PASARON HORAS
Quizás pasaron horas,
pero yo vi rodar días
en los lomos de las semanas,
y vi semanas rodando
en los escarpados camellos de los meses.
Pasaron horas y tal vez no dromedarios,
y sí sedientas horas de un solo lomo
que la prisa de mi ignorancia caricaturizó
cada tanto un minuto usurpaba sesenta golpes
de una pezuña milenaria;
y hasta vi las sombras de las jorobas
que se acuchillaban a sol y a sombra,
que se maculaban entre la sangre de los aleros…
Temeroso, bajo el soportal apenas,
yugulaba a mis arrugas una a una…
El miedo fue mi sacrificio y también mi primer crimen.
Y pasaron otras sombras afuera y dinteles y un tumulto
de siluetas en los recodos que redoblan
el horario que igual así repasan…
Y alfeizares descorrían sus mantos,
y de repente acusadores
de repente despertaban de sus pesadillas,
como en una pesadilla.
Ahora escucho que el tren resopla sin llegar.
Sí, el candelabro destella en el vagón postrero…
o en la locomotora…
Mi duda promedia, entonces,
Los modales de tantos dolientes…
Otro motín en el andén.
Un balazo al sesgo de mis bóvedas…
No veo,
y mi edad sobra el ascensor que la rebaja,
que la rebaja
tal vez hasta el sótano que no cabe en la tierra…
Y, y, y…
Mala suerte; ya llegó mi deshora. Adiós.
Que al menos en esta caudalosa sed abreve mi Leteo.
Adiós.
A la memoria…
EL CRIMEN
Ecos
Que martillan los ladrillos
de habitaciones vacías
Ecos que resbalan
desde los gritos del asesino
hacia las escalerillas
tras las que el miedo enmascara su rubor
de arriba abajo y hasta los tobillos
y hacia donde caen las tejas
como pájaros oscuros
o murciélagos vacíos
Yace alguien
sobre un rescoldo de su sangre
se alza en vuelo una humareda
calva
¡El sol se le oscurece
el luto de maíz maduro!
Se desgranan
dientes repletos de gorgojos
El homicida ríe
Desdentado ya
Y tan viejo como si acabara de nacer así.
SASTRERÍAS
He contado agujas
Descocidas en mis ropas.
Se han extraviado sastres destejidos
En mi edad.
He de amparar cada romo alfiler
del terremoto que a tientas procura encaminarme.
Mas he de regresar sobre mis huellas
Aún hundidas en mis pies.
Sigo contando agujas
Descocidas en mis ropas.
He acunado mi regazo
Entre la violencia de mil pensamientos.
Y he de abrir el libro
Justo en la página cuyo fin
Encabeza el epílogo de mi memoria.
Se han extraviado horarios destejidos
En mi turno de uniforme enlutado.
He contado agujas
Descocidas en la flor que el ojal desfloró.
¡Y de nuevo estoy a la moda de mi desvestida desnudez!
CADÁVERES ENJUTOS
Todo reposa como espesos
humos, inmóviles y pringosos.
Sigue intocable
lo que ha sido manoseado tantas veces
entre paredes calcáreas de extrañas escrituras.
El calor, destilado de cinturas estrechas,
se engolfa en ecos;
y la luz,
como único habitante de generaciones quejumbrosa,
cae sobre el artesón ya corroído:
crujen las sombras.
Entre libros en síncope,
más cadáveres encuadernados según sus flaquezas…
Compendios,
cuyas anclas ya no están en la sabiduría que alguien supo.
Sílabas y sílabas
que hubieron yacido desnudas
antes de que los ojos profanos fueran tan ciegos
como los mismos ciegos que esos ojos llevaran
de báculo.
TECHO A DOS AGUAS
Vi el agua
como un hermoso pez
rodilla en tierra
y debajo de las grotescas lenguas
vegetales
Vi el agua
el humus
besaba sus cristalinas volutas
Le vi contra corriente
entre sus escamas
se ahogaba un hormiguero ya de bruces
¿Qué espuma había
en el vacío de las vetas que veía?
Es el cementerio inverso de las flores
de las tejas
y de las espinas…
(Un testigo inconexo
nombre de un ojo nocturno
que mira hacia abajo
y es noche
que se anida bajo un harapiento
párpado y es día
Y repite el estribillo en un mapa
que es el filo de un cráneo en el anverso).
No sé cuántos días
colman su séptimo día
pero ahora veo el agua
regada a veces como una
es-ca-le-ra
y otras conjeturales veces
como un techo a dos aguas
y la lluvia chorrea desde los aleros de otra intemperie
más re-mo-ta…
TE…
Según así te acentúas te afantasmas…
el túnel de tus ojos, arduo en prolongar su luz,
se hunde en tus espejos
como mi mirada elemental que detrás te viera,
pero la savia de un vagón que se deshoja
a la intemperie circula afuera.
Verdes tus rodillas,
me hincan.
Pálidos tus labios,
me besan.
Ninguna arruga araña tu rostro…
Te veo descalza,
desnuda.
Al punto de una sospecha,
veo tus pies al borde de los míos.
Desnuda mi mejilla,
la descalzaron tus lágrimas.
Descalzas mis miradas trepan a tus ojos;
y tú, mujer, descalza, desnuda, enviudada,
retocas mi otra mejilla.
En mí, tus pasos calzan en lo alto
cuando te has ido.
En mí, el profundo peso de tus huellas vacías.
EL CONGOJO DE MI TÓRAX
Desarmé mis venas
como un menestral
las tejí en la bufanda inconclusa de un anciano
Cuerpo sin su sangre enmascaras un rostro finito
que en su crepúsculo lo apremia una mosca
¡Oh! bufanda que en el pescuezo estranguló el lodo
de lágrimas de sangre y de moco
Todo mi dolor fue disfrazarme de nada
y como una cicatriz vengativa
soltar en un soplo el aire de tus nuevas
Así desesperé bajo el rigor de tempestades
¿Estabas en el claustro del frío? ¿Acaso con una novicia?
Ni mecánicos haraganes, al borde de tornillos romos,
ni símbolos de ningún escudo,
ni pájaros dispersos en las plumas del humo
ni naufragios que flotan a ras de un náufrago…
Tampoco mi sanguínea bufanda
gritan “soy” como los fatuos aros
(entre los que acaso gira mi secreto)
fugitivas costillas de un animal extinto
¡Oh nuevo lodo en espiral:
también
de lágrimas de sangre y de moco!
TEATRO BARROCO
Invoco, ausente,
el promontorio de mis escombros,
de los que heredo apenas la comba
de mis concavas esperanzas.
El odio, presumo, no piensa ni ve;
y yo veo para no odiarme
al espejo
y también pienso para no olvidar
que a veces voy a tientas
de mi decrépita rabia,
y tal vez entre mandobles de otros cuerpos…
No duermo
para no olvidar que sueño,
porque qué memoria pudiera acunarme en mi vigilia…
Y el delirio que arde en mi frente,
entre sombras de fúnebres jardines,
sega el atajo de las abejas.
Mas el aguijón que apenas me mata
Apenas con un piquete aumenta el luto.
—Me mutilo el dolor—grito—
para morir desangrado.
Mas el silencio me amordaza
Como quien amordaza al silencio.
LA PEQUEÑA LÁMPARA CON LA NOCHE CONVIVIÓ
La noche se hacía muy de noche
Mientras se reclinaba como el rocío…
La pequeña lámpara, de repente,
desde sí veló su punto en noche
y al punto la noche despertó en desvelo de la envidia;
con zozobra reprochó también aquella audacia
de apagarse según el mismo tono.
Y la pequeña lámpara
no tenía por qué acobardarse de su paz.
Casi colmando el adverso brindis del cielo,
la noche golpes de pecho hizo relampaguear de orgullo.
