AL ÓLEO DEL CANDIL
(2002-2012)
De
Vale
Escrito entre otros afanes,
Durante otros desvelos…
Al óleo del candil.
G.J.V. 2015
4
2002
MANUSCRITO EN UNA BOTELLA.
Entre una ola y otra ola
El mar se arremanga su espumosa incertidumbre,
Y en murmullos numera los cristales del reducto.
Húmedo en el vértigo de bramidos y de tempestades,
Viene a orear sus hallazgos sobre la orilla que demarca.
Dormido entre burbujas,
Resbala en las escamas de las sombras;
Emerge y se hunde y ofrenda en lo alto un brillo tenaz…
Mar, tu voz al ras de tu silencio.
Vetustez de aguas amargas,
¿Qué ola moja tu nombre?
Devela tu rostro submarino
De arrugas que crispadas desde el fondo surcan algas.
Mar, que santifica su provecho sin comer un pez ácimo
Siquiera.
Mar,
Hasta en mis sueños tienes la sal de tu sangre,
Y de tu aurora nace el ocaso de mi sanguínea sal.
Antes de mi muerte,
Despertaré en tantos sobresaltos
Como remojes fémures en mi espuma…
Mira. Sobre lápidas:
Peces, hombres, moluscos
Pájaros
Helechos
Mujeres…
Doquiera me rodea el por doquier…
Ah, también playas de ese fondo que circuye
Y el fósil de una vertebrada nadería…
Entonces, la Venus de Milo,
Desigual,
Con el ahogo en sus ojos y motas de oro en los tocones.
Entonces, cosechas…
Mar,
Nunca olvido las branquias de mis desahogos
Ni el desarraigo de mis párpados.
En las sentinas aún prevalece mi caudal
De tañer un cencerro apenas:
Mi amarizaje se ancla en un naufragio indiscutible,
Y tu naufragio prevalece en el agua que bautiza al ahogado.
ALEVOSÍA
Extravié meditadas dudas en aquella corriente,
Cuyo caudal mis palabras inútilmente repitieron.
¡Tartamuda privación en el previo colmo de los días!
Resonantes arcos entonces del vacío
Prolongarían la fuga de mi voz amordazada.
Horas no conté, pliegue por repliegue…
Ninguna
A la que tuviera que ceder las espadas
De un antiguo reloj ya rendido
Entre otros estoques.
Aquella noche
Prosperaba como un puñal en el vado.
Y al sesgo de su sangrienta agricultura,
Lecciones de taxidermia perpetré también,
Y garras criminales encubrieron
Mis manos tantas veces ungidas en espinosas lluvias.
Bajo aquel cielo terriblemente al alcance,
Los escombros de la tierra
Pacían como pivotes de confusas guerras.
Al borde de sus voces, mis muertos gritaban…
En las calles,
Se dividían los velorios de un incendio refulgente;
Pero no pude, a fe que no,
Llorar en el redoble de mi desconfiada fe.
DEBAJO
A Hiroshima
Déjà son sourire a guéri
Le mal que son regard te lance
StéphaneMallarmé
Del fuego descubierto por el humo
Sois el solo cogollo de la esquelética arboleda
Apenas un párvulo azorado por su orfandad
Vuestra historia lee en cualquier libro
Rima con rima se arrima a ver si sois al menos
La primavera de todos los paraguas de aquel verano.
Debajo
Los olvidos de alfileres
Se posan se hincan en el filo de los muertos
Debajo
Hay un obituario
Que un loco sastre reescribe de revés
Mientras al derecho se devuelve por el luto
Debajo
Hay unas marcas de un sol efímero
Y desde donde siempre caen las rodillas
Se abre la cariada hojalata que no disimula
Aun en el alumbre de su despilfarro
Debajo
Hay una cima sobre la cual se hunde
La suerte de un naufragio
Debajo
Se guarece el profeta de tigres ilusorios
Y llueve después de no llover y de vos vuelve a gotear
El agua otra vez hecha de lluvias y raíces…
D
E
B
A
J
O
EPITAFIO
Deja que el cadáver yazca,
No lo asedies tanto, que le avergüenzas
Con las testimoniales dudas de tu asombro.
De su garganta no procures el silencio,
Que sólo en la garganta suya conviene su carácter.
Déjalo pensar,
Para que calle holgadamente,
Y tú te puedas oír según así no le interrumpes.
Deja que el cadáver amaestre su ceguera.
No le importunes con miradas tuyas,
Que las nuestras no ven nada;
No lo apures con tu báculo,
Que nuestra ventaja sólo nos apremia, ciegamente,
A morir.
EL VIAJERO.
Más lejos de lo lejos, al Misterio.
Cesar Vallejo
Debo partir “lejos”.
Más allá…
Donde pueda morir
Con la certeza de la fe irrepetible:
Estaré muerto, entonces.
“Lejos”,
En el crepúsculo de arrugas oxidadas
Que también se traban unánimemente
Como bisagras de luto;
Para no ser más
Que una lejanía a lontananza de lo “lejos.”
Lejos —sin comillas que me cerquen—
Que nadie se enorgullezca de mi ausencia envejecida
Ni que memoria alguna
Postergue mi incertidumbre en una fortuita
Sobremesa.
DESDE UN RÍO DE ESPERA
Viniste como impoluta burbuja,
Triste saliste de la espuma
Y a mi lágrima llegaron tus cauces
Tormentosos.
Improvisados pensamientos
Revuelven lo que en el agua se diluye.
¡Oh! Concibes incrédulas conjeturas
Como un frágil presagio.
Soy quien esperabas. Mi mano, cicatriz
Que aún encubre la herida intolerable.
Todos tus pétalos palpan mis pesquisas…
Feliz te abres
A las arrugas de mis manos.
Mi boca, como una fruta madura del silencio,
Se detuvo;
Y en la inmadurez de tus labios el silencio cogió su fruto
Hace unas cuantas hojas de parra
De un parral ya anegado en el jardín…
Hacia un río de espera,
Fuiste como impoluta burbuja…
Mi esperanza a tus vistas se aguzó,
Como la hoja belicosa que nos divide,
Ya de tan divididos en nosotros.
2003
RECINTO OSCURO
Tú, que viste el rizo florecer en la calvicie de una piedra.
Tú, que despertaste en la oscuridad donde un seno palpitaba.
Tú, cuya pupila honró las púas de una corona
Y las excepciones de un desierto otoñal.
Tú, ¿te esconderías bajo la tienda de fieltro
Cuando la luz de la calle te intime en favor de sus recodos?
Tú, cuyo sueño espinas acicaló bajo mi párpado.
Tú, para cuya súplica un horario tiene el perdón menos inclemente.
Tú, sin menos que las rodillas en el redoble de su fe.
Tú, ¿conjurarías el estribo de usurpadores,
Sin siquiera rebasar la rúbrica de mi testamento?
¡Cuántas lágrimas irreparablemente
Se han hundido en tu llanto!
Dime, ¿hay vigor en mis arrugas
Para agradecer la vejez que te convoca?
Dime, ¿hay peso en mis manos
Para ofrecerte apenas el rubí de un vacío prodigioso?
Dime, ¿hay fórmulas de cuyos impostores
Se pinten también tus trazas?
Dime, ¿hay ceguera sobre la cual
No hayas yacido plácidamente?
No finjas morir en el regazo de esta locura.
No desprecies mi pobre elocuencia
Ni mi guiño presuntuoso que tras vacilar al límite
Socorre a vendar mi mortaja.
No postergues el sueño que te imita
Ni la duda que no acierta por enlutar sus blancos.
¡Cuántas veces te vi como un hábil pez
Al agua en la que se bautizó el incrédulo!
Ahora mis oraciones se trenzan entre el humo inútil.
Dime, ¿las arañas arrinconan tu lujo?
Dime, ¿así la muerte te apremia a recular la ventaja,
O son mis preguntas que disecan tu verbo?
Dime, ¿he demorado el cuestionario que tu vicio dispuso?
Ah… dime, ¿no eres el ojo acaso que perdí en una reyerta?
¿Aquí la oscura habitación donde deliré ocho meses?
¿Es ésta la hora en que debo partir con el perfil de un anverso
Adverso,
Yo, el tuerto
José María?
LA SIRENA
I
Descabellada y cavilosa su estética urdía,
Sobre una piedra que,
Bajo nalgas emplumadas,
Apremia su menaje en prisión
De crueldades duras.
Aquel cráneo espeso,
Sobre el cual la sirena insistía,
Incansablemente
Ha sido derruido por la brava espuma…
Aún las olas entre dilemas
Cataclismos eternizan.
II
La sirena desde su plumaje monolítico,
Como la sedente estatua de un pez,
E inmóvil sobre el calvo promontorio de las canas…
¡La sirena discernía
Sobre duros pensamientos el vasto rollo!
Y pensamiento a pensamiento
Apenas rendir creía aquella memoria insular,
Tantas veces la póstuma promesa para un náufrago.
III
La sirena, incluso porque seculares arrugas
Sostuviesen para siempre su tersa máscara,
Esperaba, mientras marineros groseros
De ella esperaban el canto.
Y el vuelo
Sólo a lo inmóvil le infundía dominio.
¡Sus pechos aún se marchitan!
Su edad, ya quieta en lo remoto,
Cifra arrugas, plumas y escamas,
Computa años y edades; naufragios cataloga.
También a peces profetiza,
Ya desovados todos en un nido de plumas…
TESTIGO
Érase un espejo redondo;
Y por convenio juraba,
En la vanidad de sus ardides,
Sobrar también el fémur postergado a imagen propia.
Érase un espejo orgulloso como redondo;
Y así se ufanaba de sí.
Ante él, toda pregunta,
Aun la que a tantas crines tejieran,
Hallaba canas entre lampiños desenredos.
Toda agitación, ante él,
Se duplicaba perfectamente en lo convulso.
Un día, también reflejado en el espejo
Según sus noches y según sus sombras,
Se descolgó un punto del alba,
Un punto retratado en el centro del espejo;
Y detrás del punto, desde el centro del punto,
Se mostró una voz antes de que un cuerpo le profiriera.
La suave voz subió todavía más,
Y al punto que el eco ya era propalado en su réplica sutil,
El punto, otrora desprendido de su ámbito,
Se concentró en ese frío de la noche,
Cuya exactitud de tinieblas horóscopos velaba…
Sólo aquella figura en la palidez de su esplendor,
Era aún más real que su misma profecía…
Allí la criatura.
No había suertes en sus eclipsados ojos,
Ni plazos que sus modos desquiciaran.
Ante ELLA, el espejo se turbó,
Y sus puntos más distantes al centro de sí mismo
Casi se descolgaban para al menos recaer
En el origen de cualquier conjetura.
Sin embargo,
Aún no se desordenaba el contorno del espejo;
Quizá por no distorsionar aquella VISIÓN.
ELLA, entonces, nada dijo, sólo entreabrió su boca…
Y luego sus labios se separaron para juntar una sentencia,
Y un monosílabo sin tilde no deformó beso alguno.
Y el espejo, más que esmerarse en un retrato de su efímera
Memoria,
La contemplaba con un secreto éxtasis.
Una lágrima le manó desde el ombligo ;
No de un vértice orgulloso,
No de un excéntrico truco,
Sino del centro de sí mismo.
La criatura, frente a cuyos ojos
La serenidad del misterio se veía,
No vaciló en su singularidad.
Y el espejo se reconoció al espejo
Inobjetable,
Y el silencio en vano predicó el silencio de esa húmeda
Boca...
Allí la criatura:
Sus oscuros y profundos ojos, su boca roja y entreabierta,
Sus pies delgados y pálidos como sus manos…
La meditación era la del espejo.
A lontananza, iba revelándose
Al través de las ondas que espumosos
Anillos de refracciones otra sondas repetían.
