traía le hizo salvo?

GUÍA 1

Un tal David.

GUÍA 3

Santo varón, que Dios lo tenga en su locura, que fue su sola gloria.

GUÍA 1

¿Ahora sois católico?

GUÍA 3

Son muchos los caminos de un cristiano. Tantos que ya dos generaciones han llegado a este monte.

GUÍA 1

Cuántos de quienes llegaron perdieron la razón entre las espinas, que ni un sastre recuerda tanto sus piquetes ni sus dedales.

GUÍA 3

Es gente débil la que quiere hacer con su cruz nuevos mártires.

GUÍA 1

Débiles o no, más nos convendría obedecerles. Ya veis que la fortaleza de Gallio está en castigar tal desobediencia…

GUÍA 3

Y su única debilidad es el desasosiego. Ese hombre no dormirá a gusto mientras tenga que despertar para disgusto de otros. Qué buen descanso, de tan merecido como su cuerpo lo demande, se tomará en el infierno.

GUÍA 1

¿Quién te oyera? Tu lengua te ha de perder para siempre.

GUÍA 3

Luego no me encontrarán ni quienes falsos testimonio les levanto.

GUÍA 1

Qué rápido es tu don, y con qué donaire respiras con él, pero más rápido te truncará una soga, luego sólo serás un Don Juan si te enamoráis de la muerte.

GUÍA 3

Don maravilloso para un picaflor. Mirad que no hay doncella, y la muerte lo es, que no quiera en el fondo, y hasta el fondo, ser desflorada por un galán.

GUÍA 1 (estalla en risas.)

Palabras bonitas para un hombre tan feo.

GUÍA 3

Doble virtud para ligar con la muerte.

GUÍA 1

Mira, aquí vienen. Ay, esa Lotta es tan primorosa…

GUÍA 3

Pero su flor es de loto, y tampoco se le alcanza al zángano de David.

GUÍA 1

Calla, que ya llegan.

(Entra el guía 2 seguido de Justo y Lotta.)


Escena 4

JUSTO (a su mujer.)

El oropel de arriba enmascaró a sus dioses cual alto ellos podían ser encumbrados por la ignorancia. En su cielo haremos que nuestra grey cimiente el primer altar en que sus ombligos doblen las rodillas.

(Mirando en derredor, tienta con su báculo.)

Sobre ese fango, cada converso en trabajo duro probará que su otrora altivez es insegura, y que ninguna convicción perdurable merece ser plantada allí. Entonces, estos seres eclipsados por su horóscopo de idolatría, al lado nuestro se aclararán cual aclaren el terraplén de la mala hierba, y una bienaventuranza de sus labios el fin de destellos milenarios regirá, trocando lo fatuo por lo eterno.

LOTTA

Amén.

GUÍA 3 (al guía 1.)

Eterno los eslabones, no la cadena…

GUÍA 1 (se adelanta a la pareja.)

Reverendo Krenk, señora Krenk, no es poco lo que aún falta por subir, pero el camino ya se abre anchuroso, menos empinado y más tranquilo. Las bestias de los montes no merodean por estos montes. No obstante, la barraca de la misión… ya os podéis figurar sus rincones, sobre cuyos ángulos una trunca techumbre ha sido devorada por las plagas o por los bichos del insomnio.

GUÍA 2

Ha mucho que el último misionero escapó delirante de estos montes, tal un profeta del mismísimo Dungara.

JUSTO

¿Dungara?

GUÍA 3

El Dios de los Buria Kol. Y si nos gana la noche en este paraje, ya se me figura que a él le roguemos la licencia de que nos deje rezar a nuestros santos.

JUSTO

Ay, hombres de poca fe se afanan para hallar tantos dioses, uno según su túnica combine para cada miedo.

LOTTA

No temáis; el Dios por que venimos es el mismo por quién todos llegaremos según…

GUÍA 3

Según su miedo.

GUÍA 1

Callaos, bruto. Perdonad a este paria. Es un converso que aún es de su gusto conversar según otrora.

GUÍA 2

Y lo que oís de él, jamás lo escucharéis de nuestra raza.

JUSTO

Luego esta comunidad no puede reducir a sus herejes. Pero calmaos, hombres. La temeridad que en abusos se arriesga, es para nuestra abnegación tema a ser dominado como la santas escrituras dictan. Pero habladme de la misión.

LOTTA

¿Los salvajes son propicios a la fe?

JUSTO

Lotta, aún por no serlos es propicia nuestra misión en este calvario.

GUÍA 3

Ya dos generaciones han venido. Se reparten entre ellas las fiebres de los débiles. El señor Gallio, el subdelegado del distrito, ya os contará cuando os reciba. Pero si sospecháis una prenda de nuestra discreción…

GUÍA 1 (adelantándose.)

Que se orne con ella nuestro silencio.

GUÍA 3 (aparte.)

A ver si la vendemos sin regatear.

GUÍA 2

La misión de Tubinga, pues éste es su nombre, sólo por las bestias de las espesuras es profanada.

GUÍA 3

Pero para los más de los curiosos es venerable, pues no muchos por un móvil de intriga llegarían al mero dominio de los Buria Kol. Sólo Gallio transige con su sacerdote.

LOTTA (con pánico.)

¿Tan lejos llegar con fe para no salvarse?

GUÍA 3

No os preocupéis, señora Krenk. Esos brutos hasta piensan en sí mismo, y de cierto que hasta de filósofos se tientan cuando Gallio blande el fuste.

JUSTO

Que no se abata nuestro espíritu.

GUÍA 3 (aparte.)

Único bocado para un caníbal en ayunas.

JUSTO

Decidme, ¿quién construyó la barraca?

GUÍA 3 (aparte.)

Es poco más que un cobertizo.

GUÍA 1

No sé quién dio la orden, pero tantos la cumplieron que no rebasaron las mieles del primer crepúsculo.

GUÍA 3 (aparte.)

Qué amarga esclavitud empezó ese día.

GUÍA 1 (sólo entre los guías.)

Había un anciano, con una barba patriarca… ¿No os acordáis de él?

GUÍA 2

Sí, cuya mujer, ya longeva…

GUÍA 3

Tan entrada en carnes, les escuché una vez a mis mayores, que nunca se supo como pudo salirle algo de tan adentro.

GUÍA 1

Crecido el muchacho hasta una edad mortal, le mordió una víbora.

GUÍA 2

Hubo también otro, que si recuerdo bien retomó la pena de su predecesor; era muy barbado el anciano.

GUÍA 3

Tan encanecido y pálido, que no le enlutaba ni que un rabioso negro en él se vengara, y mirad que sufrió el condenado.

GUÍA 1

Porque dicen que su mujer se fugó con un bárbaro, y acaso aún llevaba en sus entrañas el linaje del cornudo.

GUÍA 3

El viejo mugía todas las noches su perdida, y el dolor le toreaba sin importar cuántas corridas echase.

GUÍA 2

Mirad que era vagabundo el viejo, muchas fueron las virgencitas que llevó a su iglesia.

GUÍA 3

Hasta vistió de cura cuando la locura le dejó sin cura, y a oscuras siempre se procuraba la extrema unción.

GUÍA 2

Después sólo venían solteros jóvenes. Uno sólo maduró sin las brasas del delirio. Fue un tal Nepomuceno, si mal no se extravía mi memoria en la de de mis mayores.

GUÍA 3

Como no sea fácil olvidar un nombre tan feo. Aunque más bien se me figura que era un tal Eufrasio; o algún otro, cuyo bautizo le sellara una adversa suerte. Porque no es como decís: ese muchacho sí envejeció, pero lo que de suyo el mismo día le hizo cavar su tumba.

GUÍA 1

No, ése es otro. Un hijo del segundo viejo.

GUÍA 2

Creo que la confusión es doble, y el nieto del primero resuelve el dilema.

GUÍA 3

Cómo creéis; si la víbora lo castró, después de cegar su unigénito.

GUÍA 1

A ver si convenimos quién era.

GUÍA 3

Si Dios dice que él es el que es; esta criatura de Dios tuvo que ser el mismo que ahora nos divide.

GUÍA 2

Luego aún no se sabe quién está en lo cierto.

GUÍA 3

Pero es una prueba de que no hay yerro.

GUÍA 1

Entonces convengamos saltar esa prueba que nos pone el Señor. ¿David si lo recordáis?

GUÍA 2

Ese muchacho si era nieto del segundo viejo.

GUÍA 3

Qué no; ese viejo no tuvo otro demente que secundara su estirpe.

GUÍA 1

Por lo menos tuvo un hermano, largurucho y de nariz ganchuda, cuyo hijo se emparentó con una católica, de quien se supo que un sobrino suyo llegó aquí.

GUÍA 2

Ese católico que decís no pudo llegar a la misión de Tubinga.

GUÍA 3

Además era tan incierto que desembarcó de un galeón, no sé si con toreros.

(Discuten inteligiblemente y con ardor.)

JUSTO (exasperado.)

¡Silencio!

(Luego con influjo bíblico.)

Vengo a rehacer una misión, y a derruir La Torre de Babel de un oprobioso pasado. Os advierto que no enderecéis las ramas de ese árbol; porque a su sombra ciegamente amaestraréis vuestra ignorancia, digna para una gracia que a necios entretenga mientras de raíces es arrancado su mal fruto.

LOTTA (con maternal parsimonia.)

Así que callaos, criaturas. Asid vuestro garrote, que tanto servicio le es a un anciano sensato, y tantead el camino piadoso.

JUSTO (reparando en derredor.)

Ya la noche admite intemperie.

(Se ponen en marcha.)

LOTTA (aparte.)

Y el techo que espera también nos descubre.

(Oscurece.)


Escena 5

(En el interior de la barraca. Lotta prepara el té sobre una lumbre frugal, Justo.)

LOTTA

Esposo mío, un miedo con su lumbre hierve mis lágrimas lentamente, dejando en claro mi fondo sin mermar mi llanto. El sol, que al punto juzgara estrella venturosa, más bien aviva los rescoldo que se apagan; y las noches, señor, ay, las noches… Las noches aquí son iguales, pues sólo a ras del insomnio se puede tumbar uno a dormir al menos, y qué sueños se tienen cuando el catre es tan duro, que bien le va de trono a una pesadilla. Pero no toméis de mis lamentos cuanto impone mi naturaleza, porque ningún doliente consolará vuestra viudez, ni habrá hoyo en vuestro dolor en que sepultéis lo que de mí os avergüence. No, no, no es todo esto el tesoro de mi hacienda, porque he de esperar que esas noches de una sola luna mengüen en pos de un común amanecer, en el que despertaré de este trance bajo el sol que anima las especies.

(Mirando acuciosamente.)

Pero este techo carcomido me reta. “he aquí que esto le escucho cuando al sereno cruje: ya veréis al través si llegan vuestras súplicas. Sí; lo que de aquí es para pensar en el más allá.

(Justo la abraza.)

JUSTO

Si os detenéis a pensar en ello, no es tan malo. Mirad que si unos brutos se tornan en prójimo nuestro, tendremos con quien compartir la dicha, que tanto más será cuanto con más la compartamos. Alabado sea el señor.

LOTTA (secándose las lágrimas.)

Soy de vuestro dictamen, esposo mío, yo en qué estaría pensando.

JUSTO

¿Ahora os sentís mejor?

LOTTA

Como mejor me sienta el no pensar sino en los brutos.

JUSTO

Nuestra misión es pensar en su porvenir, y llegarán consumados sabios al más allá. Ahora despejad vuestro rostro, querida, y servid el té antes que el fondo se aclare, mirad que entonces si es para ir de luto y no parar sino en el llanto.

(Se ríen.)

LOTTA (sirve el té, otra vez preocupada.)

Pero aún de esos brutos me asusta su brutalidad, el que por sus horrores ya no le teman al infierno.

(Entra Gallio.)

GALLIO

Si no le temen, será peor para esos pobres. Sean bienvenidos, aunque no les haya sentado el viaje.

(Sonriente.)

Podéis llamarme Gallio, puesto que venís a bautizar es justo que me llaméis por mi nombre, no vaya ser que me propongan mis enemigos el apodo.

JUSTO

Por favor, entrad. Tomad asiento. Soy…

GALLIO

El reverendo Justo Krenk, y su esposa Lotta.

JUSTO

Y vos sois el subdelegado del distrito.

GALLIO

Honor que me hacen.

(Aparte.)

Pues es menos ser el delegado aquí.

LOTTA

Subdelegado, ¿quiere…?

GALLIO

Llamadme Gallio, señora.

LOTTA (con timidez.)

Bien, Gallio, ¿desea una taza de té?

GALLIO

Tanto como que hervida no me ahogará en la peste.

(Lotta le sirve el té.)

Señora, y es menester que ya lo sepáis, aquí hay que hervir hasta las lágrimas si no queréis contagiaros de otras enfermedades que os haga llorar mucho más.

JUSTO (los esposos se miran.)

Sí me permite Gallio, en lo tocante a los Buria Kol se nos ha dicho…

GALLIO

Sí, sí, sí. Los tunantes que les envié de guía los habrán pintado peor cual ellos se ponen para sus ritos. Ya se me figura el colorete de su indiscreción, pero ni pintándose de colores se salvaron de las pintas que un pintado les haría en carne viva.

JUSTO (ingenuamente.)

¿Los castigó?

GALLIO (estalla en risas.)

No, reverendo. Me llaman el tigre del distrito, pero fueron unos de bengala, que ya se me antoja que riñen mi feudo, los que dieron cuenta de los tres. Es mejor que mañana vosotros no salgáis de la misión, tan fiel sois a ella, que os guardaréis mejor aquí de cuanto os prevengo. Desde muy temprano les daré caza a los tigres. Ah, menos mal que estos pobres conocían más de lo que confesaban, que mucho era ahora que extraño sus pocos silencios. El más locuaz conocía tan bien estos montes, que por montaraz su alma será guía de otros espantos.

LOTTA

Qué Dios los acepte en su misericordia.

GALLIO

Si no digo que no sea así, pero si vierais lo acostumbrados que estaban a estos montes, que el cielo se apiadaría de su costumbre.

LOTTA (anhelante.)

¿Y los tigres?

GALLIO

De eso no tenéis que preocuparos; no pasarán de mañana. Las bestias son merodeadores persistentes, pero aquí no persistirán.

JUSTO

Volvamos a los Buria.

GALLIO

Si hay que volverlos, es asunto al que yo prestaré mi protección, no hay ni que decirlo.

JUSTO

Quiero decir…

GALLIO

Sé a que se refiere, reverendo. Y es de mi parte hacerle saber que no progresará mucho con esos espíritus cuasi-humanos. Cuando vosotros hayáis padecido bajo el influjo de más lunas de cuanto teméis, os apercibiréis que toda creencia es sublunar, y en ese solo templo cada cual cree diferenciarse, por eso marcan a sus dioses tanto que los más originales de sus fieles usan todas las señas posibles.

JUSTO

Habláis así, porque de vuestro juicio habéis librado a quien difama vuestra raza redentora.

GALLIO

Yo entiendo tanto del más acá, que a la razón de lo entendido me conviene no ir más allá. Respeto mi ley según la entiendo, y que otros más inspirados se pregunten cuál ley viene después, a ver si sus trances responden por esa imaginación. Igual os reitero mi suerte a cuidado de vuestra empresa, pero se deben respetar a mis Buria Kol, son buenos y confían en mí, aún por poca confianza que le inspire no hace falta el garrote para quitarles más.

JUSTO

Yo a sus prejuicios combatiré, pero no sin antes seria reflexión hacer. Pero, ah, amigo Gallio, esa medidas no os reserva una sepultura buena.

GALLIO (encogiéndose de hombros.)

Para lo que hay que enterrar cuando me juzgue otra ley.

(Pone la taza de té en la mesa y se levanta)

A mi arbitrio corresponde la paz física de los salvajes, a vosotros les concierne lo espiritual, apacígüenlos como puedan. Pero de entrada les advierto que mala será la salida si acaso la pudieran afanar a despecho de su venganza. No vaya a pasarle lo que a su predecesor, señores Krenk.

(Lotta deja caer la tetera, pálida.)

LOTTA

¿Qué fue ello?

GALLIO

Un recién llegado, que sin sopesar el peso que el oro tiene aquí, dio de paraguazos a la cabeza del viejo Dungara. Los Buria Kol le dieron una paliza que no había paraguas para tal intemperie. Yo estaba en el distrito cuando una carta del misionero rogaba por un piquete de caballería. Los caballos más cerca de que pudiera esperanzarse el infeliz ya relinchaban en contra de su estrella. Así que fui hablar con Athon Dazé. Le advertí que era menester de su sabiduría distinguir en el pobre Sahib un cerebro ya trastornados por el rigor del clima. No se puede imaginar, señora Krenk, el arrepentimiento de ese gentío, y los agasajos con que buscaban indemnizar sobradamente al insensato MacNamara. Otro cuento hubiera sido su obituario de porfiar, y le aseguro que no hubiera tenido el apacible lecho de muerte que tuvo en la isla. Un desenlace así me hubiera echo colgar a tantos brutos que hasta el más tranquilo de los Buria Kol pendería del mismo árbol.

JUSTO

No será con violencia lo de nos, pues con los niños se ha de comenzar el ministerio. Después de los niños, las madres vendrán, y todos serán fieles con el tiempo. Yo que vos, Gallio, me entregaría al misterio.

GALLIO

Sea con vos, pues, que no le quedaréis mal cuando se descubra.

(Hace una reverencia.)

Reverendo, señora Krenk, buenas noches.

(Sale.)

LOTTA

Pobres tigres, que harían para merecer tanto.



TELÓN





















A C T O I I



Escena 1

(Gallio con traje de montar.)

GALLIO

Este puente de bambú, vaya que para tenderle ha menester un río rabioso, casi rozó mi perdición al alcance de su término.

(Ríe.)

Casi caigo en el río por estar en la otra margen, y mirad que de orillas hace patrias un náufrago. Esto de morir si que tiene su quehacer; y como no sea la muerte de una piedra, hasta el más haragán es homicida. Como he de escucharle al reverendo Krenk, qué infernal me las viera en el agua, que contraria a su corriente avivaría mi tormento. Pero en la espuma, donde se arriman los fardos inútiles, también abreva una emboscada.

(Como si recitara un parte.)

Los infames hicieron un fuego horrible desde la ribera oriental del río; y antes de que la mitad de la caballería vadeara hasta ese extremo, ochocientos jinetes fueron cegados por el plomo de los matorrales, o ahogados con sus cabalgaduras río abajo. Tras indistintos fogonazos, quienes ganaban la orilla más bien deseaban haber perdido todo en la corriente antes que ornarse con las guirnaldas de la pavura. Impunemente mil hombres perecieron, sin que conviniera mover los otras tres cuartas partes del ejército hacia la atroz incertidumbre. Con qué precisión se amputa el ala de un ejército, pero tan limpio fue el corte, y tan rápido, que la gangrena no minó la moral de los dolientes, y así las contramarchas, aunque a vuelo rasante, emplumaron los restos de la caballería. Ah, guerra, guerra, en el olor a pólvora hallo un segundo aire. Pero sólo mi infancia milita en mis recuerdos, que pocos son si en memoria de los muertos no guardo piedad, así que de mi niñez una pequeña superstición inspira el miedo razonable de un valiente. Guerra, que aunque no se da a menudo, aun en menudos episodio de tiranía hay que consagrarle sus sacrificios. Es esto de ceñir la tranca, la razón para descargarle en el cogote de renuentes, pues se piensa mejor cuando se les sacude la cabeza a los sumisos. Athon Dazé si que oficia en su credo cuando me secunda, y ya como que se me antojan una orquídea sombría para mi altar, ha menester que la consiga si quiere que con quinina alivie los gajes de buscar mi premio.

(Ríe.)

Ah, ese pícaro de Athon sabe que aun la servidumbre le hace mi virrey. Y de guerra el hombre no sabe sino dársela a sus congéneres (que el reverendo Krenk llamaría prójimo), pero cuánto le costará al cristiano rendir tal hostilidad.

(Ríe.)

Si belicosa ha sido mi arenga, pues baste sumar al discurso que la guerra descubre casi todos los defectos graves, aun los peores que en la paz miman la virtud. La mierda que se caga en el reposo, es la misma del cobarde que teme manchar su orgullo cuando lo caga un tiroteo. Bonitas esperanzas puede tener ese símil, a no ser que la diarrea deshidrate el dúo.

(Ríe.)

Puesto que el aliento se nos puso pestífero, el delegado no querrá escuchar mis noticias para salvar su nariz de la peste, así que mi dictado en la licencia de mi aliento es más que ley. Con cuánta gente hay que lidiar para tener una opinión de sí, tanta que le habrá al más tonto un sitio entre los extremos. La especie humana tiene el deber de reñir con desmesura, pues el saldo de la discordia es ganancia de la naturaleza, y qué natural será el mundo de ese cero.

(De repente estalla el llanto de una criatura recién nacida, liada con en una esquina del escenario.)

¿De dónde viene ese llanto? ¿Un niño de teta destetado en estos montes?

(Aguza el oído y se pone a buscar la procedencia del llanto.)

Ha de ser un pequeño que rebasó el brindis con sus lágrimas. Estos Buria Kol no celebran la vida que los aumente, y de plano lo rasante es la ley de la tribu. A fe que es sabio eso de no figurar más de cuanto son…

(Da con la criatura, la toma en brazos.)

Pero esta criatura clama apenas lo que la nada le susurra, y bastante que chilla para ser discípulo de tal maestro. Callad, criatura, y entenderéis cuanto aprendisteis.

(Observador.)

Qué gritos para ir tan envuelta, con una mordaza estaría presentable el regalo. Averigüemos, pues, si la sustancia prima trae sus otros parientes a la misión.

(Sale. En el otro extremo se asoma Matui, la madre de la criatura, quien llorosa sigue a Gallio. Oscurece)

Escena 2

(Frente a la misión, en la espesura del juncal.)

MATUI

Ay, mi criatura, qué monstruosidad os tutela, mientras la mía fue desampararos. Largo ha sido el camino para perseguir el monstruo, y el no poder atraparle es seguir su rito. Muchas son las púas que han coronado el infortunio de mis pies durante la travesía, pero la culpa es peor cuanto que la merezco. ¿En qué ración ensalzarán mi sangre para comerse a mi tierna hijita? Mujer mala, no sé como pudo salir de vos la inocencia que habíais de malograr. Ay, la fatiga ya os condena severamente, tal es la multa, y peor aún la paradoja porque no tendréis la fuerza de redimiros. Mi hijita, su única cuna será la mesa de terribles comensales… y no poder salvarla del tirano.

(Se escuchan ruidos entre el Juncal.)

¿Quién anda ahí? Si sois uno de los blancos, no tornéis en luto mi pena, seré esclava de vuestra estirpe si ello me hace vivir en claro y no morir por mi oscura falta. Este regazo, que palpitante os suplica, amamantará vuestro rigor, si devolvéis la hija que destete. Ay, me detesto por quitar la teta, y poner la testa para tan mal pensar.

(Entran los fantasmas de los tigres.)

¿Vosotros quién sois? ¿Tigres que suplen a honrados verdugo? Sabed que llegáis tarde, pues el condenar mi descendencia ya fue mi adversa prisa.

TIGRES 1

No veis que somos dos triste tigres intrigados en un trigal.

TIGRE 2

En un juncal, bruto…

TIGRE 1

Si lo pensáis mejor, no se da el trabalenguas.

MATUI (abrumada.)

¿Y vosotros habláis? Ah, es mi locura el verbo de estas bestias.

TIGRES 2

Qué feo nos dice.

TIGRES 1

Ha de ser porque está loca.

TRIGRE 2

Vale responderle igual.

MATUI

Completad vuestro servicio, que el cansancio ya adelantó su parte. Qué importa si mi desesperación prefiere una fábula.

TIGRES 2

Es gracioso cuando habla el bicho.

MATUI

¿Cómo me llamasteis?

TIGRES 1

Puesto que habláis de fábula…

TIGRES 2

Es mejor contaros que sois una entre nosotros dos.

MATUI

Ay, tienes más talento los fantasmas que imagino, que cuanto los dioses hicieron de mí. Sea, pues, el ultraje un primer bocado…

TIGRE 2

Qué bocado nos da para un chiste.

TIGRES 1

Callad, insensible.

TIGRE 2 (aparte.)

Pues lo único que siento es que soy fantasma.

TIGRE 1

Mujer, no venimos a mataros.

TIGRES 2

Seguimos a ese hombre que buscáis.


MATUI

¿Y por eso habláis en sigilo?

TIGRES 1

Justo por que nos cazó.

MATUI

¿Luego sois esposos que dicen sus votos?

TIGRES 2

Que nos cazó, mujer; con un rifle.

MATUI

¿Ya la habíais deshonrado?

TIGRES 2

Sois bruta como una tranca, o el dolor os tranca en su mismo cráneo…

TIGRES 1

O tal vez nos toma el pelo.

MATUI

Ay, ofendéis mi dolor, que no va calvo por sus canas.

(Rompe en sollozo.)

Cómo un chiste puede aflorar de mi arrepentida boca. Son sinceras mis preguntas, tanto por que ya no tengo vigor para responder por ellas.

TIGRES 1

Calmaos, mujer. Aunque quien se llevó vuestra hija tiene por costumbre cazar… matar tigres, los fantasmas de cuanto fuimos os dicen que no matará vuestra hija.

MATUI (apremiante.)

¿Cómo lo sabéis?

TIGRE 1

Pues matan para que no le maten a sus conversos.

MATUI

Luego si ella crece en esa fe, ¿tendré el milagro de verla?

TIGRE 1

Y milagrosamente la criaréis en su misión.

MATUI

Ay, me vuelve el alma al cuerpo.

TIGRE 2

Es que reencarnáis con economía.

MATUI

Ya hasta vuestros chistes crueles me alegran.

TIGRES 1

Esperad en el juncal. Propicio llegará el momento en que veréis cristianos.

TIGRES 2 (irónico.)

Tan cristianos, bruto, que nos pusieron la cruz para que Gallio no fallara.

MATUI

Luego fuisteis cazados.

TIGRES 2

Hasta que la vida nos separe.

MATUI

¿Y qué hacéis aquí, puesto que ya no pintáis en la tierra?

TIGRES 1

Venimos a ver nuestra piel, tendida de tapete.

TIGRES 2

Queremos reencarnar con las mismas pintas.

TIGRES 1

Y no con las que le hendimos a aquellos brutos.

MATUI

¿Es menester memorizar tal?

TIGRES 1

Como os toca recordar vuestro pecado.

TIGRES 2

Adiós, mujer, que la noche es lenta.

(Salen los tigres.)

MATUI (rompe en sollozo.)

Y además se demorará hasta el amanecer que despunta mi esperanza.

(Oscurece.)


Escena 3

(En la misión.)

JUSTO

Mujer, ya veis que cada noche es más serena que la anterior. Cuando por nuestros votos los incultos de su calma cosechen una apacible bellota, hora será en que el reposo de otras jornadas no turben más a vuestros sueños.

LOTTA (aparte.)

Pero vendrán a dormir bajo este mismo junco.

JUSTO

Las lecciones de la Biblia repetirán tras de mí; tan de prisa que ha menester aprender a enseñarles rápido.

LOTTA

Tan de prisa, que de una zancada el Apocalipsis.

JUSTO (se vuelve con una vela.)

¿Por qué calláis, mujer? Esta vela alumbra vuestro silencio, pero no revela por qué sigue a tientas el atajo. De qué os guardáis con tanta prevención, si por no confesar aumentáis la culpa que os acecha.

LOTTA

Ay, señor, que primero se acostumbra uno a callar, pero tras el trance la costumbre será mi hábito.

JUSTO

Mujer, esposa mía, ¿qué son los rigores de no ir al infierno, si otras almas salvamos de que entre tinieblas consigan su corona?

LOTTA (mirando en derredor.)

Que sean tales reyes, nos librará de este reino.

JUSTO

Y ni como esclavos nos admiten en el reino celestial.

LOTTA (hunde su rostro entre las manos.)

Ay, el miedo es blasfemia.

(Irrumpe Gallio con la criatura en brazos.)

GALLIO

Luego, ¿por qué le teméis a Dios?

JUSTO

Gallio, Gallio, vuestra valentía os pesará de llegar lejos.

GALLIO

De lejos vengo, y un retoño de un cobarde traigo a cuestas.

LOTTA

¿Qué traéis en vuestro regazo, hombre?

GALLIO

Tal vez la joroba de un monstruo, señora Krenk.

(Lotta repara la criatura.)

LOTTA

Ay, cómo un embarazo da la espalda a su porción buena. Mirad que es un recién nacido.

JUSTO

La mortaja le ciñeron y no el pañal.


GALLIO (Aparte, con sorna.)

Es como para cagarse una sentencia así.

JUSTO

Hela que entre la zarza halló el cuidado, no la acunéis con descuido.

GALLIO

Otra será la cuna que la aquiete.

LOTTA

Permitidme, Gallio, la pobre criatura ha de tener hambre…

GALLIO

A fe que de venganza ha de tenerla.

JUSTO (con las manos elevadas al cielo raso.)

Es una criatura que sin conocer la afrenta la padece, y aún por este vínculo no condena. Bendito para nos, si ese embarazo nace de nuestra muerte.

(Se vuelve a Gallio.)

¿Dónde le encontrasteis?

GALLIO

En el umbrío bosque. Señores Krenk, los Kol dejan perecer la descendencia, cuando ella asciende hasta rebasar la cifra. Yo no les prohíbo, porque el porvenir revierte la censura al redondear sus ceros. Pero asumid la chiquilla, que gemela es de vuestra recién nacida piedad, y educadla según su suerte da una lección venturosa.

JUSTO

Es la primera oveja del aprisco.

GALLIO (Se vuelve.)

Ah, creo que desde donde la encontré la madre descalza sigue mis huellas.

(Lotta toma la niña y la arrulla con mimos.)

LOTTA

Y la remisión de la madre otra lana trae.

GALLIO

Adiós, antes que salga trasquilado.

(Sale.)

LOTTA

Mirad, Justo, la inocencia, cuanto que apenas al nacer es más grande que la culpa en extremo de su corona. Mirad la bondad de esta criaturita; es el primer ejemplo de su raza, cuando última fue en el censo de unos crueles. Ya no temo la crueldad de los salvajes, porque en mi regazo materno acuno su salvación. Ay, esposo mío, una inspiración divina maternalmente me convoca. Qué vengan hasta aquí los que lleguen, aun aquellos que con sus dudas hay que traer en volandas. Qué laboriosos fieles labren la tierra, como en la labranza de la virtud aprenden a conducir el arado. Que la palabra del señor se escuche.

JUSTO

Amén.

LOTTA

Miradle, tiene hambre.

JUSTO

Y no hay sino el huesudo ayuno hasta mañana.

LOTTA

Ay, si mis pechos no prescribieran sólo ese régimen, le saciaría más que su espíritu a esta niña.

JUSTO (aparte.)

Pero a fe que para mí no sería mala la dieta; se es carnal cuando el espíritu de esa pródiga moderación le abstiene a uno.

(Oscurece.)


Escena 4

(Al amanecer, en el juncal.)

MATUI

Ay, fue la fiebre de mi culpa la que amamantó esos tigres. La vertiginosa crianza les dotó de una promesa, cuanto que su cumplimiento era lo que yo esperaba. Pobre de mí, que en un espejismo enmarqué mi espejo. Pobre de mí, que mis anhelos de un soplo borraron las huellas de mi locura; heme plantada apenas sobre mis pies, pero sin saber adónde en la innumerable arena. Callad, y dad un paso salvador. Es esa la mujer blanca del enlutado, mirad que ir de nuestro tono para comer la carne nuestra, ay, encarnara yo el bocado de mi falta, que por malvada al menos le sería rancia al gusto. Aquí viene, y en sus brazos mi hijita aún vive. ¡Vive!

(Va al otro extremo del escenario, donde entra Lotta.)

MATUI (tomándole la orla del vestido, se prosterna.)

Señora, salváis mi vida con arrullarla así. Seré vuestra diligente esclava aun por dormir en paz.

LOTTA

Aunque a tientas os escucho, me aclaráis vuestra pena.

MATUI

Vuestro idioma me deja en blanco, no apuntéis mortalmente.

LOTTA

Venís por vuestra hija. Tan larga fue la purga, que el perdón está sediento; que las lágrimas vuestras abreven en las mías.

MATUI (sollozante.)

Señora, dejadme ver su rostro, y me veréis fiel hasta la muerte.

LOTTA

Vuestros ojos me dicen que seréis eterna, y que lo de siempre no ciñe máscara.

(Reflexiva.)

A no ser que seáis descarada en el infierno. Mirad, mujer, que el rostro de vuestro precioso legado no guiña a la maldad.

(Le muestra la niña.)

MATUI (acuciosamente revisa la criatura.)

Perdonadme, criatura. El vientre que os concibió también albergaba un vástago homicida, pero eran otros sus padres, que no prevalecieron según fueron heredados en maldad.

LOTTA

Aquí está vuestra niña, mujer. Sí, tomadla. Mi dolor es de parto, por dárosla de mi interior piedad. Sólo mis cuidados nacieron con la misma estrella.

(Matui toma la niña.)

MATUI

Nueve dolorosos meses duró mi desvelo, mientras una noche concebía tachas en mi contra. Venid, dormíos entre mis brazos, que ya desperté del trance y dulce es alumbraros en el alba. Qué importa si proscrita seré para mis hermanos, y hasta de mi cruel esposo repudiada, si de este milagroso parto también nace mi obediencia. Tomadme en vuestro séquito, señora.

LOTTA

Puesto que ya lavasteis vuestra mancha, tiempo tendréis para lavar pañales. Aun si la ruma asusta, no temáis; no sea que el trabajo se redoble por nacer el miedo de la molicie. Venid, mujer. Dios misericordioso os dio la luz cuando erais ciega, qué tanto veis ahora por el prodigio que alienta mi piedad. Sé que no entendéis mi idioma, tal yo no entiendo el vuestro, pero ya que me echaréis una mano en la barraca, estaremos a mano con cualquier tema. No sabéis cuán feliz se pondrá mi esposo de ver que su grey florece. Silvestres son las flores que más humildes van a la iglesia.

MATUI (sollozante.)

Desflorada fui por las espinas en que mi origen echó raíces, pero en este ombligo venturoso florecen mis modales de serviros sin culpas.

LOTTA

Aprenderéis mi idioma como lo enseña la Biblia, y esta criaturita en el santo Jordán hallará el Don Juan que la despose.

MATUI

Mirad que dejarla a orillas del Berbulda.

LOTTA

Sí, crecerá en pos de su estirpe.

MATUI (en sollozos.)

¡Ay, si hubiera crecido el río, ya fuera abuela de su única descendencia!

LOTTA (también sollozos, le consuela.)

No lloréis más, mujer, que convidáis mis lágrimas a brindar en llanto. Conviene que el gozo racione su licor, si no se quiere lamentar al otro día una mala noche.

MATUI

Ay, señora, que negras las vi cual más blancos os pintaba Athon Dazé.

LOTTA (con señas.)

Entenderéis que os toca amamantar la niña.

MATUI

Blanca fue la leche que le negué a mi niña, y negro el luto que amamantó esos tigres.

LOTTA

La niña apenas si ha sorbido vuestra mala savia, dadle de vuestros pechos maternales el antídoto.

(La niña llora.)

MATUI

No entiendo, señora, pero el hambre de la niña nos traduce.

LOTTA

Venid, venid conmigo a la misión. No temáis, ya hemos discutido lo bastante. El quehacer ya da que pensar, y mejor es no hacer de filósofo si se quiere hacer algo verdadero para atenuar los cargos de Eva.

(Le da palmaditas a la espalda de Matui.)

A fe que no tenéis mal lomo para aliviarme de ese encargo.

MATUI

Sí, señora, me dais de palmadita; es como para felicitar la carga de mi alivio.

LOTTA

Seréis cristiana, así mortifique mi paciencia.

MATUI (conmovida.)

Por gratitud os sigo…

(Mirando en derredor.)

Ay, pero también porque mi esposo me persigue.

LOTTA

Entonces, seguid mi ejemplo, venid.

(Salen una detrás de la otra. Oscurece.)


Escena 5

(En la misión.)

CORO (desde una ventana.)

Qué trabajo da reclutar a unos holgazanes; pero al menos esta pequeña tribu convive en mis quehaceres; prójimo son de mis ordenes, antes que por no cumplirlas de mí. Vos, criatura, id en pos de quien os haga entender. No digáis cuanto es ruido. Mirad que si no buscáis a quien os traduzca, el verbo encarnaréis por conseguir el fin de vuestros medios. Sí, sé que no me entendéis, pero mi orden es clara. Vamos, de prisa. Llegaré tarde al cielo, como me ponga apurar a estas moles. Calmad, David, no os apuréis por sus pecados, la eternidad para vuestra alma buena sobra este tiempo si os calmáis; que dure lo bastante para hallar el lenitivo. Ay, mujer ingrata, a ver si lo cachondo os calientan también en el infierno. Así que vos sois quien traduce, hasta entiendo que no sois muy capaz, pero es menester fiarse de lo peores, cuanto que en el último rincón del mundo son unos patriotas; así que por conocer a vuestros iguales, delatadlos si en ello halláis la diferencia que os encumbre. ¿Qué dice ella? Ah, dice ‘amén’, que así de inteligible sea su ignorancia es como para dar la vuelta del cero e irse. Dungara, dungara, hasta cuando se prosternan a un recuerdo. No veis que esa mole no es sino de oro; su poder sería engordar en la estancia de un avaro…

(Ríe.)