Pero al cabo, de atar uno que otro cabo,
Acabó por verle adicta en tal complicidad,
¿No era al tiento de esa espiga
Que podía verse una lámpara nomás?
No sin recelo convino el blanco de su doblez,
aunque en azabache firme la noche fundara su soberbia,
Y a lontananza aún,
la noche al reflejo de aquellos opacos vidrios
Se veía en sus mohines.
Celebraba la madriguera de un oscuro fin.
El noctámbulo gozo
De un cielo sin plata incandescente,
le movió a tasar las arenas espumosas de lo umbrío.
Decir:
—¡Oh! Lámpara, ahora os veo tan juiciosa
en desagraviar tu valentía.
Mirad:
no tengo horóscopo cuando no hay luna,
y vos erais la buhardilla
donde secos huesos se empolvaban.
Ja, Ja, Ja...
¿Acaso veis las piedras, el lomo de las arañas?
Bueno, a vuestras aristas se me figuran;
en fin, todo se parece ahora:
son sólo bocas suplicantes dentro de otras cerradas
bocas...
o botones bruñidos de un tirano enlutado
o cosas que pueden no ser lo que serían
de ser tan recónditas al fin.
Ja, Ja, Ja...
¡Respóndeme!
¿Estáis hecha a imagen del silencio en flor?
Pues a fe que no pintáis mal por callar así la deshonra.
Ja, ja, ja..
La pequeña lámpara,
sólo invisiblemente miró a la noche.
Su lengua, en destello vigoroso,
Y luego la voz acaramelada como sangre:
—He nacido para herir muy dentro de vos a vuestra piel,
Pues os recuerdo que un ombligo se recuerda siempre:
‘así como hundís las pezuñas en el día que huye,
él con sus jirones os flagela para que huyáis a su persecución.’
Yo soy una muerta contumaz
que alumbra con luz.
Aunque no os desvele el dormir,
soy necesidad del sueño,
labriega del sol.
Alumbrad vuestro entendimiento, pues,
si mi luz queréis entender según su brillo.
Y la pequeña lámpara calló.
Entre las canas de su beata luminiscencia, calló.
La noche, en estupor,
se hizo hebras;
y la cólera le tornó en redondo.
Se alzó con voz, y con voz alta dijo:
—Bien es vuestro menester creeros muerta,
pues no tenéis vida contra la que yo remate
la venganza de mi arriendo…
Hizo sus pies al punto,
descalzos y tan encallecidos de haberles reservado entonces,
y donde había algún destello,
quizá de un arbusto
o de una noctámbula hormiga,
pisó irasciblemente;
y así, sin saberlo, plantó las lujosas alfombras
de su propia abdicación...
¡Oh penumbrosas!
Y cuando la noche en ritmo de cansarse
iba a pie y a tientas de un lecho…
Ah, apenas si creía haber olvidado
un viso al cuello de la pequeña lámpara,
triunfante y coronada con su propio halo;
pero la fatiga, en remedo de una mala fiebre,
Abrasó el luto hasta mermar el despecho
Y aun los monstruos.
La noche no tenía vigor para retrasar
una traza más.
Cesó, en espera,
no había orgullo ni pena;
no tenía por qué acobardarse de su paz;
sólo que pensar…
y pensó;
sólo que esperar,
y la noche esperó.
¡La pequeña lámpara con la noche convivió!
EN LATIDOS a mis gastos llegó
una estocada de maduros rezos,
sueños y folio alto en el crepúsculo;
y a orillas de mi grito, alguna voz.
Y viento que palpita como lágrimas,
Y silencio y dolor que exhorta tapias…
Del canto a todo canto cae la puesta,
Voy, de cántaro a cántaro, cantando.
Aquí me alejo, horario que, en el tiempo,
no tiene reloj ni para rendirse
ni arenilla en los pies incalculables
ni savia ni miel ni latido muerto.
Aparto todas las cosas que suenan…
Las preguntas de hoy ayer enmudecen
(Por responder velé dudas que callan)…
Una pregunta por ahí da vueltas,
como página, tal letra ya extinta
de un libro que no vuelve abrirse.
EL ESPEJO DE UN DÍA
El espejo no es más que una metáfora
hecha de innumerable arena…
I
Hacia las uñas de un febrero…
Aferrados a los cortinajes,
Arañazos de patíbulos,
Arañazos de convulsas y dolorosas escalinatas.
Es-
Ca-
Li-
Na-
Tas
Amortajadas en huellas a jirones repartidas,
Y sucesivamente
A escupitajos de verdugos se dan los pasos.
Muchedumbre.
Un orbe de pobreza cayó de su trono
Y miles de sacrificios se desgajaron del cetro.
Bajaron entre el pregón de la heridas.
En umbrales y hombros
Bajaron,
En ecos de portones sacrificados,
En ecos de portones santificados…
Gritaron quienes adoloridos ya no callaban
El mudo delirio de sus encierros.
A gritos, quienes del luto destilaron
Su anestésico ardor de todos los días:
Seres como bisagras torturadas, desnudos y alucinados,
Con los brazos abiertos y confusos.
Gritaron quienes en la impaciencia contuvieron otra oración,
Y callaron los parlanchines detrás de sus solapas
Y detrás de sus gargantas endurecidas por el recato
De sedosos nudos.
De voces melladas en hechos montaraces,
Saltaron juramentos
Contra el dios efímero de la invocación perpetua.
Oraciones mezquinas detrás de parabrisas encubiertos.
Entonces los gritos,
Que manaban como la sangre espesa,
Temblaron en el silbido de las balas,
Se abrieron como las bocas que los habían proferido.
Allí,
Los cuerpos cuyos síntomas callejeros
Al cabo eran más perniciosos que ciertas esperanzas.
Robos,
Sangres,
Rabias,
Dudas…
Sospechosas dudas, además,
Entre los rieles de las cortinas metálicas.
De un remoto vapor,
Que al través de insomnes durmientes en los túneles se hunde,
Se oye ulular otras dudas de través,
Y a través de esos instantes
Se duda de que el día alguna vez amaneciese…
Corbatas cagadas en los escaños,
Entre las gualdas consistencias de los muros.
Mierda de micrófonos sobre el discurso esperado.
Militares,
Policías.
Hospitales y camillas.
Balas en el pan que rodó
Sobre los párpados cerrados.
Tableteo de ametralladoras.
Ladrones y militares.
Muertos que en vano se hicieron los muertos.
Militares.
Muertos otra vez
O redivivos que casi viven del sobresalto.
Debajo de medallas con la efigie portentosa,
El reverso de un anverso y de una suerte.
Cifras
Que no dejan de llevar su propia cuenta.
Centenares de cadáveres demolidos…
Miles…
Como ruinas cuya antigüedad
Estuvo
Sólo
En
Lo reciente de su sangre derramada.
II
Hombres y niños que vomitan
Mordiscos vacíos,
Mujeres que conciben 9 meses
De hambre incestuosa.
Todos apretados, uniformes breves
De costumbres y sospechas.
Urgentes escaramuzas de cemento y arcilla
Bajan como un río de dolores
Que no se detiene ni en la espuma,
A través
De una arenga que se hace un laberinto en su sendero…
III
Se acható la sangre bajo el peso de peligrosas lápidas,
En aquel Febrero.
Justo en aquellas uñas de Febrero…
Las botas tenebrosas
Abrieron cicatrices que parpadeaban sobre un sueño
De sangre encarnada en lo rojo de su sueño.
Rompieron los escalones del llanto;
Y manos, portadores de disparos,
Señalaban,
Instruían,
Se repartían en la urgencia del castigo inapelable,
Se multiplicaron
Por calles y avenidas,
Por costillares y pechos
Y frentes y pedos…
Las piernas de enclenques prófugos
Eran las fornidas piernas de la fuga,
Del pan o del
Crimen,
De cierta muerte indetenible
(En cuyas huellas pasos descalzos
Se hunden insondablemente.)