Verdad es que ella no se acercó ni se alejó de él,
Y que él en virtud de su mismo afán
Se esmeraba para no perder
La compostura de sus puntos.
Entre aquella ardua comprensión,
La de no deshacerse ante lo cabal,
El espejo ya no se figuraba que modelos ulteriores
Hubiese por doquier él doquier los precisara,
Ni si sobrevivía para retratarlos alguna vez.
Nunca antes pudo vislumbrar
Si del seno de otro espejo,
Acaso ignorado por su arrogancia,
Viniesen formas de otras herencias.
No le convenía sino descubrir, en su esperanzada
Y quizá también vacilante trigonometría,
Que ELLA era en sí una sustancia,
Cuya esencia gravita en su propio devenir…
Y que él era sólo un testigo redondo
Y no poligonal ni informe…
¡Ah! Un testigo, como si también lo fuese
Sin menester de que su superficie en el mundo existiera.
SOBRE
I
Sobre mis huellas anduve. Sobre mis
Huellas reposé. Sobre mis huellas
Deshice las huellas anteriores.
¿Qué huellas bajo mis pies confundí?
II
Voy descalzo:
Siento el rocío de la hierba fresca,
La tierra dura y sedienta, la calzada tibia
Que debo cruzar antes del chubasco.
Mis pies me acosan sin reposo. ¿Qué arcana
Virtud me espanta mucho?
Mis pies de lejos traen el sagrado sorbo,
Tan frágil en la cuenca ciega de mí sed.
III
Aun por trasponer los muros imperiales,
Un fósil en mí su inmóvil huella a tientas procuraba,
Mientras otros conspiraban contra mi reino.
Muchos pies me socorrieron, pregonaron el remedio caduco
Sobre el blando polvo del camino; pero también sobre
Las espinas del luto sucumbieron.
Caí de mi trono, al fin,
Ensangrentado, ya sin diadema.
Y por calzar las sandalias de mi tiempo,
Mis enemigos me descalzaron a la moda de mi propia
Desnudez.
BITÁCORAS
1:Esa mañana fui precavido.
Acometí contra ELLA como un molino tipográfico,
Hasta desmayar sus pliegues
En mi semen desmayado.
Esa mañana
Agucé las bifurcaciones de su vientre,
Hasta sus rodillas, hasta sus pies y
Hasta mi pendenciera valentía.
Afilé mi saliva en la suya,
Cedí mis labios al beso de su unigénito ombligo.
Anduve envenenado por sus pezones duros.
2:Los libros durmieron abiertos,
Y tantas páginas, envueltas en luto herrumbroso,
Vanamente conjuraron el peso de mis páginas.
En aquel santuario,
Cuya sombra aún precede el brillo de mis músculos,
Las sábanas extraviaron sus nidos,
Y en esos nidos el sueño se extravió a tientas
De las noches que vendrían,
Como mis desvelos en el mismo sueño se extraviaban…
ELLA saltaba, cuando en el paraíso silencioso
Sus balbuceos comían del fruto primogénito…
Y yo, imitándole en la avidez del rito,
Devoraba atragantado cada fruto de sus saltos.
ELLA llegó a mí:
Me besó
Cobijó mi ancho frío con sus provincias rasuradas,
Con su boca
Y sus pies descalzos, con sus sonrisas
Entornadas al amanecer de un guiño satisfecho.
3:A mí, ELLA asistía;
En tiranía jamás complicada en mi falo,
Con la firmeza de un suplicio que revive con cada exhalación.
Entrelazamos las manos, ávidas. Desmelamos
Un cuadrante del lecho roído.
Era piel descalza que descalzaba mi cuerpo andariego.
Era ELLA, era yo que vestía su sudor,
Y desvestía su lucha de hembra completa.
Y en los audaces giros de una envestida,
El crepúsculo prolongamos hasta al amanecer.
Otro licores ahogaban a nuestras cicatrices.
Mis maltrechos rieles, como la alta sal de una ola,
Recorrían el horizonte.
Luz venía, erubescente luz,
A ELLA, a mí, a esta mañana,
A este extenuado recinto;
Bajo la sombra de esta altísima linterna.
DE CABEZA Y A PIE
Pensamientos calvos salían de mi cabeza
Y sublimaban trucos en mi sombrero.
No pude torcer sus esperanzas
En ventajas de mis vicios.
No pude imponer la elocuencia
Que mi rabia consentía;
Ni sustraerlos a sombras rezagadas
Detrás de peluquines canosos.
Tanta orgullo ajó mi decrepitud.
Bajé cinco peldaños más, hasta el descansillo.
Deshice el nudo de la suplicante corbata,
Que mortificó silencios anudados en mi cuello.
Aseguré el cinturón al tramo más ancho de mi torso,
Como una sentencia que al desuso se abisma.
Temí de repente haberme rezagado de mis tardanzas
Más que de mis prisas,
Reanude la curiosidad de aquel alcance.
Bajé a término del vigésimo quinto peldaño.
El vértigo prescindía de su vengativa hélice.
Estaba, entonces, en el sexagésimo cuarto piso
De una torre de Babel octagonal.
Era la trigésima segunda lógica de un cuadrilátero,
En cuyo centro otra vez veía mis zapatillas inmutables.
Como las huellas de púgiles rendidos por el Minotauro.
Huellas
A veces confundidas
En la arena de mis descalzos pies.
2004
ANTÍDOTE
When the lake was meek, I was upon it.
Did I spell the illiterate silence’sname,
When the lake was a violent name sanctified mine?
I shall drink from its cold waters tomorrow.
“Just it is me —said I—
I spit at this thirst still overflowing my anger.
I am meek within this little throat,
Of which my noises drinks a little sip…
And this little sip still gnaws my ears.
Now my corners are about to flow without tears…
It still flows THRO(ughou)T bars…
The w(A)ter is stilly… You, bars,
Not your throat’s second thirst, but phirst”.
ughouughouughouughouughouughou
“It will rain tomorrow —after silence gagged herself,
Replied again— I promise…”
The waters still flow to downstairs:
Below the cold is stilted!
My evening thirst will be submarine
Tomorrow morning…
When I can be who can read the silence name:
Who could read its blessings?
Who could drink its ancient waters?
Who could spell its waves? Ughou.
There is a submarine under my feet.
One sUPmarine under fit of my feet.
(These feet do not fit me any more)
Alas shoeless fitfulness!
Alas the shoeless sky will limp up behind its “f(ea or ee)tless”!
And the limp heaven will not be skillful any morening.
Supstairs! Supmarine!
Shall I read to drink again?
(Tomorrow submorning)
You see, bars —said I—. You see
As the tears fall today from waist…
And now I go accompanied by you —it said me.
ANTÍDOTO
Si el lago estaba en calma, yo de su calma sobresalía.
¿Deletreé el iletrado nombre del silencio,
Cuando el lago era un violento nombre que santificaba el mío?
Beberé de sus frías aguas en la mañana.
“Sólo soy yo —dije—
Escupo esta sed que aún rebasa mi ira.
Estoy quieto dentro de esta diminuta garganta,
De la cual mis ruidos beben un sorbito…
Y este sorbito aún roe mis orejas.
Apenas mis recodos sin lágrimas dimanan…
Aún dimana el llanto al través de los barrotes…
El agua en sosiego está… Vosotros, barrotes,
No la sucesiva sed de vuestra garganta, sino la primera.”
OglúoglúoglúOglúoglúOglúoglú
“Mañana lloverá —replicaron de nuevo, antes que
El silencio se amordazara discretamente—; tal es nuestra prometida hora…”
Las aguas aún corren escaleras abajo:
¡Abajo el frío se atiesa!
Mi vespertina sed será submarina
Mañana por la mañana,
Cuando pueda ser quien sepa descifrar al fin el nombre del silencio:
¿Quién podría leer sus bendiciones?
¿Quién podría beber sus antiguas aguas?
¿Quién podría deletrear sus olas? Oglú.
Hay un submarino bajo mis pies.
Un subelmarino bajo la pedestre furia de mis pies.
(Estos pies ya no me sientan)
¡Ay, incertidumbre descalza!
¡Ay, el descalzo cielo va renqueando en pos de su cojera!
¡Y el perezoso paraíso ya no será perspicaz una de estas mañanas!
¡Subescalera! ¡Subelmarino!
¿Beberé de nuevo?
(Mañana en la madrugada)
“Veis, barrotes —dije—. Veis
Como las lágrimas, de la cintura caen hoy…”
“Y ahora marchamos escoltado por ti” — en coro me dijeron.
MARINERA SED
Marinera sed naufraga antes de bautizar mi silencio,
Y a sus orillas otra vez callo de repente.
Una ola rompe de mi lágrima…
Ay, amortajé mis ojos para encubrirles
En el sueño.
Te besé, mujer, en el afán de cicatrizar tu grito.
Marinera sed naufraga antes de que así me escuches,
Y otra ola, como el ulterior aparejo del ocaso,
Se hunde en tu lágrima.
¿Qué sueñas que ya despiertas?
Al través de un guiño tuyo te veo tan cerca…
Me besas en el afán de resucitar un beso,
Apenas un beso.
Marinera sed con apuro de su nombre
Al fin en mi ahogo abreva.
Brindemos por el colmo de nuestras copas,
Y bebamos de nuestras lágrimas al fin…
PIGMALIÓN (boceto)
Una vez compuse un soneto
Que alguien ya había trabado para sí.
Muchas veces copulé con una virginal estatuilla
Que otro ya había sodomizado a sus anchas.
La estatuilla se acostumbró a mí,
Se engalanó con el perlado frío que la rodeaba.
Después de un año
Se quebró por desprendida su virtud…
La estatuilla siempre fue aquélla por quien
El mundo era pétreo:
Apenas ahora dividida en el fondo de un profanado
Sepulcro…
Ningún pliegue de su mortaja
Amordazó mi llanto;
Hasta que descubrí que yo,
Explorador en pavores ajenos,
Del vecino había plagiado su Galatea.
LA MUERTE DE REMBRANDT
Mi muerte es atea,
Nació atea como yo.
Mi muerte tiene mi garbo y estatura
Y espera lo que yo…
Mi muerte es andariega,
Ningún tropiezo mío la rezaga de mis pies.
Crece atea y, en el enfermizo rigor
De procurar su individualidad,
Sus huesos crecen largos como los de la esperanza;
Y espera lo que yo.
No tiene nada, salvo mi vida,
Que es el monopolio de mi pobreza.
Mi muerte es vanidosa,
Más de lo que soy yo.
Si saco de su ombligo mi ombligo mismo
Nada despilfarraré en vano
(Es lel único modo de postergar mi deshora,
De ser, acaso, doblemente yo:
El que vive ha mucho ya,
Y el mismo que no muere porque revive en su morir).
DIARIO OCTOGENARIO.
I
Estoy temblando,
Si escribo
Será entre temblores;
Si digo lo que digo
Sólo mis orejas me escucharán,
Entre las arcadas de siempre.
II
¿Quién soy?
¿Acaso el que olvida el vigor de una pregunta,
O quizá la respuesta que se interroga demasiado?
III
Bajo este sol recto
Y tenue,
Cuya luz, robusta
Y redonda, estrecha un orbe,
Monedas se hacen las especies;
Aun así
Me reservo en un resquicio numismático.
Estoy solo
Como un aire vasto
Y lejos de respiros.
Mi primitiva alegría
Decora un hexágono de tres lados truncos,
Derruidos.
Estoy firme
Como un asta con la bandera
Podrida en su regazo.
Y si soy cual estoy,
¿Qué dolor, de fauces satisfechas,
Con mis pasos busca ser medido?
IV
¿Quién soy?
Sólo quedo yo para contestar; al fin lo sé…
Si me sobrevivo,
No habrá confesiones que me revivan más;
Pues sólo los muertos resucitan.