Aunque si volviera a mi pueblo con Dungara, uno que otro milagro me haría un lugar ilustre. A ver si ella se resiste a llamarme tesorito, pues de cierto que ser mucho más flaco que Dungara no sería mi flaco como pudiera con esa mole de oro. Pero qué digo, si reunir tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, es ser cómplice de esa puta. Silencio, ay, qué esta gente aturde, pero mirad que ya en la fe se encaminan, y a fe que sus primeros paso no me atienden mal… sí, esas son mis pantuflas. De a poco la virtud los mueve. Amén, así debéis decirlo. Otra mañana con sus ruidos, pero ya me sienta el clima, al menos no en un lecho de enfermo.

(Se va. Al punto entran el reverendo y su esposa seguida de Matui con la niña.)

JUSTO

Primero fue la niña, tras la niña la madre; ya vendrá el padre, y todos los de su raza sobre estas huellas se encaminarán. La iglesia junta sus almas, para gloria divina.

LOTTA

Gallio enviará por el traductor al amanecer.

JUSTO (a Matui.)

Hasta entonces otros son los misterios que se hayan de escrutar.

LOTTA

Señor, presumo de su angustia, que en tan floridas señas ya echa fruto, que teme la cólera de su esposo.

JUSTO

Peor que el cólera le será el miedo, si es tan temerario de venir con soberbia.


LOTTA

Mujer, esta niña criaréis bajo la cruz. Queda de vuestro esposo continuar el título de haberla engendrado, si no es con el mismo salvaje rigor que justifica su paternidad.

MATUI (en sollozos.)

No lo matéis, que reencarnará en mi falta; tan rollizo como para redoblarme una buena tunda.

LOTTA

No lloréis, que me parte el alma veros así.

MATUI

Os ruego que no endurezcáis el alma cuando vayáis a partirle el coco.

JUSTO

¿Qué tanto dirá?

(Lotta se encoge de hombros.)

JUSTO (mira por la ventana, y se vuelve.)

Dios quiera que el hombre no sea tan cabeza dura.

(Lotta consuela a Matui.)

CORO (se asoma en la ventana.)

Hasta en sueños veo que soy profeta, será la dieta que afano la que me vuelve en visiones. ¿No es ése un salvaje con arco y flechas? Si es cupido, feo será el amor como el despecho. Ah, es un esposo iracundo.

(Se va el coro, cruzan unas flechas en la ventana.)

LOTTA

Mirad, señor, es aquel hombre.

JUSTO

Guardaos; ha de ser el esposo. Se distingue por el hambre, si que le fue difícil hallarse una concubina que le sirviera.

LOTTA

Es raro que no haya previsto una emboscada.

JUSTO

Está enceguecido el bruto, cual no podía estarlo bajo otra luna, y es que llevar sus ojos en esas cuencas redobla su coraje.

LOTTA

Aquí viene.

JUSTO

No es tan tonto, si habrá aprendido de una bala. Mirad que por no responderle con fuego, responde él por su fiebre. Sí, juzga que no hay nadie en la barraca, pero el juicio ya lo condena. Iros con la mujer e hija; guardaos, que ya le sacaré el demonio a este pobre bruto.

MATUI

Por volverlo en sí, no me dejéis viuda; dejadlo de revés si esa suerte me viste antes que el luto.

JUSTO

Qué sombría se escucha. Cuántos morados le remedaron una mala estrella.

LOTTA (abrazándole.)

No temáis; venid conmigo. Dejemos que los hombres se entiendan.

(Salen las mujeres.)

JUSTO (guardándose en la puerta.)

Cómo teme esa pobre mujer, pero con una tunda que le arrime al infeliz, sólo compasión rimará con su nombre.

(Entra el esposo de Matui con arco y flecha.)

MOTO

Con qué no hay nadie en la morada.

MATUI (desde dentro.)

Morada os dejarán la carne si no os pintáis de aquí.

LOTTA (desde dentro.)

Callad, mujer, que encarnará la fuga insensible.

MOTO (aguza una flecha, temeroso.)

Ah, con que es una trampa.

JUSTO (se echa sobre él.)


(Con una vara le da una paliza.)

MOTO (a gritos.)

Muero, muero,

JUSTO


LOTTA


JUSTO


EL ESPOSO


JUSTO


TELÓN








A C T O I I I


Escena 1

(En el campo.)

LOTTA

Ah, el campo rasante. La hierba que reverdece según el tono de la sombra. Las florecillas primorosamente bordadas como charreteras del pacífico viento. Las bestias, que a la salvaje distancia de pacer entre lejanas rocas, aguardan su turno pedregoso. El rumor del río que no duerme ni despierta, porque resuelve los secretos de quienes sueñan con su arrullo. La mariposa que aun del perezoso gusano (que otrora fue) saca el vigor de su magnificencia. Todo lo que es, porque previo fue su verbo, será para gloria de Dios. Amén.

(Suspira.)

Ah, ya el milagro de los peces cazó con el de los panes, qué milagrosa prole la de ese matrimonio.

(Entra Gallio sin ser advertido por Lotta.)

GALLIO (aparte.)

Mayor milagro si con recreos sodomitas multiplican la hacienda.

LOTTA

La misión crece, y su apetito sólo se satisface con laboriosa virtud. Decantar la miel en las mañanas.

GALLIO

Qué amargo será madrugar para esas mujeres.

LOTTA

Hilar en el telar la urdimbre del devoto.

GALLIO

Me intriga saber si ya abrigan rencor.

LOTTA

Desplumar las aves.

GALLIO

Y de un vuelo comerse su caída.

LOTTA

Y, al punto de los panes, salar los peces.

GALLIO

Más de lo que los saló la suerte del arpón.

LOTTA

Enseñarles a leer a esas criaturas.

GALLIO

Veremos si del ABC pasáis; antes la zeta os convida a arrepentiros.

LOTTA

Curarles sus cicatrices.

GALLIO

Como le quitéis la costra, no tendrán ni ombligo.

LOTTA

Y rezar, rezar.

GALLIO

Eso si que lo harán tan bien como crean librarse del trabajo.

(Se vuelve Lotta y se sorprende al ver a Gallio.)

GALLIO

Señora, Krenk.

LOTTA

Gallio, que lo trae por aquí.

GALLIO

Mis hombres me dicen que ya se atenúa la maldición de Eva.

LOTTA

Pero aún ella sigue siendo la madre de esos espías.

GALLIO (se ríe.)

Señora Krenk, tiene razón de pensar así; tanto más que hasta serían matricida los condenados.

(Mirando en derredor, con jactancia.)

Aunque ellos pueden imaginar el esplendor del paraíso, si la desobediencia los abrasa en fiebre.

LOTTA

¿De eso os encargáis en vuestro dominio?

GALLIO

A falta de una ley que me domine.

LOTTA

Bajo la de Dios nadie usurpa ventaja.

(Gallio asiente con la cabeza.)

GALLIO (aparte.)

¿Será por esos que aún soy legítimo?

(En voz alta.)

No veo al reverendo, ¿dónde está?

LOTTA

En la labranza.

GALLIO

¿Está cosechando bellotas?

LOTTA

Esta cultivando la vega.

GALLIO

Los Buria Kol creen que la agricultura es ciencia de la naturaleza, cuyo misterio sólo se escruta de bocado en bocado.

LOTTA

Es que aún comen del árbol prohibido.

GALLIO

Pero si que son perezosos como para dejar ese paraíso.


LOTTA

Llamáis a la ignorancia paraíso; qué contrario sois con los conceptos.

GALLIO

Al contrario, señora, me gusta llamar a todo por su nombre.

LOTTA

Luego la seguiréis llamando, cuando el Jordán anegue esta orilla.

GALLIO (aparte, con sorna.)

Entonces presidiré la barca de Noé.

(Mirando el efecto que tiene sus palabras en el rostro de Lotta.)

Vengo del templo de Dungara, y no sabéis, señora, como Athon Dazé ya no le quedan canas que mesar.

LOTTA (triunfalmente.)

Si no tiene un pelo de tonto, entenderá el perjuicio de su idolatría.

GALLIO

¿Aun cuando por vosotros sienta admiración?

LOTTA (desconcertada.)

¿Admiración?

GALLIO

Le habéis disputado el afecto de su gente. Sus mejores cazadores se advinieron a las barracas, y hasta una doncella, que antaño había sido consagrada al podio de Dungara, desertó. En el templo de Dungara, de milagro hay lo frugal, como para que el pobre de Athon tenga la fe de echar de menos el vigor de otrora.

LOTTA

¿Luego nos admira?

GALLIO

Tanto que premedita una venganza. Pero no os asustéis, pues sí es duradero el despecho, se ensañará consigo mismo. De cualquier modo, la paz del distrito corre de mi cuenta.

(Echa de ver a Justo.)

Mirad, aquí viene el reverendo Krenk.

LOTTA

Señor, os dejo con Gallio; ya es menester asolear el trigo.

GALLIO (aparte.)

Quién bronceará su hambre antes del bocado.

(Sale Lotta.)

JUSTO

¿Cómo estáis, Gallio?

GALLIO

Por lo que veo un poco más descansado que vos, reverendo. La señora Krenk me dijo que de la labranza pretendéis algo más que una fruta seca.

JUSTO

El pan de cada día, Gallio.



GALLIO

Saciar el hambre así se les figurará una recurrencia perniciosa. Así que si por algún camino serán virtuosos… tantos más habrán de serlo cuanto que se demudarán de hambre para incurrir lo menos en el vicio. Es menester la paciencia, cuando los holgazanes son muy nerviosos.

JUSTO

Sí; son algo perezosos, y he de confesar que sus gargantas gorgotean de reproches guturales.

GALLIO

Ya teméis que se prenda una rebelión.

JUSTO

Tanto que por ella aviven su tormento.

GALLIO

Tendréis vuestras almas, si les mortificáis la carne con mesura. Es la costumbre, el primer voto de fe.

JUSTO

¿Cómo habláis así, Gallio?

GALLIO

Me acostumbro a cuidaros las espaldas, tanto porque no se las habéis vuelto a esos penitentes.

JUSTO

De positivo cambiáis el giro, hombre, pero esa apatía…

GALLIO

Calmaos, reverendo, ellos dicen tener un dios tan haragán, que aun por muy poco que hagan nunca será lo bastante, y en esa inconforme convicción es que sus dudas echarán raíces. Antes bien, en algo si he de preveniros: el sacerdote dice que su dios ya frunció el ceño.

(Arrastrando las palabras con sorna.)

Yo no vi tal en esa estancia, pero si tal brillaba en la manía de aquel demente, entonces el enojo debe tener veinticuatros quilates.

JUSTO

Ninguno de los conversos les deslumbra el alba de esa ruina.

GALLIO

Pero puede ser el crepúsculo para otros. Tendrán miedo, y el temor del tránsfuga los troca aún más tornadizos. Pero veo que lleváis la misión tenazmente.

JUSTO

Agrado del señor es tal obra.

(Oscurece)

Escena 2

(En la vega)

EL CORO (suspira con orgullo.)

Por fin la misión se encamina erguidamente, pero, David, ¿no veis que los arrodillará el fracaso, si así de altaneros procuran la gloria? ¿Qué rezarán entonces, cuando al punto caigan de rodillas, si ningún ensayo previo les tornó el corazón humilde?

(Da de garrotazos al aire, iracundo.)

A prosternarse, allí mismo, no importa si el cieno os macula, que en cualquier átomo se honra un dios omnipresente. Si en el fondo sois piadosos, vuestras plegarias al fin saldrán del fondo.

(A lontananza, atusando sus patillas.)

A fe que no son muchos. Un puñado, a decir verdad; y si muero aquí por la verdad, apenas tendré cortejo. Ay, pero qué vistosos son cuando rezan juntos, me recuerda la primera vez que vi un pavo real. Sí; lo recuerdo bien, porque dos recuerdos contiguos no se olvidan si uno fue el sustento, y qué guisado el de aquella tarde.

(Ríe.)

A fe que la evocación es caníbal; y estos están tan rancios que sólo de sus pecados son festín. Aunque esa doncella tierna ya enternece mi insaciable castidad.

(Entran dos Buria Kol que recogen los aperos.)

¿Quién sois vosotros? Si que os veis tan áspero que a la vista parecéis más que eso.

(Los rodea intrigado.)

Mi grey, como monóculo, es traslucida si se os compara con vosotros dos; mas con su aumento discierno que no sois más que los míos. Decidme, ¿desertasteis de Dungara? Pues a fe que ya os mueve la fe. Ah, ya el sol os ha tatuado la costra del silencio.

(Ya irritado.)

¿No escucháis? ¿Qué hacéis fuera del conjunto? Id con vuestros hermanos. Soltad esas cosas ajenas; no quebrantéis el séptimo mandamiento, si no queréis purgar en la mitad del cuarto. A ver si en el descuido de vuestros mayores, va el orgullo que su descendencia cague… Ah, con que no teméis a mi ira; octavo pecado capital será retar la capital de mis pecados.

(Los examina minuciosamente.)

BURIA 1 (quejándose.)

Ay, me acuesto envarado, hombre; y con la misma vara del jornal la fatiga mide mi insomnio. De la cintura para arriba me duele todo el cuerpo.

BURIA 2

¿Y de la cintura para abajo?

BURIA 1

No sé, porque ya no siento nada.

BURIA 2

Lo siento por vos.

BURIA 1

Con que os dé de puntapiés, ya sentiréis mi pena como propia.

(Ríe el Buria 2.)


EL CORO (le grita al oído.)

Brutos, ¿conque me dais trabajo? Pues os vaticino doblemente la maldición de Adán.

BURIA 1

Y ni el tranquilo viento nos susurra consuelo.

BURIA 2

Es que abate las flores de mayo.

(Se echan a cuestas los aperos y marchan, David irritado les increpa.)

EL CORO

A ver si me llamáis por aire, cuando ni en pedo os salvéis de que os forme un peo.

(Salen. Al rato entre Matui y su esposo Moto.)

MATUI

Moto, he visto merodear al sacerdote.

MOTO

Quizá oficia con furtiva calma la ira de Dungara.

MATUI

¿Lo creéis así?

MOTO (palpándose la frente.)

A no ser que aún la paliza haga de razones un delirio.

MATUI

Si en la venganza no va el precepto, tal vez en la conversión viene a desandar su ira.

MOTO

Ay, Matui, ese Athon Dazé se cambia en bestias para pasar su enojo.

MATUI

Pero a Gallio la caza lo torna implacable.

MOTO

Contrapunto cruel.

MATUI (con tono encendido.)

Como vos, vil, en doble maldad busca el medio.

(Reprochándole airadamente.)

Claro, os era de más estimación dejar comer a vuestra hija que mancar el plato.

MOTO

El hambre era el único lujo, mujer, de acunar la desobediencia.

(Le da de coscorrones.)

Mujer, que no me deis de coscorrones.

MATUI

Ah, ¿aún os duele el coco?

MOTO (irónicamente.)

Hasta de pensar en la zurra. Pero ya estamos juntos.

MATUI

Y no me pondréis más una mano encima.


MOTO (cachondo.)

Entregad eso en manos de vuestro Señor.

(Le pellizca una nalga.)

MATUI (se vuelve rabiosa.)

¡Hideputa!

(Salen corriendo. Oscurece.)


Escena 3

(En un corredor de la barraca principal.)

ATHON (paseándose con impaciencia, con un pescadito debajo del brazo.)

¡Hideputas! ¿Creéis que vuestra saña impunemente encontrará el dolor del desacato? ¿Creéis que vuestra prole no os maldecirá cuando Dungara bendiga los dones de esos inocentes? Pues qué crédulos os vuelven vuestras creencias nuevas. Aún no se me alcanza el dardo envenenado, pero a fe que mi imaginación ya en su extremo puntiagudo aguza la dosis. Dungara es vengativo, si lo sabré yo que lo animado a la venganza. Su encono de hoy es tan original, que nada priva distinguirlo de su iracundo inventario. Dungara es el dios de las cosas tales son, así que os conviene más que no cambiéis de ser, porque si contrarios sois a vuestra conveniencia, en tal seréis lo que a la medida de la multa. No temáis, que con unos pocos brutos que pierdan la cabeza aprenden muchos. Mucha hambre me habéis hecho pasar, como para que no os devore a todos; pero apenas es menester una parca ración, sino el ayuno, para que casi todos volváis a servirme.

(Reflexivo, lentamente.)

Los ciegos se acostumbran a la oscuridad, y saben tentarnos con su bastón de siempre, ay, pobre del luto si cae en tentaciones; mejor consagrad la lumbre de su tono, y bajo el destello de Dungara veréis si las dudas brillan. Mas, luego, ¿qué pregunta me responde por el honor de los ausentes?

(Paternalmente.)

Mis Kol, a veces sois de una inocencia tal, que con cambiaros un espejo os hacen culpables doblemente.

(Otra vez encolerizado.)

Maldigo el pan que habéis salado con sudor vuestro; ácimo gustaréis vuestro espíritu, y en sal y agua se ahogue la memoria vuestra, cuando la suerte de la rebelión os sale la carne en cueros.

(Mofándose.)

Qué venga el petimetre de Justo; con su nariz ganchuda pesca los resfriados, apenas llevando de cebo nomás su aliento. Qué venga el paliducho, a ver si el enojo le pinta algún semblante. Ay, ¿que le duele los delicados huesitos de encarnar la viva talla de un esqueleto? ¿No queréis dejar vuestra mujercita, teméis que el pimpollo de otro loto desflore vuestra fe ciega en ella? No habéis sido el único que con doctas facultades de este monte he echado. Venid… ¿Quién sería tan injusto de ponerle nombre a éste? Qué venga, pues, a ver si con sus mendrugos me vence…

(Reconsiderando lo dicho mientras se soba el vientre.)

Aunque gano, si con mendrugos me descalabra el hambre; además, un pan que así de maldito pegue en la corona, hasta el hartazgo saciaría mi encono.

(Se vuelve a sobar el vientre.)

Por que este pescadito es muy poco para mi fondo submarino.

(Entra el reverendo Justo, y Athon Dazé deja el pescado en un taburete para saludarle.)

JUSTO

Señor Dazé, ¿cómo estáis, buen hombre?

(Toma el pescado si que lo advierta Athon.)

Si me disculpáis un momento, señor Dazé.

(Athon hace una reverencia, y el reverendo sale con e pescado.)

ATHON (mira a través de la ventana.)

Se ve ocupado el hombre; como lo ocupen mis Kol, ya no le quedará tiempo.

(Vuelve Justo.)

JUSTO (afablemente.)

Le veo taciturno, señor Dazé.

ATHON (con afectada hipocresía.)

Ay, reverendo, me abrumaba la nostalgia de no verle en seis días, pero que el séptimo sea mi descanso es un alivio.

JUSTO

Señor Dazé, ¿cómo anda de salud?

ATHON (aparte.)

La dieta de comer ansias ya engorda mis males, maricón.

(Acercándose.)

No ando mal si he llegado con bien, y de cierto que mejor ha sido saludarlo. ¿Y su señora?

JUSTO

Está tumbada en la siesta.

ATHON (con fingida preocupación.)

¿La tumbaron las calenturas?

JUSTO

No, es la hora vespertina que acostumbra.

ATHON (aparte, malicioso.)

Ah, no es un capricho el que la abrasa.

JUSTO

Y es punto ya de que se pare; la cena invoca.

ATHON (aparte.)

La última también.

JUSTO (de repente.)

Su pueblo es muy paciente y honrado.

ATHON

¿Mi pueblo?

JUSTO

Sus Buria Kol.


ATHON

Ah, sí. Si aún se creen míos, no lo habéis hecho creer mucho. Tenéis que vigilarles con método, ellos son devotos de votos acuciosos que no les den respiros. Son renuentes los condenado, y tienen un cuero tan duro que no le entra la palabra de Dios ni con espinas. Ablandadles antes, os agradecerán que le pongáis a término. Dadle a cada quien con el garrote, hasta que su lisiada estampa desee el servicio de otro no menos severo para su prudencia senil.

JUSTO

Fuisteis duro con ellos.

ATHON (excusándose.)

A fe que no, mi señor; al menos no más que el cuero que para otro contrato divino dejaron in púribus. Por ello os anticipo mi experiencia, no vaya ser que por no habérosla anticipado, según la padecí en mi perjuicio, sucedan tales adversidades teológicas a cuanto os suceda en estos montes.

(Mirando en derredor.)

Y estos montes no son piadosos con quienes vienen a espiar pecados.

JUSTO (reflexivo, con mirada penetrante.)

¿Los juzgáis por ser leales a la verdad?

ATHON

Mentiría yo sí os aseguro tal tiranía. Creedme que soy hombre veraz a la vera de lo verdadero.

JUSTO

Luego, ¿os acercáis al Dios de las cosas tales serán?

ATHON

Será así, si una ración basta antes de emprender ayunos.

JUSTO

No serán demasiados si alimentáis el alma.

ATHON (con patética sinceridad.)

Pero tengo hambre.

JUSTO (sin echar de menos el tono de Dazé.)

Y se os dará de comer. Pedid y se os dará; es la palabra del señor, la palabra que os saciará.

ATHON (aparte.)

Basta que sea la vuestra si me dais algo de comer, pálido.

(Timorato.)

Reverendo, no habrá unas sobras que…

JUSTO

No sois hombre de sobras, sólo sobra que os lo recuerde.

ATHON (aparte.)

Bribón, tampoco soy hombre de hartazgo y os engulliría de una mascada.

JUSTO

Meditad vuestra incertidumbre. Si la verdad que predicáis la queréis fiel a vuestra ventura, no seáis infiel al señor. No mendiguéis, porque ciertamente el señor os dará lo que es del César. Él no quiere otra eternidad para nosotros que la que le loe, le sirva, le tema y le muestre entera resignación en cambio de su misericordia.

ATHON (ya regaña dientes.)

Dejadme ver si el Dios de las cosas tales serán es conveniente ahora. Mañana será el día en que os cuente mi porvenir.

JUSTO

Espero por vuestro porvenir, entonces.

ATHON (aparte.)

Y os dejará esperando, por cuanto ya os rezagáis.

JUSTO

No se vaya aún. Lotta nos va guisar un pescadito muy singular; uno que nos dejo en el taburete algún converso.

ATHON (repara acuciosamente el taburete, aparte.)

Ay, muy singular para compartirlo; y conversa es mi suerte, por ir de revés.

JUSTO

¿Qué decís?

ATHON

Que no me apetecen los guisados.

(Aparte.)

Pero si vierais como os aliño vuestra desazón.

JUSTO

Bien, fue un gusto saludarle; gustaréis a Dios mañana.

ATHON (aparte.)

¿Con el feo que os haré?

JUSTO (se vuelve.)

Ah, señor Dazé, puede darse una vuelta por la misión. Os enorgullecerá ver a un pueblo tan diligente.

(Sale Justo.)

ATHON (va al otro extremo.)

Como vea uno de esos brutos, le redoblaré una paliza.

(Entra Moto sin cautela.)

Ah, he aquí que no es tan listo el que deja así de lista su coronilla.

(Le descarga en la cabeza el garrote.)

MOTO (quedamente.)

Ay, matadme, reverendo, y también seré piadoso…

(Cae largo a largo.)

ATHON (abofeteándole quedamente.)

Oíd, si tenéis oídos; ved si tenéis ojos.

MOTO (en el letargo.)

Sí los tengo, pero en el otro mundo.

ATHON

Luego me escucháis al oído y me veis sin anteojo.

MOTO

¿Sois un fantasma?

ATHON

Vuestra temeraria impudicia así llama a los profetas de Dungara.

MOTO (en vano trata de incorporarse, febrilmente.)

Tened piedad con vuestras profecías.

ATHON (con voz de ultratumba.)

Arrepentíos, porque el juicio de Dungara se acerca.

(Sale haciendo ecos.)

Escuchad el colmillo del elefante rojo.

MOTO (se para con las manos en la cabeza)

Y yo con esta cabeza hecha una calamidad; cómo ordenaré mis dudas si el garrote no dudo en embrutecerme. Ay, Matui, dadme otra costilla para reconstruirme todo.

(Oscurece)


Escena 4

(En el templo de Dungara, un cacharro en medio bulle en humo.)

ATHON (como en trance, alrededor del cacharro.)

Por esta noche que en tinieblas propone su horóscopo sucedáneo, por este fondo que en el fondo de esta olla un cielo insta, mientras se consume su ras entre los hervores constelados de mixturas raras. Por las plumas de un pajarraco, cuyo peso desplumado sólo aletea en la muerte. Por el tosigo que se destila de una esperanza rancia, y cuyas imperceptibles gotas bien pueden tumbar un gigante. Por este trance, trance que me crispa en torno a esta pestilencia; trance mingitorio, que prolonga mi capullo en un profuso llanto; trance viril, que esconden mis ojos en el dorso de un blanco febrilmente vuelto a la ceguera…

(Volviéndose al ídolo, sin salir del trance.)

Es a vos a quien oficio este parcial esfuerzo; sea por el don de colegir un inventario promiscuo en vuestro sereno reposo, viejo Dungara, que se me dé el don primigenio, el don de soñar por la transparencia de estos vapores que adormecen mi sangre. Aunque mi debilidad se embote por tal inventario, poned en la incertidumbre del clarividente la venganza que os indemnice. Mi lucidez da vueltas en torno a una verdad febril, poned en la orbita el planeta adverso y tripularé sus giros en pos de eclipsar a vuestros adversos.

(Tanteando el aire con los ojos cerrados.)

Un sueño se adviene. Soy un soñador, así que propicia es la paciencia cuando el final demora sus principios que le hacen virtuoso.

(Otra vez arrebatado.)

Venid transfigurados espíritus de los montes, duendecillos silvestres que os embriagáis con la lenta savia de árboles centenarios. En esas bandejas de plata puse mieles a gusto de cualquier sobrenatural avidez. Que venga un exegeta, si se precisa que de una lóbrega mazmorra salga la luz de revelar prodigios alucinados.

(Aguzando el oído.)

Escucho que se acerca el expositor de mi fiebre, ya no le palpita la sangre.

(Entra los tigres.)

TIGRE 1

Huele a orín.

TIGRE 2

Una noche muy agria ésta, ¿eh?

ATHON (saliendo del trance, con letargo.)

Venid, señores.

TIGRE 1

Somos tigres, maestro.

ATHON

Lo que fuereis, os hará decir según vinisteis.

TIGRE 2 (codeando al otro tigre.)

No sé qué seamos, si nos anima ese Dungara.

TIGRE 1

Con los tristes que estamos, es menester que sea chistoso.

ATHON

Vinisteis por un sueño.

TIGRE 1 (codeando al otro tigre.)

Que no es para despertar, ¿eh?

TIGRE 2

Desde que morimos hemos figurado en las fabulas de muchos sueños.

ATHON

¿Luego sabéis de sueños?

TIGRE 1

En esa ciencia, Honoris Causa nos hizo un riflazo.

ATHON

Tanto mejor, pues os he de contar que tuve un sueño…

TIGRE 1 (con nostalgia.)

Yo también, el de despertar con las mismas pintas.

TIGRE 2

Pero no para ser pintados igual, ¿eh?

ATHON (lentamente escrutador.)

Sois impertinente.

TIGRE 1 (abanicándose la nariz.)

A fe que no más que estos vapores.

TIGRE 2

Pero, ¿cuál ibais a decir que era vuestro sueño?

TIGRE 1

Ya intrigáis a dos tristes tigres.

ATHON (viéndole con una sospecha que se diluye en el curso del relato.)

Estaba yo a la orilla de un río, y por la otra ribera subían siete vacas, hermosas a la vista y muy gordas, y pacían en el prado. Tras ellas subían otras siete vacas de semblante feo y muy entradas en carnes. A término de que las unas se juntaran con las otras, el conjunto descarnado devoró el rebaño orondo.

(Apremiante.)

Decidme, qué significado se aviene a una venganza.

(Los tigres se consultan.)

TIGRE 1 (reflexivo.)

Bien, os digo al punto una gran verdad: las siete vacas gordas las tenéis que descontar en pos de nuestro apetito.

TIGRE 2

Así que no figuran en cuanto impetráis, porque algún pago tendríamos que sacar a cambio de nuestro arte.

ATHON

Estáis en vuestro derecho; además más fácil será interpretar menos.

TIGRE 1

Como las vacas enjutas se quedaron ayunando, vos, desde la otra ribera, las visteis que demudaban de hambre.

TIGRE 2

Lo que sólo significa que comeréis de ese festín al margen de sus despojos.

TIGRE 1

El río es que debéis dejar que corra la imaginación en el decurso de vuestro adversario, ya salaréis cuando la corriente desemboque en ese mar de brutos.

ATHON

Ay, tigres, me habéis vuelto el alma al cuerpo.

TIGRE 1

Son muy avaros los Buria, en lo tocante a la reencarnación.

ATHON (ensimismado.)

Que el colmillo del elefante rojo principie la batalla.

TIGRE 2

Ah, señor, un consejo antes de irnos.

ATHON (se vuelve a los tigres.)

Sea la bendición de un espíritu de la selva.

TIGRE 1

No atesoréis en donde el orín todo lo corroe.

TIGRE 2

O al menos dejad de mearos el templo de vuestro Dios.

TIGRE 1

Y dejad esos humitos, no vaya ser que un genio encumbrado así os embrutezca.

ATHON (con una sonrisa maliciosa.)

Iros, pues, que algún premio os ha de deparar el viejo Dungara.

TIGRE 1 (codeando al otro tigre.)

Tesoro vuestro esa mole de oro.

(Mientras van saliendo, y furtivamente a sus espaldas, Athon Dazé toma el colmillo del elefante rojo y descarga un estruendoso soplido en los oídos de los tigres, que salen despavoridos.)




ATHON (a carcajada.)

Qué humo asusta a los espectros. Ay, Dungara, os hice igual a mí… para tener a quien pedirle, y a fe que me debéis mi hechura. Dungara, Dungara, ¿no tenéis opio por ahí? Ahí estáis, Dungara…

(Cae privado de la risa. Oscurece)


Escena 5

(Dentro de las barracas, en un dormitorio, a media luz. Se escucha a lo lejos el colmillo del elefante rojo.)

BURIA 1

Muchachos, ¿estáis despiertos? Ay, sólo vuestro ronquidos me lo aseguran con vehemencia.

(Apremiante.)

Escuchad, como gime el colmillo del elefante rojo.

(Se vuelve escuchar el colmillo.)

BURIA 2 (bruscamente.)

¿Qué es eso?

BURIA 1

El colmillo del elefante rojo; el desagravio que principia Dungara. Mirad que con el color de la sangre ya pinta la estela de quienes en el Berbulda se hundirán.

BURIA 3

¿El colmillo del elefante rojo?

BURIA 1

Sí, el colmillo del elefante rojo.

BURIA 2

¿El mismo colmillo del elefante rojo que se desteñía en un rincón del templo?

BURIA 1 (desfigurado de rabia.)

Ay, ya volvéis rojos mi pálidos labios que aun el miedo destiñen.

BURIA 3 (al Buria 2.)

Como que ya nos muestra el colmillo.

BURIA 2 (al Buria 3.)

Pesa más que un elefante; no lo retéis.

BURIA 1

Dungara, alabado seáis. Perdonad nuestra trasgresión, y tomad como gajes del arrepentimiento todas las espigas cosechada por inspiración de vuestro rival.

BURIA 2

¿Creéis que el dios de la “cosas tales son” acaso medita una terrible venganza?

BURIA 1

Como que somos su blanco.

BURIA 3

Qué negras la veremos cuando atine.

(Entra Moto, apremiante.)

MOTO

¿Habéis escuchado el colmillo como os puse en prevención?

BURIA 1

Sí, Moto.

BURIA 2

¿Cómo lo sabíais?

MOTO

No sabéis, muchachos, como de un relámpago de madera devastada en menguante, me vino en visiones la luz de un profeta, un profeta de Dungara.

(Entra Matui.)

MATUI

Dejaos de sandeces, Moto.

(A los otros.)

No lo veis que la tunda le puso a pensar en lo imaginativo que nunca fue.

(Vuelve escucharse el colmillo.)

MOTO

¿Y ese balido también es de una mente sacrificada a la locura?

MATUI

Es Athon Dazé, que oficia algún secular rito del calendario.

BURIA 3

¿En soledad?

MOTO

Soledad que nuestras almas erráticas irán a escoltarle su eterno furor.

BURIA 1

Ten clemencia de vuestros hijos, Dungara.

MATUI

Como sea que la clemencia no es privativa a él, esperemos que nuestros bienhechores nos defiendan.

MOTO

Ay, mujer, habláis así porque os salvaron el pellejo trasgresor.

MATUI

Si mantenéis tal asidua paternidad, vuestra hija, bien educada por el rigor vuestro, ha de emprender las lecciones finales del arte parricida.

MOTO

Arte rupestre, a falta de su padre… Mirad que si vivo demasiado, será para llevar en hombros esta dolorida cabeza.

(Se vuelve escuchar el colmillo.)

BURIA 1

¿Y si nos volamos?

BURIA 2

Con qué alas vuela un sapo.

MATUI

No caigáis en tentaciones, que oí que Gallio traerá soldados, y ya sabéis que hasta para Dungara ese tirano es de temer.

BURIA 1

¿Quién viene?

MATUI

Sólo sé que hay un jaleo extraordinario para una ceremonia ordinaria. Adiós.

(Aparte.)

El chillido de mi impaciente niña me intima observancia.

(Sale Matui.)

MOTO

Ay, os temo Dungara, pero también temo a vuestro rival. ¿No lo entendéis?

BURIA 1

Lo entenderá cuando el dilema se resuelva en contra nuestra.

(Oscurece)



TELÓN




















A C T O I V



Escena 1

(En las barracas.)

JUSTO

Es afanoso desatar sus lenguas de escombros guturales que se hunden. Pero nuestras manos ya resuelven los nudos que otrora le ataran irremisiblemente a sus cautivas súplicas. Destramar, de punto en punto, lo que el telar de la barbarie urdió para vendar los ojos de esta gente; deshacer los hilos intrincados hasta igualarlos en sus longitudes ordinarias, y, extremo a extremo, suceder la cuenta en un ovillo cuyos recodos hallan el dintel, ay, que aún mis conversos no rematan para siempre…

(Se queda pensativo sin rematar la idea.)

LOTTA

¿De que os quejáis, esposo mío?

JUSTO

No es que me queje, pero aun de sus manos nuestra grey no atina el arte. Arte fue deshilachar sus terribles fachas, pero es rudeza que a su piadosa desnudez no distingan con un manto. Esos pedregosos dedos penden de la roca que los gobierna, y como me pesa saber que el ocio endurece más tales callos.

LOTTA

Pero es mucha la leña que los hombres llevan sobre sus lomos; mucho el grano que la mujeres quiebran a brazo partido. Veis en qué breve prisa no tardarán nuestras oraciones en tener cobijo, pues al tercer día era otro el ras de la intemperie, y apenas en otra jornada se cerró la cúpula de la capilla.

JUSTO

Tendré que ir a rogar allí, en el altar de pronta hechura, por los dones minucioso del tejido. Que sus toscos dedos enguanten una delicadeza en la industria, y en tanto de gala den sus manos a la regla, luzcan la gala que a mano le dejen con el arte.

LOTTA

Habilidad les dará el trabajo, puesto que antes les da el pan de cada día.

MOTO (aparte, mientras espía.)

¿Pan de cada día?

(Entra Moto suplicante, en una retahila.)

Ay, tanto cuesta el pan de cada día, señor, que de noche no se pega un ojo para soñar como un vivo, sino para dormir como un muerto. Comamos frutos silvestres para ganar un paraíso en la serenidad del inocente reposo, porque a fe que no ha de ser pecado tener vida para no cometerlos más. Mirad las aves en el cielo como retan la parquedad de nuestros dardos. A fe que muchos son los peces que a flor del agua ya tientan al circunciso arpón que lo halla de desflorar.


JUSTO

No os entiendo mucho, pero ya se me alcanza que vuestro acento sea blasfemia.

MOTO (excusándose sinceramente.)

Sólo os describo mi cansancio, que se redobla en el rostro a falta de otro semblante.

JUSTO (amorosamente.)

Como sea que me ofendéis, dad por muerta esa estocada fatal, sin que el misterio de la resurrección os recuerde la secreta sepultura de lo que no vuelve.