Sobre el lomo de perdidos paraísos
Crecían
Las azoteas de tiroteados agujeros.
¡Barrigas cetrinas!
¡Cima de gritos huesudos!
¡Arcos que aguzan muchos índices!
Escombros de elefantes
Sin colmillos, sin marfil,
Sin ojos de mamut extinto!
Febrero:
Comparece por el indeciso parecer de una corbata roja;
Al espejo enmarcado en volutas doradas se la mide.
Una corbata
Que de haber sido sangre
El pescuezo trémulamente afeitado anegaría.
El niño cae,
La madre lo socorre,
Y caen como la sangre,
Como los huesos,
Como la piel,
Como los ojos.
Y caen las balas inocentes
Como el semen de un anónimo Onán
Escondido por ciertos párrocos.
El niño cae,
La madre lo socorre,
Caen rápido,
Y lentamente siguen quietos.
Como quien al fin duerme bajo sus últimos ojos cerrados.
Caen.
De prisa caen; los unos detrás de los otros,
Como la muerte en el cadáver repetido…
De pronto los gritos repetidos
Como la tartamuda demagogia del fusil,
Como el temblor de quien teme no temblar más.
Puñaladas
Que latían en el espanto,
Sobre el metal,
Sobre los vidrios rotos.
Metales que se anidaban
En las espaldas codiciosas de redentores infelices…
CRUCES hechas por fin pan y vino.
Febrero:
Aquí las madres,
Como la sed, sollozan;
E innumerables caracoles,
Que se entierran en el miedo,
Dan a la barbarie un poco de miedo
Y un poco de entierro.
(Sólo los muertos aplacan su sed en lágrimas derramadas)
Aún no caducan las bisiestas faltas de estos días.
Sólo cae la noche, bajo cuya sombra
Sucumben moribundos frescos.
REFRACTARIO
—Digo todo por no decir nada,
Y nada más. Quizá venga
Con una mano vacía y otra llena;
Y todo lo más de mis dedos
Separan páginas tan negras como blancas,
Tan blancas como negras.
Pero nada digo por no decir todo.
Y todo lo más quizá viene
Con una mano vacía y otra llena;
Y nada más sus dedos
Deletrean páginas tan negras como blancas,
Tan blancas como negras.
— ¿Sí? ¿De veras?
—Digo por no decir;
Y no digo por decir.
¿Quién me contradice?
— Yo.
— ¿Yo?
SNOBISMOS
La próxima vez que me vean
estaré poseso
sobre un sillón vacío
Dentro de un invierno parisino
luciré un gabán felpudo
Volutas de incensarías prorrogas enmarcarán el prólogo
Estaré leyéndome
con el quiromántico rigor de mis afanes
Me verán
en una fotografía blanco y negro
al colmo de cien páginas
de trunca poesía
Me verán tal vez
como el último trago
en el fondo de un libro
cuya lejana copa me conjetura.
ENTREVISTA
— La mitad de lo que digo no lo escuchan, la otra mitad no lo entienden. Así mido la mitad de mi estatura, y, en el resto de ella, corrijo mi medida. Lo hago para ganarme la vida.
— ¿O para ganarse la muerte?
— Da lo mismo; pues habrá una mitad que escribir y otra que leer, y sólo se sabrá de ambas mitades justo cuando las dudas cierren el libro.
— Pero ¿cómo saber en qué mitad se halla cada frase de cuanto dice ahora?
— Veo en vuestras tretas cuán urgentes son.
(al unísono)— No lo creo así.
—Porque vuestra fe es otra.
URBANISMO
I
¡Llega la ménsula del cigarro!
gnomo acuñado
que abre sonrisas martilladas,
sin que de sí diste
el baile de tela en riego
que le cuelga como bolsillos rotos.
Pasa por recovecos,
se sienta en el pupitre
como un montón de palabras tartamudas.
El submarino de hombros,
aquí está,
ya sus besos achatados lo demoran.
Viene con pasos de escombros
que le cuelgan de los bolsillos rotos.
Viene con estatura de pez ciego!...
Y trae sus líneas discretas,
entre filos apretados,
inoxidables.
Poco se derrama de sus planos,
tal vez un punto, apenas.
Todo exiguo:
tramas ortogonales, perspectivas esqueléticas,
y las dimensiones enrolladas como un decreto
de sobaco amarillento.
Debajo de esta sombra
la hora señala su escorzo más ávido;
y la sombra es el folio inmóvil,
bajo cuyo número se bifurcan espesores
con insistencia.
II
En este tren estepario,
se amontonan terremotos de escalas y modelos,
al lado de un aire con olor a escoba,
después del cual las medidas
son los estertores del insomnio,
las necesarias desidias,
los ecos de adjetivos roncos, roncos, analfabetas.
Derramadas, aquí, allá,
por doquier,
yacen injustas simetrías, cuyos follajes
deshojados están por trazos cortos;
y la oscuridad, saboreada
por una torpe luz,
se deshoja sobre los pomos olvidados.
Viene una muchacha a mí
y me pregunta:
¿Corintio?
¿Dórico? ¿Modernista?
Ella se sostiene el sueño en la cabeza
como un frágil vacío de cristal,
y me pregunta…
Se detiene,
me mira con la flojera de sus párpados,
o a través del peso de sus párpados…
y ausculta mi silencio tan desnudo,
y tropieza, sin más, respuestas inconvenientes;
concluye su paso expósito
como si izara un señuelo
(allí, entre ojivales pausas,
el último cabello de un calvario).
Entonces…
Al fin puedo sonreír
con los dientes del pensamiento
(los únicos que la sabiduría dejó en mis encías).
Me alejo
y olvido, sin más,
a otra tonta sonrisa
ampliamente desdentada y completa.
III
¿Quién es un urbanista? —salta
una pregunta que miraba a sus espaldas
para indagar por su interrogador.
Basta adelante para estrechar
una angosta respuesta (no la suya),
cuya nariz respira
espirales de aire ya conmovidos,
y cuyo vapores, a veces, son delgados
como la transgresión de un pedo de jeringa hipodérmica.
Se estira una voz cóncava y dice:
“Con las respuesta, bachilleres,
se educan las preguntas
para que no sean prematuras
o para que no sean respondonas.”
ESTUDIANTE CAZADA
¡Soltería! ¡Soltería!
Tanto que lo gritaba
con risas
y un rostro de mujer extremamente serio.
A toda su piel le subió el matrimonio,
de súbito y verde como le era,
le rebosó en sustancia;
se derramó como una incorpórea menstruación
de hembras acumuladas,
y la futura menopausia le ruborizo antes
de que los rubores le reglaran una excepción remota
o venidera…
No podía saberse,
No su secreto...
No debía saberse...
Quiso lavar la mácula
con palabras
y muecas atribuladas.
¡Oh! qué horror,
no se diluían sus rasgos
pese a que arrugas espléndidos eclipses
al cabo inundarían.
Su pecho
subía,
bajaba
como escorzos de lunas salvajes,
gemelos y ambiguos, ahítos de miradas.
Volaban dedos de sus manos,
manos de sus brazos,
pies de sus piernas.
Aquí y allá...
¡Insomne proporción de miembros que se dormían!
Y cayó en brazos de sus amigas solteras.
Fluyó en síncope,
gravemente,
como una sangre rancia.
No se supo más,
sino de su etiqueta, el año,
el tapiz
y las circunstancias.
DEDICATORIA
Durante semanas,
durante meses,
durante manos,
durante los negros fideos
de los párrafos,
los párpados
devoraron ojos de las fauces del hambre,
y no quedan
sino pocas miradas bajo el mordisco del ocaso.