V-n
¿A todos conozco,
Mientras de mí tengo el extraño
Que en rostros ajenos extravío?
Espero entonces…
Y el porvenir cifra una cuarentena
Ya complicada con mi álgebra.
¡Ah! Mi sombra yace insepulta,
Como la lápida que me precede
En la pétrea demora de los días.
EL REVÓLVER
Le disparé en la mano que a tientas cogía el revólver.
Su revólver cayó del pretil al otro piso.
Debí haberlo matado, pero perdoné su huida
Apresurada entre los estorbos inocentes.
Me volví. Guardé mi pistola.
Yo ya estaba exento de su herida.
Durante semanas no supe más de él;
No conocía a nadie que pudiera delatarlo,
Pero siempre supe que su revancha,
Más puntual que vengativa en el arrojo,
Al cabo un final prescribiría.
En un viaje alguien me atacó,
Con prisa me dispararon sin que hubiera acierto
En el mismo encono.
No fue difícil darle muerte al inhábil hombre
Bajo las sombras de los árboles.
Todo el asunto apenas libró las arcadas ordinarias,
Lo que no era urdimbre de su verbo.
Otra escena redobló la fórmula un mes más tarde.
Al pronto se pudo vislumbrar el avance
De un destino fijo…
La tercera vez en lo absoluto me sobresaltó,
Era como tener que recordar
Quizá los plazos de una longeva dinastía.
(La policía, como siempre, se demoró
En el decoro de un cuestionario,
Mientras el cadáver era cubierto por las hojas.)
Supuse que no le sobrevendrían más,
No con los apuros de previas circunstancias,
Sino que a través de los púgiles caídos,
La convención lo suyo convendría.
Al cuarto mes de haber herido su mano derecha,
Me telefonearon. Sabía que era el momento,
El ritmo justo que nos reunía
Bajo la bóveda de un crimen santificado de antemano.
—Ya tenemos el hombre— dijo Zbigniew,
Y el auricular, como un vientre de caracol furtivo,
Ovilló la sentencia.
Escuché la bala que atravesó el empolvado cristal.
La escuché como si en su laberinto
Eligiera una recta travesía.
La bala dio en mi puño
Que autoritariamente se cuajaba sobre el tablón;
A tres dedos se simplificó mi tiranía.
Escuché que el repiqueteo
Ya remontaba otro rocío…
Mi habitación seguía sin más escándalos
Que los que el silencio en cada rincón acomodara.
Entonces,
Vi descender un bulto del pretil que encara mi ventana.
Cayó pesadamente como un revólver plateado.
Era lo ajedrezado y prometido;
Los sesenta y cuatro memoriales del verdugo.
Era lo cumplido tras los cabales intermedios.
Era la disputa sobre la arena.
Y entre los aplausos,
Era el entablado de un juego a tablas.
RELÁMPAGOS.
Un rayo se irguió
Desde lo alto de una vértebra sombría,
Y de su elegante túnica
Cayeron mordiscos incandescentes.
Las casas se alzaban al cielo
Como lápidas que, a tientas entre la maleza,
Extravían el rumbo de sus auspicios.
Piedras hincadas en el lecho del río
Hundían sus rostros entre vetas heladas;
Y el bronceado de sus hombros expuestos
Se diluyó como un cielo a la intemperie.
Vi los cadáveres que yacían
Amortajados en arrugas de un profanador.
Vi las siluetas de pájaros sobre ramas quebradizas:
Siluetas que batían sus alas en silencio,
Como duras sombras ensimismadas en un monólogo.
La calma era un pájaro aparte y ya muerto,
Claveteado con agujas de cobre;
Y mi rostro de cobre bruñido se ceñía al divagar
De otra cavilosa compostura,
Con mis crispados dedos clavados en los pómulos.
En un resquicio de aquel vano, cuyo alféizar me delataba,
Envainé el cuchillo sobre cuya empuñadura
Mi mano cabalgó
En un paseo de sangre suspendida y carne abierta.
Dos rayos se irguieron
Desde lo alto de una vértebra sombría:
Sólo espigas implacables bajo una elegante túnica,
Y mordiscos cayeron al rocío
Como ávidas mariposas en el hambre.
El pecho se abrió tan pronto
Como los primogénitos brazos de un parto
Con fervor abrasaban su adverso dogma;
Y una desordenada guirnalda de sangre
Arañó pezones que ya manaban el sustento,
Sepultando también los rubíes en el estrecho ombligo.
La arista criminal, veta del vacío, se detuvo en su límite,
Y desde allí una máscara de mercurio
Se deshojó con párpados penitentes…
Yo, en la defenestrada melancolía, mellaba el cuchillo
Para olvidar ese crimen.
Yo escribía su nombre de pila en el alféizar
Para olvidar el crimen.
La araña temblaba mientras
Yo repujaba la madera con el cuchillo
Para olvidar el crimen.
Yo temblaba tras mi faz de cobre lustroso
Y, frenéticamente, empuñaba el cuchillo
Para a tientas de tal báculo rector
Olvidar el crimen.
Inexorable fui, como el herrero
Que fraguó el metal definitivo.
Tres rayos se irguieron
Desde lo alto de una vértebra oscura;
Y tantos pliegues cenicientos laceraban
El itinerario de pájaros matutinos;
Y los opacos mordiscos devoraban pichones
Y huevos
Y huevos
Y huevos ya nunca empollados
Por el frío...
2005
EL HIJO DE QUIEN FUE SU PADRE
I
La misma escalinata lo secunda:
Tantos pies se persiguen en la cuesta,
Que la custodia al cálculo le resta
Esa tarda caída donde abunda
La siega de sandalias sin respuestas.
Prevalece, en el llano se fecunda,
La que en orden mayor no va segunda:
La semilla sin muerte en tales cestas.
Se vuelve, tremedal de lana atrás,
Que aun sobre los reveses va y repone
La hirsuta semblanza por el ras
Del dintel. Adelante, él lo traspone.
¡La sangre no redime en aguarrás
Si adentro lo de afuera recompone!
II
Ah, por tres días dura el tiento en rocas,
Como si espejos fueran de basalto,
En que el reposo espera por un salto:
Un tercer día tras dudosa boca.
Esposos tras su hijo van, asaltos
En calles cuyo trazo no revoca
Preguntas ya resueltas si se invoca
Del templo las preguntas en lo alto.
Sus cuestiones eligen corro donde
La misma letra que se lee disputa
De justa mano cuanto allí se esconde.
Y madre y padre, en giro de voluta,
Consiguen otro hijo que responde
La maravilla al hijo que tributa.
2006
DE UNA TARDE A LA TARDE
Una tarde en que a pulso le demoro
Al color rival pasos del vecino
En peón incierto sombras encamino
Por aclarar del blanco un sicomoro
De la mano que a cuadros me previno
No apostar a la vera donde moro
Mapas resueltos trazan en sonoro
La edad que por venir conmigo vino
Si impares dedos traban verso y hora
Antes con pares principió mi ombligo
Pero el dilema en cuna va y de otrora…
Y aun antes de rincones que persigo
La tarde que tu dulce sueño añora
En mis manos abriga el desabrigo
UN MEDIODÍA A MEDIANOCHE DE SU ALBA
(Un cementerio a medianoche. Entra la joven viuda; sigilosa, al crujir de la hojarasca fantasmal. Su silueta se revela desde lo más hondo.) Ay, otra noche que en sí cimbra las arcadas de una intemperie vigorosa. Noche que urde un pacto ensombrecido. Las estrellas, sí, miradla que en cierne de sus auspicios crecen hasta el cielo, desgarran lo que en mi fondo aún no sube; y abajo, guarecidas de este aire, las raíces cortan el capullo de un arriendo que apenas reverdece. En apremio de su premio, desfloran su misma hacienda entre temblores. Entonces, ¿mi carne despunta en el erizo que a terribles monstruos osa atribuir un espejo? ¿Qué espinoso es el fruto de esta castidad, que tanto abreva en su estancado reflejo? (Palpa su rostro.) ¿Ojeras aún cuelgan de dos veraces puntos que llevan en volandas las sonrisas de mis ebrios enemigos? (Mira en derredor.) La savia, la savia, la savia; lenta, laboriosa, sabiamente tasada por el ritmo que las vetas espolean, tan parecida a la sangre que ardorosamente se coagula como enlutados caracoles… la savia, palpitante, bajo los rigores sublunares, destila para el atavió que afuera se desgarra. Un perfume se escancia en las fosas de tantos huesos arrumados según la cuenta del estío, y el miedo, terrible horóscopo que conviene a mi osadía, asegura las bisagras de mi trunca juventud… Ay, mas este silencio en cada recodo da un portazo que en los ojos de muchas bestias retumba, y el eclipse del eco rige una palabrota que me aguanto, porque, aunque no seré una doncella, la castidad es cuanto a mi reciente condición desflora. (De repente.) Mujer, mirad las flores que prevalecen a la vera de vuestro atajo. Éstas que no le advertís más que el tono de vuestra misma desnudez, porque no vais tan cubierta como ellas y sólo las ojeras os da cobijo tan ceñidamente como el asedio que tanto os mortifica. Ay, pétalos que os secunda lúgubremente, allí: oscuros como siluetas desdentadas que muerde la sombra de un loco. ¿Cuántas brujas, a esta misma hora terminante, convocaron dioses hechos con el oropel de una batalla perdida? (Aguzando la vista.) No advierto que ninguna haya previsto en esta hora una ocasión blasfema; por lo que venturoso ha de ser el turno de nuevos auspicios, aunque como murciélagos repte de rama en rama la falta de estas brumas. Cuidaos de los elementos, tanto como a su sombra una centella puede ofreceros el último báculo que alumbre los grumos de vuestras cenizas. Tan espesos son los pelajes, y cada bestia tiene su guarida, sí señora… Escuchad cómo ululan los búhos, quisiera usurpar sus ojos para averiguar los adentros de su himno. Ay, para salir de mi morada he entrado al cerco que me asusta… Flores, como primorosos cencerros, repicad vuestra ley; ley lejana a este sombrío pregón. (Una pausa reflexiva.) ¿Cuán florido discurso ha despuntado de mis labios? (Tras una pausa, ríe.) Si sigo en una plática así, un fragante bosque sepultará a este cementerio. Callad, mujer, que la concurrencia conviene gravedad, y no la ligereza de un polen sacrílego, que nos haga pescar, en trueque del pez de cada jornada, el resfriado de una mala noche… Sí, mala noche, que los azorados ocultan entre sus párpados, acaso para conjurar de ese modo el misterio. (Escrutadora.) Flores adentro y flores afuera ya ofrecen un reguero de semillas estériles para el pábulo de tan enconados espejismos, pero ¿acaso veis en derredor a alguien que como vos busque el espejo de su quieto llanto? (Una larga pausa.) ¿Las jorobas de esos espinosos matorrales acarrean el lujo del rocío? ¿Qué preseas de desnudez ciñen tales túmulos, en cuyo embarazo nueve meses de resurrección aún con perdurables pañales no brotan? Ah, heme sola en mi furtivo comercio, entre las piedras que concilian en sus sueños un blando reposo… No cejo en mi abstinencia. Sí, ya sé que no os puedo pagar vuestra servidumbre, y qué poca cortesía tenéis al desamparar una temeraria viuda. No, de cierto que no os juzgo… pues, sola, en vela, llevo la vela que a este cojitranco luto le revela su tiento. Ay, cintura para ceñir el hábito de un amarre ajeno, y cuello, palpitante y delicado, para llevar el nudo que cierre el ombligo… cuántos se colgaron de su último traspié paraal menos así tentar el vacío. Propicio es que me avenga a transigir con estas máximas, pues en lo mínimo prevalece nuestra sombra, y a la sombra de ese diminuto lunar una estación recia nos macula todo. Qué miedo da vivir entre lapidas una aventura que os cueste la vida, con el apremio de tan desinteresados testigos, ¿verdad? Ay, sobre qué huellas de un alma en pena un espejo apenas me duplica, y en marco funerario otra vez veo la figura de mi esposo perdido. Con qué discreción puede una viuda buscar a su desleal esposo. Sí, señora, hay que estar sola para buscar aquí el marido, y hay que seguir sola para encontrarle entre muchos galanes, que ya os cortejan mientras llevan en su lomos el recuerdo de sus propios cortejos. Otras buscan a sus hijos, ya acunados en la elipsis de un arrullo, pero tan temprano en mi vientre el pendenciero dejó la semilla de su fuga, que aun así fructifica en deudas. (Bruscamente.) Espejismo soy, que en pedestre rigor exalta este horrible peinado, afeite de una viuda, que casi me rapa como la misma pelona. Buh, buh… pero ¿estos no se asustan con un chiste? Ay, mujer, que no os pelen los dientes, porque ya lo llevan muy dispuestos a mondar cualquier sonrisa, y seguro que entonces largaréis el pelero antes de perder el primer pelo...