(Entra Gallio, todos se vuelven en sorpresa.)

GALLIO

Luego, ¿cómo del tormento se libra la herida, si ha de taparlo con su sangre?

LOTTA

¡Gallio!

GALLIO

Qué mortificación la vuestra, reverendo.

(Saludando.)

Señora Krenk.

JUSTO (con ceremonial distancia.)

Sois hombre de esgrima, señor, y con el hierro respondéis, pero quien con hierro responde con hierro se le pregunta un imposible.

GALLIO

Imposible no saberlo, sabiendo que sois quien siempre me lo dice.

JUSTO

Luego, ¿sabéis que trama Athon Dazé?

GALLIO

A falta de esgrima, no aguzáis mal vuestras puntas, reverendo.

LOTTA

Es que discutimos sobre puntadas.

GALLIO

¡Qué espinoso asunto!

(Aparte.)

Raro que no gritéis.

JUSTO

¿Escuchasteis anoche lo que a mis fieles les pone los nervios de punta?

MOTO (aparte.)

¿De punta en blanco se os adelantaron en atinar la talla?

GALLIO

Calmaos, reverendo. Es el vano puntapié de un despechado.

LOTTA

Pero descose los colores de un febril insomnio.

GALLIO

Y yo que apenas sé remendar mis medias. Aunque si no las termino, voy descalzo antes que ir a medias.

(Amenazante.)

Ya hablaré con el sacerdote.

JUSTO

Os lo agradezco, Gallio, pero hacedle entender que Dios comprende la ira hasta que se enoja.

GALLIO

Queda de Dios enseñarle tal, si Athon no entiende lo que él tampoco comprende. Lo que de mí, os será bastante para que podáis pegar el ojo.

(Se va, luego se vuelve.)

Ah, la otra semana llega el Delegado con su esposa, vendrá nada más le corrobore las noticias; siempre se entusiasma con la misión.

JUSTO

Con los ojos de su persistente fe, verá que Dios premia a sus hijos.

(Entusiasmado.)

Decidle que honroso será que venga a la primera ceremonia de nuestra capilla.

LOTTA (entusiasmada.)

Decidle a su señora, Gallio, que los niños le recitarán el alfabeto.

GALLIO

Desde la ‘A’ hasta la ‘Z’ les diré tal. Hasta entonces.

JUSTO

Que tengáis buen viaje.

GALLIO

Primero Athon sabrá que lo tendré.

(Sale.)

JUSTO

Idos, Moto, en vuestro nombre ya está labrado el camino.

MOTO

Dadme una pieza de pan, antes que vea negro el día.

LOTTA (como tratando de entenderle.)

¿Queréis una pieza de pan a deshora?

MOTO (aparte.)

Es eso, o estoy enamorado por querer quién sabe qué.

JUSTO

En la mesa comeréis vuestra ración.

MOTO

Ay, si Matui ve que esta mota desflora mi virilidad, no me dejará echarle ni una mota de polvo en un polvoriento verano.

JUSTO

Que parlanchina es la ignorancia.

MOTO (aparte.)

Aun si le escucháis más de cuanto le entendéis.

LOTTA

Podéis iros con la constancia de que a vuestra esposa e hija comerán lo que de suyo.


JUSTO

Volved al campo.

MOTO (temeroso.)

Luego, ¿me tengo que ir al sol?

(Aparte.)

Ay, ten piedad. Decidme que ‘no’ y vuelvo en sí.

LOTTA (a su marido.)

Dice que si el sol es redondo.

JUSTO (paternalmente.)

Como los frutos que cosecharemos bajo sus rayos.

LOTTA

Id con Dios.

MOTO (mientras les vuelve la espalda.)

Mientras discutáis en secreto, es mejor echar un ojo, que Dios todo lo verá si me acompaña.

(Se va, pero espía.)

Iré a guardarme furtivamente, quizá si veo multiplicar los panes reste uno que otro. No es robo, Señor, si me veis en ello.

LOTTA (le pregunta a su marido que demora pensativo.)

¿En qué pensáis?

MOTO (sobándose la cabeza.)

En que no soy tonto al esconderme aquí; pero pienso sin más razones que la de una mente turbada por el garrote.

JUSTO

En que ahora que se adviene la ocasión festiva de oficiar la primera ceremonia, apremia más que los mismos conversos hilen sus túnicas.

LOTTA

Pero decidme, señor, adónde la fibra para tramar tal.

JUSTO

Aun porque desdeñaron la industria de esconder sus vergüenzas, los Buria conocen indistintas parras que en doquier se crispan. De este vertiginoso monte, igual han sacado el tósigo para un elefante como la quemante miel que dora sus perdices crudas. Al tener la hebra propicia, los dedos que en ella acertaron aprenderán la primorosa urdimbre de prolongar los tesoros del hallazgo.

LOTTA

Si se me alcanza, señor, ¿por qué insistís en un censo de tejedores? Oficio este de tejer, que bien pueden demorar los fieles mientras la diligencia de otros los preparé para una tardanza mejor satisfecha.

JUSTO

Ay, mi querida Lotta, antaño supe de una misión, cuya labor exclusiva era la de tejer incansablemente durante un austero horario. Aquellos fieles eran laboriosos y virtuosos en las tramas como en la oración y en la penitencia. Cuan ganancial fueran aquellas horas, incumbía a la mesura con que la caridad se desprende del vicio y del ocio. Creedme, mi querida Lotta, hay en tal faena la pacífica vitalidad de la criatura que obedece a Dios, dejando en cada punto la constancia de su destino.

LOTTA (conmovida.)

Pues es menester buscar la fibra entonces.

MOTO (frotándose las manos.)

Ah, conque si consigo una buena fibra no perderé la mía. Ya se me figura una ración de más con una jornada de menos.

(Oscurece)


Escena 2

(En el campo.)

BURIA 1

Y un vidente barbudo, venido del otro lado del monte Panth, me dijo que estaba ciego de amor, y le viera yo en su perjuicio si no era certero en cuanto él decía.

MOTO (entre risas.)

No se necesita ser vidente para deciros la verdad, basta con ser menos ciego que vos.

(Ríen, menos el interesado.)

BURIA 1 (irritado.)

No os burléis de mí…

BURIA 2

¿Porque enceguecéis de odio? Redoblada ceguera la de vuestros oscuros sentimientos.

BURIA 1 (serio.)

Vayamos a lo que venimos.

MOTO

Ay, se nos puso sentimental el ciego.

BURIA 2

No veo por qué.

MOTO

Será porque le vemos llorando al espejo.

BURIA 2

Y es para llorar no ver sus lágrimas.

MOTO

Veamos si hay que lo consuele.

BURIA 2

Como le veamos los mismos ojos, seguirá igual; pero ya no tentemos su garrote.

MOTO (sobándose la cabeza.)

Ay, nombráis la soga en casa del ahorcado. Está bien, dejémonos de joda.

(A Buría 1.)

Buscad sólo tallos poco comunes, y de fibrosos cogollos.

BURIA 1

¿Poco comunes?


MOTO

Pues los que menos prevalezcan entre lo más conocidos. Es en la rareza del hallazgo que se descubre un fin que principie el cambio, y a flor de esa savia algún fruto nos da un respiro.

(Aparte.)

Al menos hoy no bregamos en la vega.

BURIA 2

Pero de entre esta prolija verdura, palpitante según raíces enredadas, ningún tallo echa en mi memoria raíz que propicie un pimpollo parecido.

MOTO

Qué mal parecido vais en la flor misma de vuestra juventud; cuando os marchitéis, sea sólo la castidad la que os desflore aun sin profanaros los débiles pétalos que anticipan el luto.

BURIA1 (que distraídamente estudiaba la espesura.)

¿Y qué decís si empezamos de aquí, por la orilla del río?

BURIA 2

Que no decís mal si empezamos pronto.

MOTO

No tan pronto, que tenemos todo un día para profetizar el siguiente.

BURIA 2

Mirad, ¿no es esa vuestra mujer?

MOTO

Fuera tal si su encono cual embudo decantara al menos un regocijo.

(Entra Matui.)

MATUI (iracunda.)

Os dije que, en la labranza o en el molino, hicierais los meritos de una ración superlativa, y ni porque fue desmesurado vuestro desafío a cuanto os intimé, conseguisteis las migajas de las que un lambiscón no se enorgullecerá nunca. Ahora os enrolasteis en otra empresa subalterna, nomás por ser el principal que mande menos de lo que menos se haya de hacer; otra carencia será el régimen que os siente peor cuando os sentéis a la mesa. Sabed vosotros que este haragán antes era dominante como un tigre, y casi en volandas hizo que, a la terrible intemperie de una noche de luna, yo expusiera el único fruto común de nuestro estirpe. Echándome de sí aun con la criatura en mi regazo, fue la primera vez que acunó a su primogénita.

MOTO

Y la última vez que acuné vuestra otrora sujeción, veo que una tumba precipitada habría de acunarle en mi ausencia. ¿Condenáis ahora cuanto según la ley de antaño debía observar? Pues a la luz de ese derecho reciente, que me torció el lomo a garrotazos y me torno en luto la vista, admito vuestros reproches. Pero mirad que si ya leéis las escrituras de corrido, que vuestras destino tome dictado sin correr la tinta, pues de una de mis costillas falsa salisteis y yo he de señorear en vos y vuestro placer será el mío.


MATUI

¿Ah, sí? Atreveos, y veréis si no es veraz la profecía de esta costilla falsa, que si en falso la tocáis no os dejarán un hueso sano que se pueda sepultar en la misión.

MOTO

Bien… os entiendo. Pero… no veis que algo de provecho se nos encomendó, no es pereza resolver lo dicho. Así que es menester hallar entre este monte la fórmula de la urdimbre.

MATUI

Vos sólo conocéis de plantas cuando os plantáis a vegetar y a echar raíces a la sombra. ¿Y de flores qué sabréis buscar si sois la flor de la pereza?

MOTO (triunfalmente.)

De cierto que no la fui cuando os desfloré.

MATUI

Menudo trabajo me disteis luego en el mismo jardín. Ahora formad según vuestra excepción, no os será vida el afanar una provechosa ley en esa estrechez.

MOTO

Ay, mujer, me avergüenza que os hayáis acostumbrado a condenar costumbres, de las que mejor es desacostumbrarse sin brusquedad.

MATUI

¿Antes le temíais al Colmillo del Elefante rojo, y ahora os ruborizáis con el mismo tinte?

(Sale Matui.)

BURIA 1

Esa mujer, con su colorada regla, le ha de medir la tumba al más pintado.

MOTO

Como no os la pinte antes en vuestra misma savia.

BURIA 1

Perdonad, Moto.

MOTO

Buscad más allá. Iré a por ella.

(Sale.)

BURIA 1

¿Pero qué buscamos?

BURIA

Ya nos dijo, hombre. Iré a por ella.

BURIA 1

¿Tras la mujer de Moto?

BURIA 2

No, hombre, por la siesta. Gritad cuando llegue Moto.

(Sale.)

BURIA 1

Claro, si ya nos dijo que buscar entre tanto monte.

(Entra Anthon Dazé.)


ATHON

Pero os dijo mal.

BURIA 1 (pálido de la sorpresa.)

Maestro.

ATHON

Se os ve la cara que en vuestra doble cara tintinea aún la efigie que abjuró.

BURIA 1

Hemos escuchado el Colmillo del Elefante rojo.

ATHON

Pues al menos el nuevo Dios os curó de la sordera.

BURIA 1

Milagro que nos hizo sordo a las amenazas de paganos.

ATHON

¿Paga anos?

BURIA 1

Así se apodan quienes se niegan al bautizo.

ATHON (aparte.)

Pues ya os he de cobrar.

(Con mesurada hipocresía.)

Sabed que Dungara le tiene paciencia al descarrío, ¿acaso quienes abjuraron no lo veis fuertes y hacendosos cual jamás lo pide nuestro culto? Pues aún encarnan el vigor de redimirse. Tomaos el tiempo que haya menester para vuestra meditación. Sabed que el Dios de las cosas tales son comprende incluso la ira de su pueblo, pero sabed también que sólo la comprenderá hasta que él se enoje. No temáis, que os ayudaré con vuestra fibra, que sea esta pequeña prenda de Dungara la que os alumbre.

(Aparte.)

Y con alumbraros empezará el incendio. Os oí que lo menos entre lo mucho resolvía vuestra incertidumbre, pero os equivocáis en sustraer el trámite desde la misma pregunta. Cuando es la plenitud de la cuestión cuanto salta al entendimiento.

(Palpando la hierba.)

¿No veis cuan profusa es esta planta que espontáneamente persiste aun en el estío? Ningún Buria le conoce propiedades, porque desde siempre era un símbolo inescrutable de Dungara.

BURIA 1 (incrédulo.)

¿Luego dejará que tal profanemos en pos de otra fe?

ATHON

Dungara no permite que impunemente hayan de transgredir su sabia, por eso la generosidad de cederos el derecho sobre ella.

BURIA 1

¿Y en verdad transige así con nosotros?



ATHON

Tanto que en esta planta, cual en ninguna, el reverendo al fin sacará una fibra lustrosa y sedeña para la urdimbre que cubra vuestras desnudeces. El gran Dungara quiere que meditéis vuestra reconciliación, sin las privaciones que el extranjero justifica de vuestra tierra. Aceptad, pues, los dones de Dungara, pues el Dios de las cosas tales son, no desampara a sus hijos, pero, puesto que investís su misericordia, arrepentíos humildemente antes que os tengáis que arrepentir de vuestra temeridad.

BURIA 1

Dungara es bueno, no nos obligará a retar a quien ya nos echó el guante severamente.

ATHON (aparte.)


BURIA 1 (revisa los cogollos.)

Pero si esta planta se da hasta en la capilla de la misión.

ATHON

La omnipotencia de Dungara así lo quiere. Ahora que los demás tomen esta revelación como vuestra, es como mucho que os despojen del crédito unos haraganes. Mirad que trabajo os dio comprender vuestra nueva fe.

(Viene Moto con el otro, y Athon desaparece.)

BURIA 1

Volvamos a la misión. Allá, como en doquier veis, está la fórmula.

BURIA 2

¿Qué decís?

BURIA 1

Que esta hierba (…)

MOTO

Primero pasemos lo más del día en ver si de este corte se puede sacar más.

BURIA 1

No demoréis, y vuestra esposa será puntual a vos.

MOTO

Tenéis razón, hombre. Venid conmigo, de prisa.

(Salen. Luego entra Athon Dazé)

ATHON (a carcajadas.)

Conque estos vestidos principiarán el primer misterio, ya se me figura que será un misterio tanto ardor entre quienes tienen ganado el cielo. Ay, tigres, sois unas bestias muy sabias cuando interpretáis mis salvajes sueños. Ay, reverendo, ahora soy yo el que os guisa el pez de vuestros ayuno.

(Oscurece.)






Escena 3

(En el telar.)

JUSTO

¿Veis, esposa mía, como los hilos hallan en el telar su forma suprema; así como las corrientes del río, en el cauce la suya?

LOTTA

Lo veo, señor, como ellos desde siempre han visto el Berbulda.

JUSTO

Blanquísimo será ya no ir de luto, pues no hay lágrimas para el antiguo Dios que se les muere.

LOTTA

Aunque sí sal para amargar el llanto de Dazé.

JUSTO

La sal quizá le purifique su pena, corroyéndole el aurífero motivo de su llanto.

LOTTA (animada.)

¿Veis a Nala, señor, cuan diligente son sus dones de obediencia?

JUSTO

Criatura primorosa. Ay, cuan bárbaro quienes prometieron desflorar su sangre a los pies de un ídolo lascivo.

LOTTA

Pero, salvada por el otrora cruel que en ella había condenado su linaje, es ahora la joya entre los conversos.

JUSTO

Miradlos a todos, mujer, según tasas en sus callosas manos la virtud que les redime. Tesoro espléndido, que se distingue por su joya.

(Suspira orgulloso.)

Sí, el ir y venir del huso ya está por llegar, y en un par de jornadas estará tensado hasta el último punto. Blanco celeste, en tierra echasteis raíces, y en tierra meditasteis vuestras moras, para que de un tallo común vieran de sus dedos los devotos prosperar vuestra sola magnificencia.

(Sale Justo.)

LOTTA (se acerca a Nala, que gira la rueca.)

Nala, criatura,

NALA


LOTTA


NALA


LOTTA


NALA


LOTTA

(Sale Lotta y Nala se incorpora al hilar en la rueca.)

NALA


(Entra David, turbado por el ruido del telar.)

CORO (camina en derredor sin ser advertido más que por el espejo.)

Ay, callaos todos, que mi cabeza da vuelta como esa rueca, y qué ha de devanar hasta el centro sino la locura, algodón muy enmarañado por ser de las canas que una turbada calvicie atesora… Ay, gira y gira el cero, que en tantos ovillos, rebasados para remendar las fachas de un loco, comprende su facultad.

(A Nala.)

Sí, os devanáis los sesos a mis espaldas, entonces que sobre las de vos no se os vuelva tonto el entendimiento.

(A los tejedores, alternativamente.)

Y vosotros, ¿qué urdís en esos telares? Ah, ya todos conspiráis contra vuestro salvador, pues sabed que vuestra mortaja durará apenas tres días, si algo ha de durar la hostilidad que le haga tercio un traidor. Calmaos, David. ¿No fuisteis vos el de la misión de los tejedores? Hasta aquel joven Krenk, recuerda mi primera congregación.

(Como rememorando.)

Deteneos un instante… ¿Krenk?

(Decepcionado.)

Me suena ese nombre, pero no me dice nada su eco.

(Se vuelve a los tejedores, rabioso.)

Pero ¿quién puede conciliar una idea elevada cuando un ruido como éste encumbra su tiranía por encima de filósofos que callan?

(Calmándose a si mismo.)

Vamos, hombre, es una misión muy diligente. Pobre de David of Saint Bees, que un piquete de Cupido le había de reforzar el aguijón de su abstinencia.

(Orgulloso.)

Ay, pero a fe que no son tan malos…

(Se vuelve a ellos ansioso.)

Pero algo tramáis…

(Consolándose nerviosamente.)

Claro sus vestidos.

(Oscurece)


Escena 4

(En la oficina de Gallio.)

GALLIO

Delegado, tanto gusto de verle por aquí. Señora, que aun los parcos afeites del retiro propicie el agasajo para su estancia. A fe que ya se os figura que estamos lejos de cualquier palpitante lejanía, pero en un vertiginoso plazo, os lo aseguro, estaréis impacientes de convenir las paces con el sosiego. Una temporada al abrigo de la selva, siempre que estertores silvestres no enrarezcan el respiro cristiano, le sienta bien al espíritu.

DELEGADO (asegurando las elásticas con desparpajo.)

Lo dice el buen Gallio, que aún no se convierte.

GALLIO

Qué insensible sería conmigo mismo, señores, si he de convertir el alma en carne sensitiva, pues ha de doler cerrar el cambio sin guardar para sí piedad alguna.

DELEGADO (riéndose.)

Sois incorregible, señor.

GALLIO (aparte.)

Buena ley para no admitir excepciones.

DELEGADO

Y el tiempo, ¿qué tal está esta semana?

GALLIO (con mordacidad.)

El tiempo hace bien; como para solazarse unos días en familia.

(Gallio va a la ventana.)

DELEGADO (aclarando la garganta.)

Mirad que venir a trabajar en temporadas que mejor me sentarán de asueto.

(En confidencia con su mujer.)

Pero peores estas privaciones cuando, por emparentar despechadamente, entroncan con la castidad.

(La mujer ríe, ruborizada.)

GALLIO (se vuelve.)

Tenemos días fríos estos días, pero no son para entumecer la memoria, si os acordáis de vuestro invierno. Días entre las noches, cuya diferencia diurna apenas se echa de ver en el calendario, cuanto que por ellos se distinguen sus vecinos en un mes.

ESPOSA DEL DELEGADO (siempre abanicándose.)

Pero llueve.

DELEGADO

A cántaros, querida.

GALLIO (entre risas.)

Y cuando llueve, es como para llorar igual. Reverdecen los montes, reverdecen las fiestas y los lutos; se anega el llanto, o se brinda con él. Así se vive acá, señora, cuando lo opuesto es morir.

DELEGADO (a su esposa.)

Y nuestro amigo no se guarda para el más de allá de lo contrario.

GALLIO (tomando las municiones de la mesa.)

Soy contrario a la avaricia.

ESPOSA DEL D.

¿Por eso se endeuda, señor?

GALLIO

Tanto más que no tendré nada que pagar.

ESPOSA DEL D.

Sinceridad, en ella residen sus dudas.

GALLIO

Y con ella he de elogiar a mi cobrador.

ESPOSA DEL D.

Sois un hombre positivo.

DELEGADO (aparte.)

Aún más, cuando de positivo sabe que temo a la peste.

GALLIO

Como echa de ver de mi semblante marcial, mi imaginación es sencilla como una arenga, pero cumplo, cual más puede arriesgar un temerario soldado, cuanta esa ley me intima lealtad. Seáis bienvenida, señora, al corazón mismo del Berbulda.

DELEGADO

Me habéis enviado nuevas por el viejo canal de la esperanza. ¿Así que otra vez de las cenizas resurge la misión de Tubinga?

ESPOSA DEL D.

Alabado sea el señor.

GALLIO

Visitad la misión de Krenk. Creo, por no descreer de todas sus licencias, que su obra no es enteramente inútil. Hasta ha construido una capilla de bambú en un Babel de bilingües oraciones. Se congratulará que vayáis a inaugurarla en tercio del latín.

DELEGADO (con petulancia.)

Mi educación, querida, casa con esa lengua.

GALLIO (aparte.)

In articulo mortis.

ESPOSA DEL D.

¿Y dónde está la misión?

GALLIO

En el monte Panth, a la ribera oriental del río Berbulda.

DELEGADO (señalando a través de la ventana.)

¿Veis ese pálido azul encumbrarse entre lo verde? Pues allí, en algún claro de lo pálido, la cruz abre sus brazos a los salvajes.

GALLIO

No se sí con cerrar fuerte sus brazos le abre el corazón a sus fieles, como sea veréis allí un Buria Kol civilizado.

DELEGADO (A Gallio.)

Gallio, puesto que el reverendo Krenk ya se impacienta, no seamos impuntual a la bienvenida.

GALLIO

Entonces, al amanecer despacharé una avanzada, y antes que el sol se ponga ya estaréis en la misión.

ESPOSA DEL D.

¿Tiene esposa el reverendo?

GALLIO

La señora Lotta; la dama de ojos azules.

ESPOSA DEL D. (abstraída.)

Tan azules como para ver qué en el monte Panth.

GALLIO

Quizá la resignación de una buena esposa. Un nervioso azulejo le iría a tono con su augurio.

DELEGADO (con una risita casi imperceptible.)

Sois incorregible, hombre.

(Oscurece)


Escena 5

(En la misión.)

JUSTO

Viene el Delegado; y ahora él, junto a su graciosa esposa, verá qué buena obra hemos hecho. Mirad, Lotta, los devotos que, animados piadosamente, disponen los colores en doquier un ojo cristiano juzgue su regocijo. Nadie enciende una lámpara para esconderle debajo de un rígido catre, sino que la saca a la luz aun de quienes alumbraron su esperanza en el luto de ese duro lecho.

LOTTA

Ay, esposo mío, confieso que dudé al principio; que aun los rigores menores de la selva devoraron parcialmente mi vigor para el ayuno, trémulo entonces como el canto de los grillos a los cuales también temía el monocorde. A la mesa de terribles manjares mis sobras ostentaba esa misma opulencia, ay, y a la sazón de de cuanto la virtud de otrora distinguía en ayuno, apenas si hube de comer de lo poco que mi reticencia sazonaba. Fue menester que en mi vientre vacío creciera el milagro que había de nacer de mi entendimiento. Ahora, a la par de vuestros ojos, veo que mis ojos os secundan doblemente, según es doble la pregunta para cuya respuesta existe.

JUSTO

No tenéis más duda, Lotta, así ya vuestros ojos se ven al espejo, tal siempre han sido escrutados por Dios.

LOTTA


JUSTO

Delante de ambos, los conversos (ay, nuestros conversos, esposa mía) en blanquísima túnicas presentarán su virtud. Blanco en punto tramado por su misma raza, y resuelto con los virtuosos husos de sus rígidos dedos. Un gran día vendrá, por la gloria del Señor.

LOTTA

Amén.

JUSTO

Mirad, Lotta, a cuán laboriosa distancia juntan la industria de sus almas; bien llevan sobre sus hombros unos trozos de leña para el fogón, bien es la promesa de la lumbre cuanto los atempera para el encargo.

LOTTA

Misericordioso sea el Altísimo, que en la criatura que repta debajo de su ras

JUSTO


LOTTA


JUSTO


LOTTA


JUSTO


(Entra Nala.)

NALA


(Oscurece)



TELÓN














A C T O V



Escena 1

(Cerca de la capilla.)

DELEGADO (Jocoso.)

Malo adentrarse en esta espesura sin guía, apenas si se tiene uno en pie para meter más la pata.

GALLIO (aparte.)

La ley del entendido en señales del cielo, es dar de puntapié para no andar descalzo entre el fango.

DELEGADO

Si que resoplaban los pobre animales.

ESPOSA DEL D.

Cuesta empinarse sobre esa cuesta.

GALLIO

Que tras cansarse un esclavo se acuesta a soñar en su cúspide.

DELEGADO (señalando.)

Gallio, ¿es ella la capilla que decíais?

GALLIO

La misma al final del recodo.

DELEGADO

Ni se reconocen las barracas.

GALLIO

Es que os toca conocer a quienes las cambiaron.

DELEGADO

Así que hoy se oficiará la primera ceremonia

ESPOSA DEL D.

Ya me impacienta conocer a quienes llevan el misterio de Dios hasta estos lugares secretos.

DELEGADO (orgulloso.)

Que en mi distrito yo conozco.

GALLIO (aparte.)

Sin saber si soy ateo.

(A la esposa del delegado.)

El reverendo está muy entusiasmado con el advenimiento de vosotros. Se puso en los preliminares de la acogida nomás recibió la nueva, y hasta honró con una bienvenida cuanto alcancé anticiparle.

DELEGADO

¿A él y a su señora no les ha faltado nada, Gallio?

GALLIO

Se me figura que lo necesario para el ayuno. Por lo demás, hasta sobra deciros que no abundan carencias.

ESPOSA DEL D.

Qué hay del sacerdote… el tal Athon Dazé.

DELEGADO

¿No se convirtió el sinvergüenza? Menudas historias las del tunante, como para creer en su conversión.

GALLIO

Apenas si el séquito de su febril frente le cubre las espaldas. El pobre de Athon era el principal de una tribu diezmada por sus mismos sacrificios, y ahora está sólo como profetizó su desmesura.

ESPOSA DEL D.

¿No me digáis que todos acudieron a la misión?

DELEGADO

Allí.

GALLIO (jocoso.)

Si todos cupieran en esas barracas, que sacrificado hubiera sido el Athon con su oficio de verdugo, y creedme que para matar a deshora no es muy altruista. Los que no abjuraron, aborrecieron a Dazé y se unieron al clan de los Suria Kol. Pero fueron perjuros, a quienes él juró un leal despecho, cuantos le pintaron la cornamenta de una mala corrida.

DELEGADO

Ole.

ESPOSA DEL D.

¿Y aun insiste en su rebelde aparte?

GALLIO

Tiene que estar solo para dar un ejemplo de soledad.

(Entre risas.)

Y es de guardar luto que el mismo rebelde tenga que seguir sus negros consejos.

DELEGADO (con jactancia.)

He aquí la misión, que estos fieles conviden a los demás salvajes del Berbulda. En mi distrito se ha de auspiciar los votos de quienes convertido evangelicen a su esquiva raza.

GALLIO

Veníos, ya doblan las campanas.

DELEGADO

Entonces que doblen las rodillas de los piadosos.

ESPOSA DEL D.

Será buena la fiesta del señor.

GALLIO (con afectada réplica.)

Amen.

(Oscurece.)




Escena 2

(En la barraca.)

JUSTO

Nuestros fieles en blanco impoluto mostrarán sus virtuosos corazones. Pero, mujer, estáis tan pálida que nada me aclara vuestro semblante.

LOTTA

Tengo un mal pálpito.

JUSTO (tomándole el mentón.)

Y tan débil que no lleva sangre a vuestras mejillas, pero tenerlo no es pecado, si le volvéis la espalda para seguir vuestro franco pecho.

LOTTA

Sin velos se me han mostrado los ojos de nuestros fieles, y creo que su escrutadora desnudez se encandila de ver vestidos así de claros.

JUSTO

Si no podéis mudar a un rubor que os diferencie de los incultos, que ganancial os sea combinaros con las túnicas de la iniciación.

LOTTA

Perdonadme, esposo mío, que cuando lo peor de estos seres ha pasado yo dude de lo mejor.

JUSTO

Con arrepentiros no empeoraréis vuestra falta.

LOTTA

A veces somos tan desmedido en el mal, que el arrepentimiento es lo mejorcito que tenemos.

JUSTO (ya nervioso.)

Lo mejor, si lo peor es no darnos prisa, mujer. Id a por ellos, y reunidlos en dos columnas. Juntamente, ya estará por llegar el delegado y su esposa, que de noble cuna es su tálamo nupcial. Esperad, que cada quien tengan la parte para sus voces, no quiero que vayan a desentonar el himno Gracias demos al Señor; una gracia que arruine lo solemne nos condena como ingratos. Ah, sí, el ABC, recordadles que si declaman bien la cartilla no habrá porque leérselas.

(Entra Nala.)

NALA (muy cortésmente.)

Con el permiso que me dispensáis, señores, os digo que ya en mi pureza podéis ver que todos van de blanco.

LOTTA

Atino en ello, mi niña.

NALA

También aclaran sus gargantas para el canto. Aunque unos por el temor de que le nublen el pescuezo con el luto de un nudo.

LOTTA

Ay, niña, aún sois ruda, hay que limaros esa boca.



JUSTO

Ya apartarán esos oscuros sentimientos. Por de pronto, conviene más la prisa. Así que marchaos, mujer, según no se os haga tarde, y llamadme justo a tiempo.

LOTTA

Calmaos, mi señor, que todo bajo el sol tiene su hora. Venid, criatura.

(Salen las mujeres.)

JUSTO

Y vaya qué sol reverbera a esta hora, pero es menester que esos ojos vueltos al cielo se alumbren con el rigor mismo del cielo, y pronto según sea el mediodía. Pues a fe que no hay que dejar pasar la hora, como quien deja pasar su oveja negra sin al menos teñirle… Ay, blasfemia… ¿Por qué en los preliminares atropello mi profesión, dejando incluso que mi inconstancia se rezague de cualquier deleznable avance? Dios es paciente, y llega temprano quien no desiste en la espera de tal eternidad. Calmaos, Justo, con el temple que hicisteis prosperar las semillas en una lodosa vega, recogeréis cuanto manos otrora perezosa apremian en las espigas incipiente o en la flor aún en tierno brote…

(Entra Lotta.)

LOTTA

En parejas se juntan a su impar recogimiento. Fueron otrora tan bestia como unos bueyes, y ahora, en la disciplina de cada yunta, de un tirón sacan de sus corazones palpitos que animen a una criatura devota. Ay, esposo mío, ha llegado el arriendo del principio. Si con sacrificio se ha de ser ganar el cielo para otro, compartamos el cielo con muchos de nuestros conocidos…

(Entra Nala.)

NALA

Ya del recodo se ve la comitiva, y de cerca los principales que se apearon.

LOTTA

Antes echad de ver las columnas, señor.

JUSTO

Después la capilla será abierta, y hasta la incredulidad de Gallio dirá su oración adentro.

(Salen. Oscurece)


Escena 3

(Alrededor de la capilla dos filas de Converso.)

GALLIO

Reverendo, señora Krenk. He aquí el Delegado y su esposa.

DELEGADO

Gusto en conocerles, reverendo, señora Krenk.

LOTTA (muy afablemente.)

Seáis bienvenido a la Misión. Cada día de espera, al menguar, endulzaba más el común crepúsculo.

JUSTO

Ya veis en lo alto de una modesta cúpula la doctrina del Señor.

DELEGADO (Viendo las columnas.)

Sí; la cruz más alta de mi Distrito abre sus brazos a los fieles más recónditos de Panth. Ha sido encomiable reunir este censo.

(Tomándose de las solapas con petulancia.)

Veo que ha crecido la Misión, y que lo sucesivo irá con progresiva prisa.

JUSTO

Los designios del señor apuran nuestra buena voluntad, y aunque demoremos en obras buenas, tarde se cierran las puertas del cielo para los que tarden en el bien.

GALLIO (aparte.)

Y más tarde llegaréis vosotros como podáis convencer a todos esto.

DELEGADO

De cualquier modo, no está demás evangelizarles con la máxima contraria, pues los últimos en la fe serán los primeros en el Infierno.

JUSTO

Yo alumbro sus corazones, que a oscuras quieran quemarse también es un designio.

LOTTA

Alabado sea el Señor.

ESPOSA DEL D.

Y se ven muy vistosos bajo el sol.

LOTTA

Blancas son sus almas que relucen.

ESPOSA DEL D.

Brillante ejército.

DELEGADO

Encandilaría a su enemigo.

GALLIO (aparte.)

Ya Dazé se acostumbró al vértigo.

JUSTO

Veníos conmigo, bajo el toldo.

GALLIO

A fe que sí, porque este bárbaro sol es para relucir almas bárbaras y no para enlutarme de cuerpo entero.

LOTTA

En un minuto, cantarán en nuestra lengua.

GALLIO (aparte.)

Han de tener una voz acre.

(Se van a acomodar a la sombra.)

BURIA 1

Qué sol éste, hermano, que merma el sudor que bebe.

BURIA 2

Es que hierve todo cuanto toma, no vaya irse de cagalera en la noche.

BURIA 1

Me tapa el día tales cuidados.

BURIA 2

¿Vos no erais el ciego? Este sol os curará, si sentís tan vívidamente en vuestros ojos las quemaduras que no veis.

MOTO (quedamente.)

Callaos, que ya me calentáis más.

(Susurrándole a Moto.)

Eh, Moto, aun os entra fiebre con la enfriada que os dio Matui. Ella abusa de vos, porque os agarró el bajo; así de fácil las mujeres se empinan la subida.

MOTO

Y por qué no chupa, si por debajo agarra lo que empina.

BURIA 2

Porque era menester castraros.

MOTO

Chistoso, ¿eh? Pero dejaréis un vacío que la nada os remedará en mofa.

(A Matui.)

¿No os entra una comezón, mujer?

MATUI

¿Será porque quiero salir de vos? Mirad que ya me pica acusar vuestra lujuria.

MOTO

No os desviéis del tema, que ya no hay hueso que desviar. Ay, mujer, creo que Dungara nos hace vestir el pellejo de un tigre curtido, que Athon en la colina pulla.

MATUI

No estoy para pullas, hombre.

MOTO (con ironía.)

Ah, pero qué hipócrita fuimos que tan susceptibles a ellas somos.

(Escrutador.)

¿También os carcome la picazón?

MATUI (a regañadientes.)

Es la costura del vestido.

MOTO (rascándose.)

Pero ya os descocéis. Apenas si los otros disimulan, y no es de vergüenza el rubor que los abrasa.

MATUI (con despecho.)

Es vuestra imaginación el sastre.

MOTO

Es otro quien hinca los alfileres al patrón del proscrito. Ay, Dungara, perdonad a este pobre bruto que abjuró. Os juro que el perjurio me costó una costilla y uno que otro hueso, en una verdad tan desdentada no sonríe la malicia; tomad lo que queda, pero comedlo crudo o en vinagre.

BURIA 2 (aparte.)

Tened piedad y no me queméis, Dungara.

MATUI

Sí que me camina la comezón como hormigas opulentas. ¿Será el poder del Dios de las cosas tales son, que nos incendia la cruz tatuada en nuestros lomos? Paciencia que el cielo está despejado, para que sin estorbos de oraciones compitan los prodigios.

MOTO

Sí; milagro será que no se disputen nuestras almas.

(Murmuración general, mientras se rascan con disimulo.)

MATUI (aparte.)

Ah, mi niña, era suficiente mi doblez para salvaros, y ahora doblemente por persistir va la multa. Ay, me quemo, mi niña… Os acuné en el regazo ajeno mucho más de cuanto duró meditar en mi vientre vuestro favor. Prometida salvación de qué, sino de un infierno ficticio; ahora veo que lo imaginario de otrora alumbra mi reciente entendimiento. Ay, ardiente fue el oropel que pintaron para mermar nuestros dones hasta la sal de la ingenuidad, y con qué inocencia nosotros mismos salamos nuestro sudor y nuestra suerte. Sosas son nuestras lágrimas, Dungara, pero desde el fondo son destiladas por este fuego verídico, y qué dolor sazona nuestro arrepentimiento, exceso que nos corroe a luz del fuego consumidor de nuestra carne. ¿Dónde estáis, mi niña? Ay, la ira de Dungara. Mi niña, que lleve también a cuesta la quemante cruz de ser el precio por salvaros…

(Sale.)