A QUIÉN
No voy de cuanto he ido
me mantengo en el regreso
con un pie en mi pie
y otro en tus pies juntos
con mi sexo en tu sexo
Estoy
sembrando surcos en las semillas,
cosechando de tu ceguera mi sueño, tal vez.
DEDICATORIA PARA OTRO POEMARIO
De todo busco nada,
Y nada viene a todo:
Muertos, secuelas, nada.
Relojes tuertos ruedan
A lo que mucho es…
Mis venas quizás puedan,
Atadas a esta vez,
Acariciar la roja
Circunferencia… Hojas,
Estallad a la vez…
DILEMA DEL TODO
— ¿Aún sostienes ese vaso
desvencijado?
— Estoy atónito,
los ecos se mezclan con voz
en mi garganta
— ¿Compraste aquellos muebles
que dijiste?
— No
— ¿Y ese hermoso jarrón?
— Lo compré ayer,
se parece a este vaso desvencijado.
UNA CARTA CUALQUIERA
Habló
como una puñalada invertida:
retrasando sus recuerdos en el alambre
donde, adelantando olvidos,
la memoria desde dos de sus huellas,
par de vértigos falsos, cae.
Levantó el heraldo inexpresivo
A la comba del silencio.
Fundó, bajo altísimas sombras,
un hospital de ombligos,
cuyos engranajes tuertos aceitó
con la gruesa grasa de su mismo ombligo.
Cuídose, casi en sueño,
de quemar los folios impares
del sueño.
Se desgajo una cáscara de sal
a través de sus pestañas,
como mejillas desde una gota.
Lo que apenas se conoce:
tan desigual en una caída,
tan retraído como
un paraguas apenas;
o tan amplio como la intemperie de un vacío sin más cielo,
tan persistente en los memoriales…
Y el tiempo… y el tiempo
tan atrás como en adelante
el egoísmo del momento le precise siempre.
Y la memoria
Ya tan olvidada y también recordada,
oscura,
veraz,
clara…
Y el tiempo otra vez
claroscuro de lo grueso
y lo delgado…
le prendió de súbito en el aire,
al tiempo que le prendería después
con fuego.
Reloj tatuado a cada instante inconmovible,
devoras el pálido eco de mi regreso—dijo—
Eres la orla de mis medidas,
fragmentos
bajo los sesgos de mis bóvedas,
mientras la espera
no es un sinónimo cabal…
y sí, y sí… la pavesa más bermeja del follaje
y el retraso de memoriosos transeúntes
que no los detiene nada,
y el incendio y las cenizas
de quienes esperan a los otros
de pie o dormidos en el mismo lugar de siempre.
LITÚRGICO
He fingido la sobriedad
de un dibujo,
y en la palabra divulgada
callo la contrapalabradivulgada.
Al cabo
de una edad que públicamente se demora,
y en el íntimo ángulo de mis recodos,
el silencio me perturba.
(Soy un ignorante conspicuo,
pero, no sé si saberlo aún,
no puedo enorgullecerme de la ignorancia
ni de sus ventanas transparentes).
Al final del día,
mi cansada frente ciñe apenas el sudor perlado,
de cuyos brillos
caen las preseas de un trono.
Ahora
sobrevivo diligente,
e ilustró epílogos de borrachos ajenos.
CAPÍTULO XX
En una barriga del rocío
vivía un Dios
al que nunca le llegaban súplicas
ni reclamos ni oraciones.
Su territorio era diminuto
como un minuto de su itinerario,
sus fieles eran invisibles esqueletos
que no movían un dedo.
Nada cambiaba bajo las arcadas del viento
(ni aun los respiros en su estepa divina),
salvo su barba, su grueso estertor,
en cuyos nichos se resfriaba la melancolía,
su soledad de dios impertérrito
y aquel gramatical silencio
que a veces él dramatizaba antes de ir a dormir.
Un día,
acogido por el ocaso y desheredado por el alba,
llegó a su lecho
un homicida fugaz…
Con una palabra quiso matarle,
una resuelta por la ausencia de tantas ambrosías:
Pero al viejo Dios
ya una sordera le había endurecido el cráneo.
Y ya las otras cicatrices
habían sepultado a su ilusorio séquito.
BIOGRAFÍA DE UN BIÓGRAFO
— Soy delgado.
Mondadientes de otra sombra mi estatura.
La ropa, en olas de espuma,
aumenta volúmenes
a mi exigua prominencia.
Soy tan flaco
que quepo en las arrugas de mi albur.
Flaco cuanto de feo tiene mi envergadura;
pero, pesándolo mejor,
soy más flaco que feo,
tanto que por feo me verás.
— Decid dos nombres.
— Labios,
boca.
— Callad un nombre. Sólo uno.
—Silencio…
Ha pasado una semana desde entonces…
veo una efigie cuyo límite
en sí contiene el metal,
y todos los días escucho la radio:
Al frente se rayan las trincheras y en la metralla
Un vestiglo enorme crece
Hasta la enana costumbre de sus horrores…
Qué obra maestra de la barbarie…
A veces leo un libro verde
de una madura biblioteca… por su fruto
lo conoceréis.
He pintado un celaje en el cielo raso.
Todas las mañanas
aseo mis dientes, a dentelladas,
sin que la dentera apacigüe mi apetitto.
— Y ¿al fin del día?
— Empiezo a mirar la noche con un ojo,
el que mora y demora
en vuestros ojos.
(Vivamente hacia la multitud). — ¿Cómo os llamáis?
(Al unísono). — Después de Cristo.
MENDIGO QUIROMÁNTICO
Se voi restate per volerlo audire,
Certo lo cor de’ sospiri mi dice
Che lagrimando n’uscirete pui.
Dante Alighieri
De sus ojos caían lágrimas
como lágrimas de un mudo llanto que su destino llora.
Su grito era como un fondo
dejado al ras de la espumosa margen.
Su cuerpo persistía aún en una sorda marcha,
y una voz apenas repetía:
¡Ah!
¡Ah!
¡Ah!
Con las cortinas se guareció del frío
Y tanto se preguntaba:
¿Qué numismática compra las monedas
En la total dilapidación de sus especies?
¿Cuántos de sus recuerdos eran ya cabales leyes del olvido?
¿Adónde tales preguntas?
Y la voz repetía terriblemente:
¡Ah!
¡Ah! ¡Ah!
Como un arcabuz en su salvaje increpación:
caían las flechas de humo,
caían los sobornos con ribetes bordados,
caían las raíces minerales de las sonrisas,
caían las cruces consteladas,
caían las sombras en colmo de sus espesores,
caían las siluetas de celadores en sueño,
caía la lluvia y entre tumbos sangraba su agua
gota a gota,
y caía la delgada soledad en las calles oscuras.
La criatura consultó a los augures del insomnio,
y sus rubores entonces postergaban otro ardor.
En una cueva del clavo que se oxidaba,
entre errantes estalactitas,
se oía el eco taciturno
que moría, que moría,
que repetía, que se quejaba:
¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
La criatura por fin callaba,
y un mendigo le dijo al pronto de verlo allí de pie:
—pero si escucharas tus versos, si los leyeras…
¿Traducir la retama ajena,
te demoraría tanto entonces
como ahora tu signo me demora?
Ya mis palmas rubricaron
este complicado libro de guerra;
no vengas a truncar en vano lo que entre mis arrugas se aja.
No sufras,
que no has crucificado tus manos a tus pies…
Toma este clavo que se oxida
y sólo sigue, siguiéndole a él…
DOS BUTACAS
Oh! That my young life were lasting dream!
My spirit not awakening, till the beam
Of an Eternity should bring the morrow.
Edgar A. Poe
La simplicidad era vasta.
El cielo, ya removido de mi autorretrato,
Temblaba
como una aguja clavada en la frente de un espejo.
Arañas arrugadas salieron de aquel ojal,
como sombras de paraguas calcinados.