(Como recordando.) Esposo ingrato, al que igual tengo que procurar algo de su gracia. No por vuestros legítimos reproches, mujer, habéis de cansar el silencio que ya lleva a cuesta muchos mudos. Cuando se está en un cementerio, se debe honrar la visita; así hundo las huellas que se hunden en mi centro y levanto al cielo las preces que las lápidas aconsejan. (Cogiendo piedritas del suelo.) Estas pequeñas piedras, sin ser preciosas, laselijo entre engastados votos. Su fe inconmovible me conmueve, ablandan mis plazos y me soliviantan a tributar un verdadero homenaje. (Ya de pie, arroja las piedras a las lápidas. Tras una pausa, ríe.) Cualquier malicioso pensaría que ya soy un espectro, y a fe que con esta dieta, dote que me dejó mi marido, No podría sumar una onza ni para el ayuno que me salve.(Ríe.) Sí, divagar en este tiempo, bajo el claro de una luna ausente, madrugaría a muchos que ya ni tarde despertarán. Ahora a buscar a mi muerto entre los muertos, que de otro modo nunca le encontraría. Tacaño, cómplice de mi descuido, hasta la tumba os lleváis cuanto sobró vuestro arte. (Se acerca a las lápidas dudosamente.) ¿A derecha o a izquierda de mi incertidumbre? Bien, démosle el lado siniestro, donde el mismo rige su infortunio. (Revisa los epitafios de la izquierda.) Si recuerdo bien, aunque no me costará ser mala con la memoria de un mal esposo, le dimos sepultura entre dos lápidas ilustres. A ver… aquí ha de decir algo ilustre… (Palpa una lápida.) Pero a tientas no se lee lo que se toca, pues que venga un músico de velorios, con una guitarrita algo nos alumbra. Dejaos de majadería, mirad que la deuda crece, si no troncháis los capullos que ya despuntan como las fauces que tanto la reclaman. (Desandando una imaginaria ruta.) Por este mismo sendero le traíamos a cuesta… convengamos, mujer, que eran otros quienes en su lomo le llevaban. Aunque era mi cruz, todavía podía pagar a unos forzudos. Sí, esos desvergonzados, que aun en el cortejo me cortejaban. Bajaron por aquí; así que en este límite habrá conseguido el suyo mi celoso marido. (Viendo el follaje de un árbol.) Sí, la cuarta tumba a la izquierda de este árbol… árbol que si está muerto… pues, si lo está, el follaje se hunde ciegamente, mientras sus raíces se yerguen como garras en un sueño. (Va a la cuarta tumba.) Hela aquí, su tumba, no es muy suntuosa… mas cómo podría ser tal el único premio de un avaro. ¿Apenas en unas horas ya el abrojo os pide cuenta a golpe de nudillos? Siempre fuisteis un tirano, señor, y ahora una tira se caga en vuestra otrora ley; os cubre de pies a cabeza, envolviéndoos como una eterna momia que sólo recuerda su entrañable Egipto. (Se levanta, y aguza en su mirada una retahíla de recuerdos.) Recuerdo cuando nos casamos. Sí, fue un día en que ibais de caza… Vaya, pero si fue el otro lunes; se me figura una eternidad… pero regocijaos, mujer, de que vos, siendo mortal desde siempre, cuando menos en una semana habéis sido eterna…. (Reconsiderando sus recuerdos.) Como os decía, ibais de caza… y me raptasteis, atrevido, truhan, cómo pudisteis… bueno, sí podíais, porque erais fuerte como una bestia y tan bestia de ir sobre otra en su perjuicio. Así que de la casa paterna pasé a la caza que, librada sobre el espinazo de un desventurado caballo, os recreó en vuestras horas de ocio, que muchas fueron, tantas que ahora no tenéis descanso en el infierno. Pero yo ya te daría caza, y puesto que de cacería entendéis, os juro que vuestro cuernos lo llevabais como quien orgulloso ciñe su corona sin reparar las fronteras que por doquier envuelven, y sí que fuisteis tirano hasta para ser tan anchuroso rey. Vuestros mismos parientes, que temían a vuestra virilidad, les desaté sus temores y así de desnudos compartieron vuestro lecho conmigo, y sin daros cuenta le intimabais a observar preceptos rotos con devoción y denuedo. El más joven, un niño, casi de mi misma edad, tan trémulo crecía sin atreverse a más estatura que la de salir huyendo de mis núbiles ardides. De cierto que tenéis una familia muy hipócrita, señor. Para no tener mucho, se atavían con tantos efectos de la sutil tierra. No sabéis con cuántas lágrimas fingidas las mujeres de vuestra casa saciaron la sed de vuestra orgullosa muerte. Tales dolientes lo eran más de vuestra hacienda, consumida sólo en el sepelio, que de vos, ya tan justo en un sarcófago muy corriente para ir contra la corriente del Nilo. Así que sin ínfulas, señor… (Se agacha en confidencia.) No es que quiera castigaros con mis confesiones, porque quién, si no yo, lleva entre vosotros una piel tan lozana, tenuemente arrebolada con el pulso de una energía secreta, pero viva, caballero… viva no sólo para distinguir los cabeceos del dolor, sino para envejecer sosegadamente. Ay, a quién engaño… estos sordos sólo creen en lo que no oyen. (Recobrándose.) Ningún pariente acudió al entierro… ninguno, señor, cuando calcularon que a vuestro entierro acudía, con vos y en vos, todo el oro de tal miseria, pues a fe que no nacieron para escoltar lo que a despecho de una viuda puede brillar muy poco. (Empieza a reírse.) Cuando me dijeron que os habían trinchado en una riña, trinchaba mis maldiciones acaso porque se habían demorado mucho. Erais vos el sujeto de mi credo, ya que no el blanco de mi enconado luto; mas unos belicoso os hallaron como se me hubo privado a mí. Cuánto recé bajo el mismo cielo donde no iríais nunca ni porque muy profundo fuera el hueco en que os metieran.(Ríe con sombrío acento.) Tan difícil le exigía a Dios un milagro, que apenas salva su honor en el apremio. No os deseaba la muerte, a fe que no. Estaba muy enojada para conciliar un deseo tan completo, y eran otras las dificultades que me distraían en vuestra casa. (Reflexiva.) Tal vez no tuve tiempo para amaros, y esto lo prueba una viudez precoz, pero el odio de una semana precedió a vuestro funeral y a la túnica de mis amorosos votos. (Con una piedra golpea la cruz.) Metal que tintinea, como el cencerro del pastor, como la campana que dobla su recodo antes del misal, o como la cuchara de una virgen que bien vale el halo de su ayuno. Metal que de un tajo trunca un torso retorcido a mitad de una arenga. Metal que se tasa en los clavos de una cruz, o en las cuarentas monedas que el herrero de vuestro infortunio recibió en pos de un homicida hierro. (Saliendo del letargo.) Ah, mujer, cómo sois de descuidada… y el mismo tin-tin os recuerda que vinisteis para hallar el tesoro de una breve ceremonia. Aquí está la tumba. Mirad que tras tanto parloteo ya me transfiguraba como aquel a quien aún no veo penar en este dominio donde ningún llano sobresale. (Golpeando la tumba con el pie.) Y de cierto que sólo allanaré lo poco que vislumbra su salida, tal vez castraré su hacienda que con tenaz astucia aún ha de celarla en vano… quizá como lo castró cada vientre por no darle más hijo que un mal de ojo… (Ríe.) Si vuestros vecinos os martirizan, muchos son los árboles que en este tiempo están en flor; así podéis troncharos en flor y hasta colgar de vuestro florido homenaje, pero… (Dándole palmaditas a la lápida.) Perdonad mi imprudencia, pues a fe que sólo de las raíces de este tronco yerto pueden colgarse vuestras esperanzas. (Deshierba alrededor de la tumba.) Empecemos por quitaros estas barbas; tales púas ninguna sabiduría os distingue que no sea la vejez ociosa de crecer a flor de vuestros pecados. La piedra franca me muestra sus recodos, pero tan insufrible es que no convienen la sinuosa sabia de su origen; labrada fue por quien conoce las medidas de su pecho mortuorio. (A la audiencia.) Perdonadme que desencaje estas piedras, conmemoración sagrada de la soledad, pero tomad como cierto mi solitaria pena que sólo he de encarnar aquí y ahora. Ya la muerte, de un tajo, truncará lo que vuestro perdón consiente. (Se vuelve, al fatigoso trabajo de desencajar las piedras.) A ver, sí que son pesadas estas piedras… (Intenta otra vez en vano, jadea.) Perezosas y ceñudas… (Blandiendo el índice acusador.) Estas tinieblas es lo que os cubre por arriba, y el rigor de tales signos reducen vuestros memoriales en polvo. Y vos, esposo mío, por debajo de vuestros empolvados pasos, en polvo también os convertiréis, pero sin memoria del Olimpo. Polvo fuisteis, y a fe que no buen polvo, y en polvo no engendraréis otra progenie que no sea gemela de vuestra falta. (Con los brazos en jarras.) Tan pesadas son estas piedras, que menos pesado sería esperar a que el juicio final las deshaga en nada; no habiendo mucho, con cualquier salto principiaría un ministerio. (Aguzando el oído con el horror en la pálida faz.) ¿Quién está ahí? Tranquilizaos, mujer, ha de ser una rama que ya flaquea en su punto conveniente… Otra vez, quién vive… Nadie vive en este reino sino yo; singular súbdita de numerarios reyes, y a fe que os guardo reverencia altezas… Ay, ¿qué lobo aúlla sin el influjo de una luna llena de malos presagios? ¿El búho ulula? ¿Las hojas caen desde donde crujen? Todo me abruma, algo por saltar aguarda tras las espinas. Perdonad, perdonad a mi atribulada lengua, que con callar, sin embargo, os jura lealtad. Silencio… Sí, el silencio no me costará memoriza rle, y con callar he de recordar mi leal promesa… Mas dejadme hablar, permitid que una desaconsejada viuda defienda su virtud, os lo suplico… (Señalando la tumba.) Este hombre, prójimo de vosotros… no me miréis así paisaje funesto. Cada sombra salta de su rasante huella… ay, formas por doquier ya me acosan, os tributo… Qué es esa silueta hombruna que se recorta en el silencio… Niebla, niebla, niebla que cobija la fría resaca de los muertos y veda mi frío por doquier. Niebla, hálito trepidante de espíritus errabundos. No me