LOTTA.

¿Qué pasa que todo se trastoca?

JUSTO

¿Por qué esta gente se rasca entre arañazo? Ay, no es bueno con el prójimo reñir.

(Suena el Colmillo del Elefante Rojo, a lo lejos.)

BURIA 2

El Colmillo del Elefante rojo. Calmaos porque os ha de fulminar…

(Empieza a descomponerse las columnas en murmuraciones.)

MOTO

No os mováis, hermanos, que Dungara tendrá piedad en el mismo sitio que castiga.

BURIA 2

Aun en la bajeza de nuestro desafío, las lágrimas os ornarán un altar majestuoso.

MOTO

Yo no aguanto esa delicadeza de arte, no puedo estarme quieto como un santo primorosamente esculpido cuando el fuego me conmueve. Dungara, ya quemadme doquiera vaya sofocar este ardor, pero perdonad mis cenizas, que polvo fui… y a fe que no mal polvo. Ay, yo de aquí me pinto.

(Sale. Todos los Buria en desconcierto)

GALLIO (conteniendo a Justo.)

Reverendo, no intervengáis, que si desvisten vuestra intención os hacen jirones vuestra desnudez, a fe que no votaríais por ir en pelota. Dejadlos que ardan.

JUSTO

De una ira que es mi incertidumbre.

NALA (desnudándose a arañazos.)

¿Por este despelote dejé yo el santuario, cuando empelotada hubiera apagado la sed de un Dios vengativo? Mono, tuerto, lombriz, pescado seco, me decíais que jamás iba consumirme en las llamas.

LOTTA

Ay, hasta vos, Nala.

JUSTO

También la mejor joya distingue un tesoro dilapidado.

NALA (desnudándose con desesperación.)

Piedad, Dios de las cosas tales son, sois del verbo presente, luego no seáis así con esta pobre bruta cuyo pasado no tiene virtud sobre la cual reinar…

(Todos gritan, y se rasgan las vestiduras. Nala desnuda.)

Ay, me quemo

JUSTO

Antaño tan primorosa y virtuosa.

DELEGADO (aparte.)

Quién viera esa hembra indómita como un gato montés.

ESPOSA DEL D. (codeándole.)

Pero soy yo quien os sacaré los ojos, si le ponéis uno en sus garras.

(Salen con la carne viva por sus mismos arañazos, apenas avistando la fuga con ojos desmedidos.)


Escena 4

(Se escucha el estridente Colmillo del Elefante rojo en una marcha triunfal, y voces desaforadas a lo lejos.)

VOZ 1

¡Es el juicio de Dungara!

VOZ 2

¡Me quemo! ¡Me quemo!

(Lotta llora en brazos de la esposa del Delegado.)

VOZ 3

¡Al río!

ESPOSA DEL D. (consolándole.)

Calmaos, mujer. Son bestias.

DELEGADO

Y no le podéis amaestrar más que para una gracia.

GALLIO (con ironía.)

Desgracia fue que no durara el número, pero redondo es el cero.

LOTTA

Es por la promiscuidad del monte que alucinan.

DELEGADO

Dios ha de amansarlos con la muerte…

(Condoliéndose de ellos.)

Así de mansos no se arañarán cuando a tientas se aferren al tormento menos maligno.

(Entra Moto casi desnudo.)

LOTTA (En sollozo.)

No puedo creer que tan poco durara el credo.

MOTO (Busca desesperadamente en donde abrevar.)

Pero creedle a la profana, Dios de las cosas tales son, porque no hice mucho.

(Sale desaforado.)

LOTTA (distante.)

De mi vientre vi renacer una criatura.

MATUI (En el fondo, entra y sale con la niña en brazos.)

¡Ay, me empollan un parto hirviendo!

GALLIO (ya serio, y hasta sedativo.)

Señores Krenk, son gajes del descarrío la boca de las cabras. Ya veis que no fue mi prevención la que mascó el laurel, sino los desertores de la gloria prometida.

JUSTO (decepcionado.)

Gallio, no me hallo ni para el asiento.

VOZ

¡Que ni de culo me apague, es para cagar en frío!

JUSTO (gimoteando.)

Señores, apenas si ayer los diez mandamientos recitaron, ay, pero sin yerro dictaban lo que habían de quebrantar en yerro de su alma.

VOZ

¡Por desalmado, el fuego no yerra en mi carne!

JUSTO

Como Moisés, veo que los trasgresores pastorean su becerro de oro.

VOZ 1


VOZ 2

¡Con los mismos quilates que me abrasan, os honraré, Dungara!

LOTTA

Ayer mismo decían el ABC.

(En gritos martirizados, a lo lejos.)

VOZ 1

¡A!

VOZ 2

¡B!

VOZ 3

¡C!

VOZ

¡Leednos la cartilla, pero no a las brasas, Señor!

LOTTA

Aprendieron a escribir su nombre.


VOZ 1

¡Bastardos, por escribir en vuestra contra, Dungara!

VOZ 2

¡Dictadnos nuestro destino, receta milagrosa que nos purgue!

DELEGADO

Aún podéis enseñarles el camino si lo tomáis lejos de aquí.

VOZ

¡Tan brutos, que supimos contrariaros Dungara!

ESPOSA DEL D.

Dungara, Dungara… tener que entenderles el oprobio.

JUSTO (absorto.)

¡Yo veo aquí la obra de Satán!

VOZ

¡Sobras quedarán del fuego, pero que no os falte, Dungara!

LOTTA (también absorta.)

Ayuntando nuestra castidad, de un tirón castramos la lascivia a cada yunta.

VOZ

¡Ay, ardo; tortillas saldrán de mis huevos, y no hijos!

JUSTO

Sí, la obra de Satán.

GALLIO (tomando las enaguas de Nala.)

He aquí una urdimbre menos soberbia.

(Las repara cuidadosamente.)

DELEGADO

GALLIO (se frota la tela en el brazo.)

Ya lo suponía. No es la inconstancia de principiar un misterio nuevo, el secreto del asunto, y dudo que hasta el mismísimo diablo conociera las señas, si bien ahora las ve tan bien pintadas en las llamas. Mirad, todos, el rubor de mi brazo.

(Les muestra su piel enrojecida.)

Parcial vergüenza de no socorreros por fuerza de él, pero igual ardor que atiza un cobarde desde lejos.

JUSTO (sorprendido, aún con los ojos vidriados.)

¿Qué es?

DELEGADO (a su mujer, con afectada sapiencia.)

Caso ordinario de una tierra extraña.

GALLIO

Para avivar el amor a una fe exótica, un poderoso filtro se destila de las rarezas propias…

(Pacientemente.)

Sí, yo la llamaría la túnica de Neso.

(Volviéndose, de repente.)

¿Cómo se os ocurrió persistir con esta fibra que en doquiera os aburre su cantidad?

JUSTO

Por una inspiración divina, allá, entre el monte del otrora sacerdote, se consiguió el secreto.

DELEGADO (aparte, a su mujer.)

A fe que sí, ya no me está vedado que es un bruto.

GALLIO

Viejo zorro, que fuera de su madriguera se adentra en su sueño.

LOTTA

Pero decidnos el misterio de la fibra, señores.

GALLIO

¿Sabíais que tuvisteis a vuestro alcance la Ortiga Escorpión del Nilgiri, o dicho aun con los flores de un idioma muerto, la Girardenia Heterophyla?

(Los dos niegan con la cabeza.)

Es fuego tejido que los descoció a todos. Todo el mundo sabe, menos los Buria, que antaño no profanaban nada para vestirse. ¿Qué botánico, que tenga los ojos en las flores de su estudio y no en las flores que le echen, había de extrañarle que los infelices en carne viva murieran por salvar su pellejo al menos en el ahogo? Le digo más, reverendo Krenk: para tensar un puente con esta planta, se precisa dejarle al remojo durante unas lunas. ¡Viejo zorro! Apenas unos minutos bajo el sol, y ni el toldo espeso de elefante les cobijaría.

(Entre risas.)

Triunfalmente nos mostró el colmillo, y no era cantinela de despecho el contrapunto…

(Deshace la risa al ver la cara de los Krenk.)

DELEGADO

Pero nada se puede hacer en su perjuicio, salvo que no apacigüe lo que atizó.

GALLIO (al punto.)

Pendiente que corre de mi cargo.

ESPOSA DEL D.

¿Por qué?

DELEGADO

Habida suma de que sustrajo a su gente, según fuera legítimo restarles unas almas malas al cielo.

ESPOSA DEL D. (consolándole.)

Eso ni que decirlo, Lotta.

JUSTO (desde un promontorio.)

Miradlos revolcarse en el cieno de su ignorancia.

LOTTA

No sabrán aliviarse.

GALLIO (sacándole del trance.)

Reverendo, es mejor que una escolta os guarde, ya veremos al amanecer.

(Salen, y al rato entra David.)

EL CORO (desaforado.)

Ay, me quemo, me quemo… Criaturas infernales, monstruos de cornamenta que os distinguís por vuestra mujer infiel. No os vale un decálogo, sino un mandamás que os tiranice con un solo mandamiento. Sí; el garrote para vosotros…

(Desde el promontorio, cual se hubo erguido Justo.)

¿Quiénes son aquellos que se revuelcan en el río? Os daré una buena zurra que ni que por ella crucéis el Leteo la olvidaréis. Pero no… Fuera de aquí…

(Mesándose los cabellos.)

Llevaos la fiebre con orgullo, reverendo Krenk. Os conocí cuando erais un mozalbete, único recuerdo culto a la memoria de un perturbado…

(Mirando en Derredor con ojos acuciosos.)

Ah, unas enaguas de Doncella…

(Oliéndola.)

Casta fragancia que un rudo jardinero desflorará…

(Tira la tela desaforado.)

Ay, se me quema la nariz… huelo que el infierno está cerca, en todo. El azufre me apremia, alérgico polen que virilmente me vuelve en estornudos…

(Estornuda.)

No hay Dios, si doquiera reza en vano el miserable de David of Saint Bees. No hay Dios, pero tanto fuego para un pobre loco lo lleva al cálido hogar del diablo…

(De repente se vuelve a la audiencia, con cara de loco.)

Ah, os calienta que no os revele los remates…

(Dando la espalda.)

Pues ardan de curiosidad.

(Sale en gritos.)

Ay, me quemo.

(Oscurece.)


Escena 5

(Sin fondo alguno.)

TIGRE 1

A punto estamos de reencarnar en cazadores.

TIGRE 2

Y a punta de rifle será encarnizada la revancha propia.

TIGRE 1

Pero, ¿cómo os fue en el monte?

TIGRE 2

No sabéis cómo está el Dazé… Ah, tal interrogación encierra una duda, de la cual me pregunto el cómo de vuestra respuesta.

TIGRE 1

Pues no sabéis cómo está el reverendo y su esposa.

TIGRE 2

Doble ardid el no saber lo doble.


TIGRE 1 (entre risa.)

Ya somos dos los pícaros.

TIGRE 2

Pero si no nos dividimos, el dúo nos cantará un adverso gallo.

TIGRE 1

A decir lo que de cada cual, antes del amanecer.

TIGRE 2

Pues el Dazé, dicho sea a lo ramplón, es un pillo. Ahora que los Buria se vuelven suplicantes, hizo ampliar el templo de Dungara, además exige que las ofrendas rebasen la techumbre adjunta. Elige un pez para su dieta frugal y deja que se pudra el resto del pescado junto a la Misión. Ahora sus Burias abominan El Fuego del Lugar Maldito

TIGRE 1

Raro que ningún Buria hostilizara la Misión, se le ven merodear con semblante hosco, pero nada más para ser tan vengativos.

TIGRE 2

Ese Gallio.

TIGRE 1

Ah, aquí el cazador que nos concierne…

TIGRE 2

Hizo saber al bueno Athon que si un dardo volaba a las barracas colgaría los principales de su nuevo séquito en el mismo santuario de la divinidad.

TIGRE 1

Sigamos adelante, a evangelizar los últimos cristianos. A término de la penitente mora encarnaremos otra traza.

(Oscurece.)

TIGRE 1

Éste es el aparte del misterio.

TIGRE 2

He aquí que escondidos se desnudan los pastores.

TIGRE 1

Y en agua bautismal se lavan sus vergüenzas.

TIGRE 2

¿No es Lotta, la mujer del reverendo?

TIGRE 1

Bella criatura, que un rubor le taparía.

TIGRE 2

Fisguemos en silencio, pues.

TIGRE 1

Compadre, en que encarnaríamos, que el alma se me tensa.

TIGRE 2

En tigre no sería, que ya rugir quisiera de otro modo.

TIGRE 1

Mirad sus vergüenzas lava.

TIGRE 2

Como Susanita en su recato.

TIGRE 1

Como dos viejos sinvergüenzas le acechamos.

TIGRE 2

A fe que ni un cachito de carne que sobresalga.

TIGRE 1

Aun en espíritus erramos.

TIGRE 2

Cómo la ocupa sus vergüenzas, ¿verdad?

TIGRE 1

Si tanto la abstinencia le demora, cuándo acabaremos de mirarle.

TIGRE 2

Pues ahora que encarnamos.

TIGRE 1

En carne vamos acabando.

TIGRE 2

Al fin nacemos.

TIGRE 1

Ni un gritico.

TIGRE 2

Ay, otra vez de tigres.

(Rugen, riñen y se pierde.)

FIN

DE “DUNGARA”
























EL EXEGETA

____________________


Abril, 2007.




























DRAMATIS PERSONAE



Julio (el exegeta)

Mayo (su hermano consejero)

Abril (su esposa)

El Obispo

Basilia (criada del matrimonio)

Esculapio (médico de Julio)

Segundo (ministro del Obispo)

Carceleros (dos)

Juan

Pedro (sayones)

El Editor

Guardias





A C T O I


Escena 1


(En el recinto privado del Obispo)

OBISPO (con afectación)

Cuántos mercaderes, tahúres de la baraja y el dado… cuánta corrupción en la calle… Mira. Al través de esta piadosa lumbrera, les veo que transigen con sus pares, que a nones juegan. Ay, tan parecidos a las máscaras que de perfil portan, pero muy distintos a la martirizada virgen que de cínicos encaran. Ay. Dios señero, sólo la corona que mató a vuestro hijo podrá entre su orbe contener estos monstruos. Bienhechora creación la vuestra, padre, que también en la carne mortal se inflige el dolor del alma. ¡Aun en lo mundano se marque el propicio tormento! (pellizca a su ministro quien salta del dolor). Veis, mi Segundo, que la carne te apremia en pos de salvar el alma. Sólo último en la demora te secundas a mi favor; ven y sírveme. Sirve para un brindis.

SEGUNDO (sirviéndole)

No quiero ser último si os usurpo sitio, eminencia. Eso que los últimos serán los primeros me demora en cavilaciones.

OBISPO

Tarde llegarás al cielo, si no me sigues. Ese es el orden que debe ahuyentar tus dudas. Escancia más vino, que quiero verte doble en la obediencia tuya de servirme doble. Brindo por tal virtud. Así que rebasa la copa, buen cristiano.

SEGUNDO (rebasando la copa, trémulamente)

Ay, señor me salvasteis de resolver el cabo adverso del dilema.

OBISPO

Te salvaré de más, si me sirves hasta la muerte.

SEGUNDO

Bendito vuestro ministerio, santo varón, pero ya muerto seré tan perezoso que temo morir para tal pecado.

OBISPO

Si te mortificas en los afanes de la piadosa vida, el pecado se tornará en descanso eterno.

SEGUNDO (con infantil esperanza)

Luego, ¿seré yo vuestro igual, señor, cuanto más os sirva?

OBISPO (con impersonal gravedad)

Pensar tan mal sí que te hace diferente; luego puedes emparentar con los monstruos sin atenuar la desmesura de la tenebrosa tierra.

SEGUNDO

No me condenéis así, mi señor, que la Biblia promete…

OBISPO

Y sólo para prometer cumple.

SEGUNDO (insistiendo con candidez)

Luego, ¿seré, pues, vuestro igual?

OBISPO

Ves, bruto, insistes según tu desigual hechura. La Biblia elige a sus bienaventurados entre quienes con rigor y hábito suntuoso le estudian en sus apacibles aposentos, apurando contra el pecado de la chusma la terrible venganza de los profetas.

SEGUNDO

Pero, eminencia, ya sé leer en latín.

OBISPO

Y aun en latín escribirás tu destino.

SEGUNDO (postrándose)

Si tal es ser menor, ¿cómo mis sacrificios podrán ser mayores? Mirad que la grandeza reside en vuestro hermano allá arriba.

OBISPO

Si un enano sube al cielo, ¿no crees que enaltecerá el bien de tan cortas piernas? Y dicho sea en suma, ese orden no te marca sino como Caín. Ay, Segundo.

SEGUNDO

Perdonadme; es que hasta pretender con ardor lo idóneo nos merma la mollera, y si no damos tumbos en nuestro delirio terminaremos cayendo en tentación.

OBISPO

Con qué lucidez truncas las ínfulas de un mal sueño. No temas del amanecer, criatura, que no acarrearás el mal si despiertas con igual cuidado.

SEGUNDO

Pero los mismo gallos que despiertan al réprobo, al homicida y al ladrón me tornan la carne de gallina, eminencia.

OBISPO (paternalmente)

Poned los huevos a un lado, y sé valiente.

SEGUNDO (con candor)

¿Como vos?

OBISPO

Ay, como la rabia me caliente más, empollaré los míos y ni de los tuyos sacarás la prisa cobarde que te salve de mi viril multa. Aquí y allá se polemiza con anatemas, ¿y entre un rival y otro tú, insensato, quieres rendir un promedio parecido?

SEGUNDO (excusándose encarecidamente)

No, señor. No es prójimo mío aquél que ni el diablo salva de la tierra.

OBISPO

Bueno es que te sustraiga de ese censo populoso en su vulgaridad, y tan necesitado de la piedad negada. Pero no muchos tienen tu buen juicio en renegar del naufragio, y así venden ellos su fe por apenas una isla en que construir templos prominentes.

SEGUNDO (con sincera rabia)

¡Paganos!

OBISPO (aparte)

Ya nos cobraremos por donde no podrán cagarla más.

SEGUNDO

Es que si Moisés se transfigura en nuestra época, ni de picapleitos el pobre patriarca hallaría el modo de legislar.

OBISPO

Qué nostalgia por antaño. Corazones piadosos ardían de fe, y entre una chispa y otra se prendía un infierno por toda la tierra; ni yendo a ahogarse en lo profundo del Jordán la gente mala se salvaba del tormento. Antes, Segundo, todas las criaturas se purificaban aquí, y aquí aun las llagas le ornaban como una inmaculada santidad, y la muerte era su aureola. Grande era el ministerio de la fe; convertir a toda la raza así se le recortara la figura a traza de sus antiguos pecados.

(Con los ojos vivos de nostalgia)

Y es que el diablo hasta palidecía de envidia al ver menguado su séquito. Ahora qué veis sino el libertinaje reclutando súbditos que no se salvarán de extrañar los días de otrora. Los libros presumen de vida particular y sus autores escriben otros que acaso le instruyan a entenderse entre colegas. Entonces una caterva de páginas azoradas enumeran las combinaciones del vicio. En la calle la ignorancia sigue el ejemplo de los libros, y así todo el mundo blasfema. Hasta el riesgo insensato de tentar la ira de Dios le llaman filosofía.

SEGUNDO

Luego, se acerca el fin, ¿no es cierto, señor?

OBISPO

Si no se acaba esto, sí.

SEGUNDO

Entonces regocijémonos de que el Apocalipsis no deje piedra sobre piedra.

OBISPO

Aún si sueñas tal, con mi puño te descalabro, bruto.

SEGUNDO

¿En qué pequé, señor?

OBISPO

¿No examinas que si no se reforman a los rebeldes todo empeorará y ya no habrá una ocasión para el ansiado Apocalipsis?

SEGUNDO

Pero, eminencia, no es esto último una promesa a ser cumplida?

OBISPO

Y te pregunto esto otro: ¿se cumplirán el rigor de los colores si estos infames eclipsan con sus folios la facultad de la mayoría? Pues de cierto que entonces ha de cumplirse al fin; nada más que los justos tal vez no prevalezcan en el afán de ver el tormento ajeno.

SEGUNDO

Ah, si al menos nos fuera dado sacarles las uñas a los impíos, ya se me figura que de ese modo escarbarán para sí una tumba cristiana.

OBISPO

Pero hasta de lo mínimo se nos fue privando, y apenas con la uñas tenemos que librar nuestra parte.

SEGUNDO

Tenéis razón, señor. Hasta el altísimo ha de añorar cómo en la tierra lo terreno era redimido. Recuerdo, y no es que quiera demorároslo con la anécdota, que se contaba en mi casa la historia de una bruja. Era una anciana hosca que sabía escribir, y que en énfasis de tal exceso lo hacía de revés la siniestra. Tenía, cuando se le apresó, la inverosímil edad de treinta y nueve años, aunque muchos de los abuelos apenas recordaban haberla desflorado en su juventud. Con rigor se le hizo confesar. Ya purificada, al año vino tan vieja según era de suponer su vida; y al día siguiente murió, según era de suponer su genuina mortalidad.

OBISPO
Como un espinoso erizo la piel se me arma al escucharte, hombre. Cuéntame, cómo lució en su sepelio.

SEGUNDO

Tan lejos le llevo conseguir la muerte, que ésta no podía empeorar el semblante terrenal de la infame vieja.

OBISPO (extendiendo los brazos)

¡Qué tiempos! Sí qué bastante costaba para los justos imaginar otro paraíso, pero como sea que por él se vivía rectamente, siempre había la esperanza de uno mejor. Ahora es con la vara del rigor político que se mide la tierra del difunto. Salvemos la fe aun por estas reservas. Porque después de la tierra echada, ¿no es la cruz, que clama al cielo, la que prevalece en el túmulo? Estos liberales que igual a los viejos magistrados que a los venerables ministros del santuario, por trucos de palabras tornasolan sus ideas, haciendo abrevar a los necios en los extremos del falso arco que contra el cielo osa aguzar puntada. En un pasquín desmedran del santo nombre, y no dan la cara. Cómo me gustaría ver una mejilla siquiera, una tan sólo, y me ensañaría en darle de bofetadas hasta que la otra me ofrezcan para aliviar la primera. Pero, en fin, sirvámonos de los medios actuales y en medio de las ruinas ungir lo pasado y destrozar el oprobioso porvenir que por usurpar sitio se nos fue adelante.

(Urdiendo.)

Luego es menester de cómplices contemporáneos al pleito.

(Pensativo con el índice haciendo cruz con sus labios.)

Segundo.

SEGUNDO

Sí, señor.

OBISPO

¿Conoces aquel escritor que pidió, al modo moderno hemos de convenir, que se crucificaran a los impíos en la misma cruz que rehusaban portar en sus trazas, que tan pequeño era el bordado que grande había de ser el sufrimiento de hacerles coincidir en ella?

SEGUNDO

Creo que se llama Julio.

OBISPO

Crees bien; buena es tu fe. Sigue rezando para ver si le persuadimos a nuestro favor. Rezad toda la noche y al despuntar el alba, ve por él; quiero que convengas una cita antes del siguiente amanecer

SEGUNDO

Sea, señor.

(Sale. Oscurece.)


Escena 2


(En una alcoba desordenada e íntima)

ABRIL (juguetona)

Vuelve a la cama, hombre. ¿Tantas deudas no te sugieren el lecho? Pues tanto mejor tenderse así; en cuarentena.

MAYO

No tanto; porque si por dormirme me duermo, es mejor no soñar este mismo lecho para ras mortuorio.

ABRIL

Sin tantos escrúpulos, que ya te he velado dos entierros aquí.

MAYO

Pues no quiero yacer sólo con la esperanza de resucitar.

ABRIL
Te creía otro soñador.

MAYO

Así llamas a quien desvelas.

ABRIL

¿Acaso día y noche no soñabas dormir acá? Pues he aquí que se cumplió tu sueño, así que no te hagas el dormido conmigo. Además estas sabanas arrullan hasta tu pereza.

MAYO

Y una tumba infame arrullará una pesadilla si despertamos el celo, y no de fijo el tuyo.

ABRIL

Razón que me concedes. No salgas aún; más bien durmamos juntos y ya verás que no despierta sino quien que se empina para roncar.

MAYO (mirándose la entrepierna.)

Como lo despiertes tanto, lo tumbarás así te tumbes con más empeño.

ABRIL

No des tumbo y vuelve.

MAYO

Si vuelvo, revuelvo mi fe en el prójimo

ABRIL

Tenderemos las sábanas otra vez.

MAYO

Que tersas mortajas serán para mi hermano cuando abra sus ojos.

ABRIL

No morirá ni nos hará matar, si en estos mismos pliegues le vendamos.

MAYO

Con que frialdad haces hervir mi sangre, que me calientas de nuevo.

ABRIL

Pues parece entonces que ha mucho que la mermé hasta clarear el fondo.

MAYO

Y yo que por más no doy con el tuyo. Ay, cómo te anegas en lágrimas, criatura, que ni una isla se te sospecha.

ABRIL

No me hagas llorar de risa.

MAYO

Sí sólo así lloras de veras, luego llora, porque no menor es el luto de oscurecer a un devoto esposo.

ABRIL

Qué claro lo ves cuñado.

MAYO (aparte)

Y eso que aún estoy a su sombra.

(A ella.)

Así tu viudez me encandile, en claro veré la frente de mi hermano bueno.

ABRIL

Entonces seré la única que de ti se conduela.

MAYO

Como no te calientes ante su mortal fiebre…

ABRIL

¿No te gustaría que su silencio te traduzca?

MAYO

Sólo si en latín lo callas.

ABRIL

Me coges infraganti.

MAYO

Eres una mujer muy mala, tanto más que mortificas a quien ya no tiene vida para morir por su pecado.

ABRIL

No observas ningún régimen de abstinencia para presumir de mártir.

MAYO

Pero son tus excesos los que alimentan mi orgullo. Ay, mi hermano. Salimos del mismo vientre y en otro ya incubamos el fratricidio.

ABRIL

Como no dejen de agitarse en su discordia, cuidaría de los nueves meses.

MAYO

Más bien cuida de que tales ligerezas no profeticen lo pesado de una tumba, en cuya dura roca se haya de registrar el día.

ABRIL

Más bien la noche en que por abrir los ojos se enceguezca de rabia.

MAYO

Si no fuera conmigo con quien le haces cornudo, a fe que ha mucho que ya te hubiera delatado. Faltaba más.

ABRIL

Pero como en tales circunstancias no eres delator, te portas como el hombre de palabra que eres.

MAYO

Voto por ello.

ABRIL

Ven entonces, que tengo un mal frío. Hagamos la parodia de marido y mujer.

MAYO

Mujer, dejemos los cuernos para otra corrida.

ABRIL

Silencio.

MAYO

Quién acecha nuestro lecho nupcial.

ABRIL (en un murmullo)

Un intrigante que quiere cosechar lo que sembró.

MAYO (también en un murmullo)

Sigamos a oscuras y las espigas despuntarán vanamente en canas.

(Oscurece.)

ABRIL

Cuñado, de veras me preocupa mi marido. Lo prefiero muerto que extraviado.

MAYO

No estás sola, mujer. Sus ausencias también me desvelan, y de no ser por este consuelo mutuo, y a veces resignado, no hallaría razón entre las sábanas que no sea la de dar vueltas y vueltas sin atinar un giro.

ABRIL

Mira que su afición teológica no le deja sino aguzar sus ojos en la Biblia, es que parece que no tuviera más ojo para otra ceguera. A fe que ninguna oración o penitencia mía le aparta de su perjuicio. Al tanteo busca el pan de cada día y es milagro si lo come entero.

MAYO

En ello te equivocas, mujer. Pues no es descuido, y si suya la ración de tasar tal régimen. Pocas monedas he visto brillar tanto como las que él en lo oscuro esconde. Y si hojea la Biblia, entre el papel de pío y el de pagano, es en pos de esperanzarse que un tesoro mayor le haga olvidar el terrenal, que ya por pesado cayó del cielo. Cualquiera lo llamaría avaricia, pero conviene más bien llamarlo por su nombre si quieres que tu marido aun conteste.

ABRIL

¿Cuál?

MAYO

Locura. Sí no hay que ser un sabio para dar con una razón que ya se apaga.

(Aparte.)

Y se apaga pronto, con qué lumbre se verá su legado…

ABRIL

Su reputación será aguijoneada por tantos dedos acusadores que señalen al loco. Pobre de mí si su afición al cielo nos deja a la intemperie. Ay, ninguna aventura como la nuestra me calentará de nuevo. Tú eres su hermano. Por el lazo que los une, aconséjale.

MAYO

Con ese mismo lazo me ahorcará si cree que le cerco.

ABRIL
Eres un cobarde; un poco hombre.

MAYO

Y tú tan ambiciosa que cada día quieres más de lo poco.

ABRIL

Mayo, hablo en serio. Transige con él; instale a dosificar su estudio, que escriba tanto que se equilibre.

MAYO (aparte)

Le ayudaré con el testamento

ABRIL

Si me ves frívola, es porque quiero figurar sin debilidades, o más bien con sólo esta debilidad, pero me aterra tener que fingir siempre.

MAYO (condoliéndose)

Calma, mujer. Hiciste de tu marido un Minotauro; estará bien mientras no descifre el laberinto.

ABRIL

No seas tan egoísta, ayúdale. ¿No fuisteis severamente educados en la misma casa? Si en familia se os encaminó, no erréis el rumbo.

MAYO

Mi querida Abril, y por qué crees que no he dormido aquí. He venido siguiéndole para salvarle, pero me distrae su mujer.

ABRIL (indignada)

¿Ah, sí? Con que te distraigo con mis súplicas, pues para rogarte te he querido en mi lecho. Ya mi congoja, y no las lágrimas del gozo, te distraerá de veras.

MAYO

No se puede rimar un chiste con los tuyos, mujer. Y estos versos blancos parecen dar en el luto siempre. Perdóname. ¿No crees que yo también sufra por mi hermano? No sabes cuánto rezo para que olvide la Biblia. Pero se me figura que no es sino probando sus maneras que lo salvaremos de un cielo tempestuoso. Y hay que salvarle, porque cómo podemos guardar la paz bajo el mismo techo. Si se precisa que me exponga a la intemperie, no desistiré de abrazar mi espíritu aún en la lluvia. Tengo un plan; si no quieres impacientarte, no me preguntes sobre él, porque he de responderte ahora mismo.

ABRIL
Salva este matrimonio; o ninguna otra cama en donde soñar en paz tus combativos desvelos.

MAYO

¿De qué te ríes? ¿Tan de prisa desandas el extremo de lo grave?

ABRIL (mirándole a él)

Es que para ser el héroe de este compromiso, estás muy entrado en años.

MAYO

Y tú muy entrada en carnes para batir el pañuelo del torneo.

ABRIL

Tan entrados que no salgamos, pues. Ven; quédate aquí, a mi diestra. Ay, pronto despuntará el alba. Prométeme que cuidarás de él.

MAYO

Cumpliré mi promesa tan fiel a ti, que seré mejor cuñado que hermano.

ABRIL

Eres tan bueno conmigo; si no fuera porque el incesto es pecado te amaría como a un hermano también.

(Oscurece.)


Escena 3


(En su estudio; harapiento y barbado.)

JULIO (bruscamente)

¡Basilia! ¡Mujer!

(Sigue leyendo la Biblia.)

‘En el principio era el verbo…’ pero todavía no acaban las habladurías, de cómo fue, y todos los días empieza una discusión que no acaba.; se acabará el mundo y cuántos charlatanes principiarán otro en que se lean estas mismas escrituras. Pobres de aquellos brutos nacidos del ignorante “ser”. Sólo serán devotos de quienes ya no son ni lo que temían para sí. Estas nuevas proles se demudarán en el ayuno, mortificarán su carne, pero ninguna privación o dolor le abrirá los ojos fuera de una Biblia que será su destino pero no su salvación.

(Entra Basilia.)

BASILIA

¿Me llamabais, señor?

JULIO

Mujer, qué inoportuna eres. No ves que estoy en trance.

BASILIA

Pero si me veis frente a vos es porque cumplo vuestra orden. ¿Acaso no me habéis llamado? Pues he aquí que no falto.

JULIO (sin apartar los ojos de la Biblia)

Te llame y no te diste prisa. Llegas tanto más tarde cuanto que tu mora es puntual a la desobediencia. Mujer haragana, te llame temprano y si aun por miedo me escuchaste tempranamente compareces a mis reproches. Lárgate… Ah, sí. Ahora si te apuras: la pereza siempre será tu urgencia. Fuera de aquí.

BASILIA (murmurando)

Lástima que me apremie un amo.

JULIO

¿Qué dices, insolente?

BASILIA

Que hasta un lecho blando me mortifica si no sueño con vuestro perdón.

JULIO

Déjate de zalamerías, y vete. Ya habrá ocasión en que debas concurrir al punto.

BASILIA

Señor, ¿ni siquiera echaréis de ver mi turbación?

JULIO

Mientras te esperaba me distraje con un monólogo, que no propiciaba sino los imaginarios testigos que me tuvieran también por un orate. Y tomado por tal, cometería cualquier locura. Mejor que no te vea, o un mal de ojo corregirá lo miope de mi rabia.

BASILIA (aparte, mientras marcha en sigilo)

Dicen que los cornudos, cuyo milagro es ver, ven en blanco y negro. Negro, lo que los cierra en sueño; y blanco, lo que los encandila al despertar.

(Se vuelve.)

Pero es menester que sepáis…

JULIO (amenazante)

Qué terca eres, mujer.

BASILIA

Mejor será irme.

JULIO

Mejor será mientras no te toque venir.

BASILIA (saliendo de escena)

Seguid con el libro entonces, porque lo que yo, uh, me libro de leerle. Ha de ser conjuro lo que tanto lee, puesto que tras tanto leerlo menos le pesa cuanto lo hunde. Qué juicioso se os ve allí sentado. Leed, pues, os creerán la flor de la tierra, pero qué desflorado llanto si os destapan los ojos. Adiós, párvulo. Seguid leyendo. El no saber de vos mismo os enseñará una lección. Ay, párvulo…

(Julio, fatigado por los murmullos, le atina a la criada con la Biblia. La mujer huye de veras.)

JULIO

Ahora si sales.

(Va y recoge la Biblia con la contrición de haberse permitido ese exceso. Atina a releer el primer folio de nuevo.)

‘En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía…’

(Mira en derredor.)

Y yo con este vacío que no hay modo de decorarlo mejor.

(Otra vez en la Biblia.)

Espera, Julio… Sí; el verbo debe ser “crear”, pero para crear hay que ser, cuando menos un dios para salir de la nada… condición previa al deber; luego es derecho lo principal. Vamos, Julio, si voy derecho al torcido entendimiento. El único deber del Altísimo es conocer su derecho, así que la numeración nominal nos cuenta los avatares de una tiranía tanto más propia cuanto que ya es una leyenda. Qué digo, hombre. Legendaria será mi ignorancia; por lo que de este libro el principio es no entenderle y el final el “Apocalipsis”. ¡Basilia! Otra vez se demora la muy insolente. En qué íbamos… Bueno, saltemos unas paginitas nomás. Ay, qué vértigo me da el salto. Sí, aquí mismo: ‘Mas del árbol de la ciencias no comerás…’ y yo con esta hambre; esta Basilia creerá que yo soy mártir. ‘Porque el día que de él comieras ciertamente moriréis.’ Pero francamente este ayuno no es vida, y aun ese fruto prohibido me haría volver en sí. ¡Basilia! Esposa y criada, y aun por la mordedura no sé cual sea la serpiente.

(Tratando de domeñar su ira.)

Leamos más adelante; a ver si me incitan a comer. ‘Y puso Adán nombre a toda bestia…’ ¡Basilia! ‘y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea…’ luego era bastardo. No, esperemos que aquí se resuelva el asunto.

(Mesándose los cabellos y barbas en la contenida desesperación.)

¡Basilia! Caín matará a Abel antes que esta hideputa vuelva con el desayuno. Sigamos… ah, sí… ‘Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán… pero que ni sueñe la muy puta que por dormir con mi hermano vaya despertar mañana en casa. Se le llama, y no contesta. Contestaréis en el infierno como te haya inquirido tanto. Ay, Dios mío, cómo se puede leer entre tanto pecado. Decía, sí… ‘hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras este dormía tomó…

(Ya comiéndose las uña.)

Tomó…

(Con gradual e incontenible desesperación.)

¡Basilia! Ay, pobre de ella como el hambre me dé el vigor de castigarla.

(Se pasea encolerizado por toda la estancia; luego se cae y se incorpora disimulando el dolor. Entra Basilia.)

BASILIA

Señor.

JULIO

Mujer, ya no puedo con tu inconstancia, ay, eres tan propicia a mi encono.