Al través de la ventana
Te vi pequeña como una sonrisa en el frío,
pálida, con la tez fría, casi en mis manos.
Con mi piel afilé mis músculos;
Con la sangre derramada
Escurrí las cremalleras del hambre…
De tu boca escuché tu nombre
que saltaba como tu boca…
Aún recuerdo como mis montaraces oídos abrevaban en tu voz.
Vinieron los demás ahogos, cuyas vertientes
Anegarían cada lágrima tuya.
El llanto fue el consuelo de los dos,
Pero más el mío,
Porque tus lágrimas eran el caudal de las mías…
La cojitranca luz se acercó con su pequeña lámpara,
Así vino a tu socorro, desde muy lejos como tu tatarabuela.
Ensayó a tientas en el umbral.
Entró a tus párpados entornados,
Y al tropezar tanta sal vanidosa,
se dobló su último tobillo;
rodó por escaleras y crepúsculos,
escapó de tus ojos con un terremoto bajo su cojera
y un frágil bastón que remedaba sus torcidos pies
(perdió su lámpara entre tanto fondo)…
Abrigué tu sombra quejumbrosa en mis harapos
Como si procurara así cicatrizar mis manos.
Confesaste, al fin, no creer en monosílabos;
tu juramento apenas cupo en mi fe.
(Pero la distancia, querida,
nos separó mientras yacía a nuestra huellas,
nos tendió un jaque mate que disputar
entre el estorbo de sus dieciséis fichas.
Así, en medio de tantas escalas,
no pude ser aquel taciturno desvelado
que solía atesorar
pensamientos orgullosos en una mente dormida)
Pasaron los días, y otros más…
hasta aquella noche;
en que de súbito por la claraboya
la vigilia entró
como la fisura de un ombligo roto,
amortajada luego por tardíos retumbos.
El prodigio separó mis ojos de la ceguera.
Te busqué,
pero te perdiste en la combustión de aquel despertar.
Te perdiste,
como cuando las flores amarillas extraviaban tus pasos,
sin que las goteras de mis lujos
pudiesen rezumar siquiera una gota del rocío).
Solo.
Despierto y solo.
No había para mi luto más que aquella lámpara pérdida
(Que no sé como se prendió a mis dedos, tan milagrosamente)…
Aquella pequeña lámpara,
Cuyo aceite, sin embargo, ni para mi unción
Alcanzaría.
¿ACASO DIBUJO?
Me satisfizo despachar
el lápiz al territorio inconsolable
del blanco. Los trazos de su oblicua
punta
tenían las ambiciones quirománticas
de mis manos desnudas:
manos viejas de dibujos,
palabras y légamo de oscuridad.
Garabatee, apenas entendiendo tales garabatos,
las simetrías de este vacío.
Y con las púas de un pincel,
desordené,
en un silencio amordazado,
las caras de tantas otras pinceladas.
¿Acaso mi propia efigie y el reverso?
DE QUÉ ESCRIBIR
El silencio, como lagrimal crudo,
tembló de frío en mis labios…
Mi boca, aún como un sello,
proclama la ruda sentencia.
En mi boca taciturna
no se cuelgan sonrisas que, en antiguas botellas,
sacrificaban dientes a mis vanidades…
Han pasado borracheras,
nubarrones de pájaros
en ciernes de su improbable lluvia.
Ahora sobreviven mis labios
mascados por los mordiscos del vidrio romo,
cuyas encías a la luz del día se inflaman.
Socavo preguntas, lo sé,
cuyas respuestas no demoran
sus términos en socavaciones.
Socavo preguntas,
cuyas respuestas jamás
han sido interrogadas por más de 15 minutos
bajo una luz cenital y durante
el solsticio de mil novecientos cuarenta
y tanto, en un sótano profundo como un
ombligo.
A OTRO POEMA
Se detuvo en una inmensa calvicie:
—Tienes que imaginar
que lo imaginario es aún imaginable…
Detuvo su voz, sus rasgos…
se repuso como un silencio,
armó
cada una de sus conjeturas obstinadas,
mientras sus palabras se diluían
como bocas de cal en el ahogo de sus besos.
—¿Cuántas preguntas
se cansan de responder?— Preguntó por invadir,
las estructuras audibles.
Y con pasos como preguntas,
descendió una piedra
de algún cielo raso,
de alguna oreja quizá,
y la noche era respuesta y era respondida,
o quizá la compostura
de otro vacío ella era.
Y el día era de noche lo que era, y era voz sin súbitas
inflexiones…
o quizás el orbe de un cero
así de noche era
o…
la “o” por lo redondo
era.
SIGLO DE ORO
El tiempo apenas se siente en la edad de oro
ya no se siente el silencio
y mis ojos vienen en párpados
y tiempo y silencio que parpadean doradamente.
¿En qué sombra de muerte
se guarece mi vida si el epitafio le estorba?
¿Qué pasará
cuando duerma?
¿Acaso será sueño, sombra, o será
confiscada vida por el único dios ciego?
¿Acaso mi reloj sobrevivirá
a uno de sus vuelos menos arrugados
como yo sobrevivo a éste párpado despierto?
LA NIEBLA
La niebla, de intransferible peso,
escapa de la guarida del alba;
sucumbe perezosamente sobre las frágiles espigas,
sobre el pasto y sobre las reses
coaguladas por el frío.
El niño
hunde su grito andrajoso
en el escorzo pálido y demolido de los pastizales.
El niño va
desarmando su alegría en pasos;
sus zapatos muerden la hierba,
beben el rocío,
amasan el excremento de los caballos;
y en manto sin pliegues le regresa
el eco,
que marca sus antiguos hiatos y sus recientes
sinalefas,
como un coro de sílabas íntimas y de silencios
separados.
Niebla, niebla, nie-bla...
El niño juega ciego
como el juguetón espiral de un Sputnik
ALMANAQUE FRÍO (1989)
Tendido
en el aleteo de mis dedos
hacia el mapamundi
ocre
viejo doblado
con arrugas andrajosas
He hincando con mi índice un lugar
adonde ir
entre nombre de tinta empolvada
Allí en un vago invierno
de mampostería escandinava
ser el testigo
preliminar
de la tarde que olvida
su nombre en las nubes
hermosamente asesinado
y rendido
(¡Oh! tarde que de su cabeza
ruedan
turbulentas coronas
como llaves averiadas en cerrojos tuertos)
Partiré en una travesía íntima
hacia un par de zapatos vacíos
El frío se desnudará
para compartir mi frío
y cuánta mitología vendrá
de cuánto quiero
¡Cielo y tierra! ¡Aguas!
¡Nieves!
Tal vez con solemnidad
exploraré extensiones de árboles
de almanaque helado
Buscaré el humus
inmensamente blanco
Y advertiré entre las sombras de mi sueño
aquellas lumbres que a mis desvelos guíen.
RREFORMA
…Y vigilia hasta que soñamos
y recuerdos, entonces
vida, muerte, sueño,
noche y día…
Entonces clavos
que muerden cruces vacías,
palabras agolpadas
en los pecados,
bocas llenas de lenguas
bifurcadas por filos romos.
Entonces
todo cruje, salta;
y besos ebrios que resbalan en las bocas y trastabillan,
cementerios desdentados
que nos sonríen
cada muerto,
que nos separan con cada lápida.
Una dentadura en cada forma nos amenaza
con el dulcísimo mordisco de Eva.
Y entonces, entonces sí:
Ab aeterno
BIBLIOTECARIO
Te hojeo,
te deshojo,
te hago estallar como a una
hojarasca…
inevitable cae la voz en la fórmula de su garganta,
como un clavo de vidrio,
como un eco descalzo, sin pies,
desnudo y en voz alta…
Huyo a ti, como un libro que rueda
en sus páginas.