acoséis que ya las deudas me abisman al insondable tesoro del cielo. (Suplicante.) Dejadme que hoy cobre mi porción terrena, y mañana la vuestra os honrará tan floridamente como mi discurso; os prometo tal, con esta piadosa boca que ahora tiembla entre su halo y que alguna vez callará, eso sí, para siempre. Ay, silbáis… De rama en rama… Lleváis una bandera en pos de librar lucha contra vuestro cómplice, mirad que pálida os sigo mientras ruego. (Con la mirada extraviada.) Soy hija de un linaje cruel que me concibió contraria para tener un enemigo que rendir. Veis que no traigo fuego en mis rubores. Sí, distinguís el pánico que me abruma porque con temeridad me revelo, luego ten piedad de quien iza su pálida bandera desde un vértice tan sombríamente alto. Yo también soy una aparecida. Hija de un padre desalmado, aparecí en el vientre de una madre sin alma vigorosa, que sólo acunó la locura y amamantó su temprana muerte. Aparecí a la saga de hermanos mayores… (Con una risa extraviada.) Las monedas eran tan poco, y hasta raras, que en lugar de gastarles les coleccionábamos como mariposas iridiscentes. (Recobrando el tono grave.) Ay, padre, allí os levantáis, insepulto os halla mi rabia, que no cavaría ningún fondo que os honre. Soltad vuestras garras, todo convenio previo aquí es fútil, padre. Sois tan ancho como una lápida, pero más angosto que su epitafio. Sombra sois, que reptáis entre vuestras huellas. Sí, recuerdo vuestra tiranía, y la heredad de vuestros hijos mayores; mas, de paso en paso, veo que os acercáis a mi veredicto, y antes de que lleguéis ya os es adverso. Largaos; vuestra cara de piedra ya pesa sobre vuestros hombros, y no puede pensar en otro fin que el que merecéis: hundíos en vuestra insepulta ruina… (Sale del trance y vuelve a la tumba.) Piedra, sólo eran piedras, sin decálogo, a la ley de nadie… Era el miedo que pululaba por doquier, ocultando en infinitas máscaras su decrepitud. Calmaos. Busquemos un garrote. (Se pone en ello.) Báculo de un ciego que este oscuro pacto le encandile. Una palanca y el ombligo de su dictamen… una palanca al punto entonces y conmoveré lo que castradamente pesa, y en redondo como la sortija que indago hallaré esa misma sortija. Ya estoy sosegada… cualquiera se asusta cuando tiene miedo. Una vara… una vara… debo encontrarle antes de que el celador me mida con ella, una viuda bien puede ser forzada por una sepulcral lujuria. Un garrote, un garrote… es curioso que en tantos recodos no lo encuentre, porque a fe que mi ciega cojera lo ha ganado como cetro. (Hallándole.) Aquí estáis. (Sopesando el garrote.) ¿Cuánto tiempo os llevó crecer hasta que vuestra alma topó el cielo de mi puño? (Va a la tumba.) Ya os llegó vuestra vara, envarado muertito. (Con el auxilio del garrote larga la piedra.) Salta la piedra al fin, y mi Lázaro imperturbable como una piedra, más como una piedra de molino lentamente roe cuanto calla: su harina se hace de otro costal y él gira y gira en el mismo punto. Allí estáis, señor, un muerto lo arrulla el canto de un Amén, pero no esperéis que el fin de mis oraciones sea tal nodriza; mi fe no cuida malcriados ni con testarudos condesciende. (Abre la caja.) Miradlo tan serio como un culo senil, mujer. Hace pucheros entre ajadas nalgas y ya los gusanos, diligentes en su larvaria duda, prosperan dentro de tal filosofía, que con cagar el último bocado no habrán perdido lo que ganaran. Mirad su cabello que lo trasquila el luto; mirad que la herida mana un llanto espeso que sus ojos, otrora codicioso, ya no ven, aunque en esta sombra tanto destellen sus rubíes. Cerrados se hunden vuestros ojos, señor, como peces que nadan en sus lágrimas o que se ahogan en lo insensible. Nacemos con una corona y con la vanidad de creer que ceñimos la gracia de un reino, pero de golpe palpamos la frente abrasada por nuestro delirio. Sintiéndonos desfallecer, rogamos piedad a la muerte, rogamos que antes que morir seamos los devotos súbditos de una perpetua pesadilla. Al ver que la sonrisa final es inconmovible, desesperamos y de tumbo en tumbo acudimos a cada estorbo, al que ceñimos nuestro oropel para idolatrarle. Sin hallar milagro al cabo de nuestro fin, tocamos a la puerta de nuestros afanes y el ataúd se abre. La fiebre que nos abrasa luego enfría los prodigios que en vano nos calentó la cabeza. (Sentenciosa.) Estáis muerto, según unos mortales fueron testigos de vuestra común natura; así que un código ulterior ocupa vuestro quebranto, que sólo en el infierno ceñís. Ay, qué caliente me pongo al hablar de vuestras cenizas, no sé si odiaros más o adornaros vuestros últimos afeites. Mirad que ser tan cornudo para terminar corneado, y tan entrado en carne vais, que no saldréis de mi corrida. (Se yergue en una silueta taurina.) Ole, ole, matadora, que otro es el asesino. (Sus pies topan unos huesos que luego recoge.) Con estos huesos, que de cierto una bruja los trajo para quién sabe qué funesta cocción, llamo a vuestro cráneo. (Golpea la cabeza del muerto.)Toc, toc, toc… pero nadie responde, nadie tiene la respuesta de un hueso ajeno. Toco y toco y sólo el eco abre su quicio, esa es vuestra certeza, desquiciado, y no la mía… no la mía, no la mía, no la mía… ¡Qué graciosos son los estribillos! (Reparando los huesos.) Un caldito sale de estos huesos; dicen que tal consomé levanta un finado, pero a fe que para dejarle confinado en otro hervor. ¿Queréis un plato rebosante, mirad que por ello brindo? Um, no tuve tiempo de ser una complaciente esposa. Pero, ¿Os gusta el teatro? (Entusiasmada.) Pues hagamos un drama. Vos haréis el papel de muerto, papel testamentario para mí, porque qué otro pliegue me dejáis en mi ventaja… En fin, haréis el papel que de cierto os sienta mejor, aunque no os sentéis para contarme las naderías de vuestro vigente sueño. No tenéis que hacer mucho, y, mientras menos hagáis, más os pareceréis a vos, pues siendo tan poco no erraréis en nada. (Con cortesía.) Permitid que os amenice el trance, así tomaré como pago lo que había venido a profanar. Empecemos, pues: (Con voz de ultratumba, a la sazón de ser la de su esposo.) ¿Cuánto me habéis esperado? (Alternando su voz.) Tanto como para existir por rigor de la esperanza, pero no lo bastante como para que fuera la verdad de hoy. (Voz de ultratumba.) Luego, ¿mi llegada no os complace? (En su voz.) Cuanto vuestra tardanza no apremia el gozo, y ha mucho que lo demás quedó tan rezagado que sólo le conviene a la frívola que antes fui. Ahora os veo, delante de mis pretiles; mas no os juzgo, que el vacío de vuestros mismos pasos se ocupe del traspié. (Con voz de ultratumba.) Luego, ¿para qué me esperasteis? (En su voz.) Para dejaros en el aire, adiós… (Se vuelve pensativa.) Sí, más bien nos conviene una comedia, luego ya se me figura el parlamento: (Con voz de ultratumba.) ¿Por qué esta gordura es mi flaco? Incluso hinchado así no atino un Do de pecho. (Alternando su voz.) Allí mismo, en do estáis, rebajaréis, pues sólo en el hueso encarnaréis vuestra carnívora verdad. (Se vuelve y aplaude.) ¡Bravo! ¡Bravo! Ahora sí, dadme la mano, señor. (Palpa entre la caja.) Os la pido cortésmente cual no pedisteis la mía para raptarme. Vamos, no seáis terco, que soy una viuda cuya impaciencia la une a un sagrado matrimonio. Así que dadme el anillo como voto de mi lealtad, y a fe que los cobradores ya son leales a mi timo. (Con una sonrisa cómplice.) Con tan poco oro burlaré su cerco, que ya parecen una órbita planetaria los tunantes, pero mi fuga desde hoy sabrá desflorar lo opuesto, y a fe que era virgencito el círculo por cuanto el fruto de tal himen era ganar doblemente. A buscar la sortija, que convengamos que no es mucho, pero al menos brilla para una ceremonia. Aún tenéis pesada la mano, señor, habiendo dejado de sopesar mi otra mejilla. (Contando los dedos de la mano del muerto.) Dedos, deditos… uno, dos, tres… éste que de un tirón he de circuncidar… Ay, Dios mío, qué cirujano de un tajo me castró, ¿es que mi ambición es la misma en todas las criaturas? El anillo no está. Ladrones, ladrones en la casa del reposo, profanadores de tumbas… Ay, ay, desfallezco. (Luego se yergue con grave efigie.) Privada de un énfasis, he de invocar la ciencia de la nigromancia. Un cúmulo de efectos ya me ciñen, una presea ya distingue mis dones… Ay, perjuros pese a ser bautizados en las mismas aguas que apagaron mi vengativa sed. Escuchad mi ministerio. Vi mucho, para cuya memoria juro ser un tahúr que mella la suerte de quien limó estos dados. Máscaras vi desde una tierna edad en donde se profetizan arrugas que nos amortajan antes del velorio. Conocí de vomitivos que en el fondo de un cacharro volvían su fondo para amenazar el débil puño de una criatura curiosa. Conocí brujas que amantaron mis escrúpulos con tubérculos rancios. Muchos auxilios me rodean hoy, y la verdad de quienes reposan bajo estas cruces transige con mi juramento. Muchos votos se crispan de mi rabia, y las maldiciones, para ser proferida en esta oscuridad rectora, convienen su trámite en mis gritos. Por estas estrellas inconstantes, en cuyo fin titilan las pompas de un mal albur, mudo en un eclipse adverso: sólo para condenaros me visto. Os condeno, no engendraréis sino la desgracia de ser heredado por un enemigo terrible, cuanto que disolverá vuestras exequias entre los garfios del vicio. Os condeno, sólo besaréis la boca que maldiga vuestro amor. Devoto seréis de una incertidumbre a la que no daréis alcance con vuestras plegarias. Así como el herrero que forjó el puñal homicida, y cuyo linaje ha de emparentar con el orfebre que ribeteó la empuñadura ansiosa, seréis abuelo de bruscas reyertas en los tugurios, y vuestro despecho también será traicionado por los cobardes. Todo lo terreno que os enorgullezca os enterrará en vida, y sobre vuestra tumba incierta sólo se juntarán despojos. (Se desploma, abatida.) Amén. (Tras una pausa, al muerto.) Dadme la mano caballero, seamos camaradas, hagamos las paces, ya que no en la guerra conseguimos un respiro… (Le toma la mano.) Ahora es la quiromancia la ciencia de mi semblante y el porvenir de vuestro epitafio. (Lentamente.) En una mano cabe el mapa de una guerra, pero también la mano que en otra lo esconde. En una mano cabe el cetro de un soberbio, que en otra mano es el garrote del mendigo. En una mano caben mil intrigas, sí, mil, como infinitos inventarios, pero también el filo que nos salve de tantas pullas; más en la vuestra, señor, no atino a leer sino “luto”, y a la luz de cuanto leo ni un ciego puede recetaros una pócima feliz. (Pausa. Ríe.) El orgullo es el pecado capital de mi partido, pues a fe (que bueno es tenerla, así no creáis en mucho) que siempre me enorgullezco de los otros seis pecados. Señor, ya