BASILIA

Es que sirvo a dos señores. Cuando para vos soy constante, el reclamo va de cuenta de vuestra mujer, y viceversa.

JULIO

Viceversa será tu revés.

BASILIA

Es lo que me dice vuestra esposa, y ya no sé cómo ir al derecho…

JULIO

Con esa joroba endereza tu máxima.

BASILIA (reparando en el disimulo de Julio)

¿Se ha golpeado, señor? Veo que se soba mucho ese costado.

JULIO

¿Acaso me ha costado una costilla para que aparecieras?

BASILIA

Sí no soy tan exagerada, con apenas la voz de vuestra preciosa figura sería puntual como sabéis.

JULIO

¿Por eso me demudaba en dolor?

BASILIA

Es que fue duro el golpe.

(Julio amaga con golpearle.)

Haced gárgaras para que me gritéis; lo merezco.

JULIO

Déjate de joda y tráeme de comer.

BASILIA

Pero…

JULIO

Hoy parece que más bien yo soy tu criado.

BASILIA (en un ademán le señala la costilla)

¿Os duele en serio?

JULIO

Tanto que os pesará. Así que mejor atenúa vuestra purgación.

BASILIA (aparte)

Y aun esa orden me caga.

JULIO

Qué dices.

BASILIA

Que una orden lo espera.

JULIO

¿Una orden?

BASILIA

Su eminencia el Obispo aguarda por vos.

JULIO

¿El Obispo? ¿A estas horas? Como no me habías dicho, imbécil.

BASILIA

Es que él había de demorarse con vuestra esposa el tiempo que hacíamos aquí.

JULIO (sólo para sí mismo)

Ah, y yo en ayunas. Bueno, no sólo de pan vive el hombre, y apenas un bocado…

(A la criada.)

Dile que venga. No; todavía no. Recoge la Biblia; un traspié mío no puede relegarla tan detrás de mi cólera. Esas flores están marchitas, y empolvados los muebles. Mira, mujer. No; no corras las cortinas o huirán con ellas las virtudes. La oscuridad sugiere meditación; así relucirá mejor mi halo. Cuánto tiempo, hasta tengo barbas. ¿Qué hace mi esposa?

BASILIA (con cierta ironía)

Sólo cosas de mujeres…

(Aparte.)

Que ha menester el lazo de dos hombres.

JULIO

No murmures más y haz pasar a su eminencia.

(Sale Basilia. Él se acicala un poco y apresuradamente.)

Qué querrá un perro en casa de un gato; no será por amor que quiere. Si muerde, morderá el anzuelo.

(Estornuda.)

Ya pesqué un resfriado.

(Entra el Obispo, muy ceremonial.)

OBISPO (reparando las fachas de Julio)

Señor, agradezco que me recibáis precisamente en vuestro lugar de estudio.

JULIO

Eminencia, se hace sagrado el que yo tenga que oficiar vuestra bienvenida precisamente aquí.

OBISPO

Creí que llegaba a suelo sagrado; ¿no es aquí, pues, donde estudiáis la Biblia?

JULIO (contrariado, busca el libro)

Sólo que la inoportuna criada se la llevó a mi despecho.

(Le besa la mano al Obispo.)

Da gusto besar vuestra mano, excelencia.

OBISPO

Es el oro el que sazona la virtud; por eso no veréis un pobre diablo con mis vestiduras, aun por más virtuoso que busque abrigo en la intemperie.

(Reparando en el lujo.)

Bonito artesonado tenéis, buen hombre. No hay que elevar mucho las plegarias bajo un lujo estelar como éste.

JULIO

Y para un desafortunado se le figura más milagroso que aquél que reciamente padece a la intemperie, pero así de cerca como le veis advierte que ya es ajeno.

OBISPO

Entendéis muy bien el valor del prójimo. En general, sois quien mayor se aviene a la iglesia que justifica, y vuestra inteligencia preclara es un don de la razón que otros creen avivarle con sus fiebres.

(Redondeando.)

El anonimato o el seudónimo son los que hasta ahora nos dan la cara, los demás se enmascaran para seguir la doctrina. A vos apelo; sois hombre franco en vuestro proceder, y qué mayor sinceridad para conjurar a tales pensadores.

JULIO

Permitidme besar vuestra mano en señal afirmativa y estaremos a mano.

OBISPO

Es de gente sabia pactar contra los brutos. Hagamos una liga para que la religión se salve por lo divino y no por lo heresiarca.


Escena 4


(En su estudio; harapiento y barbado.)

JULIO (caviloso)

Así que desde el púlpito es menester dictar mi cátedra; no es bajo el promontorio, pues sobresaldré de las cabezas duras del sermón. Quizá ungido no la febril frente traiga a un desierto como los profetas de la Biblia, pero…

(Reparando en sí.)

Ay. Mirad. Mis piernas son enclenques como dos hilos de arena que tasan la edad que menguante se demora. Mi ceño, trunco en el espasmo, no intima la supernumeraria progresión de un linaje guerrero y vengativo. Estas canas que despuntan en mi calvicie, ay, no son las flores de una vejez centenaria, sino las raíces de un mal interno que ya colmó sus primaveras.

(Al espejo.)

Qué ojos los míos; si no fuese yo quien en la órbita de ellos mismos los viese, pues diría que los demás están ciego de envidia. Ay, soy tan enfermizo que tantos síntomas mortales distraen mi muerte.

(De repente.)

Qué nalgas tan en los huesos fruncidas, señor Julio; si os cagáis, saboreáis el miedo. Muy fruncido en carne vais, ¿será que mis huesos, como mis cagadas, también son agrios? De lo feo no reniego, menos mal soy cual por feo me distingo de lo flaco, que es mi flaco ser de nada. ¿Y este lunar de aquí? Es el etcétera de cuántos maculan mi espinazo. Las barbas… sí, a fe que me dan un aire de filósofo, pero me resfría pensar en ello. Será mejor respirar afuera. Antes bien, vistámonos; un afeite aquí; otro allá…

(Con asombro en el hallazgo.)

¿Y estas bolas? Ya se colgaron en mí… ¿y el halo mío? Es que figuro palo yerto en que un traidor avizora el final de su pendencia. Esperad, hombre, son tus partes…

(Con risueña ironía.)

En parte lo sabía, y que vergüenza no haber cosechado parra aquí en la sombra.

(Se viste entre murmullos.)

No seré un Sansón, pero cómo creció esta melena, que casi no puedo cargar con ella. ¡Qué venga Mayo! Ya habrá tiempo de celar de mí.

(En un grito.)

¡Basilia!

BASILIA (desde afuera y al punto)

Ordenad al punto, señor.

JULIO

¿Ahora tan pronto te avienes al garrote?

BASILIA

Por él estoy aquí, cuido que sea vuestro cetro.

JULIO

Ve y busca a mi hermano. ¡A prisa!

BASILIA

Al punto.

JULIO

No tardará en venir, como no haya salido a tomar el sol. Se preocupa tanto por mí, que noto como se inquieta por mis desvelos. Tantos sollozos y apasionados gritos en la habitación de al lado me hace llorar por mis dolientes. Le alegrará verme así, tan de buen talante como para emparentar con mi mujer. En lo concerniente a la iglesia, justo se precisa ir de la mano del Obispo. Abolir los temas heresiarcas costará su parte entre el misal y el Apocalipsis.

(Tocan la puerta.)

MAYO

¿Me llamabas?

JULIO

Pasa, hombre.

(Entra Mayo.)

MAYO

Se te ve de buen semblante para estar tan pálido. ¿Qué ves en mí que ya te arrebola las mejillas?

JULIO

Me avergüenza haber desamparado tu bondad.

MAYO

Pero ahora con bondad la bondad mía le proteges. Determinado estaba a persuadirte de que escribas tus memorias, de las que por cierto me has citado un pasaje que ahora no se me figura…

JULIO

Yo tampoco recuerdo haberte dicho tal.

MAYO

De cualquier efecto es mejor que escribas, ya que no tus memorias, puesto que poco las recuerdas, sí cavilaciones que luego hayan de memorizar los párvulos.

JULIO

Escribiré, si te preocupa tanto que lea. Además, móviles no faltan para bien de lo que escriba, pues es menester que sepas que el Obispo auspicia mi catarsis con conjurar del vulgo la ignorancia. Aunque el castigo de la Iglesia ya no son los ingenios del suplicio, con que a los impíos se les señale en las calles ninguno hallará antídoto para tal ponzoña.

MAYO

Me regocijo de que por fin la esperanza reine en tu porvenir. Tratar de imponer la santidad ya caduca, propiciará tu paraíso a pesar de quienes sospechen lo distinto. Ya creo que te distraiga polemizar con el estado, pero sólo a tientas, caballero, se desanda una ceguera, así que con la pluma escribe de tus ojos la merced de una más amplia visión. Merecerás el éxito, sin duda lo presumo, por afanarles esos afanes a los profetas.

JULIO

Y lo tendré cuando menos en vida. Ya para finado no me importa que los manjares que ahora me deleiten en bocas envidiosas sobrevivan rancios.

MAYO

Brindo contigo. Pues estabas perdido, y ya se te halló; estabas muerto, y volviste a la vida.

JULIO

Y qué vida, que morir será apenas una anécdota de viajero.

MAYO (aparte)

Tal vez se la cuente a tu viuda por el camino.

JULIO

Y mi mujer, ¿apagó con sus lágrimas la sed de tu extremado llanto?

MAYO

Y hasta con esa dieta fue tan pródiga que engordé cuanto más negro cobijaba mi congoja.

JULIO
Luego tampoco pasaste frío.

MAYO

Ay, es que tus fiebres también nos calentaba. Pero no hablemos de tu convalecencia, que tantas veces tumbó en cama a tu mujer. Cómo me desveló, hermano mío, el que ambos dolientes no pudiéramos dormir.

JULIO

Y yo aquí adentro, mientras vosotros no erais cobarde afuera.

MAYO

Tienes una esposa; tanto más tuya que apenas los cristianos decorosos te envidiarían. Pocas mujeres hubieran procurado un corte tan enfático en pos de enlutarse según las probables veras de tu oscuro fin. Pero te dije, conviene más dejar estas suertes. Es mucho ser del polvo para el polvo ir; dejemos, pues, que se empolven estos recuerdos. Aunque entre un polvo y otro…

JULIO

Tienes razón que la tierra tapen mi vergüenzas. Heme entre vosotros; algo débil aún, pero el ayuno purgó mis dudas, ya no me caga ningún estreñido trance.

BASILIA (escondida)

Entre loco y cuerdo se cagaron en vos.

JULIO

Dos anfitriones tendrás en adelante, hermano.

MAYO

No ha menester más que de uno, porque sólo para dormir aún pernocto en vuestra casa.

JULIO

Que sea mi mujer, entonces, la que vele por ti. En fin, yo soy la causa del oprobio. Ay, sólo como cómplices habéis sobrevivido en el dolor.

MAYO

Aunque a veces casi no me quedaba aliento para sobrevivir un poco más.

JULIO

He pecado contra mi casa. Buena es la redención que me encamine. Aunque no es precisamente un ángel el Obispo, el hábito le eleva a mostrarme el cielo. Cuenta, hermano, ¿cómo luce la flor de Abril?

MAYO

Como en primavera le hallé, pero el miedo desfloró su esperanza.

BASILIA (escondida)

¿El miedo apenas?

JULIO

Sí bien no descuida su tocado, ¿verdad?

MAYO

Ni al tiento del fondo. Aunque como te dije, hermano mío, eran tan negras sus maneras que yo casi daba en blanco al creerle tan viuda de ti como casada a su dolor.

JULIO

¿Y cómo te llevas con la criada?

(Basilia muy a su pesar, puesto que le llama la señora, se marcha.)

MAYO

Ya me acostumbré a sus preferencias.

JULIO

Bueno, testigo fuiste de que casi me abismo a la locura. Cada pregunta ahora encierra su razón, y por cada razón la respuesta del cuerdo me apremia. Dime, ¿fue Abril la que mandó por el Obispo?

MAYO

No; aunque ella aprovechó la cita para orar por ti.

JULIO

¿Qué tanto sacrificó mi mujer?

BASILIA (incorporándose en su sigilo)

Al punto la abstinencia, porque el luto me consta que fue su exceso.

JULIO

Mientras tanto tal abnegación yo no celaba.

MAYO

Y con lo celoso que sois.

JULIO

¿Decías?

MAYO

No te culpes más.

(Otra vez Basilia desaparece.)

Ay, hermano, es que eres tan inocente que hallarás infinitos modos de culparte. Llamemos a tu esposa.

JULIO (apremiante)

Tengo miedo de lucir tal ahora lo hago delante de ti.

MAYO

Tranquilo, hombre, ella tendrá un pecho amigo para ahogar el llanto de su despecho.

JULIO

Y yo ahogaría a quien ose levantarte la mano.

BASILIA (otra vez)

¿Ahogaréis a vuestra mujer por levantarle más?

MAYO

Llama a la criada y dile que vaya por tu mujer.

(Basilia desaparece en el apremio de figurar distancia.)

Ya verás que no demoran; es sociedad de las mujeres el juntarse.

JULIO

Pero demoraré si las espero.

MAYO

Espera, pues, tengo una idea que te da ventaja.

JULIO

Ve delante de mí, querido Mayo; no me rezagará que tú me guíes.

MAYO

Calma. La ventaja está en que yo sea tu exegeta. No muy fácil de traducir resulta el silencio, pese al acopio de un ampuloso latín, mas calla apenas cuanto se me alcance. ¡Basilia! Te acostumbrarás a que otro lleve el caso, y cuando ya te quites de todo escrúpulo, le confesarás de tu boca cuanto la mía no repite, porque entonces ya callo mi servicio.

JULIO

Bendita la providencia que nos dividió del mismo vientre. Ahora por ser dos bajo el mismo techo, vuelvo a ser uno

MAYO (aparte)

Y yo todavía el otro.

(Advirtiendo a la criada.)

Mira aquí viene la criada; y a fe que no está mal criada a pesar de lo malcriada.

JULIO (al advertir un mohín en la mujer)

No te extrañes, mujer. Si te paraliza reverme como un espectro, te animaré a trancas; de carne y hueso será tu santo.

BASILIA

De otro modo no juzgo la corona que milagrosamente la fiebre os ciñó. Sí hasta parecéis que del desierto venís. Cuánto polvo del camino nubló vuestros ojos, pero esa corona será la guía de vuestro tiento.

MAYO (como reprimenda)

Y también enviste lo que tienta, así que no le tentéis.

JULIO

Ay, como hubiera querido nacer con cuernos, a ver si el diablo se me adelanta en castigar a esta bruta. Mejor ve por Abril, y si no puedes callar tu parte, dile que Dios empieza del cero cada tanto precisa de quien profetice el bien.

BASILIA

Un cero es redondo, con qué más redondeo para que me crea, señor, pues tan nulo estáis que no sobráis a vuestros huesos.

JULIO

Un uno te parece más flaco, ¿verdad?

BASILIA

Y principal en su orden. Ya veréis que tu mujer se atiene a la verdad por anticipada. Avisarle es mi costumbre.

MAYO (secamente)

Sois mujeres, es justicia vuestro dúo.

JULIO

Como sea… ve por ella. Ay, mujeres.

(Sale Basilia.)

MAYO

Con una costilla apenas, apenas una, una nomás, nos apalean el esqueleto.

JULIO

Es el don de ellas sobrar siempre nuestra industria.



Escena 5


(Entra Abril seguida de Basilia.)

BASILIA

Hela aquí, señor; de ida la encontré. Volver fue seguir su ida.

ABRIL

Esposo mío, has vuelto ya. Tanto te celaba que de lo nervios he roto el ayuno, afanando de las uñas el sustento de mis temores.

BASILIA (aparte)

O más bien mellando las garras en otros arañazos.

(Sale.)

JULIO

Esposa, ya no prodigues en esa precaria dieta, pues la comezón de verte así de mí hará banquete.

BASILIA (a hurtadilla)

Glotonería de ayunadores.

MAYO (reprendiéndola también a hurtadilla)

Calla, mujer. Si comes de la mano que te da de comer, el postre será de nada aun por ser postrero.

ABRIL

¿Cómo la has pasado?

JULIO

Cuánto vale lo que inquieres, porque de cierto que tu pregunta es más interesante que lo que yo te pudiera responder.

ABRIL

No temas por la gente; fue de cuerdos esconder tu locura en esta estrechez. Quienes hablaban de ti, hablaban por mí; mas como un hermano tal es el tuyo no es difícil engañar a los hipócritas. Ambos le volvimos las espaldas a esos envidiosos, y si aun al desarraigo ellos despuntaban en chismes, pues con volvernos les fuimos eclipsando. Venturoso ha sido el propósito veraz de salvar el honor de nuestra casa, y ahora hasta el Obispo apela a tu régimen. Muchos te llaman santo, y una que otra vela han conferido a la estampa de tu efigie, y a la luz de esa numeraria alternativa yo misma escogí el milagro de que salieses con aureola.

(Le abraza.)

Me asusté mucho, tu encierro era mi condena, pero no la redención del plazo formulado, quizá porque tu salida, si se dilatara sólo en fuga, era la condición de haber entrado sin esperanza de un indulto. Imagina qué locura con que todo el mundo en concierto te llamara loco. No hubiera habido luto, por más negra que así se pinte la viudez, que tapara mi vergüenza.

JULIO

No sabes cuán apenado estoy con vosotros, y de rubores me vuelvo en luto. A Mayo no tengo cómo pagarle.

BASILIA (aparte)

Pero no deja de cobraros en otras imaginativas formas.

ABRIL

Escribes tus ideas. Mira que se está mejor cuando se escribe el testamento que cuando haya de leerse las consabidas pautas a los deudos.

MAYO (aparte)

A ver qué me lega ese adagio.

JULIO

Cómo no atender vuestros oficios, si velasteis por mí mientras otros avivaban del velorio el infierno de sus velas.

MAYO (entrando en escena)

Sí, hermano; pero primero lo que sigue. A bañarte, pues, y raparte esas barbas, que parece que ya haces prodigios en el desierto.

JUILO

Muéstrame el camino hasta que mis ojos moderen su costumbre.

(Salen.)

BASILIA

Señora, ¿cómo veis a vuestro Lázaro?

ABRIL

La verdad bastante repuesto para recién resucitado.

BASILIA

Aunque todavía apesta.

ABRIL

Y no sé si peor sea el perfume que le unja.

BASILIA

Veo que os preocupa salvar a vuestro marido.

ABRIL

Quizá desatar sus amarras a la deriva ha de dejarle.

BASILIA

Y qué si da tumbos a sus anchas, acaso no lo veis encarnando su fragor tan enjutamente.

ABRIL

Que en lo de ir al tiento y afuera nos encierra a todos.

BASILIA

Se distraerá con los papeles que demande el Obispo, será su papel en adelante.

ABRIL

Y el tuyo precisamente no ha sido la prudencia. De cualquier modo, mujer, me invade el miedo.

BASILIA

Ya veis como es de cobarde vuestro cuñado.

ABRIL

Deja tus ligerezas, Basilia, que va pesarte no caer.

BASILIA

No es que os condene, pero el pobre de vuestro esposo es tan inofensivo que ni os asusta serle infiel con su inocencia.

ABRIL

¿No ves cuánto me preocupa? Y vienes tú con banalidades.

BASILIA

Qué remedio se prescribe para un antídoto que nos haya de salvar.

ABRIL

¿Me lo dice la cabrona?

BASILIA

Pues como cabra me sacrifico grandemente. El que mi atareado servicio intime reflexión ha de ser el sueño que me arrulle.

ABRIL

Entonces porque no te vas a dormir, que ya se te hizo muy tarde.

BASILIA

A fe que sí, porque una noche en vela tampoco os alumbrará, señora. Adiós.

(Sale.)

ABRIL

Bien. Regresaré a la iglesia al fin con el alma en mis maneras. Al menos los desalmados no tendrán más virtud que la verdad, y de cierto entonces que Julio se junta con el Obispo. Aparta tus excusas, mujer. La máscara fue la veracidad de tu apariencia, ahora ya sin velo nadie escrutará lo que ocultaste.


TELÓN

A C T O I I


Escena 1


(En la misma estancia del Obispo.)

OBISPO (extremando sus ceremoniales ademanes)

¿Qué carnal parsimonia salva el alma crispada con suprimir del espectro lo nervudo, según corte magro de la cuaresma?

(Toma una ostia y come.)

Aunque interrumpo el ayuno con esta ley de anticiparme siempre, se me figura un poco más sosa la ración antes del rito, pero qué protestas; ha de ser de mal agüero salar el primer bocado.

(Tomando una copa.)

Además con que se apure de la vid antes de que ella fermente en sangre, se aplaca al menos la sed de vengar el oprobio de esta época adversa. Ay, el sermón, a diestra de mi escaño, sazonaría sólo por despecho la cruz que ya nadie sobre sí conduce rectamente. Ay, cómo pecadores comen de vuestro cuerpo, señor; los mismos que os prendieron al quemante sol, ¿acaso no les apetecía un manjar crudo? Los excesos son la observancia de estos impíos, y aun quienes por extremo de la gula vienen a vuestra casa a arrepentirse, se unen al banquete. Ay, de veras, que sólo porque os comen y os beben es que le llegáis adentro, bien por desliz, temor y hartazgo se cagan en vuestro nombre y a pujo os hacen una mala aureola. Además sois muy divino para que os coma la plebe. No os rebajéis más; con siervos como yo no necesitáis ornar el despilfarro de la esclavitud. Muchos son quienes tendríais que pedirle en postrado ruego mejores modales en la oración.

(Come otra ostia y bebe otro trago de vino.)

Claro, la misericordia; me olvidaba de ella. Pero en memoria de estos mortales, apenas basta una tumba entre la zarza indeterminada. Qué a los pobres de espíritu se les desnude en espíritu a ver si a la intemperie ganan ese mismo cielo que con rigor tanto les apremia.

(Se pasea por la estancia.)

¿Qué se haría este Segundo, que principal es del retraso?

(Grita.)

¡Segundo! Ya le habrá convocado su pecaminosa demora.

(Entra Segundo.)

SEGUNDO

Señor, ¿me llamabais? Al punto vine.

OBISPO

Y al punto las gananciales virtudes del exegeta me cuentas. Venga, pues.

SEGUNDO (tomando de las ostia con familiaridad)

Cada panfleto es un apasionado misal.

(Come de la ostia.)

OBISPO (reprendiéndole)

Si tenéis hambre, bruto, que sean las sobras que disimulen con recato tu avidez.

SEGUNDO

No hace falta tal; apenas era menester un aperitivo, ya con picar de aquí espero un poco.

OBISPO (severo le castiga)

A picotazos entonces, para que no profanes la cuenta. Ahora sigue contándome, que bien esta vara te descuenta.

SEGUNDO (conteniendo las lágrimas, con voz entrecortada)

Pasa día en su despacho, y con iguales ardides rebate a sus rivales. Mucho se le parecen que ayer, cuando yo le visitaba por anécdota propia, una enérgica sentencia juró contra su espejo.

(Ya un poco más sereno, mientras se soba la mano.)

‘Impostor’, le gritaba, ‘qué vergüenza tapan tus rubores que por ardientes avivan mis ojeras, porque el disimulo en rojo torna el verdadero fondo de la sangre. Pero aquí veo también tus canas’, decía al ras así interpelado, ‘que alguna oscura vejez algo nos aclara’.

OBISPO

¿Todo esto declamó aun por un testigo?

SEGUNDO

No; si yo callaba detrás del espejo. Y tan furtivo estuve, que era como si el mismo espejo callase.

OBISPO

Déjate de simpleza, bruto.

(Como para sí.)

Así que en recogimiento.

SEGUNDO

Decidme, señor, ¿exhumarle de su antiguo rincón ha de dejarle insepulto?

OBISPO

Luego, si hubiere de morir en vano, que se pudra a la intemperie.

SEGUNDO

¿Cómo más se puede ahogar el pobre orate?

OBISPO

La locura es un mar profundo, aun para quienes ya tientan en su fondo un tesoro; y éste tras palpar ya cavó su tumba.

SEGUNDO

Sois brillante, eminencia.

OBISPO

Pero no querrás oscurecer mi ceño; así que cuenta más.

SEGUNDO

El hombre escribe, y a fe que escribe mucho. Hay papeles por doquier, al vuelo y sin tachaduras. Es como si un ángel le iluminase esa porfía de topo.

OBISPO

¿Qué te dijo de esas páginas?

SEGUNDO

Dijo que después del Apocalipsis se leerá lo suyo, porque para terminar tan mal mejor urdir lo ulterior. En ello concuerdo, mi señor. Ya veis que no hay mal por bien no venga.

OBISPO (mesándose los cabellos)

Y nada bueno hay en repetir la oración del necio. Terminaréis mal como mal entendáis el fin de la Santa Biblia. Ay, ese loco, ya libre, desatará a su escolta.

SEGUNDO (pretendiendo condescendencia)

Fin de mundo que esta gente malsana nos contagie, pero es que hasta un esqueleto de profeta se le echa de ver de traza entera. Creí, ingenuamente, que un santo no tiene nada que esconder, teniendo tan poco con que taparse el sinvergüenza.

OBISPO

Ay…

SEGUNDO

Perdonad mi desaconsejada condición.

(Oscurece.)


Escena 2


JULIO (entre folio)

Tinieblas, venid, que este profeta brilla al propiciar un cielo tormentoso. Guiaos por mi antorcha o a ciegas matad que también así hallaréis el extremo de mi dedo acusador. Ángeles de la muerte, no os tardéis con vuestros efectos inexorables; estas vidas sin vuestras alas no pueden volar, y como no vengáis tempranamente, ridiculizados seréis en el remedo de angelitos estreñidos. Entonces si que volarán las esperanzas de estos brutos en el mismo cielo donde al fin ha de caer vuestro tardo corazón de plomo. Por vida de Dios venid a matar, ¿acaso no os malogra el fatal tedio de que la gente sobreviva a vuestra pereza? Qué la vid que no echa fruto sea arrancada; dejad que los hombres castos de la iglesia delaten cuanto en doquier prolifera en hijos incultos. Ángeles de la muerte, mirad que aquí un nuevo profeta os instan, y no hay porvenir que no añore vuestra predicha constancia en el Apocalipsis. ¿Quedaréis para folklore de la Biblia, para pintar en sangre una que otra paginita cuya génesis le deje incolora? Ah, que por qué no me voy al desierto, me inquirís groseramente. Porque allá no hay artesones góticos bajo cuya trama tornarse pensativo; ni alfombras persas sobre la cual suavizar nuestras pisadas orgullosas; ni grabados alegóricos, que hagan juego con el tapiz de las paredes; ni un misal torneado a lo salomónico, que dispuesto este en la mitad del lujo; ni ajimeces que pinchen el cenit precavido; ni aun ventanas por que mirar de lejos el pecado; ni relojes con manecillas de oro, que le den cierto aire ilustre al tiempo… en fin, tampoco ninguno de estos afeites orientales, que tanto favorecen mi traza occidental. Es fácil pedir lo contrario, porque no se precisa conocer mucho del arte. ¡Al desierto, que económica ignorancia! Ah, ahora soy grosero. Y vosotros, ¿Quiénes sois? Ángeles de la muerte, lo olvidaba… aunque de curiosidad matáis, porque cómo intriga descubrir el origen y razón de vuestro nombre. ¿Teméis morir? ¿Por eso os dan el mote de vuestro miedo? Ya, callad, no revoloteéis de rabia, que os desplumáis y las plumas de gallina me irritan la nariz.

(Tocan a la puerta.)

Como vosotros no ayudáis al imaginativo profeta de ahora, me adelante (precoz en esta época soy) a procurarme quien colija en el papel el papel de quienes adverso tanto. Fuera de aquí; ve a presumirle vuestros inútiles músculos a Narciso, quizá también le matéis, pero apenas ya muerto de envidia obraréis en su semblante.

(Abre la puerta.)

¿Cómo estáis, buen hombre? Venid, esta alfombra aclarará vuestras huellas. Dicen que el silencio es la política de no zapatear ni dar portazo, por eso me congratulo que a la sazón hablemos sobre estos temas del sigilo.

EDITOR

Bienvenida a la que me avengo, señor. ¿Hablabais con alguien?

JULIO

No era nada, así como suena.

EDITOR

Pero cómo retumbaba en ecos.

JULIO

Es que de nada nos cuenta entera la historia de estas paredes, prodigando además en naderías.

EDITOR (palpándolas)

Estas paredes ya antiguamente era un anticuario.

JULIO

Al menos eso mismo le hoy decir a mi abuelo.

EDITOR

Ya os adelanté con vuestra esposa, señor, que dichosos auspicios de vuestra excelencia prolongan un centenar de páginas.

JULIO

Publicad cuantas podáis numerar después de la centena.

(Hace un ademán circular, advirtiendo las páginas en derredor.)

Yo os daré un manojo que a flor de lo que aquí veis desflorará aun los ojos de invidentes recién resucitados con su misma tara.

(Recoge arbitrariamente las hojas a su alcance, igualándolas en un legajo.)

Si esto ha de rebasar el límite que el decoro impone, será el colmo el que aun lo parcial no sea ras de brindis. Tanta sal hay en cada sentencia, caballero, que no importa qué tanto ni cómo se baraje…

(Deshace y recompone el legajo en otro orden.)

Igual será la suerte de quien le haya de arder en sus visiones.

(Le entrega el legajo al editor con desdén.)

EDITOR (censurando de su vergonzoso servilismo la soberbia ajena)

Como quien dice, una retahíla de aforismos.

JULIO (al punto)

Disculpadme, pero ¿no es tarea vuestra sino cumplir la cuota sin pensar en ello? Además, querido, sois lo bastante inteligente como para entender, al detalle por cierto, que sólo tenéis el talento de editar a quien por mucho os sobra en virtud y naturaleza. Llevaos, pues, los manuscritos para cuya exactitud tipográfica también se escribe vuestro hado. Fuera. ¿No desearéis que el obispo guiñe el ojo de pura rabia? Dicen que más indulgente os escrutará un mal de ojo que la picardía de ese hombre.

(Le guiña el ojo.)

EDITOR (incorporándose entre rubores)

¿Es una amenaza?

JULIO

Y bien hacéis en llamarle así, porque no es bastardo lo que se ha ganado su nombre entre enemigos.

EDITOR

Es esto una afrenta.

JULIO

Id al frente, entonces; contrario será vuestro revés.

EDITOR

He de publicar todo, y aun ni estos puntos me pararán en mi resolución. No será difícil entenderos así como genuinamente os contradigáis en mucho.

JULIO

Callad, hombre. Tan farragoso os dilatáis. Bien conocéis cómo se pone el Obispo cuando se le lleva la contraria, así que el camino fácil yo mismo por caridad os lo prescribo. Lástima que sea vuestra contrariedad la mayor de mis contradicciones editoriales. Lástima.

EDITOR

Que sea el libro vuestro de cabecera.

JULIO

Leedlo antes de dormir, a ver si la pedestre lucidez al fin se tiende.

EDITOR

Adiós.

(Va la puerta.)

JULIO (de un grito)

¡Basilia!

(En el sobre salto, suelta el legajo, y en la apresurada vergüenza recompone arbitrariamente el legajo.)

No importa que vuestra suerte se combine, míos son los ases.

(El editor sale mordiéndose los labios de puro encono. Ensaya dar un portazo pero otra vez el grito le apremia, y sale.)

¡Basilia!

(Al rato, tras un silencio, entra la mujer.)


Escena 3

BASILIA

¿Me llamabais, señor?

JULIO

¿Que si te llamaba?

BASILIA

Oí que gritabais por mi nombre.

JULIO

Y en nombre de lo cual vinisteis, ¿verdad?

BASILIA

Pero no hace falta que gritéis; heme cual aquí soy.

JULIO

Luego si escuchas los deseos de tu señor.

BASILIA

Sí no soy sorda; es que sólo de este oído no escucho muy bien.

JULIO

Ven acá. Déjame reparar allí.

(Le revisa el oído. Toma aire para descargar un grito.)

¡Basilia!

BASILIA (de un salto, y como a ciegas)

Ay, no distingo si es silencio el ir a tientas. Milagro, señor, ya veo…

(Todavía mareada.)

Quiero decir, que ya oigo.

JULIO

Mejor oye esto, mentirosa, porque te va costar si es que es menester repetirlo en señas.

BASILIA (temerosa)

¿Y las señas marcan dedos?

JULIO

Los cincos dedos, como cinco los sentidos de sentirles a los cinco. Así, que si escuchas como entiendes, ya está curada tu manía de mentir.

BASILIA (restándole importancia)

Era quizá un poco de cera.

JULIO

No das el brazo a torcer, acuérdate de lo que pasó a Ícaro.

BASILIA (siempre escuchando atentamente la lección)

¿Quién es ése?

JULIO

Un dormido que soñó muy alto.

BASILIA

¡Ah!

JULIO

¿Y qué te trae por aquí?

BASILIA (aparte)

No la música, por cierto, que de oído me costó aprenderla.

(Dudosa.)

¿No me llamasteis, señor?

JULIO

Llegasteis muy de prisa como para que yo no tardara en sospechar otro rezagado móvil.

BASILIA

¿Eso creéis en verdad?

JULIO

Como que escucharás mejor de no tapar tus orejas al pegarles a otros gritos.

BASILIA

Señor, que larga acusación.

JULIO

Y me quedo corto si no intimo también la multa.

BASILIA

Si os veis tan alto sentado en vuestro trono, que mi fiebre no os rebaje.

JULIO

Ya, ya, ya… Cuéntame; ¿qué felicidad hace que mi mujer te obsequie en esa licencia?

BASILIA

¿Cuál licencia, señor?

JULIO

Pues la de espiarla.

BASILIA

Bueno, si el encerrarse es su gozo, creedme que me deja afuera del discurso.

JULIO

Naturalmente.

BASILIA

Luego estoy libre aun para espiarla.

JULIO

A fe que no eres tan bruta. Dime, ¿es ella quién te manda o es mi hermano?

BASILIA

Los he oído cantar tan juntos, que no sé de quién es la boca. Y a fe que no soy tan bruta…

(Aparte)

Ni tan sorda, por pegar las orejas a otros gritos.

JULIO

¿Decías?

BASILIA (insiste.)

Los he oído cantar tan juntos, que no sé de quién es la boca.

JULIO

Así me besan por piedad.

BASILIA (aparte)

Y a besos así os tapan los ojos.

JULIO

Dime, ¿les regocija el que yo retome la vida diaria?

BASILIA

De vuestro ayuno se regocijaban más, como era piadoso el empeño vuestro tal así era la piedad que ambos os tenían.

JULIO
Mas aún me sonroja el que mi anemia lamenten.

BASILIA

Bien que sea de sangre que os tenga de decir.

JULIO

¿Tú, que me la hierves cada tiempo del que puedes?

BASILIA (aparte)

Pero tendré que mermarla toda para ver si no sois tan insensible.

JULIO

Sin rodeos, o va correr sangre. Mira que me pesa la mano cuando sopeso el azar de mi ira. Mala suerte será para ti tener que ver, si después de entonces puedes ver, una suerte marcada en tu cara.

BASILIA

Ay, señor, pero si ya sois el de antes. Si ya se puede creer en vuestros amagos. Con qué ímpetu despachasteis a ese refractario de aquí. Su calva vigorosa brillaba de puro encono. Como una vieja cachonda da de nalgadas a sus tetas, así el pobre hombre se abofeteaba doblemente. Sí, se os ve que no os sienta mal esta mejoría. Pero…

JULIO

Habla ya, mujer.

(Amenazante.)

¿Es que no circula sangre por tus venas?

BASILIA

Ay, a cántaros, señor, por eso es bueno que os hable de vuestra sangre; tanto va el cántaro a la sangre que ha de romperse lleno, y que sangrienta desembocadura…

JULIO

¿De qué habláis?

BASILIA

Que la sangre de vuestra sangre os pinta la cara. No podía morir sin decíroslo.

JULIO

Tiene razón mujer, y es justo que aun la ínfima criatura también me lo reproche. Hasta los rubores míos tienen que corregirlos los ajenos.

BASILIA (con una irónica y maternal indulgencia)

Ay, señor, vuestra única culpa es ser tan inocente, quizá por eso merecéis un escarmiento.

JULIO

Dices bien, y ya la aflicción es el anticipo.

BASILIA

Pero igual vengo a hablaros de sangre.

(Aparte.)

Una sin duda más sangrienta.

JULIO

¿Otra vez de mi sangre?

BASILIA

Sí, señor. Dicen que la sangre llama, y vuestra mujer llamó a un medico emparentado con una prima suya.

JULIO

¿Ese charlatán? Sus sangrías son tan caras que ni una gota dejan para remedio.

BASILIA

Sí, ya estáis repuesto. No escatimáis las ganas de tasar todo.

JULIO

¿Y qué dice mi hermano?