Huyo a ti,
temo que sortilegios analfabetas
abrevien el gozo…
Te conozco…
Extravío las yemas de mis dedos
En tus pezones deshuesados…
Tus manos revuelven mis brazos
en cuyo centro nueve meses te siguen…
Y mis caricias, anchas como la sangre de una sospecha,
Caen en tus bocas sin bisagras…
Húmedos nuestros pezones
se amamantan…
Te hojeo, te deshojo;
beso a tus senos,
entre tus senos…
olvido tus memorias cuando aún no te dejan…
Mi vigilia es el rudo centinela que te despierta;
y mi sueño, el resignado reo que te duerme,
mientras en otro límite acuno el dilema
de persistir doblemente
como por ti lo hago singularmente.
DE CUANTO SE DIJO,
nada faltó,
y el silencio repitió otra vez la ruda sentencia
(me sobró la mudez en el eco)…
De quienes estaban,
quedé telefoneando a un numerario petitorio
y quedó la sordera
pintando imperfectos autorretratos…
Pero allí,
en tus ojos, mujer de la fotografía blanco y negro,
actriz que aún calla lo mucho que decir…
en almíbar de tu voz ausente, mujer de ombligo cicatrizado,
acumuladora de teléfonos crudos,
se hunden mis pálidos respiros
mis pálidos respiros...
Pálidos respiros...
respiros…
AFILADA ESTÁ LA TARDE
En espadas de crepúsculos.
Todavía no sé quién eres,
Sin embargo
Póstumas son ya las sospechas
Que me azoran.
Amplia es la garganta de mi voz,
Y en lo hueco hasta el eco envuelve…
Aquí, justo aquí
Ni el políglota silencio, que en cualquier idioma calla,
Traducir puede tus silencios,
Que sólo a señas baten ya muy alto sus plumas.
Aquí, mis pausas
Sigilosamente detenidas en mi lengua…
Mujer,
Yace en la paz de tus horas,
En el reposo que a tus espasmos santifica.
Duerme: tus párpados cicatrizan mi sueño… Duerme…
He derramado sombras
bajo inclementes luces.
He ido, he marcado…
(Los zapatos no tienen huellas transitables
Al calzar mis pies.)
En mi itinerario
Traficaron cuerpos, un tumulto de
Uniformes como siluetas recortadas al fin.
Me sorprendieron las mejillas arrugadas de una penumbra
A la intemperie.
Tras un árbol magro,
Me sonrío una prostituta desdentada,
Cuyas encías virginales le carcomían el resto
De su boca;
Furtivamente ella esperaba ver
Si
Impacientarse pudiera algún día,
Porque el árbol se deshojaba todos los días…
Oh, salta mi voz—
Dije alguna vez…
Desde una conjetura de mi piel,
Se asomó la melancólica tos en estirones
De bostezos impacientes,
Y un testamento enmudeció sus
Pe-
ta-
los
Arrugados o vacíos:
Según fue el triunfo de lo sano o lo completo de lo dicho.
Mientras regresabas, mujer,
No hubo sabiduría que alumbrase
Siquiera el sepelio del sabio muerto.
Ahora YO llego a TI,
Otra vez,
Despacio, afilado en espadas de crepúsculos…
SIN TÍTULO 1999
El mar pregunta cuando dibuja
debajo de su espuma,
y responde cuanto de dibujo
tiene su sal sobre la arena.
El mar ruge en las grietas depositadas.
Y tú, rodeadas de olas, eres quien eres,
a quien el mar ha confesado un terrible secreto,
un secreto que todos —quienes te conocen—
conocen.
Eres plena belleza.
Como pálida sonrisa,
llegaste con tu cara conturbada al espejo
y la rebeldía que supones
y el asecho que anticipa filos.
Desde el naufragio, he llegado hasta tu seno…
Y la cópula lamida por labios entornados,
Pinchada con los amagos taurinos que se combinan
sin escape en el rojo silencio…
Ya, alrededor de ti,
el agua se perturba o es obsequiosa
(como mis respiros cuando subíamos a las colinas,
sentina de tijeras embotadas).
Desde las bisagras de nuestros promesas incumplidas,
domesticamos tantos gritos,
mellamos el vuelo inaugural de los aros
extintos en la marea
(aros que cercan la cintura de un cuestionario nocturno).
Entre el gorgoteo que mana del agua,
los espasmos se ahogan
como el damasco de esta noche—noche espectral—,
cuyo sombra anuda nuestras siluetas
a las siluetas tumbadas en el horizonte
inaplazable.
SOBRE MI CRÁNEO,
raíces de velludas sombras,
como petróleo primogénito,
precipita
brillos
de trenes ondulados de ondulados rieles.
Mi frente al frente
crece,
redonda como un planeta
espeso,
hacia el resto de mi cara
de ademanes severa…
Piel cárdena, tenaz,
sube ese árbol de melancolía
ya vertido en estirones
de pensamientos impacientes.
Mis ojos,
como frágiles pájaros,
despiertan después del vuelo,
se ven al espejo después del vuelo,
se orillan en mis párpados, se aferran a las arrugas
como al filo de una cicatriz,
como al filo de una pluma
como al filo de un espejo roto.
Al borde de la ceguera, giran
con vehemencia de ver lo que desde el vuelo,
a lontananza;
giran
como mi nariz en procura de respiros.
Espeso voy,
Consonante mi estatura.
Yo soy aquél a quien casi recuerdan
—o a quien casi olvidan—,
tal vez el reconocido prójimo de todos aquellos
que otros desconocen.
SIAMESES
Soy hasta fatigar el verbo
Hasta besarme
te beso...
Tu melancolía es
lo que tu sed
me deja beberte
Y tenemos el sorbo
apresurado bajo el río…
A veces a mitad de una escalera
que acaso en sus peldaños perdió su horizonte
somos los dos en un largo paseo
hasta revertir las huellas
y preguntar por los reveses del anverso
Y si el aire se vicia
por nuestros pensamientos
y nos separa con su cicatriz
entonces
tiende tus manos a las mías
que son el peso de las tuyas…
Tiende tus ahogos
En mis aguas
que reunidas son como la corriente
cuyos designios recorren una frontera ilimitada
Tiéndete sobre mí
hasta rozarnos
y tocar y palpar aún más allá
más allá de la fatiga
y el modo…
DE MI VOZ
Se ahogó el eco más silente
De cuantos mi voz aguijoneara;
Se desdibujó en las abreviaturas de un etcétera
Pese haber gritado en tu ombligo.
¡Oh! viene el dolor, se anida en mí,
Usurpa la sal de mi tuerto llanto.
Mujer, aún te busco,
Al través de ventanas
que durmientes torcidos han enmarcado…
Ahora me tiendo sobre las púas de tu sudor
Y por tu caridad romana
Vuelvo a ser libre como tuyo…
Mientras la lluvia cae,
Como si se desmigajara el pan ácimo de tu ayuno,
como si...
MANIFIESTO
Mi mano se acostumbró a ser cicatriz
De tu boca, de tus pezones,
De tu entrepierna enrojecida y de la diminuta
Herida en la punta de tu lengua.
Cayó la sombra como la hoja seca de un árbol incendiado:
Cayó
En el vértice de tus piernas abiertas a la luz fugitiva,
Sin que al final yo descienda
De tus párpados cerrados.
Mientras mueres,
Yo persisto bajo cierto harapo del sol
(Mas reconozco que muchos han perdido sus sombreros
Repletos de canas y de trucos)…
En mí, lo efímero de mí,
Con mi golpe agrio
Y los andrajos remendados
Que enmascaran mis heridas de criminal vetusto.
Al margen de un sueño que casi nos dormía,
Habíamos sobrevivido sobre este lecho,
Más que una caricia sin cruz:
Tantos peldaños se preservan del encumbrado abismo;
Y tantas botellas,
A mitad de un sorbo,
Se acostumbraron al cristal rutinario…
Y nosotros aquí, juntos,
Numerosos en dolores y escapes
Como el suplicio de un cielo grisáceo,
Aunque ya caduco en su osamenta.