veis que a pesar de ser cristiana no apunto mal la cruz, luego sobre vuestra tumba acierto. Qué banderilla negra da en el blanco, matadora… Con el sudario de Ariadna vuestra desnudez se encandila, y luego la estocada. (Tras una pausa, con parsimonia reflexiva.) Pero si fui quien descubrió el muerto de su sombra, quien desencajó la postiza dentadura… antes de mí, nadie a quien tanto ya maldije… mas, ¿quién robó el anillo? ¿Dije eternidad? Pues sí, dije eternidad. Apenas una fábula alcanza a resolver su significado entre esas sonrientes comisuras. Pero dejemos ya estos grados, mujer. Ya de risa me aseguro un reproche. (Enumerando su parlamento.) Entonces, creo, y no porque haya de fundar una fe, que ya lloré, dudé, bromeé, temí y maldije con cierto rigor oportuno, según la continuidad de un minucioso soliloquio todo lo llevé a cabo. ¿Preguntáis por ladrones? Pues a fe que la respuesta se asemeja a ésta que por ella inquiere algo más, y ello es todo el asunto. Veis. (Con un además circular.) Dentro de estos votos, nadie querella en pos de sus dones. Si nadie profanó la resurrección de mi arte, luego la sortija sigue invicta. (Se levanta arrebatada por la lógica.) Sí, mirad el anillo, mujer. (Mira en derredor.) Su precio tiene los quilates que circunscriben este orbe. Miradlo qué redondo, y que cerrado a la esperanza no redondea más que el cero de su giro. (Ríe con despótica superioridad.) Yo buscaba el rizo entre lo que con cambiante humor nombraba; con mis tijeras peinaba lo que aun sin ellas segaría, como a cierto ciego de la Ilíada lo segó el destierro de Ulises, y así de insepulto escoltó a Tiresias dentro de los mismos versos de sus aguas. Qué sed abrasadora olvidó que el Leteo moja, pues de cierto que en esa corriente desemboca nada, y el cauce se seca sin dejar su curso acuñado en memoria de estos… (Golpeándose el pecho.) Yo sí que me ilustré una travesía verosímil, ahora lo descubro en derredor, tan fija que hasta un patriarca he de recordarle su predio. Tantos pormenores, tantas escalas ilustraron mi mitología: una mueca, una lagrimita a la sazón de la sal que le tocó en suerte corroer cruces. Y ahora, heme aquí, guiño un ojo a los crédulos que reunieron el barro de sus pies. (Toma una flor.) Las manzanas de oro son el pábulo de un perdido paraíso, pues dentro de otro oro ahora lleváis la carga de vuestros pies. Ya no os dibujaré un atlas en que orientéis vuestro encargo. (Ríe.) Cómo se finge para atestiguar nuestras comedias. Un dedo acusador os acusa. (A la tumba.) Luego vos, cornudo Minotauro que da tumbos sin cornear salida, dentro de este cerco no deshojaréis sino la flor que todas las estaciones hunden. (Arroja la flor a la tumba.) Eso sois. (Se apaga la luz que advertía la tumba.) Ni vosotros, reunidos delante de vosotros, asomaréis vuestros huesos, pues en vuestras cuencas ya no caben vuestros ojos. (También se esfuman las lápidas.) Tampoco este árbol, que ya nada lo enerva, se deshojará afuera de su ruina… (Dicho árbol se funde en negro.) Ni los mártires del discurso pedirán una estrecha sepultura en mi espinoso verbo… Y vosotros, lunetas que me veis en asedio de vuestras dudas, tampoco sabréis preguntar lo que yo sabría responderos. (Se alumbra al público hasta el vértigo.) Ya abrí los ojos, sin siquiera despabilar. (Se despereza.) Y de carnales huesos el dramaturgo vive, porque yo soy su diosa; porque él es el profeta de mi ley (delirante en esta despoblada ribera), y este pacto es el milagro verdadero… (Ríe quedamente.) Adiós a lo que en lo hondo de una sortija basta, el dedo acusador de un fatuo sueño señala nuestro destino. Yo encumbraré mi trono, y dejaré de dormir para que ciertos alucinados despierten en su rol.Oh, dulce poeta de metamorfosis, pues otro, y único, es el despuntar de lo que en vela nos alumbra. Aguzad la vista y el bisel y dedicad un soneto a mi vigilia. (Se va. Oscurece.)
12 de Noviembre.
2007
JOB. 16, 20-21.
Entre las previas paces fui conmigo
Donde la leve luz de algún altar
La ofrecí en el secreto de aclarar
Al que traté y también al enemigo
Aun por añorar fugas me persigo
Siendo lo que así puedo yo imitar
Me doy de prisa al verbo singular
De verme y de rever como un testigo
Mas he aquí que de mis ojos el llanto
Discurre innumerable por mi voz
Frente al que siempre sabe cuál es tanto
Si por saber lo mío contra Dios
Pudiera disputar en algo el canto
Ah como contra un tal el otro es dos
MONSTRUO
Dícese, muy al revés del diccionario,
De lo que ya predicho por derecho
Constancia consumada en todo hecho
Es cabal signo del corriente diario.
Piadoso dicen muchos que el larvario
Mordisco según reza los provechos
Apura por ayunos, y aun su lecho
Conocido lo tiende por sudario.
Ah, sólo mano diestra es esta suya
Para el siniestro obrar, que lo que inmola
Decirnos puede siempre su aleluya.
¿Los cuernos de revés, también a solas?
— ¿Y con qué entonces esta forma es suya,
Que aceros baja, mas lleva aureola?
COLOQUIO DE SOLDADOS
—Cuidado duermes, porque si en desvelo
De tu prisa los ojos tuyos ven
Por báculo el atajo del vaivén,
Otro fuere el soñado desconsuelo.
A vigilar entonces y con celo
Del ya rigor valiente, pues prevén
Las lunas un horóscopo de cien
Lunas en orbe opuesto de sus velos.
—Qué se dice; si voy despierto, huir
Ya pudiere a merced de la amenaza;
En cambio, tan dormido en lo tan leve…
Apenas que si presto en el partir;
Ah, pues así de solo por mí raza,
A fe que ni una guerra me conmueve.
2008
A LO BRUTO
Por ventura contara nuestro oráculo,
Que en el ya leve orbe de unas aves,
El destierro ojos halla, porque sabe
De Tiresias echar también su báculo.
Otro agüero dirá que en los tentáculos
De preces a picar las mismas aves
Vinieran el sustento, porque sabe
Entre sabidos signos nuestro oráculo.
Lo que si no se puede de un muy bruto,
Ya pensativo a saga de sus rezos,
Es augurar ni pájaros del luto.
Por maravilla apenas si sus sesos
Será en cabeza propia el solo fruto
Que se consiga fiel a los Sucesos.
CAMINATA
Fue descalzo y a tientas del nacer,
Que, en el tan arenoso laberinto,
A mis pies les induje el ya sucinto
Y original recodo del deber.
Mis otras muchas huellas resolver,
Del sucesivo paso lo indistinto,
Ellas pueden, y a cada paso instintos
De mis pies llevan por virtud del ser.
Atribulada procesión concierta,
De la premura mía, este pedestre,
Puntual rigor que al punto me despierta.
Sin rezagarme del bastón ecuestre,
No sé si tiente al fin tus descubiertas
Y tan perplejas plantas y silvestres.
2009
LA LUNA.
Absoluta y redonda, aún no en derroche,
La exacta minería exacto espera:
Del calendario, gracia o el reproche;
Del fulgor, la mañana y su manera,
Donde la numismática de anoche
La efigie de perfil su cara diera
Al día eterno y a la eterna noche
La muy nocturna y diurna primavera.
¿Qué flor secretamente de este trance
Le prodiga, en el ámbito de plata,
Al plenilunio el previo y quedo avance?
Bien porque tu mensual rigor nos ata
Los albures, o porque en otro lance
Al agua de un espejo te desatas.
CAVERNA
Provocadora niña ya crecida
Para perpetuamente envejecer,
En cada breve plazo al quehacer
Le apuras el solaz de quien convidas.
Antiquísimo arte, a tu guarida
Por ya desnudo lujo del querer
El tanto desnudarse en el deber,
Desnuda le decoras larga vida.
Sacro templo, en que vírgenes amenes
Se tumban en apremio de sus halos,
Mucho imploras tus dones y tus bienes.
Como tanto sean tuyos los regalos
Al devoto dinero, si conviene,
También le mortificas duros falos.
INTELIGENCIA
Entre millares formas del cardumen,
Un pez apenas, fuera lo que fuese
Apenas, será el pez muy de los peces
Hecho y rehecho en forma de su numen.
Otros repiten, como así se sumen,
Si se es apenas, entre muchas veces,
Lo que se es cuando todo ya acontece
En cómputo cerrado del volumen.
¿Quién nombrara tan sólo y solamente
Al pez que puede, por ser ese mismo,
Ser cualquiera que obre en su corriente?
Pues voluntarios votos un abismo
Medran, bien hasta el clima que presiente
Del todo un consumado cataclismo.
ALEJANDRÍA
Un faro por el fuego coronado,
En lujo de su forma solitaria,
Ah, fue vigía adicto a tu gregaria
Gloria, que así elogiara el convocado.
No adivinaste en el tributo alado
Que el advertido mundo en ordinaria
Prisa abismos cavara a tus plegarias
Ni que ese luto ardiera consumado.
A la lumbre violenta la porfía
Del fuego que en tus rollos como el río
Abrevara al quemar sabiduría.
Ardiente paraíso, infierno pío,
Otro el faro, y no el faro de tus días,
Guía a la entera tierra sus navíos.
EVANGELIOS
Sobre la arena innumerable él tienta
La doctrinal figura que figura
Tantas formas en orbe vasto, puras
Formas que al fiel reposo en calma alienta.
Quienes esta lección no comprendieron,
Doctos de su ignorado y cierto alcance,
Otro círculo, opuesto en sus avances,
En la arena sus huellas inscribieron.
Cuando ya no el ayuno lo arduo fuera,
Que a tantos sustentaba en su rigor,
Sino que por difícil el dolor
La cruz mordiese, él entonces era.
Penitente fue, apóstol de sí mismo,
E irredento también de sus abismos.
CARTOGRAFÍAS
Un mapa que en el vasto mundo cabe,
Sus trazos y dobleces, por derecho
Y aun revés, inscriben ya no el hecho,
Sino los tantos vuelos de unas aves.
Muchas son las estrellas… ya se sabe
Que muchas son, de cómo en sus provechos
Infundan del umbral este despecho
De contarles apenas unas claves.
Ya perdido en la noche de los días,
Soñando en vela de distantes lumbres,
Un cielo a la intemperie no me guía.
Bien sé que al despertar en mi porfía
Es de cuanto me acoge certidumbre,
Que yo a mis huellas sólo alcanzaría.
EL UNGIDO
Manco de piernas cojo de los brazos
Andar pudiere el arduo laberinto
Si rezagar con la ventaja el paso
Fuera de lo tan ancho lo sucinto
Pero como el milagro pide al cielo
Ni yendo a gatas un amén lo sube
Ni en las rodillas suyas del desvelo
Se dobla a computar las muchas nubes
Centenas cuenta al siglo centenario
Y del muy contrahecho y vil compás
La aureola y también el calendario
A cuesta lleva por llevar a más
Ya viejo de vivir morir su apego
Ha sido porque a tientas se hace ciego
2010
DONES
Si antes piedras el mundo coligiese,
Entre las suyas, piedras tantas fueran
Como piedras al orbe se perdieran;
Las unas piedra, otras sus reveses.
Las que de cierto fueron en dobleces,
Cabalmente y sabidas, ya pudieran
Tus manos de lo pétreo, cuanto fueran,
Al pan, sí, convertirles tantas veces.
Prodigio del suceso convincente
En tus abiertas manos a un tributo
Infinito divides lo vigente.
Si en porción de lo habido ya ni el luto
Sustentase, el ayuno contingente
Darías convertido al diario fruto.
INCRIPCIONES
I
Mujer que en su renombre al nombre dicho
Advirtió lo que por veraz nombrara;
Rigor sereno y suyo que pactara
Íntimamente entre lo predicho.