BASILIA

No lo he visto de ayer a hoy. Todo lo más vuestra mujer lo cubre.

JULIO

Con lo dominante que ella es, no dejará que yo lo vea.

BASILIA

Y tan menudita que se ve para un hombre tan rollizo.

JULIO

Es que bien herederas sois de Eva.

(Pensativo.)

Entiendo su preocupación, pero yo he mejorado como tú misma echas de ver.

Tendré que hablarle. Dile que venga.

BASILIA

Ahora vuelvo, pero tantearla antes y no me expongáis al ruedo.

(Sale.)

JULIO

¿Qué querrá decir esta mujer con tantas banderillas?


Escena 4

(Entra Mayo.)

MAYO

¿Qué criada tenéis bajo vuestro techo, que hay que amaestrarla, pues en vano será seguirle criando? A veces nada más se me figura que por ojeriza me echa el ojo.

JULIO

Son impresiones que te formas. La pobre de Basilia nació en cuna muy pobre, y pobre de mí de no haberla hallado atada aún a su ombligo. Sí que es impertinente, pero como se asusta cuando le levanto la mano, que es su reflejo el levantar la suya para jurar por constancia servil. Si a veces, como dices, se te figura áspera, es porque aún la tara de un mal de ojo le apura su asombro.

MAYO (fingiendo asombro)

¿Crees en la superstición de esta gente?

JULIO

Si vieras; Dios está en todas partes.

MAYO (aparte)

Entonces, por qué no la hallo en tu testamento.

JULIO (volviéndose)

¿Decías, hermano?

MAYO

Que de milagro no olvido a lo que vine.

JULIO

Haz memoria.

MAYO (aparte)

En memoria tuya me afano hasta la cruz como valga lo que pese.

(De repente.)

Sí, ya recuerdo. Como sabes, yo no soy muy parcial al oro. Sólo lejos de su miserable luz la gente atina a reconocer los genuinos quilates, que muchos han de ser como perseveren a la sombra de un corazón justo.

(Se lleva las manos al pecho.)

JULIO

Lo cual te he enseñado.

MAYO
Y me has enseñado otros bienes que también te distinguen.

JULIO

Me congratulo que mis lecciones te muevan a más.

MAYO

Tanto más, que lo quiero todo.

JULIO

Buen discípulo.

MAYO

En fin, guarda un tesoro más espléndido quien sepulta para siempre sus ganas de gastar el oro.

JULIO

Lo cual practico muy a menudo.

MAYO

Muy a menudo lo sé yo, hermano. Y otra doctrina no menos veraz me ha enriquecido mucho, pues el no tener cómo comprar el pan afuera me aconseja compartirlo aquí adentro contigo.

JULIO (como con cierto despecho)

Tal comunión ya no deja sobras.

MAYO (muy beato)

Ni una migaja para la gula.

(Aparte.)

Así al hambre le llamas por su apodo.

JULIO

Tantas privaciones en tus piadosas andanzas han inspirados a épicos envidiosos a trocar con chismes tus virtudes. Si entonces, por cuidar tus espaldas, le di la mía a muchos; ahora que vuelves puedes ver de frente y al amparo de mi pecho.

MAYO

Sólo que…

JULIO (interrumpiéndole)

Tranquilo, hermano. Conmigo no tienes que vanagloriarte de tu humilde probidad. Más bien cuenta tus razones.

MAYO (aparte)

Si las cumplo, te descuento.

(En voz.)

Bien, quería hablarte de tu hacienda.

JULIO

¿Mi hacienda?

MAYO

Como no tienes hijo que te herede… quiero decir…

(Aparte.)

Porque qué herencia de tu avaricia, ni para dar hijos avaros.

(Con cuidado.)

Cuántos de estos mismos envidiosos no querrán disputarse su parte.

JULIO (sentencioso)

Que sólo ella tendrán.

MAYO
Pero aún menos que eso; lo más sería dejarles un epigrama que los retrate cual son.

JULIO

Soy un teólogo no un poeta, querido hermano.

MAYO (sin desistir, muy animoso)

Pero nadie escribe mejor, si no cuando redacta su propio testamento. En ningún otro arte se consuma tan admirablemente la poesía.

JULIO (con contrastada serenidad)

Qué sabio eres. Cuando saliste de casa en busca de la pobreza, anticipé que no tendrías mucho aun porque le hubieras encontrado colmada de esplendores. Y ya ves que no te cuesta legar generosamente a la posteridad lo único que ahora brilla en tus ojos.

MAYO (aparte, con los ojos vidriados de rabia)

Yo que pensaba heredar más de un loco que de un muerto.

JULIO

Así que cuando mueras, de cierto que dolientes más sensatos serán los que te asistan, tasarán tus visiones ya que no el luto.

MAYO (aparte)

Y aun por lo que yo antes tase no veré lo que escondes.

JULIO

Yo no veo oro en tus ojos, y sinceramente el brillo es de codiciar.

MAYO (aparte)

Es rabia que se tornará en oro.

JULIO

Como os dije no soy poeta. O al menos no lo seré hasta que un epitafio glorifique mi nombre. Luego, ¿qué mejor lección para envidiosos, pues en vano imitarán los versos míos?

MAYO (incorporándose)

Somos sabios; ambos lo sabemos sobradamente, y ni que lo duden otros.

JULIO

Tan bien nos entendemos.

MAYO

Si te hablé así, es porque anticipo tus razones; ahora entiende que… digamos que…

JULIO (interrumpiéndole con parsimonia)

Vamos si es de comprender. Tanto se te nota, que lo terrenal no es lo tuyo. Sobra el despilfarro del lenguaje.

MAYO (aparte)

Así será el oro que esconde, que tan bien le alumbra la choya.

(Más comedido.)

Cuando mi énfasis fue promediar tu inventario, lo hice a la sazón de tratar tus deudas para que ningún usurero tenga el vigor de matarte de un disgusto. Como tus joyas aún pueden ornar la gracia de tu mujer, y…

JULIO (interrumpiéndole)

Ahora que la invocas a ella, está por venir.

MAYO

Y al verla sabrás lo de siempre, que es un tesoro, pero es propicio cuidar sin demora de tus…

JULIO (atisbando por doquier)

Perdona que no te atienda, pero lo mejor es que te retires. Por nada te expondré a una escena deplorable.

MAYO (aparte)

Nada hubiera sido al menos una porción inestimable.

JULIO (inquieto)

Es que ni sé porque se tarda.

MAYO (aparte)

Mil veces perderá el juicio, pero no el oro.

JULIO

Venírsele a ocurrir traer un vampiro. Claro, es que aún no lo sabes…

MAYO

¿Un médico?

(Julio asiente. Otra vez comedidamente.)

¿No fallarás a favor de quien en ti repare las propias fallas de su estudio?

JULIO

Como crees; otro será mi alegato.

MAYO (aparte)

Montés e indomable.

(Irónico.)

Entonces, te dejo a la merced de la calculadora ciencia.

(Aparte.)

Que yo con sangre más fría he de maquinar de nuevo. Ay, querida Abril, otro es mi diagnóstico, como que mal veo que de tu maldad me apartes.

(Sale.)



Escena 4

(Entra Abril.)

ABRIL

Señor, excusa mi demora; pues Basilia, que harto la conocéis, es lenta cuando se le apura el mal de ojo. Ya ves que en punta de sus nervios se pone.

JULIO

Aunque de cierto no eres impuntual a mi curiosidad.

ABRIL

Y es ello también un síntoma maligno que intima devoción al malogrado esposo.

JULIO

Aun porque he salido del trance, veo que no estoy libre de que se me compute en síntomas.

ABRIL

Es que afuera, a la luz del mundo, se advierten los detalles.

JULIO

Bien; pero se ha de convenir que sólo unos detalles quedan, querida.

ABRIL

Pero la hipocresía no es miope. Y lo único divino de este prójimo insidioso es que lo escruta todo.

JULIO

Verá también que exageras, mujer.

ABRIL

Y me rebasará si no acato mis cuidados.

JULIO

¿Cuidados?

ABRIL

Me aflige, desde luego no con tus mismos síntomas, que la enfermedad que te agobia salga al fin de tu cabeza; pues no faltará quien la agrave más de lo que la eche de ver en tu exterior derroche. Si no es posible curarte, lo mejor es que no aflore el mal.

JULIO

Te juro que ni un capullo despuntara del estío.

ABRIL

Y si te desfloran el juramento, esposo.

JULIO

Mujer, contigo no sé a que virgen rezarle.

ABRIL

Es que aún no se atenúan las secuelas en tu rostro. La felicidad no te sonríe sino con sorna. Dame más que una sonrisa.

JULIO

Más me puede hacer reír de tus escrúpulos.

ABRIL

Pero no seré la burla para nadie más.

JULIO

¿Mi trato con el Obispo no te disuade a desistir de otras prórrogas? Mira que ya es milagroso que el viejo saliera del santuario.

ABRIL

Milagrito peculiar ese de presumir lujos fuera de la iglesia. La sotana, que algún oscuro luto oculta, con no dejar ver ni el blanco del cuello clerical nos vela sus intenciones.

JULIO

Ahora desconfías de tu antigua esperanza. Qué otra impaciencia me aguarda ahora.

ABRIL

No esperaré a que me traiciones.

JULIO

Acaso no ves, mujer, lo bien que estoy. Estoy como para cabriolas. Mira, si hasta brinco en una pata.

ABRIL

Tal vez con entusiasmo ya ensayas una futura cojera.

JULIO

No hay modo de que te coja en buena hora.

ABRIL

Enhorabuena por mí, porque no me alcanzarás como metas la pata que te alegra.

JULIO

Me rindo entonces. Aquí me tienes, plantado a la discreción de tu rauda marcha. Sálvame, pero discretamente, que si se entera mi hermano creerá que hasta el honor perdí, por salvar el honor mismo.

ABRIL

Bien hijos de Adán sois vosotros, que a costillas nuestras se creen mayores. Pero no es esta usura la que vengo a rendir aquí.

JULIO

Luego, vienes por más.

ABRIL

Te he visto cavilar sobre tantas páginas, que pensé por ti, señor.

JULIO

A ver.

ABRIL

Abstraído como estabas no quise perturbar tu trance, y así pensé, además, que era mejor pensar por ti.

JULIO

Bien pensado de condescender conmigo.

ABRIL
Con sentimentales amagos hubiera truncado mis pensamientos.

JULIO

Luego, ¿fue brillante pensar a despecho de mi corazón?

ABRIL

Cómo más podría pensar quien te ama. Y tanto te amo, que no merezco ser una viuda aún, porque otro sería el despecho, y más terrible, que me anegue en lágrimas.

JULIO

Me da un mal pálpito escucharte así.

ABRIL

Ah, ahora me juzgas. No sabes, no lo sabrás nunca tu egoísmo, cuán ingenioso hay que ser para pensar por otro, aunque también a veces por salvarte tuve que aparentar tu misma inteligencia, y créeme que tampoco es de bruto fingir tal.

JULIO

En fin, ¿en qué pensaste?

ABRIL

En que dos cabezas piensan mejor que una.

JULIO

No es tan mala la idea de albergarla en una sola. Ahora te entiendo.

ABRIL

A fe que es filosofía si además consigues la otra cabeza.

JULIO

Luego, ¿la hallaste?

ABRIL

Cómo no, si sabes que pienso en todo.

JULIO (con despecho)

Y supongo que esa es mi única sabiduría en el asunto. Dime, ¿es mi hermano el de la otra cabeza?

ABRIL (aparte)

Ese es otra, que, viéndolo bien, es mejor que no piense en lo que hace, así de bruto es dócil la fierecita.

JULIO

Ya me tienes cabezón. Ah, por supuesto. Claro que no podía ser Basilia; pero ni que yo traiga pulgas me dejo ver por una garrapata. Temo que de un piquete guíe el mal que trae, el colmo es dejarle que sangren donde se ceben.

(Remedando la facultad del médico.)

‘Ah, son parásitos’, dice el bicho, aclarando la garganta. ‘Lo conveniente son sanguijuela. Después unas sangrías, que mucha sangre puede congestionarlo hasta la muerte.’ ‘¿Más sangre?’, un quejoso deudo le advierte al faculto. ‘Más’, agrega con ceremoniosa costumbre. ‘Hay que dejar lo menos, o ha de ser sangrienta… ay, muy sangrienta su mejoría. Al amanecer lo despertáis con los vapores de su mismo orine.’ ‘Y si no despierta’, le replica la doliente. ‘Veladle el sueño mientras llego’, responde al punto. ‘Pues ha de ser sangre que le embota los sentidos. Y si muerto está, veladle de nuevo, y tened con vosotros mi conmovido pésame. Ah, ya sabéis que los muertos los cobro doble.’ ‘Delante de él, no habléis así os lo ruego’, le suplican. ‘Más bien rogadle a Dios de que sigamos discutiendo el lecho de este cristiano. No son malas noticias prolongar el tema’, les insiste. ‘¿Tuvo diarrea?’ indaga, meditabundo. ‘Al principio, doctor, cuando me cagó tanta fiebre.’ ‘No me refería a vos; porque qué propia atribución la de vos al convenir que os tuteaba.’ ‘Perdón’, dice la pobre loca. ‘Se ve tan pálido; ni rubores’, agrega su mujer entre sollozos. ‘No le da vergüenza ser tan mala sangre’, recuerda la obstinada criada desde un rincón. Entonces el bicho: ‘son… a ver, entre ayer y hoy… más las emulsiones, dos emético y demás preparados… bien podéis adelantarme con este reloj, y así doy tiempo a redondear la cuenta. Muy bien, me voy… Ah, si habla en sueño es porque él sueña hablar con vosotros; y si no habla mientras duerme, no os preocupéis, pues también es normal que se reserve calladamente.’ ‘Dios se lo pague.’, le responden. ‘No os preocupéis, mujeres, yo sabré cobrar lo que me deben.’ Blasfemos, parásitos. Y así llaman cristiano a su oficio. Claro, como con una cruz le prescriben la adversa suerte a quien caiga en tentación. Perdona, mujer, que tu prima se emparentó con uno de ellos.

(Candorosamente.)

¿Me decías?

ABRIL (sentenciosa)

Precisamente como es el esposo de mi prima, nos saldrá barato.

JULIO

¿Qué dices, mujer?

ABRIL

Deja de fabular la ignorancia del vulgo. Bien sabes que la sangría es la vital savia del porvenir.

JULIO (irónico)

¿Y correrá sangre por oponernos a ese anticuado progreso?

ABRIL

No todos los casos son de sangre, ahora que con ironía lo dices. Unas veces con apenas extirpar los ojos se cura el mal que velaba al enfermo.

JULIO

Entonces al fin a simple vista, tan simple como el enfermo vaya a tientas, advierte los avances.

ABRIL

Otras veces, testarudo, con abrir un hoyo en el cráneo se puede espiar al través que es mejor anticiparle el hoyo final.

JULIO

Veo que la dosis que bien han de prescribir estos piadosos es el suicidio, tanto más cuanto curaría a una ciencia de origen desahuciada.

ABRIL

Al menos sabes que estás malo, y así toda prórroga pública confiesa esa intimidad. ¿Cómo, entonces, puede empeorarte quien ya te inspirar una virulenta opinión contra él? De cualquier modo, querido, no adviertes en nadie la cura, puesto que aún no te has curado.

JULIO

De cualquier modo, querida, estoy fuerte y vital. Y aun la anemia debe aclarar las dudas que yo os inspirara a todos. Luego, por qué insistir.

ABRIL

Un médico no sólo sangra, amputa o extirpa.

JULIO (con horrorizada ironía)

Y todavía le queda por hacer más.

ABRIL

Y aun menos, pues también recomienda el reposo moderado de tal o cual forma, y corrige los excesos de una dieta. Tu mórbido conjunto otrora hizo alardes en tu juicio, por lo cual juzgáis que la condena suple a la calumnia acaso con género de mayor autoridad. Si me adversas es porque insistes en errar. Entiendo que esta oposición sea aún el favor privado de tus dilemas. Escúchame. No digo que no pienses contrariamente, porque aún ello es la distinción palmaria de tu daño, pero déjate llevar de quienes combates resueltamente, y encaminada se postergará tu salud.

JULIO (con dócil duda)

Nada de sangría ni de amputaciones ni…

(Con las manos en la resignada cabeza.)

Ay, hasta el reposo prescrito por estos criminales me fatiga los nervios.

ABRIL

En paz vegetarás, pero mira que ya nos aventaja el descanso eterno.

JULIO

¿Y en paz me dejarán con mis ayunos?

ABRIL

Ya veremos si eso que ha nutrido a tu alma ha de bastarte.

JULIO (desconfiado)

¿Qué tan barato nos cobrará?

ABRIL

Nada; mi prima es muy agradecida.

JULIO (con avaricia)

Luego, ¿te debe algo?

ABRIL

Le dimos el sustento para que un día sobreviviese a su pobreza.

JULIO

Dios santísimo, ya sabía que no podía ser gratis.

TELÓN

A C T O I I I



Escena 1

JULIO (meditando entre sus papeles)

Ah, Juan del Jordán, profeta entre los varones justos, ni en el Leteo olvidaréis vuestras visiones que ya no serán mis fantasías. Abrevaréis en una y otra ribera sea cual fuese el río desbordado. Ya vendrá el día cuya alborada devele la cicatriz que un falso secreto se reserva. A todos regirá el horóscopo cuanto más enconadas riñan las doces figuritas en el cielo. Y de ese cielo entonces, arena de rivales extintos, caerán las lágrimas que amarguen el llanto. Ay, y a fe que lloraréis, porque muchas serán las copas que se han de colmar para vuestro brindis. Y vosotros, impíos, escuchadme bien, porque no soy menos en mi amenaza.

(Entra el médico.)

Cuando creáis que no os puede ir peor le tendréis fe al apocalipsis. Esto también desde al antiguo testamento lo bautiza Juan; arrasados serán los bastardos.

ESCULAPIO (con expedita pericia)

Perdonad que os importune en vuestro recogimiento, pero vuestra agitación apura el mío. ¿Cómo puedo reconocer el mal si empeora vuestro semblante? Sosegaos mientras ausculto vuestro pecho, señor, o a despecho he de presumir que moriréis de un disgusto.

JULIO

Veo, ya que aún no habéis visto mis ojos, que la muerte parece ser la más notoria prueba de esta ciencia. Muerte aquí, muerte allá; que me enluta verlos por doquier. Tal vez ha llegado mi hora; luego es hora que me de prisa.

(Voceando)

¡Muerte a los impíos! ¡Ángeles de la muerte, que no os rezaguen estos charlatanes! ¡Qué despoblado el juicio final de ir tras el rastro de esta prole!

ESCULAPIO

No es que quiera polemizar con vos, pero si no os calmáis, ay, encontraréis la paz eterna en un ratico apenas. Mirad con qué fulgores el apocalipsis ya os congestiona vuestra desnutrida traza.

JULIO

Callad; sé que soy mortal, acaso científicamente lo comprobaréis; así que no añadáis sabiduría a vuestro oficio. Será de nuestros pareceres que mientras más cerca os ciñáis a vuestras obligaciones más lejos estarás a mis reproches. Continuad según vinisteis.

ESCULAPIO

Luego, ¿cómo sirvo a vuestro rabioso carácter, siendo la ostra donde se seba el mal? La verdad que a la luz de la anemia no veo otro síntoma que os macule la piel, pero vuestra mente, ay vuestra mente, da mucho que pensar.

JULIO

Y a fe que todos pensarán. Ya divulgue los aforismos que por pacto teológico una sentencia impone.

ESCULAPIO (auscultando)

Abra los ojos, señor. Ábralos bien. Así…

JULIO (con cierta curiosidad)

¿Qué veis?

ESCULAPIO

Veo que el insomnio ha echado raíces. No debe velar tanto.

JULIO

¿Qué más ve?

ESCULAPIO

Veo que vuestros ojos se parecen mucho entre sí, por lo que simétrico es el mal.

JULIO

Decidme, ¿qué más veis?

ESCULAPIO

Veo que brillan en la oscuridad.

JULIO

¿Qué más?

ESCULAPIO

Aunque veo… Esperad, sí, veo que me veis con malos ojos.

JULIO

¿Qué veis en ello?

ESCULAPIO

Ojeriza.

JULIO

Veo que acertáis; si no sois mal observador.

ESCULAPIO (contrariado)

Al menos no ha menguado vuestra vista. Abrid la boca. Decid: Ah.

JULIO

Ah.

ESCULAPIO

Algo me huele mal aquí. Aunque nada grave, por cierto.

(Aparte.)

Cómo tengáis aliento para increpar.

(Volviéndose.)

Sólo os falta un diente. Para ser profeta mascas bien.

JULIO

¿Qué más veis en mi boca?

ESCULAPIO (evitando una réplica irónica)

Veo que no tengo más que decir. Por de pronto, es beneficioso que durmáis al menos la mitad de cuanto soñéis. Son muchas vuestras fantasías para despertar temprano. Comed frugal, pero comed sin saltar ración. En cuanto al estudio, pues no terminar al fin con el juicio final acabará vuestro juicio. Así que mejor es que divaguéis por el Génesis, después de todo no será un mal comienzo. Tal vez el libro de Job os intime austeridad, pero que ningún exceso sea el énfasis.

JULIO

¿Ya terminasteis vuestra parodia?

ESCULAPIO

No es mi profesión presumir del colorete. Lo mío es hincar la aguja en el rubor.

JULIO

¿Y sangrar?

ESCULAPIO

No tiene porque ser mi vergüenza mancharme las manos de sangre, son gajes del laborioso médico. Muchos son los sacrificios para esta vocación.

JULIO

Es que sois muy sacrificados.

ESCULAPIO

Al principio hasta con muerto ha de lidiarse, ir a tientas de lo seguro nos quita el miedo de errar en carne viva, así he podido improvisar algunas variantes felices.

JULIO

Que para variar no alegraron mucho a la viuda, ¿verdad?

(Oscurece.)


Escena 2

MAYO

Que no te enferme las impertinencias de un faculto, facultad ha tenido tu mujer en apañárselas así. Cada quien busca rendir de sus supercherías una fórmula benéfica, y con que nada os cueste bastara para admitir lo mejor en pago. Escucha más bien lo que es menester que oigas. No sabes, querido hermano, tus aforismos ya son el código aún de quienes a Moisés no le acataron ley. Ya no se habla de la Biblia. Tus folios parecen estar a la moda de lo eterno. Las primeras letras del infante las está leyendo de tu fama. El obispo ha fustigado con las puyas que se erizan de lo escrito. En la homilía se delatan trasgresores y ningún tránsfuga se queda hasta la comunión. Se dice que el rey se quita la corona para leerte con humildad, y que sus ministros sufren los rigores de esa santa tiranía. Por doquier se buscan a protestantes, y sabe dios que ni dios sabe dónde se habrán escondido los que no se les consigue a boca de arcabuz. Un desaforado de ese infame censo desnudó su torso con arrogancia, clamó por su suplicio, y tantos fogonazos, de cuantos convergían en el bulto, que podían calentarle la última cena que de cualquier modo se enfriarían sin que probara bocado. Y es que a tantos renuentes les enfrían que hay que cobijarse bien en el estío. Ya la gente no habla más de mis privaciones, la única santidad brillante en estos días oscuros es tu anemia de santo gótico. Tal vez muchos de esos refractarios eran conspiradores contra la monarquía, que han querido desde siempre coronar el caos. Pero de cúyo no le mengua orden a tus principios. Eres un mesías. Alto ostentas la fiebre que aviva a tu espíritu y que en la prolongación de ese vigor quemará el delirio de muchos exaltados. Qué no te desmaye el tener que tumbar a muchos. Entinta la pluma y vuelve.

JULIO

¿No me engañas, hermano mío?

MAYO

Cómo podría engañarte si te digo la verdad. La duda es la que te engaña, querido, al hacerte creer en tu pregunta.

JULIO

No te engañes tú con creer de mí lo falso; es sólo que aún no me acostumbro a que sin máscaras se oiga lo dicho en la escena.

MAYO

Has desenmascarado a tanta gente, que tomar los hábitos será por costumbre.

(Lo besa.)

Ya te casaste con el cielo. De cierto no sé como lo verá tu mujer, pero siempre seré leal cuñado.

JULIO

Estoy que no quepo en mí.

MAYO (aparte)

Ay, con tan poco te rebasas. El colmo será que me dejes menos…

JULIO

Pero aún el Obispo ni un emisario me ha mandado.

MAYO

Asunto de un momento tal tardanza. Quizá el mismo apure la disculpa.

JULIO

Ay, si un santo siente lo que yo en este trance, no es tan insensible como en la piedra lo retratan.

(Apurándose en acopiarse de pliegues.)

Pero en adelante me esperarán más rollos, y qué devano en ellos, y qué…

MAYO (aparte)

Lo que complique el lío

JULIO

¿Tendré que ser parcial de nuevas ideas?

MAYO

O extremar las antiguas.

JULIO

¿Cómo es ello, Mayo?

MAYO

Simplemente sé puntual a término de cada punto.

JULIO

¿Cómo?

MAYO

Llama al viejo por su nombre. Recuerda que bautismales testigos no pueden ser bastardos.

JULIO

Culpables tan parecidos a lo feo, que si hay jerarquía el vivir es la cabeza.

MAYO

Líbelos por doquier, que aquellos que no temen de su observancia son, además de unos hipócritas, también cobardes. Insinúa tentaciones plausibles en estas langostas.

JULIO

Pero caerán muchos inocentes.

MAYO

Lo que hará pagar a más culpables. Pon esto en la balanza, hermano querido, y verás que el parcial peso te advierte lo justo. La historia, ya no sólo la religión, te santificará. Echarás los demonios que nos atormentan.

JULIO (sorprendido)

Hablas como si fuera uno de ellos.

MAYO

Es que hasta en eso somos santos.

JULIO

Lo crees así.

MAYO (aparte)

Como única es la oración para jugar doble.

(Confidencialmente.)

Ya tienes la traza de un censor retratado en pergaminos de Alejandría.

JULIO

Ya me siento un patriarca.

MAYO

Los reyes querrán emparentar contigo para atenuar sus defectos.

JULIO

Me falta un hijo entonces.

MAYO

Ya quedará tiempo para los detalles. Primero lo que viene.

JULIO

Pero un hijo me justificaría en esta empresa.

MAYO

No compliquemos así. Un hijo te distrae, hombre. Ya ves como no me atiendes por divagar en su advenediza ambición. Ya quisiera verlo nacer para castigar tus moras.

JULIO

Un hijo no es culpable de los desaciertos de sus mayores.

MAYO

¿Aunque sea el fruto de uno de ellos? En fin, dejemos la herencia para los más indolentes, porque antes te castra la ansiedad de esperar un primogénito.

JULIO

Dime, entonces, ¿cuál es lo principal en su orden?

MAYO

Primero eres tú, hermano. Cuanto la posteridad vea de ti es lo que previamente debe celar nuestro arte. Los pintores no harán sino copiar tal maestría.

JULIO

¿Debo ataviarme más para el recuerdo?

MAYO

Al contrario; debes despojarte del oro que se prende a ti. Estos brillan sólo por la sangre que te chupan.

(Va arrancándole el oro.)

Permíteme.

JULIO

No es que yo le atesore por sus fatuos quilates, pero de cierto nos distingue ostentar nuestra generosidad.

MAYO

No, no, no… nada de eso. Quién, sino yo, le consta que eres generoso.

(Continua afanándole todo brillo. Luego va por el lujo de alrededor)

Quedarás en jirones o desnudo, pero no premiarás a quien tenga el caudal de venir a mendigarte.

JULIO (asombrado)

Qué tiene que ver las agujas del reloj.

MAYO

Son puyas que no tardarán en intrigar entre nosotros. Qué no se diga que no habitas una estancia austera. Estas cruces tan brillantes sólo precisan el blanco que te enlute.

JULIO

Pero, Mayo, ¿también la plata?

MAYO

No, estas cucharillitas son para tomar luego el postre. Pero este emblema… y este soldadito… Ah, la llave de este cofre puede cerrar tu alma al entendimiento.

JULIO

¿Y ese candelabro, Mayo?

MAYO (ya muy cargado examina el metal)

Déjalo, es una baratija que mejor decora tanta falta.

JULIO (con la cara de un loco meditabundo)

Sí, quitando el oro como que no luce el lujo.

MAYO

Bien, ya tenéis en que inspirarte.

(Aparte)

Luego al desierto te he de echar; no si en delirio lo amueblas también.

JULIO

Me siento libre de ataduras.

MAYO (con prisa disimula el oro dentro de sus fachas)

Y libre te dejo. Escribe, escribe, escribe… que tu pluma te dé vuelo. Deja atrás al apocalipsis, que mientras más te apures más a prisa llegará el cansancio. Cuánto no ayunaste, y ahora, aunque apenas tímidamente, renuncias al oro. Ya te vas figurando a quien figuras. ¡Fustigad, hermano!

JULIO

A fustigar, pues…

MAYO

Mira, aquí viene tu esposa; no le presumas tu pobreza. Dile, más bien, que el oro colma tus ocultas arcas.

(Entra Abril.)


Escena 3

JULIO (medio alucinado)

Mira, mujer, el oro colma mis ocultas arcas.

ABRIL (tras reparar lo escueto, interpela a su cuñado como si su esposo no tuviese allí)

¿Qué dijo el médico?

MAYO (con irónico reproche)

No alcance a verle, pues un médico como lo pintas me resulta invisible.

ABRIL

¿Y como lo veis a él?

MAYO

Mucho te necesita para traerle un necesitado en su socorro. Mejor os dejo a solas.

ABRIL (angustiosa)

Pero yo te necesito más a ti. La ciencia, cuñado, también nos instruye en el perdón, heme entonces penitente.

(Julio sigue la plática con remordimiento infantil.)

Sin tu amparo como servir lo que por despecho me impones. No te vayas, por favor.

(A Julio.)

No te da pena. Al menos di algo. ¿Qué te dijo el médico?

JULIO (alegre de que en su turno le preguntara)

Me dijo que estoy fuerte como un toro, y nada más.

ABRIL

Pero te veo tan enclenque aun para cargar los cuernos.

MAYO (aparte)

¡Olé!

JULIO

Bien, no seré un toro bien plantado sobre la arena, pero tengo el alma viril de un toro

MAYO

Qué alma de dios.

(Abril lo mira con reproche, mas redondea su ironía.)

Ninguna afrenta contra ti te hace un desalmado.

JULIO

Es que al final del agujero veré la luz.

ABRIL (apremiante)

No la veas todavía, que queda por mirar la tuya. La gente no querrá alumbrar mis fachas, si es que he de enviudar a un loco. Y a tientas, y a solas, he de llorar también el daño que en mí propicie la calumnia.

JULIO

Ya no me maravilla que a mucho deslumbre mi clarividencia, pero me deja a oscuras que os encerréis con la misma llave, ay, cuyo giro libró mi mente.

ABRIL (decepcionada le interpela de nuevo)

Vamos, ¿Qué te dijo Esculapio?

(Desesperada.)

Sólo dime que tu salvación es morir cuerdo.

JULIO (a Mayo)

Ven, sosiega su espíritu, puesto que ella poco carne sopesa en mí como para creer que pueda levantarle la mano.

MAYO (otra vez la plática como si Julio no estuviera allí)

Venid, mujer. No hay porque desconfiar de su semblanza. Mirad que aun los rubores de la cólera le hacen ver rozagante y bonachón. Yo tal vez si precise de una receta para mitigar mis dolores.

ABRIL

Traería ese médico con el anzuelo de una propina.

MAYO

No lo traigáis más. Acaso no veis el airado color de tu marido ya tan manifiesto.

ABRIL

Ah, luego burlar mi abnegación también aviva su rostro, pero veo que su vergüenza no completa el matiz de un porte saludable.

(Otra vez Julio alterna sus miradas entre sus exegetas.)

MAYO (casi levantándole la mano)

Mujer, me obstináis…

ABRIL (sólo contra su cuñado)

Con que ahora si que soy una obstinada.

JULIO (intenta intervenir)

Yo…

MAYO

Obstinada es la obligación que… En fin, obstinada sois como desleal. Ay, como puede ser tan ciego para tantear en ti el garrote.

ABRIL

Si tanto te duele un médico, otro con mis súplicas impetro en vuestro auxilio.

JULIO

Yo creo que…

MAYO (atenuando su exabrupto)

Por favor, no riñáis, que me dejáis en medio con el dardo belicoso, mas si he de aguzarle será para hacer de Cupido. Mirad como tiemblo. Hombre, no es necesario que os defendáis como un bravío toro. Y vos, mujer, perdona sus modales.

(Los trata de congraciar, y con el piropo indirecto indemniza a su amante.)

Qué bonita, delicada y hacendosa mujer…

(A Julio.)

No se rezaga en tu convalecencia.

(Aparte.)

Sólo porque le sigo es que aventajo un techo venturoso.

(Mientras palpa el talle que describe, con picardía se entienden los amantes.)

¿Ves qué labios, que por tributo sincero beso, piadosamente honran tu memoria? ¿Ves este busto vigoroso y sonrosado, que en noches sin velas amamantó mis desvelos por ti? Y a fe que mana un amor tan dulce como su futura leche. ¿Ves sus ojos, Julio, como ven con la angustiosa esperanza de que yo sea su salvador? ¿Ves sus manos acurrucadas al tacto de mi concupiscente boca? ¿Ves sus piernas, que aun separadas encaminaron a la mías a un solo rumbo?

(Amaga con darle una formidable nalgada.)

¿Veis, hombre, como teme a las nalgadas, tal vez porque una bruscamente le animó al nacer?

(Ahora la manosea.)

¿No ves que sólo el cariño de un hombre comprensivo atenúa su mal recuerdo?

(Abril se sonroja.)

¿Ves cómo se le arrebolan la mejilla a la modesta mujer?

ABRIL (incorporándose)

Dejadlo; él ya está ciego.

MAYO (con cierta complicidad)

Y vos, tenedle paciencia, que hasta el no haberle dado un hijo está dando su fruto. No pretendéis que por veros él lo haga de reojo.

JULIO

Perdonad, mujer, hermano. Veré en adelante un poco más allá de mi nariz.

MAYO (aparte)

Apenas un poco más, y de fijo te olerá mal.

ABRIL

¿Un poco más allá de la nariz que no respira sino para ahogarse en el mar muerto?

MAYO (le insta precaución)

Mujer, no os enojéis más que hacéis agua.

JULIO

Déjale, hombre. Será mi abnegación satisfacer la suya. Por de pronto, en mis horas de recreo daré tumbo fuera de esta estancia, y tras moderar mi equilibrio en lomo de mi sombra, saldré a tomar un sol menos privado que el del jardín. Mujer, dormiré a tu lado desde esta misma noche, pues créeme que no sueño con una noche más en vela, y solo priva el esmero de dormir hasta despertar sin modorra. Eso sí, escribiré desde el amanecer hasta que el crepúsculo cierre mis soñadores ojos. Comeré las raciones ordinarias, pero el día que me apetezca un ayuno, dejaré de postre el sustento. Andadas las edades de este régimen, llamaremos otra vez al marido de tu prima, que todavía nos debe. Demos tiempo a que la fiebre se apacigüe, otra será la lumbre que me guíe bajo mi estrella.

ABRIL (conmovida, besándole)

Sí, veo que el agujero al fin abre sus ventanas.

(A Mayo.)

Y con vos cuñado no puedo ser infiel. Cuánto hemos de agradecer vuestra constancia. Vuestra boca abogó por la mía; ellas sin duda se entienden cual después no hay más que entender.

(Confidente.)

Perdona mi desesperada soledad.

(Al esposo.)

Tenderé nuestro lecho nupcial por el desorden de la angustia revuelto. Si hoy dormirás a siniestra de una esposa abnegada, será por que ha de ser mi diestro compromiso dormir así a tu lado.

MAYO (aparte)

Creo que el revés de estos perfiles dicta mi suerte. Por de pronto, el catre… Seré clemente con su clamor entonces. Perdonada sois, hija.

ABRIL

Pronto saldremos a la luz de los incrédulos. Ahora me retiro en oración; es menester que quienes tengan ojos te vean y quienes tengan oídos oigan que mis oraciones ya son escuchadas.

(Sale.)

MAYO (intrigante)

Julio, ¿no la complacerás a pie juntillas? Pues será tu traspié seguirla así. No es por levantarle falsos a tu esposa, tú mismo atestiguas lo mucho que le quiero, pero apenas el lujo viste las genuinas intenciones de tu mujer. Ciertamente no la culpo, fue educada para ostentar un matrimonio.

JULIO

Yo la verdad no la veo tan frívola.

MAYO

Tanto porque ha sido muy atenta conmigo es que tuve la ocasión de desnudarle. Ya sabe cuán observador suelo ser. Si la vieras como dios la trajo al mundo, no con los afeites de estas inconformes lágrimas, sino con los quejidos que seguro oíste en tu remota cueva. Ahora cuida su tocado; velos que antes que mortajas pañales son de vanidades.