¡VENGANZA! ¡RESPIROS!
De aquí no se levantará siquiera
una lápida
a condecorar mis interminables
proezas.
Haré fulgor en el silencio,
por el terremoto que no cicatriza nunca.
¡Haré cenizas a pesadillas que no son de nadie…
Como una orla sin pies ni cabeza,
la joyería de una puñalada arrojaré al vacío,
mientras mi mano de dedos harapientos,
que en el almizcle de dolor ungió plenitud de martirios,
levantará, con hazañas,
una almeja como un cráneo vacío.
¡Oh tesoro fulgido de mi silencio!
Odio,
venganza…
Oh mi sangre como una estatua de sangre
seca.
Oh fulgor de mi ira…
¡Respiros! ¡Respiros!
A PUNTO…
Ya el fuego comenzaba a endurecerse
Como lápidas recién esculpidas.
Era el zigzag de relojes severos,
era la maleza que insistía en el osario
y demoraba los recodos de mi sangre,
los resquicios abandonados de mi orgullo
y las fisuras de pensamientos decapitados.
Ella estaba
temblando como un escozor de estrella
crepuscular.
Y una luz, resoplando en los ecos del viento,
me advertía:
Hela aquí,
he ahí sus ojos solitarios y fríos…
Como una oceánica maniobra,
iba derrotando las aristas;
y llegaba y mojaba, hasta me hacía
flecos de espuma intrépida en su carne tierna.
Y luego el predicho reposo al margen.
El mar al margen de su espuma:
íntimo, marítimamente como los anchurosos
mares de mis olas...
HE CAMINADO
He caminado con sospecha,
apuñalado por los latidos de pensamientos proscritos.
Fui esculpiendo pasos con caídas enjutas
y transitando el atajo que toma las cornisas
ebrias.
He caminado en los desiertos
de alas inútiles, hundidas como peces de un vacío.
Y a un tiempo con el alba,
la arenga del llanto se hizo trizas
entre los escollos encallecido por el silencio.
Y de todas partes vinieron los viejos
olores a mi guarida,
como si trajeran, en vendimias inapelables,
las certidumbres de otras hormigas.
Llegaron los viejos olores a mi guarida,
como si trajeran, en sus pieles,
hormigas empolvadas.
Llegaron con tan vago peso,
con tan vago frío
y con tantos mordiscos a huesos recién rotos.
Has llegado, mujer,
palpitante, con latidos
que no se enreda en la madeja de una píldora calva
(y tal vez amarga).
Has llegado, mujer,
y hasta las plumas,
desmayan en bermejos cascarones,
revolotean, arden vanamente
y abanican desde muy lejos el vuelo.
LE SALIÓ LA VOZ como humo
A través de su lengua un indistinto himno
Y su vientre era calendario
De calendarios ajenos
Ella se anidaba en mi regazo
Crecía como un paciente feto en caricias encarnadas
Y venía al mundo que era el mundo de mis espasmos
II
Esta vez creció no para venir al mundo
(Mundo conocido por mí) sino para morir
Se ha ido lejos
Tan cerca de mi odio oculto en la mitad de un osario
He quedado solo:
La vejez entre la maleza de mis arrugas
Se aja solitariamente.
He quedado solo
Sobre el lecho que ella dejó revuelto
Como una historia escrita con guerras y no con palabras
Estoy lejos de cualquier caricia con cintura
Sobre un tablero de ajedrez
que dos contrincantes
(siendo yo mismo el uno y el otro) abandonaron
Apenas una reina pálida tumbada a mi diestra
Inmóvil como si al fin se aquietara su silencio
Fría como el beso de una raíz olvidada
He quedado sólo al lado de esta reina
que abandonada fue por su corte y su marido
No tiene voz
Sólo yace tendida mientras lentamente se rezaga
De mi inmóvil fuerza…
TERRÍCOLAS
I
Un ojo dormía,
encubierto por las raíces de este lado de la tierra.
Una mujer
parió a su primogénito,
y éste creció al cabo que nacían sus hermanas;
creció hasta que creyó ser hombre,
pero ya hecho un hombre no pudo
tolerar que otro varón naciera del mismo vientre.
Entonces,
súbitamente el ojo despertó
como un coagulo de sangre,
y se congregaron poblaciones sombrías,
desde los vientres del otro hemisferio.
II
El primer labrador
comenzó con un grano,
pero su grano era oro mudo,
letrero ciego,
y los abisales granos del grano
sólo hablaban de lecturas crudas,
granulares formas…
Su grano quizá no era el mundo
que quería conocer…
quizá ni siquiera era un mundo ajeno,
pero si era más grande que una pregunta…
El primer labrador sembró la semilla
como un ojo crudo,
por eso fue mano la suya,
la que sepultó entre apretones
la sentencia de aquel tiempo tan remoto.
III
¡Venían mientras morían!
Con una vida indolora, saltaban;
incómodos,
como en un crimen ajeno,
y titiritaba de frío…
¡Venían mientras morían!
Con una vida indolora,
O tan adoloridos como sus pasos oblicuos.
COMO TUS PALABRAS DE JULIO
La lluvia tiene su sangre en las
gotas, y, teñida de candente saña,
llueve en mi dolor.
He pospuesto la noche
por un día;
el año,
por un mes.
Hasta tanto tú,
la que aún no caduca en su fórmula repetida,
regrese con las virtudes de esos plazos,
que nunca dejarán de ser
el vicio que me envejece.
Bitácora 1:
He transmitido la luz del calendario,
tenazmente,
en el hueco donde perecieron tantos lutos.
En mi prematuro
descenso,
encontré un símbolo
como una flor prematura.
También
conseguí relojes y relojeros exangües,
cruces ya secas
como tus palabras de julio.
Bitácora 2:
He muerto,
casi en mi intimidad,
y aún no sé si mi moribunda
caída descifrará tus raíces.
Bitácora 3:
Sin saber si aprenderás a leer
Me demoro en estas líneas,
roídas por las sombras de mi mente dormida…
Si llegas a mí, mujer,
no rompas el calendario que una eternidad
me llevo urdir, ah,
mientras aquellos 12 lunas
Truncaban estos versos para siempre…
DESHOJANDO MARIPOSAS
En mi boca
se deshojan desiertos
ásperas hojas
y suaves palabras
y florece el vino
entre las arcadas de la espuma
y cicatrizan
silencios rotos
que se caen
de la pulpa de tu boca
Mis caricias se aventuran sobre tu cuerpo
deshojan las hélices de tantas caídas…
Al fondo de un vuelo
caigo
prolongo el ahogo de mis lágrimas
y también lloro el naufragio que me atrae a su sustancia.
Arañas remiendan
Una desnudez que me atosiga y me acalora
remiendan mis arrugas a mitad de mi vejez
y aun así te espero y deshojo mariposas,
mientras mis caricias caen
deshojando mariposas.
SIN TÍTULO N° 1
Después de un largo dibujo
como un libro arabesco,
después de un piano vertical
afinado como un cráneo desdentado,
le resbalaron miradas sobre sus mejillas.
También debajo de sus lágrimas,
Se desperezó cuanto pudo,
Y de las arrugas escapaba el frío.
Salió ella sin sonreírle a ninguna
Gioconda.
Sin alas revoloteó. Sin pliegues a la cintura,
remendó sus antiguos, sus largos
vuelos.
Como un compás meditaba
en la noche de arlequines remendados…
Intrépida la voz le iba
y le venía…
Y luego, no sin pesar,
y sacrificando el himno del silencio,
cuyo coro lánguidamente se apagaba,
me dijo: ¡Nace!
Aquel vigía de pronto muerto estuvo.
Ya un vacío de cristal
Retorcía sus arrugas…
¡VEN!