Antes que de los trémulos caprichos
Mundana la porción de tantas varas
Al mundo tanta ley su ley cegara,
Guía del tiento tuyo lo ya dicho.
Decir que nada lo desdice ahora…
Antes lo oíste; y antes de los otros
Las palabras oíste de tu hora.
Entera la bondad entre nosotros;
Nacientes de tu muerte las auroras,
Al clamor guías como la hierba al potro.
II
Tus muy sapientes manos con anversos
De la ciencia una suerte por la vida
Al recóndito germen le convidas
Sin que de efigies temas a tus versos.
En templanza el estío, a lo que terso
Brotara de la tierra, bienvenidas
Vedó en la misma tierra convenida
En que al destierro suma tu reverso.
No viste a tus claveles, que al rocío
Exiguo de los tantos soles altos,
Lentamente crecieron como el río.
Mas, exacta tu luna en el basalto
De largas noches, noches a su pío
Día en flor pide para ti sus saltos.
LOS OJOS DEL PATRIARCA
Antes, sí, de que en sueño aquí vinieras…
Ya quieto en el reposo de tus días,
Tus ojos fijos ven la profecía
Que tu don de vivir bastante viera.
La ardua escala de esa misma era
Desde siempre anduviste y aun por frías
Resacas de tus huellas una guía
Fuese así ejemplo tuyo y tu manera.
Ya viejo y muy cansino en el obrar,
A tientas del sufriente y audaz báculo
Por fin dormir viniste a tu hogar.
De lejos vienen todos al oráculo:
El vado al fin lo ven, y que al mirar
Ven como si allí vieran tus obstáculos.
REFLEJOS ENCARNADOS
Proteo que en sí muta, y sus escamas
Remueve desde siempre cada vez,
Mueve ya de sus rémoras lo que
Egeo proceloso le reclama.
Teseo con ardid dejó su cama;
Leve como una hebra el nudo es,
Breve y seguro dado que tal vez
Prometeo alucina con sus llamas.
Cuentan los unos que ya estos otros
Mitológicos seres ven, y así
Tientan el trote de infinitos potros.
Arqueológico lar que igual aquí
Inventa que también allá nosotros
Teológico través damos a un sí.
EL RETRATISTA
Tal como es de costumbre lo ya dicho,
El lienzo en blanco desde entonces fue
Lo claro del principio, que, tal vez,
Un ámbito le diera en fondo al nicho.
Tras buscarle ya fórmula y capricho
Al ensayo, el pintor de veras ve
Que la modelo nunca estuvo al pie
De su descalzo éxodo predicho.
Aunque el pintor buscara tan atento
En pinceles, y hasta en el suntuoso
Desorden suyo igual buscara el viento…
Nadie le convidaba en su ardoroso
Pulso; pues cabalmente al movimiento
Le infundía él un blanco prodigioso.
CARACAS
De los siglos, mampuestos son los años,
Como juntas y grietas que de cierto
Profetizan por veras sus aciertos
Y enumeran también los desengaños.
De recodo a recodo y por peldaños,
A ras proclive, vértices y muertos
Urden tus musgos, como si un desierto
U otra Roma a la vuelta exhiben años.
Perpetuo laberinto que estandartes
Eleva al cielo, siempre les amplían
Tus hijos las figuras de habitarte.
En cada simultáneo afán varían
Los mapas que entre árboles apartes
Indican los ombligos que nos guían.
LA GATA
Suave en la sigilosa concisión
De su atributo, urde el arduo reto,
Que ella ya desandar por su razón
Pudiera de sus pasos el secreto.
Oblicuos ojos ven del inventario
Las preferidas partes que el camino
De mis ojos no ven en el contrario
Prodigio de reverla como vino.
Si estás aquí o te fuiste, ya pudiera
Con asombro ver otra vez que vienes
O que inmóvil persistes, y de veras
Como al espejo saltas y convienes.
Dónde tu sombra y dónde tu materia
La consabida forma tuya seria.
2011
POEMA AJENO
Muchos miran a través de ti, como si fueras el aire que ya no acarrea consigo sino el silencio, o, más bien (peor aún), como si tus curtidas décadas fueran tan sólo el saliente de una calle interminable bajo cuyos hoyos se resecan algunos tubérculos de asfalto. He allí, delante de tus mórbidos ojos, huellas que te calzan como cuando solías llevar zapatillas para bailar entre las sedas.
Tal vez ya tus entrañas no ardan. Tal vez hoy el dolor te haya adormecido entre cicatrices y olvidadas desmemorias. Tal vez no faltan ecos que tardaron tanto en regresar, aunque desde siempre te tapen la boca. Seguirás inmóvil, al menos para no rezagarte de tu misma esquina.
Tal vez tus manos, anudadas por la artritis, recibirán otros trozos de pan, y así esbozarás bendiciones que apenas puedes proferir a través de una lengua muda. De cada mordisco pellizcarás algo de este mundo, y mientras otros fantasmas al oído te sigan aconsejando muy quedo, escucharás cada día que eres una tapia… o lo que quedó de una tapia. Los transeúntes seguirán esquivando tu ámbito mortuorio, y apenas sus monedas llegarán a ti mientras una nadería te preserve dentro de sus círculos exiguos. Mas ocurrirá que después de tanto, que después de mucho, que después de todos, ya no aparecerás en esa esquina ni temprano ni tarde; ni puntual ni a deshoras; ni mañana ni nunca.
2012
ADIOSES
No se pierde muchas veces
Pues
Apenas ni una más…
Y entonces dispersos en el dolor nada nos aflige
Vemos pasar las nubes en un cielo sereno
Y no sentimos nada
Y no hay consuelo que nos junte
A nosotros mismos
En nosotros mismos
Y con nosotros mismos
Amén…
INVICTAS
Las espadas se armaron de guerreros
Y así, guerreando hasta el sol poniente,
Perdieron los guerreros que portaron.
Ya sólo quedan ellas todas hechas
De ese mismo metal que fueron hechas.
Posdata 2013-2020
MITOLOGÍA AJENA
El primer ojo ciego
Quiso ser el primero que se viera al espejo,
Pero se hundió en su deseo,
Como se sigue hundiendo ese mismo deseo
En lo hondo del primer ojo ciego.
Pregúntale, viandante, si el bastón
Que la noche corva lleva,
La lleva por otra noche más encorvada
Donde apenas amanece.
Abre tus ojos, viandante,
Que el camino se abre en tus ojos.
Duerme si se te cierran los ojos,
Que los sueños abren los caminos de tus ojos cerrados.
¿No es acaso lo que se sueña siempre?
Algún día podrás ser tan ciego como todos los demás.
Algún día anticiparás a tus profecías,
Allí en el espejo de tus ojos ciegos.
SONRISA DE UNA MUJER
A veces hay veces
Que de una vez
Ocurren como siempre
Sometime there are times
That, at the same time,
Happen all times
Veces hay veces
Que de una sola vez
Ocurren siempre.
SPARROW ALONE
You came when you arrive...
Alone.
You nested in her music,
You also woke up in her eternity of dreams.
With light legs, so light as your feathers,
You walked on the piano,
And in each key you played her echo’s keys,
Untouchable sparrow with robust peak.
You will not return again,
But that flight takes you away
It always bring those keys yours
That the silence always plays
At her piano,
While she plays.
SOLITARIO GORRIÓN
Viniste cuando llegaste…
Solo.
Anidaste en su música
Acogedora y primorosa,
Y despertaste en su eternidad de ensueño.
Con ligeras patas, tan ligeras como tus plumas,
Anduviste en el piano,
Y así tocaste las teclas que tanto imitarían los ecos,
Intocable gorrión de robusto pico.
No volverás otra vez,
Mas aquel vuelo que te alejara
Siempre traerá consigo aquellos toques tuyos
Que el silencio repite siempre
En su piano,
Mientras ella ese piano toca.
MORAS
***
Adónde ir
Cuando el viaje demora
Y se detiene
***
La luciérnaga
Su propia sombra guía
Hasta apagarse
***
Plumas tan leves
Pájaro que se aquieta
El viento pía
***
Gotas repletas
La rana no se mueve
Silencio apenas
***
Se va el viajero
Su viaje tal vez vuelva
De su partida
***
Como una isla
En el sorbo la sed
Pierde el reflejo
***
Sentarse al pie…
Siempre vuelven las hojas
Nunca es lo mismo
***
Pronto anochece
Tan tarde la mañana
Su turno espera
***
Entonces ruidos
Dejan de callar algo
Entonces gritan
***
Cada pimpollo
Dulce el secreto escoge
En primavera
***
Todos los cielos
Bajo la misma tierra
Afloran nubes
CIERTA HISTORIA EN CIERTA ÉPOCA
Hasta lo más terrible tiene la sensualidad de sus humores,
Porque incluso lo que muere en algún momento nace.
CAMPANARIO
Aún la campana rota suena,
Pero el sonido es tan hueco como el viento que la dobla
Dos veces más.
DE VERDAD
He venido a ver un espejo que en mis ojos otro espejo tiene
He vuelto al saber que estoy al frente de tantos pasos míos
He callado como en el silencio a veces he callado tanto
He de ser el mismo por primera vez en este mundo
He de proferir la palabra que sagradamente me reúna
CODA
Mucho nos abruma ver por doquier la facultad alcance los demás vigores, sin que al menos se atisbe una grieta en heridas que nos conmueven hasta lo insondable. Aun porque de cualquier espuma se filtren lágrimas de otras esperas, el cielo es el mismo en su corriente interminable. En cada alborada el crepúsculo escoge las celestes profecías y sus propias profecías y también los pájaros que dormirán después del sueño venidero. El vacío, del que se teme tantas acumulaciones invasoras, no puede ahondar sus rincones en los ojos de criaturas transparentes.
Apenas se sabe que la soledad existe de verdad. Sí; como existe un espejo abandonado en una mesa abandonada dentro de una casa abandonada que está a la vuelta de una esquina abandonada entre las calzadas abandonadas de una ciudad abandonada.
Con todas las cosas encimas, como si ninguna se pudiese sostener de ningún punto, doy un paso cualquiera, un paso salvador que ha de preservarme, pues todos los pasos nos llevan al primero. No debería caer y de ningún modo caigo, pero también sé que no estoy sólo, que las raíces florecen de los capullos al fin y que la miel es mucho menos dulce que lo que empalaga siempre.
Bajo sombras breves, he esperado con audacia que lluvias ajenas hallen sus cauces muy dentro de cualquier gota, de cualquier gota a punto de caer.
MIDDLE EIGHT
Volver desde afuera
Y ver el horizonte al que no se entra.
Escoger entre otros días
Aquel instante que se sigue formando
Entre vapores detenidos.
Profetizar, cuando chocan las piedras,
Que los cristales pueden ser tan transparentes como filosos.
Cerrar los ojos y dormir
Hasta que aclare el sueño.
Volver desde adentro
Y ver el horizonte al que no se sale.
POEMARIO
Hay tiempos en que los tallos
No parecen doblarse nunca.
Entonces se puede dormir bajo el fulgor del sol.
Sólo los sueños nos despiertan,
Porque a tiempo despertamos.
PÉTALOS
Entre efímeras llamas que el viento aviva,
El vuelo insiste en su regreso.
Hoy tomo un ala que descubrí en el piso;
Y sé, pues ahora en verdad lo sé,
Que una como ésta del otro lado estuvo.
Todo se completa en el equilibrio desconocido.
Nos escoge nuestros propios dedos...
Y lo que arde siempre,
Siempre nos consume un poco.
LATITUD
En las paredes que los vanos desesperadamente arañan,
Como cuando escarban sus vacíos,
Se puede ver una intemperie...
Una intemperie
Ya tan agrietada como una pintura perfecta.