JULIO

¿En verdad la crees tan ligera?

MAYO

Y no sabes cuanto me pesa decirte esa verdad. Las plumas fatuas hundirán tu pluma si al vuelo no le escribe su destino…

JULIO

No la advertí tan menudita. Igual complacerla tal lo dicho no es una táctica que vaya a medias. Así podré ostentar mis privaciones fuera de esta estancia, librándome cuanto más de sus femeniles reproches. Lo contrario será no tener paz ni para ver cumplido el testamento.

MAYO (con despecho)

Viéndolo bien, el báculo ha sido tu cetro.

JULIO

Y pronto ningún auxilio suplirá la vara de mi tiranía.

MAYO

Pero no me desnudéis delante de tu esposa, pues por despecho ella no verá virtudes en mis buenas proporciones.

JULIO

No, cómo crees. Si antes ya me intrigaba que ninguna confidencia tuya me dijeses.

MAYO

Y te advierto que nunca más te intrigo. Por otro lado, al salir de estas paredes otras te asediarán con su oropel; hay que combatir todo lujo sin recular.

JULIO

Sólo a mis predios merodeará la arcilla modelada por los hongos, las cenizas del fogón, los cueros de los catres, el pudor de mi esposa a siniestra de mi abstinente fin. Como ves, Mayo, no trasgredo mi austeridad por traspones este dintel. Mientras me reponga es mejor no caer en la tentación de otro rastro. Ya ves que no demoran en colgar a cualquier bruto que sólo lo haga pensar el oro ajeno, y viendo Abril que falta mucho, cuanto mucho nota en estas baratijas, acusará a cualquier menesteroso que por la ventana eche de ver algo.

MAYO (aparte)

Si no te hundo no sale a flote tu tesoro.

JULIO

Ahora a escribir.

MAYO

Para que los historiadores lean su rol en la comedia.

BASILIA (desde afuera)

Señor, Segundo, el emisario del obispo, desea hablar con vos.

JULIO (a Mayo)

¿El emisario?

(En voz alta.)

Hacedlo pasar.

(A Mayo.)

Es orgulloso el viejo, pero delega su orgullo.

MAYO

Nunca te concederá la importancia de tus folio, pero…

JULIO

Silencio, que aquí viene.

(Entra Segundo.)

SEGUNDO

Señor, recibid las congratulaciones del obispo, que sean ellas las que anticipen vuestro hospitalario recibimiento; a su parecer es vuestro premio ocupar un principal escaño.

JULIO

Os felicito a mi vez por dejar rezagada la prisa que premiáis.

SEGUNDO (con las ínfulas que no atreve frente al obispo)

No es necesaria otra competencia, ganaros de nuevo me dejará en mora con vos y con el Obispo.

JULIO

¿Conocéis a mi hermano Mayo?

MAYO

Ciertamente, pero ya no hay tiempo para sobornarlo tras su trance; así que lo diré delante de él.

(Casi por despecho Mayo lo carea, y Segundo afloja su impostura, pero como puede se da prisa.)

El obispo os enviará al editor otra vez. Fustigad a los filósofos sin misericordia; no penséis en su reputación y aun menos en sus familias, que piensen ellos más bien cuán terrible es adversar a Dios, pues la ruina total será la resolución de su desafío. No tengo que colorearos lo que nos deja pálido de rabia. Id contra el vicio.

(Sigilosamente.)

No hagáis excepciones en la corte.

JULIO (mirando a su hermano)

Escribir y escribir. Eso haré, pues es la receta que me ha dictado mi hermano.

SEGUNDO (de súbito.)

¿Y vuestra mujer?

MAYO (resuelto contra el cobarde)

Abril se tarda.

(Se truena los dedos.)

Pero llegó Mayo.

SEGUNDO (acobardado)

Bien, debo irme. Su eminencia estará impaciente.

(Sale sin reparar en otra contestación.)

MAYO

Cómo se atreve este arrastrado a levantarse aquí.

JULIO

Los cobardes también tienen su levadura. Con altivez cumple la orden para la cual se prosterna.

MAYO

Ambos son el vicio manifiesto, antes que las concubinas y los borrachos. Si te dan el garrote que sea tu cetro también. No será difícil dar en el blanco de quien te aclare el luto. Empezad por ellos y seguid contra todos.

(Aparte.)

Que ellos y todos lo terminarán por mí.

JULIO

Escribiré entonces contra el mundo entero.

MAYO (entusiasmándole)

El mundo entero te leerá.

JULIO

¡Qué venga el editor!

(Oscurece.)


Escena 4

(En la estancia del obispo.)

OBISPO

Ah, por Dios, como puede este infame usurpar de mi auspicio los gastos de su premeditado exceso. Mirad cuántos líbelos se cuentan por docenas, y cada verso infamante le puso a rimar con nuestros inocentes votos. Cogidos fuimos por nuestro halo.

SEGUNDO (como en una letanía)

Cogidos, señor, fuimos.

OBISPO

Con qué ciega ingenuidad le tanteamos el garrote.

SEGUNDO

Cogidos, señor, fuimos.

OBISPO

Nos han mancado. Ya ni para estirar la pata daremos otro puntapiés.

SEGUNDO

Cogidos, señor, fuimos.

OBISPO

Para qué nos quebramos el culo con tanta abstinencia, si tan fácil se nos hizo cagarnos en nuestro culo.

SEGUNDO

Cogidos, señor, fuimos.

OBISPO (casi entre sollozos)

Y tener que repudiar a un galán templado por el recio retiro de su ayuno, puesto que sus modales desvirgan previamente mi esperanza de serle fiel…

SEGUNDO

La verdad, señor, que se ve que a vos os cogieron más, es que con ese espléndido halo que tenéis, cómo no…

OBISPO

Me fié de mi corazón. Segundo, y cuando se cede la coraza exterior de los nobles sentimientos cualquiera nos llega hondo.

(De repente, con encono le descarga el garrote)

Hay que darle una paliza a ese cruel adultero; una tan merecida que no pueda morir de tantos recodos como le extienda sus heridas.

(Segundo dando tumbos por doquier.)

Del veneno mismo el antídoto se destila; a palos le cagaremos todo.

(Recuperándose, Segundo se adviene a su señor más servilmente.)

Qué industria del traidor no ha ser por naturaleza perjura; y tú, que juraste por la ajena dosis, mereces que te cuelgue de los huevos.

SEGUNDO (sobándose la cabeza)

Colgadme del culo si queréis; merezco que tu viril rigor se desahogue en mis ahogos.

OBISPO

No me importa lo que mereces sino lo que quiero, y, por de pronto… Olvídalo.

SEGUNDO

Perdonadme. Mirad como mis ojos sudan esta carga. Aquí tenéis mi torso ramificado al cielo, taladle si es menester aclarar mis raíces fieles.

(El obispo le descarga otra vez su bastón.)

Ay, papaíto, que me dejáis huérfano.

OBISPO

No se te quita lo fanfarrón. Quisiera poder decapitaros a ver si tenéis cabeza para otro alarde.

SEGUNDO

Señor, jamás encabezaría otro desacato. Os juro. Golpead a este cabeza dura de nuevo, pero ten piedad de mi obediencia, que no me perdonaría que rompieras vuestro cetro en ella.

OBISPO (dándole sin recato)

Toma, toma, toma y toma…

SEGUNDO

Ay, Ay, Ay…

OBISPO (sopesando el bastón)

Creías que no la encargue para reinar aun sobre piedras.

(Indulgentemente.)

Ven acá. No temas.

(Segundo no se atreve.)

Ah, ¿es que mis súplicas no te mueven?

(Blandiendo el bastón.)

Pues a fe que también eres de corazón duro, y yo tan propicio a provocar lágrimas a los insensible como tú.

SEGUNDO (arrodillándose)

Heme aquí.

(Con los ojos cerrados.)

Decidme vuestra voluntad.

OBISPO

Quiero que busquéis a un sayón.

SEGUNDO (abriendo de a poco los ojos)

¿Un sayón?

OBISPO

Debemos conferenciar con el hampa el modo más rudo de vengar el oprobio.

SEGUNDO

Contra tantos escribió el infame, que el rey encabezará a sus súbditos contra él.

OBISPO

No quedará impune para la divina justicia lo que ha menester de lo terrenal.

SEGUNDO (de pie)

En unos de sus paseos bajo el claro de luna, le tumbaremos.

OBISPO

Aun de los testigos se sospechará el móvil.

SEGUNDO

¿Y el editor?

OBISPO

No sé si le dio tiempo de editar sus memorias; pues se olvidó de apagar la lumbre.

(Oscurece.)


Escena 5

(En una calle a la luz de una ventana.)

JUAN

¿Quién vive? Ah, no contestáis, pues de cierto que esa provocación os costará la respuesta. Y aun si sois una fantasma, de lo borracho que estoy no os cobraré barato la injuria. Venid, venid. Ah, ahora calláis, pues mis puños si que le darán tema a vuestro silencio.

PEDRO

¿Qué haces, Juan? Soy yo.

JUAN

¿Pedro? Si eres tú; hablas como Pedro y das tumbos de borracho, o ¿me engaña una trunca silueta y tu voz desanda? Ay, ¿ya estás muerto?

PEDRO

Ni estoy muerto ni vine avisar que he de morir tan lejos como viva de la taberna.

JUAN

Déjame palparte.

(Le palapa acucioso.)

Otra deformada estatura no puede armonizar con esta sombría ocasión.

PEDRO

Más que con mi voz, ¿ya te he convencido?

JUAN

No sabes el susto que me diste. Vayamos hasta esa luz.

PEDRO

¿Aún desconfías?

JUAN

No hables sino en murmullo. Recuerda que somos borrachos clandestinos. Doble es la razón para que no veamos a nuestros perseguidores.

PEDRO

¿Por qué no dejas de reparar en mí? Ahora me asustas.

JUAN

Es que también te veo doble, y, a saber, doblemente feo.

PEDRO

Pues doble es el trance, porque yo no puedo ver distinto.

JUAN

Ahora que te veo bien; eres redobladamente feo, hombre, y es redoblado el lujo que te unge así. No puede ser un bonito arte el embellecerte ni una ni dos veces ni cuales fueran las que siguen.

PEDRO

Por qué, puesto que el arte embellece.

JUAN

Cualquier ensayo es inacabado incluso por esmero en su porfía. Siempre será una mediocre audacia agotarse a medias; empezar por las taras y no rebasar tales esbozos.

PEDRO

Te guías por una superficial impresión.

JUAN

Te digo lo que veo, y doble es el examen.

PEDRO

Sólo ves esta cáscara rugosa; luego no tienes la paciencia de indagar mi belleza intestina. Y no la verás nunca como no se deje ver. Así que no avizoras sino lo mismo de tu examen.

(Amenazante.)

Quizá el monstruo se vuelva más hostil, y siempre le buscarás precisar por sus bordes.

JUAN

Calma; bien sabes que soy un portentoso ignorante, pero vuestra fiera amenaza ya me enseña que serás mi maestro seguidamente. Conforme así dicta tu sapiencia.

PEDRO

Pregunta, entonces.

JUAN

Sea lo que fuere nuestro primer juicio, puesto que comparece a tal rigor, ¿hay un secreto que subyace?

PEDRO

Ese es el fondo del asunto.

JUAN

¿Además el secreto no se revela sino por promedio de sus propios lapsos?

PEDRO

Puesto que si por excederse palpita es de impaciencia, y antes bien comparece a sí mismo con devoción perpetua.

JUAN

Ya te entiendo lo primero. A ver si te entiendo esto último.

PEDRO

Adelante.

JUAN

Por comparecer según su misma contigüidad, ¿no puede ser distinta de sí? Te lo digo porque sólo al espejo puede transigir exactamente ese trámite, o ¿acaso conoces otra virtud impersonal que le sea distintiva? Mira que yo no distingo nada.

PEDRO

No puede haberla ciertamente, porque no se justifica una imitación en razón de ningún testigo.

JUAN

Qué bueno que anticipas esta certeza. Así me allanas otras dudas.

PEDRO

Sólo vi que era contingente mi auxilio.

JUAN

Así que no puede incumbirla a alguien lo velado, a menos que por manifestación de votos intestinos se demuestre un interés.

PEDRO

Qué más debo admitir, si tanto en ello divagas.

JUAN

Perdona que te haya demorado un poco, pero sin estas prisas mías no te doy alcance nunca. Además, tiene su misterio hablar de lo que no se revela. Mira que apenas conocemos que no es distinto de sí, por lo que es igual a sí.

PEDRO

Sabia conclusión.

JUAN

¿Qué más podemos saber sin su licencia?

PEDRO

A saber, más nada.

JUAN

Luego, ¿esto es lo que se puede presumir de antemano?

PEDRO

Tal es su naturaleza.

JUAN

Puesto que no puede imitar otra forma sin exponerse al examen.

PEDRO

Exactamente.

JUAN

Entonces, si que he comprendido bien.

PEDRO

Menos mal, porque ya pierdo la paciencia.

JUAN

Te ruego que no la pierdas conmigo, porque puede que no la encuentres jamás; soy tan desordenado como bruto y nunca se sabe donde deje yo lo que ni a las trancas le entiendo. Ya se resuelve la cosa. ¿Dijiste que tal belleza intestina se halla dentro?

PEDRO

Quizá porque no me cabe creer que pueda salir.

JUAN

Y como no somos crédulos, no saldrá lo que es sólo parecido a sí.

PEDRO

Allí ha de ser vista si ha menester manifestarse.

JUAN

Luego si se ha de ver será cuanto que no sale.

PEDRO

Creo que debe ser así.

JUAN

Ahora que si no se ha visto aún, según nuestras pesquisas, es porque no la veremos directamente. ¿Cómo tomarle por belleza, entonces, si ni que sólo con ella podemos compararle dado que apenas sabemos que es igual a sí?

PEDRO

Pardiez, ya me haces un feo.

JUAN

¿Apenas su uniforme naturaleza no fue lícito conocer?

PEDRO

Sí.

JUAN

Y si está dentro, ¿no la contiene la cáscara?

PEDRO

Sí.

JUAN

Enmascarada con lo que se te figura superficial.

PEDRO

Sí.

JUAN

¿Así que se afana con los afeites que realmente conocemos?

PEDRO

Sí.

JUAN

¿Por qué querrá presentarse así ante nosotros, será porque sólo así es presentable?

PEDRO (amargamente)

Sin duda.

JUAN

Luego, si prefiere la cáscara a tener que salir de allí, es por detrás lo que no será afuera, nunca tan presentable como la superficial forma que aun de ti toleramos.

PEDRO (con despecho)

Ciertamente ha de ser feo lo que no halla mejores facciones para encubrir sus fechorías. Si que te has ensañado bien, mostrándome tan mal.

JUAN

Así, es filósofo. Tu mismo has topado con el espejo.

(Saca un espejito y se lo da.)

¿Cómo te ves? No distinto de ti, ¿verdad?

PEDRO

Yo diría que tan feo como siempre.

JUAN

Luego, ¿eres feo?

PEDRO

A fe que sí.

JUAN

¿Albergáis intestinas dudas ahora?

PEDRO

Sólo para cagarme en mi pedorra contrariedad.

(Deja caer el espejo.)

¿Y qué pesadilla ahora nos quita el sueño?

JUAN

Hay que zurrar a un orate.

PEDRO

¿Lo conoces?

JUAN

Yo no trato con locos; uno bastante cuerdo me pagó la tarea.

PEDRO

¿Cómo le conoceremos entonces?

JUAN

Es un desquiciado que sale de ese quicio, bajo el claro de luna.

PEDRO

Mira, son guardias.

JUAN

No corras. Porque nos lancearán sobre nuestras últimas huellas. Calma; somos borrachos, y mucho nos ha desvelado brindar por la salud del rey.

PEDRO

Mas no amaneceremos felices.

JUAN

Con echar la sal no vengas a sazonar tu desabrido carácter.

PEDRO

Con tanta sal se puede sazonar tu ingenio, así que a la sazón sálvanos.

JUAN (aparte)

Qué deliciosa y reconfortante puede ser una mentira con una pizca de verdad

(Entran los guardias.)

GUARDIA 1

¿Quiénes viven?

PEDRO

Unos muy vitales súbditos del rey.

JUAN (reprendiéndole)

Deja que sea yo, bruto.

GUARDIA 1 (a su compañero)

Qué dices, hombre, ¿borrachos o malandrines?

GUARDIA 2

Tal vez trafican con calumnias.

JUAN (con nuevas ínfulas de filosofar)

¿Traficar se tiene por calumnias, puesto que alguien nos calumnia? A ver si os entiendo un poco…

PEDRO

Que es audaz entendiendo poco.

GUARDIA 1

Más bien entiéndeme menos.

(Los guardias dan a Juan de garrotazos.)

JUAN

Ay… en la cabeza no.

PEDRO

Qué es un portentoso ignorante.

(A empellones se los llevan.)




TELÓN
















A C T O I V


Escena 1


BASILIA (gravemente)

Que es faena de criado descontar su crianza hasta que sólo el vigor de agradecer al amo le anime. Que si ir y venir le adentra a uno a su estrecho e incómodo dominio, porque al asomo de un cachito nomás… de uno tan solo, ay, tan mal nos juzgan que peor nos condenan. Son leyes de los hombres el que el rey encabece la corona y que el villano, por encabezar la excepción, pierda la cabeza, pues hay que estar loco para pensar que sin ella se piensa mejor. Pero dejemos la filosofía al señor Julio, que al menos algo distraiga su idiotez. ¡Qué cabeza hueca! Aunque no sé cómo desde el vacío echan raíces sus cuernos, que de tan frondosos ya tientan al cielo temerariamente. Es un enigma.

(Meditabunda, mientras limpia el polvo del gabinete.)

Como lo es el que una mota, tras caer de lo alto, no haya caído antes; de más abajito según le era menester topar el fondo de su descenso. Si una respuesta convoca la razón de su origen; luego, ¿la pregunta está inconclusa? Qué pregunta me hago, mujer. Dios no responde por la suerte de un blasfemo. Ay, son cosas de los vivos anegar sus lágrimas en otras cuitas, pero ni esta plañidera vida de vivirla alegremente favorece mi semblante. ¿De qué me quejo? No me tumbarán sino muerta, con que pueda alumbrar lo que esa sombra frunce, ay, entonces sí que mi resplandor será de virgen. ¿Acaso no compadezco al cornudo y tengo piedad también de quienes lo burlan en el ruedo? Pues tan buen cristiano no puede fundar mal sus esperanzas. Cuando la muerte te deje en el hueso, ya no será carnal la sonrisa que alegre tu espíritu.

(Tocan a la puerta.)

Quien toca a la puerta no puede tener llave; es contrato de este laberinto entrar con llave quien en sus recodos la pierda. Ha de ser el charlatán, entonces. Pica acá y pica allá. Sea sangre azul o verde en rojo la deja por dejar lo menos.

(Abre la puerta.)

Ah, si es el facultativo.

ESCULAPIO

Facultad que me confiere tu rolliza belleza.

BASILIA

Es bastante pesado vuestro piropo.

ESCULAPIO

Déjame aligerarle, entonces.

BASILIA

Qué intenciones desnudáis, señor.

ESCULAPIO

¿No me has hecho ojitos desde que llegue?

BASILIA

Tendría que haber sido ciega.

ESCULAPIO

Luego no me tientes, que te doy el garrote.

BASILIA

Fácil será castraros como os coja a tientas.

ESCULAPIO

¿Tan peluda me pintas tu pelona?

BASILIA

Muy peliaguda para vos.

ESCULAPIO

¡Qué retruécano!

BASILIA

Ah, y ahora se trueca vuestro gusto a sodomita.

ESCULAPIO

Vuestra ignorancia ilustra mi imaginación.

BASILIA

Vuestras babosadas me resbalan

ESCULAPIO

Y aún no te lamo.

BASILIA (jadeando)

¿Por qué jadeáis?

ESCULAPIO

Quiero tomar un segundo aire.

BASILIA

¿Para ahogaros otra vez?

ESCULAPIO (ya vencido, deja de tutearle)

¿Y vuestra señora?

BASILIA

En la iglesia.

ESCULAPIO

Estás sola, y me convidas.

BASILIA

Ni sola estoy ni os convido a mi soledad.

ESCULAPIO

El loco no cuenta.

BASILIA

Pero para descontarle venís.

ESCULAPIO

Ese es otro cuento del que no me pagan nada.

BASILIA

¿Y el hermano?

ESCULAPIO

Ah, por el estás reacia.

BASILIA

¿Estáis celoso?

ESCULAPIO

¿Y te importa?

BASILIA

Como os de pie, bien hallasteis la horma de vuestro calzado.

ESCULAPIO

Me alegra que desandes lo dicho, por que sólo el loco tercia. A Mayo lo vi en la plaza.

BASILIA

Luego…

ESCULAPIO (correteándola)

Te ves pálida, Basilia.

BASILIA

Es que me dejáis sin aliento.

ESCULAPIO

Ah, otro síntoma; convendría que te ausculte toda. Déjame palparte entonces hasta en espíritu.

BASILIA (sacándosele)

Me hacéis cosquilla.

ESCULAPIO

No me hagas reír, que es de seriedad la cosa.

BASILIA

Y os frunce ceño.

ESCULAPIO

Ven. Ven

BASILIA

Me pellizcáis.

ESCULAPIO

Con unas pizcas te condimento el caldo.

BASILIA

Me tocáis el culo, señor.

ESCULAPIO (con irónica gravedad)

No os caguéis, que no hallo mal. Sois recia y saludable.

(Osa en el escote.)

Se siente bien aquí, ¿verdad?

BASILIA

Decídmelo vos.

(Quitándose.)

Aunque no tengo corazón para negaros un despecho.

ESCULAPIO

¿Por qué huyes, cobarde?

BASILIA

Porque un cobarde me persigue; soy recia y con salud, ventaja le sacaré a vuestro régimen.

ESCULAPIO

¿Así, a sangre fría, me dejaréis en mi sangre hirviendo?

BASILIA

Quizá una sangría os airee un poco. Voy por mi señor.

(Sale.)


Escena 2

(Entra Julio, seguido de Basilia.)

JULIO

Bienvenido Esculapio. Si todavía os recibo es porque no tendré que pagar más de cuanto nada os he pagado en mi terapia. Ya mi mujer me confesó que le debíais unos favores y que, si no gratis, al menos no gastaremos más por cobraros. Pero no soy un tonto como para que tan económico escrúpulo por nada me cueste la vida, ay, con lo que me ha costado vivirla, que ya no tengo ni para morirme. Menos a un vividor le he de mostrar un quilate.

ESCULAPIO

No tenéis que abusar de vuestra cordialidad. Mirad que yo jamás seguiría ese ejemplo. Más bien estoy en deuda con vos, y como vos lo dijerais…

(Mirando concupiscentemente a Basilia.)

No sólo de pan vive el hombre.

JULIO

Entonces, proceded de prisa, que me apura despacharos antes del almuerzo.

ESCULAPIO

Os veis bien para empezar.

JULIO

Terminad pronto como empezasteis.

ESCULAPIO

Veo que habéis roto el ayuno, afortunadamente. Antes de que no hubiera sino huesos que quebrar.

BASILIA

De tan flaco echabais de ver, que daba pena veros. ¿No os avergonzabais por vos mismo, señor?

JULIO

Luego, ¿cómo iba avergonzarme de tan poco?

(De repente.)

Y a ti, mujer, ¿quién te dio vela en este entierro?

BASILIA

Es que por no alumbraros temí vuestro luto. Ya veis cuánto os estimo.

ESCULAPIO

Dejad de complicar a vuestro amo; y auxiliadme en el desnudo.

(Ambos se ponen a desnudar a Julio.)

BASILIA (afanosa)

Estas mangas salen con grasa y ungidas de revés. Hay que buscar los santos óleos.

ESCULAPIO (le arenga, mientras aprovecha en manosearla)

Tirad más fuerte.

BASILIA (con ojeriza ve al médico)

Qué moda la vuestra, señor… la de ir tan fiel a tercas fachas.

(En el afán aprovecha de abofetear a Esculapio.)

Una mortaja os ceñiría con más holgura, y a lo eterno para cambiar el hábito.

(Al fin le quitan la camisa.)

ESCULAPIO (sobándose)

Bien, vuestro pecho es franco.

JULIO

Y si os es tal, ¿cómo seguís aquí?

ESCULAPIO (mirando a Basilia)

Eso es un misterio que aún no se me muestra.

JULIO

Pues a fe que no esconde sus vergüenzas.

ESCULAPIO (siempre mirando a Basilia.)

Y si vierais que la parra me las ha vedado.

BASILIA (señalando a Julio.)

¿No os debería ocupar este corazón?

ESCULAPIO (contrariado se pone en él)

Esto que escucho se oye mal. También la fe mermó vuestra voz.

(Mientras lo ausculta.)

Veo que habéis escrito a contramano, pues se me figura que será adverso volver la mano contra quien empuño la vuestra. En la calle se dice que aun por haber escrito vuestro destino no fue sensato tentar al clero ni al rey ni a muchos infinitos otros. Tranquilizaos de la medicina; es una ciencia que incluso su vilipendio estudia sosegadamente.

JULIO

Más bien a pinchazos.

ESCULAPIO

¿Cómo vais con la carne, puesto que carnal fue subir de peso?

(Mirando a Basilia.)

¿Habéis intimado en el lecho?

JULIO

¿Y no se os suben los colores a la cara?

BASILIA (aparte)

Está pálido de los celos.

ESCULAPIO

Son pesquisas médicas que tras tantear descubren lo que aún no se ve.

BASILIA (aparte)

Manoséame en el enfermo, que en mí no os veréis con tus manos ni sin ellas.

JULIO

Pues esto de ir a tientas no le veo el fin, pero al fin acabaré como os vayáis pronto. Vivimos en Sodoma, Esculapio, y los forasteros que veis por allí son de Gomorra; si Lot fue virtuoso en el incestuoso exilio, ¿yo no podría serlo en la patriótica abstinencia? Me casé como un desafío, y en este matrimonio la castidad fue mi raro exceso. Pero cuando vi a mi mujer, conforme abrí los ojos fuera de esta estancia, me enamoré sin hallar entre las sábanas un sueño mayor que el desvelarme en pos de sus horas en vela.

(Basilia en un rincón contiene la risa.)

Apenas en la primera noche quité el velo llevado en el altar y vi una virgen piadosa que de rodilla, y con las manos alzadas al cielo, me rogaba el milagro de que la desflorase sin piedad; pues aquellos pétalos juntos no halagaban sino a los habladores y eran para ella el ornato de un antiguo sepulcro. Comprobé, en el rito nupcial, que la había desesperado un marido imperturbable. Si ello no era su calma, el límite de mi paciencia al fin lo iba ser.

(Esculapio, que no conoce la risa de Basilia, se la atribuye en su perjuicio.)

Ay, sabe Dios cuántas de sus lágrimas tuvo que sazonar con las suya mi hermano, para que ella no luciese desaliñada ante los ojos del vecino.

BASILIA (aparte)

Así es vuestra suerte; qué salado sois.

ESCULAPIO

Así que una luna de miel colma vuestro horóscopo nocturno, pero de cierto os digo que debéis tasar lo dulce. Decidle a vuestra mujer que hasta la flor más espléndida destila lo indispensable; pues una desmesura empalagará vuestro aguijón.

BASILIA

Con qué amargura habláis.

(Aparte)

Que se pique solo. Al menos solo seréis mayoría.

JULIO (que ignora lo marital)

Creéis que tanto jaleo…

ESCULAPIO

A falta de dormir en horas frescas, arderéis en delirio otra vez.

BASILIA (aparte)

La calentura de procurarme ya os mermó en rabia.

JULIO

¿Abstinencia, entonces?

ESCULAPIO (con despecho)

Vamos, mujer, venid. Cubridle ya.

(A Julio.)

La castidad, señor, fue el voto que decidía vuestra virtud, ser parcial de su antigüedad os conviene. Por de pronto…

(Mirando a Basilia.)

Mientras dure lo presente el porvenir no nos será arisco.

JULIO

Bien, ya es hora de comer, Basilia.

ESCULAPIO (inocentemente, creyéndose invitado)

Y yo que muero de hambre.

JULIO

Bajo mi techo no moriréis, ante os despacho para que viváis todo lo más afuera. “No sólo de pan vive el hombre.”

BASILIA

Y con el pan que no comeréis sólo podéis ser longevo afuera.

ESCULAPIO (contrariado, se recupera en el régimen que dio efecto)

¡Abstinencia, señor! Que vuestra criada vele a vuestra mujer.

(Entra Abril.)


Escena 3

BASILIA

Señora, el faculto al fin recomienda el régimen salvador.

(A Julio.)

Es curioso que sea el mismo que os perdiese.

(Otra vez a su señora.)

El hijo pródigo, que es el no engendrarle, al fin vuelve a casa; no le reprochéis su ausencia, más bien matadle un cabrito gordo.

JULIO

Absteneos vos de vulgarizar lo que no es de vuestro entendimiento.

ESCULAPIO

Cómo os atrevéis.

BASILIA

Cómo me reprendéis vos, si esto de la abstinencia también me sienta bien.

ESCULAPIO (aparte)

Quisiera ver como os sienta el que os tumbéis en mí.

ABRIL

Callaos todo.

ESCULAPIO (contrariado)

Qué importuna criada pone palabras soeces en mi boca.

BASILIA (a Esculapio, casi en la boca)

Es mi único modo de besaros.

ABRIL
Basta ya.

ESCULAPIO (llamando aparte a Abril)

Vuestro marido, señora, que aquí veis cubierto con una tosca lana…

(Se vuelve a ver a Julio.)

Dormitando al parecer por tantos desvelos, tiene un curioso mal cuyo fin eclipsa su mismo germen. Y en mi vida he visto que se devalúe el rescate de esa adversa conjunción.

(Mirando los patricios muros.)

Aunque a guía de esta comodidad no nos será enojoso conseguir su benéfico descanso.

(Aparte.)

Y este afán mío sería mejor que trabajar.

(Devanando sus intenciones.)

No debe escatimarse nada que al cambio torne pimpollos de la mortal naturaleza en savia milagrosa. Yo, hombre de las ciencias, que como sabéis os ahorre con harto celo la constancia de recordar una propina, sumo, pues, mi fe y mi avaro altruismo a vuestras arcas. Ya es momento, señora, que con ese acopio se sufrague mis artes más allá del mecenazgo original. Si al punto no sobreviene una mejoría, lo que se me figura por sentado, de pie os he decir que lo mejor será no empeorar nuestras esperanzas. Tan cómodo vivís, que esperaremos con gratitud a que el cielo se apiade de nuestro querido Julio.

ABRIL (iracunda)

¡Fuera de aquí, charlatán! ¡Fuera!

(Los gritos despiertan a Julio.)

¡Fuera!

ESCULAPIO

Pero, señora…

ABRIL

Ay, y pensar que las sobras de mi mesa nutrieron el apetito vuestro de espolearnos. Y ahora queréis afanar el postre de tal gula. ¡Fuera!

(A su esposo aturdido, que buscaba atinar en la airada conversación.)

Ay, esposo, era a vuestro mal, por mi parte demencialmente incomprendido, que debí tomar consejo. ¡Con cuánta lucidez profetizó mi clarividencia!

ESCULAPIO

Pero os equivocáis en esas fórmulas…

(A Basilia.)

Podéis contagiaros de su mismo albur.

BASILIA

Ya no tiene gracia vuestra visita, y creedme que no es un chiste…

(Riéndose.)

Sólo queda reírse de ti.

ESCULAPIO (escrutando el semblante conturbado)

A ver que dice el señor.

ABRIL

¡Fuera!

ESCULAPIO (a la esposa como si Julio no estuviese allí)

Sabéis que buscaba su bien. Él necesita que se le oficie un bautismal renacimiento.

(Julio, tras distraerse en la disputa, se vuelve a dormir.)

ABRIL (sopesa un candelabro)

¿Y para eso naceríais nuevamente?

ESCULAPIO

Si pongo un pie afuera, señora…

ABRIL
Creedme que el de dentro lo arrojaré encima.

ESCULAPIO

Maldigo esta casa de la que afrentosamente se me expulsa.

BASILIA (triunfal)

Qué risa me dais; vuestras maldiciones sólo cosquillas me hacen.

(Sale Esculapio rojo de cólera.)


Escena 4

ABRIL

Esposo, qué insensata fui al contrariar obstinadamente vuestra locura, lo que también supone que prefiera de ese mismo juicio la prorroga de tu salud. Sí, me guíe por la esperanza de que terrenales usurpadores de los retrasos del cielo recetasen, además, la dosis del urgente brindis. Confié en que el latín de estos falsarios era la virtud post-mortem de la iglesia. Ay, Dios sabe qué arrepentimiento me embrutece ahora. ¿Por qué no me fié del prejuicio, que por anticipado en la costumbre de los hombres conoce los detalles antes que la razón de quien se inventa un mayor talento? ¿Por qué no perdoné a mis deudores con olvidar que pude ser misericordiosa con sus carencias? Ahora te veo peor, querido, cuanto que tus rollizos mofletes penden de un abultado mal. Tan colorado estás que en tanto tinte se ahogan tus rubores. El espejo con asco te colma tus mismos ojos que escrutadoramente lamentan el ultraje.

BASILIA

Y a mi no me guiñéis que no soy vuestro cómplice.

ABRIL

Largo de aquí, Basilia. Amarra tu lengua a la oración, que si bien atada así se indulta a tu silencio.

BASILIA

¿Y cómo me demudo en llamar a Mayo?

ABRIL

Llámale, pecadora.

BASILIA

No más, que tras tanta riña el cansancio que os dividió os caza juntos. Conocí a unos esponsales que rivalizaron en la misma ceremonia, y era tanto la mutua inquina que se sacaron los ojos, pero luego a tientas se amaban devotamente. Tan arrepentidos se acariciaban, señora, que enternecía ver lo ciego que fueron quienes ahora menos se veían.

ABRIL (exasperada)

Ay, mujer…

(Se despierta Julio. Sale Basilia.)

JULIO

Abril, soñé que engordaba más y que a mis mofletes les era menester unas cuantas sangrías. ¿Dónde está el faculto? Su ciencia poco sabe de mi cuerpo, sin embargo…

ABRIL

El peso que te rebasa había de colmar al fin su brindis. ¿Acaso por engordarte no iba celebrar su festín?

JULIO

¿El ayuno, entonces? No importa. Mientras pueda alucinar con otro apocalipsis, no acabaré peor de cómo haya empezado. Los teólogos parciales de mi estudio se han de dividir en dos censos entrañablemente contradictorios. A saber; quienes me recuerden enjuto y quienes esta estampan glorifiquen.

ABRIL

Otra vez la Biblia; siempre la Biblia. El libro de la virtud extravió tu senda.

JULIO

Mujer, ves al hombre preclaro como una excepción de la cordura y no observas que la grey que adversa su clarividente virtud es la excepción de su santidad.

ABRIL

¿Entiendes lo que pregonas? Porque lo dices con una cara de bruto que da que pensar.

JULIO (absurdamente)

No sólo de pan vive el hombre… quiero decir, mujer…

ABRIL

De nuevo la Biblia… ¡Qué remedio cabe contigo? Desde los tiempos de Adán no se ha visto oveja más descarriada.

(Aparte.)

Quizá me liberé un sacrificio, pero qué sacrificada vida me espera por troncharte sin antes trasquilar la lana.

JULIO (levantándose.)

Hasta que no me veáis el espinazo, no me comprenderéis.

ABRIL

Entonces, ¿cuál es vuestro testamento, el antiguo o el nuevo? Dímelo ya, así preciso el luto de menos despilfarro. Puesto que haré viuda, conviene que mi esposo haga de profeta.

(Oscurece.)


Escena 5

MAYO

Ya no se puede vivir en esta casa.

BASILIA

Ha de ser porque como vividor os morís de hambre.

MAYO

No os figuréis tal, si tengo mi talento, y anticipo que morir afuera, a la intemperie, es peor calamidad que mortificarme bajo el techo de mi mezquino hermano.

BASILIA

Veo que ya resolvéis el dilema.

MAYO

Nunca fui santo de tu devoción, ¿verdad?

BASILIA

Y yo tampoco fui vuestra virgen.

MAYO (irónico)

Mira que de milagro no me doy cuenta.

BASILIA (desafiante)

¿Ah, sí? A fruncir en alumbre a vuestra boca, como queráis convidar otra vez la mía.

MAYO

Lo dicho, como cuesta vivir aquí. Un tauro, según el horóscopo nupcial, que si empeora desfigura también a nuestra estrella regente; una mujer que ni en punto de Venecia le finiquita sus escrúpulos y, como brillo de este ajuar, una criada con oscuros sentimientos. Qué vengo a figurar entre vosotros, sino un mártir cuya abnegación os salve del oprobioso descalabro.

BASILIA

Y como no dejáis mendrugo con que armarse contra vos, sobra contradeciros.

MAYO

Y lo que sobre va de postre.