Ven y siéntate en mi calma.
Rodea mi reposo con tus sábanas tendidas al sol.
¡Tu silencio es dístico
que mis besos, aun callando, no declaman!
Ven y calza tus pies en mi boca.
Que tu mirada sea el disputado ajedrez
entre tus ojos y los míos,
y que aun tus vigilias
cabalmente se acomoden
en las mismas mataduras de mis sueños.
Ven, acúsame con tus pezones
hasta amamantar mi huida.
Ven:
tu tersa piel y tu boca,
tu nariz pálida que sin respiro me remienda…
Ven, no te inocularé
con un semen que nos envenene;
pues ungido seremos en cada trance nuestro.
(la verdad es una tragedia amenizada por falsos actores;
la mentira, un recodo de comediantes
no menos falsos que sus mismos papeles.)
¡Ven!
Recuerdo mis manos empuñadas en las tuyas:
temerariamente me apuntabas a la cara y en mi cara;
la quiromancia me rendía,
y aun por ello estábamos a mano.
Recuerdo tus huellas hincadas en mis pedregosos talones
y también tu ombligo que como una moneda
se hundía en la saliva que me ahogaba…
Ven.
¿CUANDO?
Cuando mi sangre te maraville
la sentirás en el viento.
Será viento, será sangre;
no será más que los impulsos de mi falo.
Y cuando la sillería de mi sangre
revolotee como una mariposa prohibida
por tu boca,
serán tus palabras pezones envenenados
que aletean en besos ajenos.
Verás que mis latidos sonríen
tu mordisco.
Sentirás, en tropel, las huellas
de alfileres ebrios en tu memoria.
No sabrás de huellas errabundas,
pese a que los paraguas
sean tan profundo como anchos.
¡Vegetaré en el cuadrante de una lluvia,
bajo la intemperie de una gota!
Pero,
¿cuándo?
AL CREPÚSCULO
¿Qué faro dulce
ha alumbrado tus olas?
¿Qué tersa y blanca miel se posa en tu hambre,
antes que el menstruo sublunar unja lo diestro
de tu índice?
¡No me respondas!
Sólo sonríe
Aun si tus comisuras me aguijonean mortalmente.
¡No me respondas!
aunque mis pestañas tu cuestionario desenreden.
Metáforas han sido taladas
por parábolas,
pero no me respondas,
calla, sigue en tu regocijo a la orilla del Leteo,
sobre la misma piedra que recuerdo,
pero no me respondas,
deja que las impacientes respuestas
extravíen sus barcos de papel en la corriente,
porque también en sus espirales te recordaré,
niña,
pero no me respondas
niña de tus dedos;
niña de mis ojos..
AL BORDE DE PIEDRAS
He nacido en un vagón,
Heredero de un obituario
no sé por cuántos tipógrafos corregido…
He nacido en un vagón,
maldigo unas tripas interinas
que se anidaron en mi bajo vientre
o en mi cansancio.
También
Heredo camisas que me azoran hasta el cuello,
zapatos culpables
y bocas sepultadas por muchos besos insepultos.
Ya parto al andén donde mi pasaje nunca caduca,
mis pasos calzan iniciales
que se fuman entre sí
y también palabras que, a veces,
medran y socavan,
y quedan al borde
de lenguas de piedra.
RADIOGRAFÍAS
Radiografías
de mi voz
se alargan
como los frágiles vacíos de mis clavículas
¡Oh, es un húmero
y es un grito!
Cual fémur sólido
voy diciendo sin que me escuchen…
Aquí está mi voz
servida en omóplatos
como un plato dentro de otro
y aquí los sordos se quiebran
hasta las orejas,
el martillo y el yunque,
del sermón de la osamenta
en el sermón
de la
osamenta…
SEMILLA
Al entrar en el auditórium,
con seriedad de culo senil,
me detuve
y observé,
como absuelto por el movimiento,
las lenguas sedientas de nalgas
y hambrientas de pedos discretos;
gredosas, radiales
como un ejército de lápidas ordenadas en un asedio.
Cerca de mí, el escenario;
en el aire,
aplausos ceñidos a la ausencia como escamas,
aplausos cuyas escamas fueron alguna vez
los únicos aleteos del vacío.
Entonces el cóncavo silencio, como un pez,
palpitó en las paredes calcáreas,
en el borde de las molduras,
en el telón…
Estallé en deseos febriles,
amamantado por las tetas de mis versos…
EL OLVIDO
De lo que llegó, no hubo pausas sino conmovidas formas; una palabra de palabra en palabra, sobre el lomo de palabras antiguas. Entre los extremos de mi silencio, no había planetas con lunas, con geometría, con sueño del cual asirse el insomnio.
La muerte se dividió tantas veces, pero sin perder la prisa que ya es ajena a mí sacrificio. La muerte sólo anda sobre los pasos de las criaturas, y la vida, aumentada en mí, no hace más que esperar por aquel retraso que la azora.
Penígera ha sido mi melancolía, acaso mis memorias, cuyos versos mamposteados constituyen un muro ciego. Penígera ha sido mi melancolía, cuyos vuelos entre mis quietas alas vuelan.
LA OCTAVA SEMANA
Primero caminaba por una calzada angosta, en medio de edificios vacíos y escombros barnizados… Mi peso apenas encajaba entre mis cauces. El celaje era un cristal como un tubérculo retorcido. A mis alegatos les atenué aquellos énfasis, que igual regresaban en lánguidos ecos devanados por el silencio…
Cuando me detuve, las inmóviles huellas marcaron a mis pies como con un signo candente tantas veces herrado sobre enhiestos lomos. De súbito, la calle era una acera; y luego era una hendidura del drenaje que acataba semáforos rotos. Entonces mis preguntas, ya por las dudas colegidas —y a cuyas inflexiones estaban mis pensamientos adscritos—, las vi como una sola e indivisible respuesta en su último trance: ya no era soberbio aquel distinto talismán; pude ver a su vecino agreste e igual de supersticioso. Pude ver los pasos de aquella luz dentro de un cajón, como maleza cultivada en la misericordia de un crimen. Pero cuando todo parecía ser de lo que lentamente no podía hacerse nada, y las fauces engordaban por morder los despojos humanos; y cuando de todas esas ventanas, arrugadas como ojeras de telescopios muertos, colgaban paraguas retraídos; y cuando de cada ventana se podía ver las sombras tumbadas y abatidas y cuando los edificios apenas podían sostenerse sobre ruinas repasadas por larvas… Entonces, de un sólo golpe se precipitó una lánguida voz de alfiler.
Me hice del paso ávido, tendido al encuentro. En la salvedad de mi prisa, una silueta afilada como su voz. Allí me detuve. Frente a mí, una criatura pálida, acurrucada bajo la arquitectura de los relojes nocturnos. Cerca, palpitante. No tuve duda de que su cabellera extendía aquella fragancia, y de que en sus ojos, al ras de mis parpados, bastaba la redondez de nueve meses incestuosos. Ella tenía la juvenil edad que otrora envejecía a este sueño de pestañas romas…
Ceremoniosamente me acerqué, y mis palabras se ahogaron en una resaca gutural, hirsuta, de coágulos en garganta herida. Aún las sienes crepitaban como las dispersas pavesas…
La criatura así convino mi ineluctable itinerario; y todo el sueño bajó en pedazo de amatista, y el alba se posó sobre el filo de un sueño que se hundía en el hontanar de mi memoria… ¿Qué consuelo no ha sido capaz de reunir este gasto, si no el mío? ¿Qué consuelo demora mi espera, mientras sólo puedo esperar de mi consuelo la calma?
Duermo. Duermo. Duermo. Duermo el tiempo justo para que algún día despierte de aquellos despertares tan hostiles. Pero esta criatura sigue el único testamento que usurpara de mis desveladas horas.
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