Hay en el fondo pájaros de cal
Que afloran de la arcilla;
Hay un día soleado en la mitad del sol;
Hay la perplejidad de un silencio tan plano
Como una bola de cristal irrompible.
Sea por el insomnio, o porque el sueño
Gire en cada vuelta,
Sea por lo uno o por lo otro,
Las sombras rebosan diques en el sudor que se destila
De una gota apenas.
Sólo falta un espejo que cuelgue de un clavo;
Un cuadrado así,
Donde lo que se repite se descuelgue de todas partes,
Donde se abran o se cierren las ventanas.
GRITO
Es el grito que guarda para sí un detalle insospechado;
Se oye en el umbral de un bosque o en el parral de una boca
Tan profunda como un espejo.
El amante calla sin entender mucho por qué lo hace,
Pero
confía en su oído,
Que el
clavel recién segado azora,
Y
espera, apenas sin moverse...
Y prefiere para sí un cielo que tampoco invoca en tierra.
PALIMPSESTO
Otra vez el blanco como el cielo profundo
Las palabras garrapatean unas nubes de verano
Y en cada gota la tinta proclama lluvias
Que ayer eran mucho menos proféticas y acaso tan reales y tan húmedas
Como la sangre de hoy
Mas todo sigue claro
La noche aparta los crepúsculos y los cortinajes
El sueño encandila a mediodía
No se sabe para qué se ha madrugado tan temprano
Ni por qué la alborada se despide en cada hora
SILENCIOS
El silencio se recoge en sus alas ya cansadas
Vuelven los ecos de los pájaros que partieron
Y no se sabe si amanece o si anochece
A esta hora
En que el sol se demora un poco
PENTAGONAL
En una mano de cinco dedos
Sus dedos tienen cinco manos
Se repite el as
Que de la hierba cae
Y con ambas manos se recoge
EN BLANCO
Poner en blanco
El curso de estas líneas.
Seguir la corriente,
Entre la espuma que se transparenta,
Y seguir
Como el delta prodigioso
Que abre sus dedos en la hoja abierta.
ABANICO
El viento inmóvil, definitivo;
Es el soplo que una mano empuña
Desde que se empuñó el pincel.
Cada trazo anterior se repite
En la muñeca que repite el alivio de una tarde.
CRISTALES ROTOS
Una lágrima no cae de donde no cae
Y detrás de ella un vientre renace como siempre
Con su ombligo de través y con una promesa
Que sólo sin salir crece hasta notarse por completo
Nada que el dolor no ahogue persiste en la salobre esfera
Es una noche después de cuyas horas lloverá
Se pueden ver por el balcón árboles pequeños
Tan abajo como sus raíces
Las solitarias calles no pregonan mucho
Salvo todo aquello que en el día se calle
El cielo es otro mapa
Aquél que se ahonda desde que se empezara a cavar la tierra
Y aunque las nubes parecen tan oscuras
Invisibles como pavos muy frondosos
Todas se empañan en el frío igual que espejos de algodón
El sueño cerrará los ojos cuando los ojos
Ya no puedan postergar el sueño
Entonces cuando la lluvia sea capaz de despertar el llanto
Que con tal ternura duerme
Entonces sí
Una lágrima (la misma quizá)
Caerá de donde no cae
Como cae la lluvia que no deja de caer
CUANDO MENOS
Anteojos para la ceguera
Lentes muy pulidos con aumentos de cristales rotos
Mamparas de barrotes transparentes
Mientras transeúntes salen a caminar como sus perros prisioneros
La casa es habitable ahora
Adentro las arañas tejen un sudario que no lo completarán
Ni en los rincones más profundos
Es todo lo que se escucha en las orejas y también en las narices
Silencios trastocan lo que tocan cuando sus ecos vuelven
Y aun así a cada quien le toca callarse muy dentro de su propia boca
El crepúsculo anocheció temprano
Las zarzamoras hincan sus espinas en un jardín ajeno
La hora de dormir señala su destino repetido
El reloj despertador le cuesta destorcer la clavija
Es la cabeza sobre la almohada
Cabellos mesados en el insomnio
Ningún sueño viene a la memoria
Sólo se recuerdan diccionarios y otros desvelos más crudos
Por un instante el instante duró una noche
En que el día no llegaba
Sin embargo ya tantos indicios lo pregonan
Los pájaros profetizados ayer
Y un cielo que amanece más claro que nunca
Falta dormir un poco
O dormir mucho cuando menos
OTRAS ANTORCHAS
Se apresura un ánimo inquieto
Casi se diría que se desvela del mismo modo
Por doquier hay escaleras para salir del vahído
No las mismas que se suben día y noche
Un sorbo antes de acostarse recorre el cuerpo
Ahogándole dilaciones a la sed
Amanecerá
En cada estrella que en lo remoto titila
Amanecerá
Y el rocío refrescará todo
OTRA VEZ
Muchas veces puede imaginarse un sueño
Ya soñado entre los sueños repetidos de la infancia
Fragantes amaneceres despiertan en las flores
Donde los matorrales rebosan como las nubes en la niebla
Es temprano y hace frío todavía
Todavía los geranios se desnudan sin desabotonarse
Ya la luz se abre bajo el cielo como una lámpara espaciosa
Reverdecen los montes más verdes de la tierra
El sol se aclara en cada suave sombra
El rocío destila su escondite en cada nueva curva
Entonces a voltear las piedras para conseguir debajo
Lo que mucho después tal vez se busque sobre cansinos sobre canosos musgos
O tal vez una rosca con patas supernumerarias
O tal vez un escorpión inofensivo
O tal vez una rana diminuta como una hoja enmohecida
O tal vez una babosa bajo la secreta leche de los tules
O tal vez una madeja de lombrices
O tal vez una serpiente anudada a sus desmayos
O tal vez el asomo de un hormiguero en fuga
O tal vez las motas de bichos invisibles
O tal vez un fósil que no vislumbrará más espirales en el agua
O tal vez el conjunto circunscrito de otras piedras
O tal vez la misma sensible mano cuyos dedos escogen algo
Que puede ser ese algo que se recuerda ya de viejo
Las avispas aguzan sus aguijones un día remoto
Y al otro día el piquete arde dentro de un dolor tan dulce
Tan dulce como la caña recién cortada mientras se imagina un sueño
Un sueño ya soñado entre los sueños repetidos de la infancia
BITÁCORA
Antes de amanecer descubrí que sigues lejos
Más lejos que ayer
Pero de pronto sucede que la misma lejanía es en verdad la ruta
De alguna devuelta ventaja
Donde entonces el boleto ya no importa mucho para nadie
No hablo de montes ni de mares
Ninguna tierra bajo los pies
Ningún abismo bajo los pies
Es el cielo ajeno que recubre ocasos ya perdidos
Son ciertas estrellas que perviven más allá de su esplendor
O acaso la memoria de verdades pasadas simplemente
No nos confió ningún secreto
ORÍGENES
Tortugas piedras
Un arroyo que corre
Los pies muy juntos
COMENSALES
Pescados suaves
Muchas veces el cielo
Pocas la tierra
VIAJEROS
Andan delante
Serpentea el camino
Las dos orillas
INTEMPERIE
Lluvias y nubes
Ranas también espigas
Cinco goteras
ESTANCIA
Sol de cigarras
Otros tienden su lecho
Sueños de noche
TRAZOS
Se cuenta que antiguos poetas,
Que sólo un verso de memoria saben,
Repiten a todos una breve historia,
Cuya larga historia abrevian.
Entonces,
Los párvulos ya muy crecidos,
Entre hojas y dobleces,
Se acostumbraron a aprender la misma
Virtud que en cuartos los demora.
MONTAÑA SAGRADA
Los árboles se trepan desde sus raíces
Y ofrecen siempre a la niebla
La dulce lentitud de inmóviles recuerdos.
Ya la luz recae sobre los verdes,
Con el mismo vigor de días
Que apenas hoy todavía no llegan.
Al atardecer, cuando la noche concilia sus albores,
Los loros vuelven (escuchadlos en silencio)
Indemnes, exactos,
Entre las secretas repeticiones de un cielo irrepetible.
CICLISTA DE INVIERNO
Entre árboles desde el cielo arraigados hasta el fondo de ningún suelo,
Puede que las ruedas giren para un molino fijo,
Puede ser también las caras rebanadas de unos pinos vivos.
Alguien no avanza por muchos que bajo sus pies
Suban y bajen los pedales.
Algún vacío del otro lado se le escala, paso a paso,
Y del mismo modo.
Son las escaleras de un cuerpo que ya formado va de prisa,
Sin rostro circundante.
De prisa todo el tiempo sin saber cuándo brotarán las flores.
Hay en tal proeza un designio que no se escapa del silencio,
Hay detrás de la pelambre gruesa otro rostro que tampoco se conoce.
Igual que el ciclista, el tiempo de todo el tiempo sigue al ciclista
En su inmóvil fuerza.
Acaso la fotografía de un instante duradero.
Acaso la pintura de una noche, en invierno.
ESTACIÓN
He visto el invierno desde sus raíces crecer
Como uno de sus árboles sin hojas,
Mas detrás de cada rama desnuda, el cielo era menos profundo cada día.
Bastaba la tierra para enderezarse frente al frío.
Dormí durante aquellas noches o estuve en vela.
Soñé despertar más temprano que los demás,
O simplemente
Desperté a la misma hora de todo el mundo,
Sin siquiera un sueño en blanco que invocar otra vez.
Al fin la nieve era posible en el milagro.
La vi caer como si las plumas
De un cisne suficiente
Revolotearan,
Revolotearan
Sin que otros cisnes se movieran.
LAS FLORES DEL SAUCO
A Alemania
Entre tantas vivencias he visto a los árboles crecer.
He sabido de sus hojas y de sus frutos.
A veces he explorado hasta el fondo sus raíces,
Pero a veces sin saber por qué.
Y entonces un día de junio, un día clarividente,
Descubro que todas sus flores vienen siempre de tus manos.
Recuerdo que cosechabas flores del sauco.
Recuerdo tu voz en alemán entre las ramas fragantes,
Seguramente que en español por la respuesta te pregunté.
Recuerdo ese sol, era radiante como tus cabellos al sol.
Andabas descalza como la tierra que sabes andar,
El niño de repente quiso trepar las escaleras,
Así que le ayudé como si le siguiera por las escaleras.
El niño quería coger las flores
Entre ráfagas de algún arriendo por venir.
Tú le decías cuáles y cómo.
Todos llevamos las flores adentro.
Luego cantabas mientras la gelatina se hacía,
y era el silencio más melodioso de lo que alguna vez el mismo silencio supo callar,
y simplemente me explicabas todo en alemán,
y entonces, desde ese mismo día, entendía todo.
Desde el bosque de donde vienes hasta ese mismo bosque.
Desde el pueblo donde naciste hasta ese mismo pueblo.
Tus palabras me enseñarán tu idioma.
Porque ahora sí sé
Que las flores del saúco son el árbol de la vida.
KONJUNKTIV
Siempre se ha dicho
que el futuro comienza hoy,
porque ya mañana
sería un poquito tarde.
MELANCOLÍA
Son las calles trazos que del cielo quedan.
Es poco lo que queda en hermosos días de sol.
Se ven, sin embargo, las sombras de los alambres
/y los espinos.
Tal vez una rueda ya gira en alguna parte, más allá...
Donde igual no ande demasiado.
Tal vez las risas que hoy se escuchan ya pregonen
Un alivio verdadero.
ESENCIA
Desde siempre la mitad del mundo,
desde siempre ese arraigo tan íntimo,
desde siempre cada paso en el paso venidero,
Los mismos colores de siempre,
ahora los reconozco.
Las flores de otros árboles al norte,
ahora las reconozco.
CANCIÓN REMOTA
Tan temprano despierta el rocío,
Después de que un largo sueño lo trajera
Hasta su lecho de hierbas.
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