BASILIA

Bien lo decís. ¿No os mete en cintura las migajas de esa dieta? Se os ve tan entallado que por vuestro ombligo cabéis con vuestra fama.

MAYO

Salida triunfal perdonar a mis enemigos por donde quepa con mi sombra.

BASILIA

Vinisteis a usurpar la hacienda de vuestro hermano, pero su avaricia os heredó sólo costumbre de tasar el hambre.

MAYO

Me juzgas un bellaco, porque le robe el corazón a ambas, mas el desliz tuyo encarna con odio el mismo delito que injustamente agraváis para ruina de este sincero amante. ¿Acaso no me robas las ganas de atesorar tu corazón por más tiempo? He aquí que te lo restituyo en su tiranía, tómalo como la última prenda de mi despecho.

BASILIA

Para ser tan presumido ya os queda muy poco; a saber, la fuga. La señora Abril ya se apareó con su marido; y de tan afines como ya comparten sus manías, no sé qué caprichosa criatura heredará lo oculto.

MAYO

Llama a tu señora.

BASILIA

Ah, ahora si os preocupáis.

MAYO

Sí frunzo ceño es porque ya me agrian tus calumnias. Mañana marcharé de aquí, son los votos de mi espíritu andariego. Juro que así será, y de ser perjuro será por voluntad de Abril. Llámala, que ya el sueño me vence y no quiero despertar vencido.

BASILIA

Quisiera ver que fuerais tan fiel a vuestro juramente como infiel al perjurio. Lo que de cierto de estos dos, que son mis amos, no sacaréis sino mi suerte.

MAYO

Tal vez rehuir del sacrificio es el generoso obsequio de mi valentía. Después de todo, la incertidumbre futura ya concuerda con estos testimonios, si tal santifica tu ama entonces partiré al amanecer, antes que esta noticia despierte a mi hermano.

BASILIA

Será mi sueño que esa noticia temprano me despierte.

MAYO (de una nalgada)

Vamos ve por tu señora.

(Tras un pedo, Basilia sale.)

MAYO

¡Pazpuerca!

(Tras una pausa.)

Mi ansiedad ya se había figurado a este profeta, con lo pedorro de su crianza; y cual jactancioso lo temí afinó su garganta a mis primeras dudas.

(Tras una pausa.)

Cómo no pude antes con acopiar un robo. Pero, ¿zurrarle las costillas a mi hermano realmente le hubiera obligado a declarar sus arcas, o más bien abrillantaría su obcecada divinidad? Si de un loco saqué nada; de un par sacaré el doble, de tres, por contar con Basilia, el triple; y no es buen trámite sacar tanto de lo que así le sobra a todos. Pero si hay un ardid que he aprendido en mis afanes de tahúr, es que por porfiar a la lógica os ganáis la admiración y luego, tal vez, el favor de un loco. ¡Qué la cuñada no acuñe al quicio una sentencia adversa! Un dintel abierto es mi única salida honorable a este laborioso laberinto. En pos de aconsejar, a cada ser lo sigue su epitafio, le va a la saga, furtivamente, bajo rigor del cielo sin ganar un atisbo de quien busca prevenir, pero cuando al fin da alcance a su discípulo, ah, éste se cierra en la misma pétrea intransigencia de la enseñanza: qué consuelo breve es ser eterno en la memoria de un mortal. Así los civilizaciones erigen un monumento a la barbarie, que celebrado es en la ordinaria costumbre del duelo.

(De súbito.)

Pero cuando me enriquezca, bástale así a mi egoísta virtud, mitigo mis dolores, que es lo más para quien sufre lo pasajero. Con una cuenta de oro ya prometido tendré para sobornar mi estrella. Callad, que aquí viene la señora, y harto interminable se me hará explicar tan breve teología.

(Entra Abril.)

ABRIL

Qué alegría que te vea, mi señor. Al llanto le sazonas una mejor suerte.

MAYO

Qué chistosas son tus lágrimas entonces.

ABRIL

Malvado, ya tu burla no es mi consuelo.

MAYO

Perdona, Abril, quise festejar tu ánimo.

ABRIL

Si te hace feliz la fiesta, celebra también las advenedizas sonrisas de una desgraciada.

MAYO

¿Te duele sonreírme, entonces?

ABRIL

Qué mi dolor me enserie.

MAYO

No me resigno que el apocalíptico sol de mi hermano te torne también en luto.

ABRIL

Perdona, querido.

MAYO

Perdonada estás.

ABRIL

Embriágate de mis lágrimas y celebremos ambos, que no sea mi derroche el que censure el tuyo.

MAYO (aparte)

¿Qué resaca aguarda mi amanecer?

ABRIL

Bésame.

MAYO (besándola)

¿Entonces me despides con una notable bienvenida?

ABRIL

Qué dices.

MAYO (dramáticamente)

Que parto, señora mía, al exilio que con tantos nombres me difama. Entre mis burladores de siempre, rogaré por un hogar.

ABRIL

Cómo dices. Con qué viril empeño, con qué piadoso amor, lidiaré las carestías de esta casa.

MAYO

Cuando falta mucho porque vivir; ni soy viril ni soy piadoso.

ABRIL

Pero…

MAYO

Déjame que lo piense.

ABRIL

Entonces de mi parte ya está pensado…

MAYO

¿Qué?

ABRIL

Que es mejor que te vayáis, porque este corazón mío…


(Oscurece.)


TELÓN








A C T O V




Escena 1

(Golpean a la puerta.)

BASILIA

Señora, esos golpes a la puerta presagian una borrasca que le disputará el cielo a vuestras oraciones. Escuchad, ¿qué milagro puede venir en nuestro favor de donde no hay resquicio?

(Golpean.)

Quien golpea así, ay, a golpes se le enseñó la violencia de las leyes, y no podéis vedar su ímpetu con el himen de este inocente dintel.

ABRIL

Abre, entonces. Quizá tu cobardía procure al fin un triunfal efugio.

BASILIA

Vuestra brío, señora, conmociona mi alma de perfil entero. Mirad como mis ojos los nubla la ternura de vuestra suerte.

ABRIL

Son los bostezos, perezosa, que te hacen saltar las lágrimas. Temes que aun por tanto berrinche no tengáis respiro en mis ahogos. Ay, si Mayo estuviera conmigo, sus difamadores al menos…

(Con más violencia llaman a la puerta.)

GUARDIA 1

En nombre del rey, abrid.

GUARDIA 2

Mirad que su renombre es forzar lo que cerráis.

ABRIL

¿La corona?

BASILIA

Ya se coronó mi profecía.

ABRIL

Vamos, mujer. Abre pronto. Los súbditos no abdican, y este solo derecho nos da la ocasión de cumplir nuevos deberes en un plazo donde el ocio perfecciona los detalles.

BASILA

Pero…

ABRIL
Abre.

(Basilia va abrir. Entran los guardias.)

GUARDIA 1

Vos, ¿sois la esposa de quien buscamos?

BASILIA (impertinentemente)

Si lo encontráis en su lecho, débil e inocente, forzáis la puerta que no os incumbe.

GUARDIA 2

Entonces, ¿lo ocultáis?

GUARDIA 1

Luego, conocéis los cargos que en volandas lo cargarán a la mazmorra.

ABRIL

¿De qué habláis, guardias? Venís a mi hogar, golpeáis mi puerta como si reprimierais a un esclavo insurgente, y en tal prólogo de vuestra pasión, al parecer sólo justificada por el vicio, omitís hasta el parco saludo militar. Para venir en nombre del rey, mancilláis su fama.

BASILIA

Señora, no agravéis.

ABRIL

No enseñes tanta cobardía a estos entendidos cobardes.

GUARDIA 1

Ya os hemos escuchado lo suficiente para oír además que sois sorda a nuestro deber.

ABRIL

Confundís a mi marido con un canalla ya en fuga, quizá, según lo sigue su esposa en temple y ánimo. De puerta en puerta os abro la mía, pero no soy hospitalaria para vuestro equívoco. Sabed que Julio es allegado de la corte, cual más cerca sus versos loan al rey; y como no desistáis en perseverar por fuerza del error, sólo vuestra muerte, unigénita de incestuosas torturas en carne viva, ha de concordar con vuestro desacato. Fuera de mi casa; no me confundáis con mi malicioso y pendenciero prójimo, que bien merece el rigor de vuestro deber y no el descuido que os hace malvado a la gente honesta.

GUARDIA 1 (a su compañero)

¿Buscamos a un tal Julio?

GUARDIA 2

Tal es así.

GUARDIA 1

No debemos demorar en apresarle, ¿verdad?

GUARDIA 2

No, porque nos agostan el lomo.

ABRIL

¿Qué cargos se le imputan?

GUARDIA 1

A una traza, conspirar contra la monarquía.

GUARDIA 2 (a la criada)

Y vos mujer id por vuestro señor.

GUARDIA 1

Se demora mucho lo que es costumbre verle antes.

ABRIL

¿Qué es ello, puesto que he de saberlo pronto?

GUARDIA 2

A saber, lo temprano.

GUARDIA 1

¿O preferís lo “después”? Después no os quejéis del crepúsculo. Eso que llamáis “nunca”, y cuyo gemelo es “jamás”, siempre condena las esperanza de los conjurados.

ABRIL

¿Cómo os atrevéis?

GUARDIA 1

Es que somos muy audaces contra quienes ya están perdido.

GUARDIA 2

Pues encontrarles así es nuestra temeridad.

ABRIL

Atreveos, pues, a encontrar a vuestra perdición.

GUARDIA 1

Señora, ¿me obligáis a reñir con mujeres?

ABRIL

No os obligo a menos.

GUARDIA 2

Que se nos obligue siempre nos hace ir de mal modo.

ABRIL

Ganas no os quedarán de volver peor.

BASILIA

Señora, aun por equivocados no os equivoquéis con ellos.

GUARDIA 1

Obedeced a vuestra criada, que no es tan tonta como para omitir este mandato que ya os intima.

ABRIL

Fuera de aquí, Basilia. Así tenga que deshacer los emblemas en el mismo pecho de estos cobardes, no permitiré que el rey se humille para disculpar sus bufones.

GUARDIA 1 (amenazante)

Creedme que no es para broma estos cascabeles que escucháis.

GUARDIA (dispuestos a la violencia)

Y ya el veneno me amarga la paciencia.

(Entra Julio ceremoniosamente.)

JULIO

Alto. Aquí tenéis por quien vinisteis.

BASILIA

Señor, al fin salís del trance.

JULIO

Apresad a este mártir.

ABRIL

Qué dices, hombre. Qué turbó vuestro sosegado delirio.

JULIO

Al inocente se le coge de su aureola.

ABRIL

Y por cogeros tanto por allí, como que le agarrasteis gusto al desdoro. Vienen estos a errar de puerta y tú con abrir…

GUARDIA 1

En nombre del rey que ni se os nombre.

ABRIL

Me avergonzáis…

(Entre sollozos.)

Pero que ningún otro rubor avive tanto luto.

(Las mujeres se juntan en el llanto.)

JULIO

Mujeres, no lloréis por mí; llorad por quienes contrariaron vuestro ejemplo, pues al contradeciros conciben también una prolongación de su desventura. En estos días en que todo el mundo pare para salvar al menos a su hijo pródigo, bendita seréis vosotras las yermas entre las otras mujeres. Hasta los ángeles que principien los clarines del desorden esto os dirán al oído. Ay, sólo vosotras alumbraréis entre los lujos que el infanticidio deje. Ya se remonta el eclipse.

BASILIA (llorando)

Pobre loco, tantos libros lo tapan tanto.

(Los guardias toman al reo.)

GUARDIA 2

Qué bonito. Adiós, mujeres. Como quiero para mí esa elocuencia.

GUARDIA 1

Ya es tarde, bruto, y esperar otra lección nos enseña que apurar nuestra ignorancia nos conviene más.

(Salen los guardias con su reo.)

ABRIL

Encerré a mi loco para cerrar las bocas de la maledicencia, y que ya se le cambie de encierro abre mi tumba a la medida de esas bocas. Ay, acarrearé la cruz que este orate me marco para blanco ajeno.

BASILIA

Calmad, señora, el rey gusta de los locos, ya veis cuanto le divierten en la corte.

ABRIL (ensimismada en su dolor)

También perdí su hacienda, y que despecho ha de consolarme si jamás encontraré lo perdido. Ahora que estoy encinta, ay, con lo que sobre del ovillo erigiré también la mortaja.

BASILIA (sorprendida)

¿Vos, señora, encinta?

(Oscurece.)


Escena 2

(En la cárcel.)

JUAN (con la camaradería de su jerga carcelaria)

Íbamos a apalear a un tipo en despojo de lo que le distinguía; ya sabéis, dejarle en claro como quedaran sus ojos vueltos al otro mundo. Pero que no le pudimos echar garra.

PEDRO (disculpándose)

No es que seamos unos homicidas, pero es célebre que el miedo siempre se le va la mano cuando busca quedar a mano con el valor.

JUAN

Frente a un tercio nuestras caras virtudes nos tercian, y tú, hombre de mollera sosa, te rebajas a la huera sonoridad de tus huevos. Pues a fe que somos unos asesinos, válgame las almas que desalmado nos pintan, si no; matar no es nuestro nombre de pila, dicho sea con verdad, pero como nos apode en el trajín, a mano diestra y a siniestra mano, que es el derecho de nos, le torcemos el pescuezo al más profeta.

(Se echa a reír.)

JULIO

Ah, con qué maldad os animáis a confesar lo malo, y tal alarde os demora en otro crimen.

JUAN

Santurrones así conozco de a montón. Con muchos he transigido un muertito apenas por una mala paga. Quizá el infierno con su lumbre cuide mis pasos entre muchos venerables, pero no me iré sin figurar el cielo, porque si con alguna gente tranzo es con santurrones, que por salvar su fama mi fama no descuidan.

PEDRO (con risa nerviosa)

Aunque sabed que injustamente nos han confinado. Sin perpetrar lo que en un brindis resolvimos, a golpes de los guardias se nos ungió la traza de culpables.

JULIO (más con Pedro)

Si aún al altísimo teméis, vuestros pecados aún no se rebajan tanto.

JUAN

Que se van a rebajar los pecados de éste, si vierais cómo cotiza su enanismo.

JULIO

¡Impío!

JUAN

Aunque muy rezandero nos salió este diablillo. A fe que lo digo yo. Una vez, en cuaresma, las rodillas le voltearon de un trancazo, hasta el mismo revés de sus ciegas cuencas. Y tanto le volteó el santo el garrote, que para pedir a tientas el milagrito de enderezarse se tenía que hincar de revés. Tamaña contrariedad por mínima medida, pero el milagro era, si había de haberlo en aquel trance, poder salvar la fe de esa paradoja.

(Estalla en risa.)

JULIO

¡Blasfemia!

JUAN (riéndose)

Callad, no gritéis tanto que nos puede ir peor como os escuchen allá arriba.

PEDRO

Deja en paz al pobre hombre; él sinceramente no es como nosotros.

JUAN

Sinceramente descreo de los hipócritas, es la capital ley de mi hipocresía.

PEDRO

Déjale en paz.

JUAN

Pero si para ello ha menester que le sacuda a latigazos.

JULIO (a Pedro)

Vos, sois distinto de él. Entre ladrones, el corazón me habéis robado.

JUAN (riéndose)

Ya se afanó vuestro corazón; tened la ajena corazonada de que no será lo último.

JULIO (concentrándose en Pedro)

¡Distinto sois!

JUAN

Quién se le asemeja por feo que le imite. Porque este lo intestino… que os digo, que os digo, caballero, que…

PEDRO (con el candor de rebelarse)

Calla, hombre.

JULIO

Acercaos, buen hombre, que al fin se acerca el fin.

JUAN (ahogado en una vigorosa risa)

Entonces qué final feliz el vuestro.

(Desde afuera.)

GUARDIA

Vosotros, malandrines, abandonad al profeta, si no queréis que un ruinoso porvenir sea el que os traiga de nuevo.

JUAN

Luego, ¿nos largáis?

(Con irónico ademán.)

¡Bendito sea Dios!

(Pedro no quiere apartarse de Julio.)

PEDRO

Pero… ¿y vos, maestro?

JULIO

No temáis, buen hombre.

JUAN

¿Tanto le pedís a este cobarde?

GUARDIA (abriendo la reja)

Dejad de parlotear, y venid.

(Oscurece.)


Escena 3

(Tasando sus monedas.)

MAYO

Qué poco brilla el oro que pudo ser y no fue. Aunque no me deslumbre mucho, sus efigies tintinean delante de mis soñadores ojos.

(Con las monedas.)

Tin-tin; así cantan las espadas en pugna de perlas orientales. Tin-tin; así repica el cencerro del cabrito más gordo. Tin-tin; así los cascabeles del bufón con la corona del rey pactan la comedia. Tin-tin; así el herrero forja, como en el puñal o en la cruz, la sordera que no teme maldiciones.

(Tocan a la puerta.)

Ay, pero todavía así suena la aldaba de mi desdichado retiro.

(Yendo a la puerta.)

¿Quién anda allí?

ABRIL

Soy yo, Mayo.

MAYO

Quién puede ser yo, sino el mismísimo yo; es decir, yo… yo que me guardo de vuestra impostura aquí adentro.

(Se ríe.)

BASILIA

Abrid, es vuestra cuñada.

ABRIL

Ay, ahora el dolor nos liga incestuosamente.

MAYO (guardando las monedas con parsimonia)

Ya os abro.

(Va a la puerta.)

Tenéis suerte de que aún me encontréis aquí; yo que vosotras me iría a rendir dados en un garito.

(Abre la puerta. Aparecen las mujeres con fachas irreconocibles.)

ABRIL (echándose sobre su amante)

Que esa única estrella en medio del cielo adverso no la velen mis oraciones.

MAYO

¿Cómo llegáis vestidas en esa traza?

ABRIL

Mis vecinos no me iban a reconocer en el dolor; no verían que mis lágrimas decoloran las vestimentas que antes envidiaron.

MAYO

¿Qué os hace ostentar la moda de vuestra frívola desgracia entre mis carencias? ¿Queréis que os envidie también? ¿No me aparté de vosotros para que el llanto no se contuviera más por lástima al intruso?

ABRIL

Perdona. Sin embargo, habiéndome perdido, tuve que obligarme al acierto, por eso fatigué los montes en pos de ti.

MAYO

Puesto que venís con vuestra criada… porque fuiste tú, Basilia, que trajiste la antorcha, ¿verdad?

BASILIA (a Mayo)

Bastó con seguir el fuego que os persigue.

MAYO (a Abril)

Bien, esta misma escolta alumbrará la vuelta. No tengo nada que perdonaros, porque no volveré con vosotras. Saludad a mi gemelo, que ya no se me parecerá ni en lo mundano que fuimos ni en lo espiritual que consigamos ser. Mejorará su salud conforme ningún pariente importune su avaricia. A solas, él cuenta consigo apenas, no le pidáis más despilfarro. Marchad, pues, que al amanecer partiré yo.

ABRIL

Ah, que con crueldad tampoco entiendas.

BASILIA

No es lo más malo de este cruel hacerse el bruto.

MAYO

Entiendo, señora, que éste es un sitio impropio para vos, y el disfraz al que confiáis el secreto de vuestra fama sólo prodiga en las sensibles orlas. ¿Será también vuestro misterio el que os descubran así?

(Aparte.)

No hay tiempo de desnudarte.

(Imperativamente.)

Marchad. Marchad.

BASILIA (desconfiada)

¿Por qué nos despacháis así? Se me figura que tenéis prisa de amanecer tan tarde como lejos.

ABRIL

Perdona, amigo, si como Basilia fui tuya; ya sabéis como es Basilia. Pero ven que yo te perdono aun el que nunca me perdones. Me apura el decirte que…

MAYO

Ay, ya entiendo; os me ofrecéis ahora fuera de vuestra casa, ya no hay decoro en vuestro pecado. Igual os tenderíais en este catre piojoso que en la inmunda yacija que yo herede de mi hermano.

ABRIL (recula con pasmo)

Dios, me horrorizo de oírte.

MAYO

Os horroriza que os entienda, pero si sois vos la que tanto os enseñáis.

BASILIA

Os dije, señora, que era un bellaco.

MAYO

Buscad la criada, y a la calle.

ABRIL

De tan ciega como estuve ella será mi destrón.

BASILIA

Aunque destronada mi señora, os seguiré.

(Amenaza con violentarlo, pero Abril le intima cierta compostura.)

ABRIL

Que sea yo, mujer, la que no devalué mis medios.

MAYO (autoritario)

Largo de aquí; al fin me libro de vuestros desmanes. Mirad que venirme a tentar en el desierto, pero en ningunas de vuestras fatuas lágrimas abrevaré.

ABRIL (en el asombro)

El que a Julio le apresaran añadió, a mi leal afecto por ti, el consuelo de su único pariente. Siendo uno el mismo otro, ya se revele la indivisible naturaleza que me mi embriaguez vio doble sin juzgar lo doble de lo singular. Pobre de tu hermano que le condenan inocente de estas artes, y aun contra el rey le condenan conjurado.…

MAYO

Es que tanto le coronasteis, que le creen fundador de un reino hostil.

ABRIL

Ahora veo que nunca respetaste a tu gemelo. Cómo tus caricias fratricidas me velaron. Y yo que además vine a confesarte que no concibo a tu sobrino cuanto sí a tu vástago.

(Rabiando con lágrimas.)

Ingrato, cruel, infame…

MAYO (irónico)

¿Un hijo de otro me imputáis? Qué deciros; un vástago vuestro; es decir, la mitad de cuanto amo con la mitad de cuanto odio, un total que ahora redondea mi despecho. Adiós.

ABRIL
Harta razón Basilia tiene, es mucha la maldad que sospechosamente te apremia.

MAYO

No vais a querer que tan malamente me retenga aquí, se os hará muy tarde para vos.

ABRIL (golpeándole)

Entrad, Basilia, entrad.

BASILIA (al punto)

Os lo dije, señora.

MAYO
Si que no la enmudece sus pecadillos, ¿verdad, blanquita?

(Le toca una nalga y guiña un ojo.)

Ah, el secreto enmudece al dúo, y con lo gritonas que dividían mi fogosidad.

ABRIL (decepcionada)

¡Basilia!

BASILIA (atacándole con fiereza)

¡Maldito, cobarde! Desfloras lo único casto que me quedaba, que de cierto era mi honor.

(Mayo, defendiéndose, se le caen las monedas.)

Cuántas monedas, y todas con una sola suerte…

(Mayo la derriba de un golpe.)

ABRIL

Bruto, la mataste. Asesino…

(Tomando las monedas.)

Ay, ahora lo comprendo. La sangre tuya vendiste. Ay, con cuánta locura le recomendaste su adverso testamento, doble era el vuelo segundo que escribiese.

MAYO

Apenas lo poco.

ABRIL

Pues sin heredarle, el mundo te ha indemnizado sólo tu miserable valía.

MAYO

Sí, esas monedas que despreciáis valen más de lo que os haya legado vuestro marido, y eclipsan el tesoro oculto que vos tampoco hallasteis en su turbada herencia.

ABRIL (arrojándole las monedas)

Ni cuando se te acaben, saldrás de esas monedas, porque en su compás mendigaréis por más. Completa ahora tus horrores con matarme.

MAYO

No presumáis de trágica, que esta lección que recibís es de comediante. Apartaos de mí, y que el hijo que esperáis no propicie también el dolor de parirlo por despecho…

ABRIL

He aquí que te dejo mi criada. Si está muerta, se vengará de ti con énfasis. Si está viva, no escaparás a sus tumbos.

(Sale. Mayo recoge sus monedas.)

MAYO

Debí darle algo de oro para el camino. Tin-tin; Fin-fin.

(Oscurece.)


Escena 4

(Julio en prisión, solo. Los guardias juegan a las cartas.)

JULIO (con ojos azorados)

Estas voces que en vida de su arenga aquí sepultasteis… éstas, si han de callar acá, le tendréis que rogar al fin un consejo para vuestro fin. Ya el fuego que alumbra vuestros tiránicos deleites entre sus llamas se extenúa, y su convalecencia delirará tanto en el catre del esclavo ardiente como en el suntuoso solio de un rey insensible y frío. Sólo vuestras mismas cenizas os apagarán la fiebre.

GUARDIA 1 (sin volverse)

Calla, loco.

GUARDIA 2

O te dejaremos las espaldas en carne tan viva que sólo la muerte, de golpe, te hará volver en sí.

JULIO

Escucho voces de ángeles, las dulces voces que festejarán vuestras amarguras. Tierra del vicio, con la baraja y el dado sólo se complica una adversa suerte, que no tendréis la suerte de padecer siquiera. Haréis votos en vano, os mortificaréis para ganar al menos la paz de escoltar al demonio en su perpetuo cautiverio.

GUARDIA 1

Calla, que te dije.

GUARDIA 2

¿Por qué no ir por constancia de nuestras amenazas?

GUARDIA 1

Porque se nos amenazó que cumplirlas no nos conviene.

JULIO (aguzando el oído)

Sí ya escucho… al fin escucho lo que al fin tronchará todo comienzo insano.

(Ríe.)

Con sus acordes el himno de los huérfanos anima mi regocijo. El desastre de arriba tarda en echar raíces acá, pero ya la impaciencia echa raíces en mi virtud, ay, cuándo despuntará en flor… quizá yo muera anticipadamente. A fe que renunciaría a un cielo prematuro para ver como todos purgan sus pecados a la intemperie. Qué veo… qué veo…

(Con los ojos extraviados en el vacío.)

GUARDIA 2 (se levanta)

Ya me cansó, hombre. Este loco turba mis ases.

GUARDIA 1

Cierto que has perdido todas las partidas, pero no menos veraz en las estampas que yo las partidas todas he ganado.

(Calmándolo.)

Luego, somos un dúo que no nos ha ido muy bien, pero tampoco tan mal. De tales extremos se ha de promediar lo mejor, y lo mejor, por de pronto, es no apurarle a un condenado la condena de su verdugo.

(Convidándole al juego.)

Sigamos la jornada; en un rato se lo llevarán al patíbulo, y créeme que el verdugo, ay, el verdugo...

GUARDIA 2 (compadeciéndolo)

En lo cierto estás. Mira como reza arrodillado, si que tiene la lucidez de un precavido cristiano.

(Con resignada compasión.)

Pobrecito, que todo el mundo le tiene lástima.

(Se sienta a la mesa.)

GUARDIA 1 (barajando)

Y más lástima le tendrán al morir.

GUARDIA 2

Pobrecito, está dormitando.

GUARDIA 1

Ves, compañero; el silencio de los locos es la paz de los cuerdos.

JULIO (levantándose de súbito y en un grito)

Uh, suenan las trompetas.

(El guardia salta los naipes del susto y de pie enviste el tablón.)

GUARDIA 2

¿A qué vas?

GUARDIA 1

A callar a ese hideputa.

JULIO (aguza el oído)

Ya se aviene mi recompensa.

GUARDIA 2

Pero, hombre…

GUARDIA 1

Sosiégate; voy a echarle un ojo.

GUARDIA 2

Así dijo un tuerto, y nada espió por más que se lo echara.

GUARDIA 1 (toma el garrote)

Para lo que hay que ver, ah, mejor es mandar con el garrote.

(Lo blande.)

GUARDIA 2

Pero explícito serán los moretones que le hagas.

GUARDIA 1

No, si a palos los diluyo.

GUARDIA 2 (disuadiéndole)

Sí yo, el más impetuoso, de ti escuché consejo… además, hombre, de cierto no será gracioso que para siempre nos conjuren la sonrisa.

GUARDIA 1 (sentándose)

Ah, al súbdito sólo la impotencia le corona.

(Tras una apacible pausa.)

JULIO

Uh, vuelven las cornetas.

(Los dos guardias saltan del susto, confundiendo sus ases.)

GUARDIA 1 (decidido)

Lo zurraré por donde no le llega sol, y si una marca se le nota con baratijas disimularé el ajuar.

GUARDIA 2

Te acompaño.

(Busca las llaves. Entran los dos, sigilosamente.)

JULIO

¡Se escucha trepidar el luto! ¡La muerte acabará con los mortales! ¡Veo la luz!

GUARDIA 1

Mejor es apagarle hasta mañana.

GUARDIA 2

Pero cómo se le atina en los sesos, si entre las canas y la calvicie no hay un claro donde esconder la sangre.

JULIO (arrodillándose)

Qué luz más bonita…

(Le derriban de un garrotazo.)

GUARDIA 2

Listo, no le descalabré de tan alto, además este sombrero de campesino muy bien le sienta.

GUARDIA 1 (con su manos en la cabeza)

¿Qué hiciste, bruto? ¿Te has emborrachado, pues ese trancazo será nuestra resaca?

JULIO

Ay, todo lo veo oscuro, mi señor. Por qué… no me dejéis aquí. Mostradme otra veo la luz y os juro, por este puñado de cruces, que ahora si sigo vuestro ejemplo. Mostradme la luz…

(Gritando.)

La luz…

GUARDIA 2

Ay, nos hemos perdido por la senda de este mismo loco.

JULIO

Mostradme la luz…

GUARDIA 1

Ya se me ilumina el coco. Hay que mostradle la luz, hombre.

(Y se pone a apalearlo salvajemente. Su compañero en vano le contiene.)

Así nos alumbrábamos nosotros también.

JULIO (conmovedoramente)

Ay, si era apenas una luciérnaga… qué ponzoña más dulce.

(Muere.)

GUARDIA 2

Ay, este muerto nos aventaja en el castigo.

GUARDIA 1

No desesperes; aun tenemos tiempo. Trae esos goznes y el candado.

(Va por los aparejos.)

GUARDIA 2

Qué se pretende, acaso un conjuro que nos torne invisible.

GUARDIA 1

Eso mismo. Voltéale de cara al cielo.

GUARDIA 2 (con crédula esperanza)

Y esto, ¿nos hará invisible?

GUARDIA 1

Y nadie nos verá.

GUARDIA 2 (nervioso)

Con las ganas que tengo de espiar a mi cuñada.

GUARDIA 1

No seas bruto. Ven; vuelve sus palmas.

GUARDIA 2

¿Qué lees en ellas?

GUARDIA 1

Que tendrá un final violento. Descálzalo ahora.

GUARDIA 2

Sí; mas qué tanto si no se me alcanza nada.

GUARDIA 1

Le infligiremos cárdenos estigmas, y decimos que en trance le afloraron.

GUARDIA 2

¿Esas señas que distinguen a los santos? ¡Qué milagrosa es tu mente!

(Prodigan en la falsa crucifixión.)

GUARDIA 1

Ayúdame con esta palma. Hombre no la muevas.

(Golpea y salta Julio.)

GUARDIA 2

Se movió.

GUARDIA 1

Es sólo un espasmo. De prisa que el verdugo nos apura.

GUARDIA 2

¿También en los pies?

GUARDIA 1

¿Qué cristiano eres tú que no conoces las marcas de nuestra redención?

(Oscurece.)


Escena 5

(Entra el Obispo seguido de Segundo.)

GUARDIA 1 (confundiéndolos con los verdugos)

Señores, ha acontecido en esta celda una maravilla, que a otro no hubiera creído. A fe que no, de no verla con estos ojos que tras el trance quedarán en claro.

GUARDIA 2

¿No os aclara la luz de nuestros ojos?

OBISPO

¿De qué carajo habláis, hideputas de mierda?

SEGUNDO

Me temo que la respuesta de estos burdos no se le alcanza la finura de la cuestión.

OBISPO

Hablad, brutos, que ya me impacientáis.

(Con un ademán hacia la celda.)

¿El hipócrita os tentó con sus ardides? Porque para caer en tentación, tan bajo os hundís que el mismo fondo con él compartiréis.

GUARDIA1

De qué nos iba convencer el pobre diablo, señor, si entre la espuma tartamudeaban un silencio incomprensible.

GUARDIA 2

Daba tumbos sin que sus manos nos hicieran señas.

OBISPO

Pero se le ve recostado en su pacífico revés.

GUARDIA 1

Sólo veis el anverso.

GUARDIA 2

Ay, señor, si lo vierais…

GUARDIA 1

Hubierais visto como manaba su sangre. ¿Veis estas manchas? Pues mientras en vano le socorríamos de sus propias contorsiones, se nos maculaba.

GUARDIA 2

Ay, horror… era como si nosotros les hiriéramos.

GUARDIA 1

Pasad vos, que sois su verdugo… Enlutada vuestras fachas anticipan un despecho.

(Segundo intenta intervenir, pero el Obispo le intima silencio.)

Venís tan impecable, a punto de vuestro horario, y ver que el último tormento labró la sonrisa que os mofa.

SEGUNDO (con una risita indiscreta)

Mirad a los brutos, Obispo. Como si conocieran al verdugo, os confunden con él. Merecen, sin duda, que le castiguéis en tu sólo nombre, sin ninguna lánguida suplencia.

(Se prosternan los guardias y ambos se disputan la mano que buscan besar.)

GUARDIA 1 (al otro guardia.)

¡Fuera tu boca!

(Al Obispo.)

Perdonadme, eminencia…

GUARDIA 2 (al otro guardia)

Que no me beséis, marica.

(Al Obispo, refiriéndose al finado Julio.)

En esta sombra, cualquier halo nos deslumbra.

(El otro guardia lo reprende.)

OBISPO

Basta; cometéis sodomía en mi propia mano. Pero que sea ella misma la que despache la condigna multa.

(Les da de bofetadas a los guardias. Segundo se anima a participar del castigo.)

¿Cómo te atreves tú?

(Le da una bofetada a Segundo.)

No te atribuyas la justicia que el cielo conviene entre los hombres.

(A los guardias.)

Venid a que os perdone el tumulto.

(Le extiende otra vez la mano, pero los dos la vuelven a ocupar al tiempo.)

Los dos al tiempo no, cochinos.

(Los carga a bofetadas.)

Tú primero.

(El guardia con temor se acerca.)

De prisa.

(Le abofetea.)

Que no vine a perder el tiempo con vosotros. De prisa. Luego tú.

SEGUNDO

Ahora como que si os asiste el rubor.

(El obispo le golpea.)

OBISPO

Cállate que no es de chiste la vaina.

(Viendo las barajas por doquier.)

Y vosotros, mostradme el tercio de vuestras partidas.

(Los guardias se miran contrariados.)

Que abráis la celda.

(Los apura a bastonazos.)

De prisa.

(Los guardias abren y entran todos.)

GUARDIA 1

Ahí lo tenéis, eminencia. Jamás había visto lo que un ciego me contaba siempre; eso de que a los santos los crucifica el miedo de morir a solas.

OBISPO

¿De qué hablas, puesto que este impío sus pecados le crucificaron antes?

GUARDIA 1 (justificándose en el cuerpo)

Mirad sus manos y sus pies; y ese sesgo bajo el costillar.

(Al voltearlo, el Obispo y su ministro se maravillan, mientras por complicidad los guardias se congratulan furtivamente.)

SEGUNDO

¡Estigmas!

(El Obispo asombrado tantea el cuerpo con su bastón.)

Y aun están en carne viva.

GUARDIA 2

Más bien en carne muerta, porque de allí no los veo prolongar otras sangres.

OBISPO (abrumado, le apura a los guardias)

Cubridlo. Cubridlo. De prisa. Con esa misma paja que mortifico su sueño. Que ya se hallará el hoyo donde este eclipse se encubra a su misma vez.

(Alegremente los guardias se vuelven en la encomendada tarea, entonces a recios bastonazos el Obispo los mata. Segundo, incrédulo, se prosterna desesperado.)

SEGUNDO

Yo no he visto santidad en éste desgraciado. Os juro, que ni arrepentimiento le eché de ver… si el cielo lo mato es porque en el cielo no había de vivir jamás.

OBISPO

Tembláis, muchacho.

SEGUNDO

Mi boca será la tumba. Cómo se ha de saber entonces, si no encuentro palabras para agradecer vuestro rigor de siempre.

OBISPO

Mas eres testigo.

SEGUNDO

Testigo de que tenéis razón.

OBISPO

Jamás malograría a quien dé constancia de esa verdad.

SEGUNDO (enjugándose las lágrimas)

Os beso, señor…

(Tras reponerse, con cierta dignidad.)

¿Y qué hay de estos pillos, eminencia?

OBISPO (con fría parsimonia)

Una disputa entre gente de esta ralea. Esos brutos malograron al reo, y por creer que se les fue la mano, la mano se les fue en simular esos estigmas, pero el infeliz aún no había muerto y asido apenas del garrote les apaleó dejándole a los dos tan morado como el nazareno que quisieron figurar de él.

(Negando con la cabeza.)

Es de añorar los tiempos en que la vara recia no admitía el asomo de ninguna barbarie. Ahora ni en la cárcel se confina tanta digresión.

SEGUNDO

Ya vendrán esos tiempos, eminencia. Porque el porvenir es el original que el pasado ya ha rato que copió

OBISPO

¡Guardias!


FIN

DE “EL EXEGETA”

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